Víctor Manuel Domínguez: Las infamias de Pedro de la Hoz

Autores | Memoria | 12 de septiembre de 2021
©Maldito Menéndez

Las infamias de Pedro de la Hoz nunca serán condenadas al olvido. Su rastrera misión de atacar a cuanto artista disienta o critique los símbolos patrios —o fálicos, a él le da lo mismo— de su revolución machista-leninista lo amerita. Su función de amanuense de un régimen que le otorga prebendas y  reconocimientos a cambio de profanar su oficio, definen su vil impronta periodística.

Sometido a esa especie de cepo ideológico y bocabajo político en el que deben vivir los aspirantes o beneficiarios de las migajas del socialismo cubano, el escribidor ha devenido en uno de los más encarnizados rancheadores del “cimarronaje artístico” en la Isla.  No importa si el artista en su obra  desacraliza los símbolos patrios o convoca a viajar a Marte o a la Luna: si lo hace fuera de los mandamientos de la “plantación revolucionaria” será denostado, preso y condenado al olvido.

Por esas y otras razones es que a nadie sorprende que su firma aparezca entre los gestores o como articulista en las diversas campañas gubernamentales contra escritores y artistas negados a realizar su obra dentro de los márgenes de un  camuflado retorno al obsoleto realismo socialista: o elogias, veneras y realzas los símbolos de la Patria y a sus líderes, o no tendrás espacios.

El ascenso de Pedro de la Hoz a la vicepresidencia de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y a formar parte de la Comisión José Antonio Aponte contra la discriminación racial tiene mucho que ver con que no le temblara la mano al escribir que María Elena Cruz Varela dejó de ser poetisa —Premio Julián del Casal (La Habana, 1989)— por fundar el Grupo disidente Criterio Alternativo. Tampoco dudó en firmar la carta de apoyo de la UNEAC para que tres jóvenes de la raza negra fueran fusilados en el 2003.

Esta supuesta paradoja en el comportamiento de alguien que, por su responsabilidad en el sector cultural y el proyecto antirracista, estaba obligado moralmente a defender la libertad de opinión y asociación de la poetisa y el derecho de los jóvenes negros a un juicio con todas las garantías procesales, demuestran  la baja catadura moral de alguien que vive de la mentira en Cuba.

También fue despreciable su actitud frente a varios artistas exiliados que intentaban regresar a la Isla e insertarse en los circuitos culturales que por varias razones habían abandonado y en algunos casos fueron excluidos. En su artículo El médico a palos o la irresistible incontinencia política de Manuel González, advierte a Manolín (“El médico de la salsa”) que dejarlos entrar al país no significaba aceptar su inserción, pues “algunos que retornan, en su momento, emitieron juicios políticos en escenarios hostiles e hirieron la sensibilidad de muchos”.

Esa pose de perdonavidas y estalaje de gran censor las vuelve a retomar en su artículo La infamia será condenada al olvido, cuando en un indignado y sensiblero revolotear “del azafrán al lirio” —gracias, Ballagas—,  arremete contra el realizador del video que soporta el texto de la canción De Cuba soy, porque al animar los rostros de José Martí, Antonio Maceo, Dulce María Loynaz. Benny Moré y otros “no sólo destierra los símbolos, sino los insulta y nos insulta”.

En cuanto al texto, para Pedro de la Hoz es un “panfleto por echar mano a consignas vacías, frases hechas, pobres giros propagandísticos”, a todas luces tardíos, puesto que el sector ultraderechista de Miami le lleva la delantera. Puro cinismo en un hombre que se deshace en elogios ante los bodrios adulones o patrioteros compuestos por oportunistas con Musas verde olivo, al peor estilo de El último Mambí, de Raúl Torres, o Con Cuba no te metas, de Alejandro García (Virulo).

Al parecer, su inclusión como solista en el coro Les niñes canteres Le Habene (Los Niños cantores de La Habana, como llaman algunos jodedores al grupo de censores arribistas que vigilan la “pureza de la cultura revolucionaria”, entre los que destacan Arleen Rodríguez Derivet, Fernando Rojas, Enrique Ubieta y Abel Prieto, lo hace soñar con las mieles de un poder del que disfruta a cambio de sus bajezas.

El talento perdido en la bruma del odio político, la censura ideológica y la descalificación artística hacen de sus infamias un patíbulo. Los niveles de arrogancia y la impunidad de que goza al lamer las botas del poder lo convierten en un ser esperpéntico. Sus ínfulas de intelectual humanista no son más que los  patéticos sueños de un bufón que, no dudo, llore de pena alguna que otra noche.

Publicación fuente ‘Cubanet’, 2021