Guillermo Loyola Ruiz: Del cuerpo al mundo

Libros | 6 de marzo de 2022

Es manía de prologuista hallarle un sentido a una colección de cuentos que el azar o la buena voluntad que los compiladores han juntado en un libro. No siempre se encuentra, sobre todo en aquellas antologías (palabra desprestigiada si las hay) que tratan de recoger un panorama vasto y abarcador de una producción literaria específica. Esto no es así cuando los organizadores, dando muestras de inteligencia o simplemente de intuición y sensibilidad literarias, tratan de darle un sentido a la convivencia de los diferentes textos en un mismo libro. Este sentido compartido es más estimulante cuando no obedece a un aspecto temático (el tema X en la literatura X) sino a razones de filiación profunda.

Esto es lo que ocurre con los cuentos de este libro; ellos dan una imagen cabal de la narrativa cubana de los últimos años, tanto en sus temas como en sus formas. Es curioso que en los seis textos el narrador sea en primera persona, en todos los casos protagonistas de la acción. Los podríamos reunir en tres grupos: los que tratan de vidas en la isla, los que narran historias de retorno, los que cuentan vidas del exilio. El paso de uno a otro grupo es el que va del relato de los cuerpos a una imagen del mundo. Dos de los relatos (29 Tatuajes, de Legna Rodríguez Iglesias, y ¿Por qué llora Leslie Caron?, de Roberto Uría) narran sucesos que tienen lugar en la isla. Es curioso que sean textos que constituyan verdaderos monólogos (no es difícil imaginarlos como espectáculos teatrales unipersonales; de uno de ellos ya sé que lo ha sido), y que sean también los únicos en los que los protagonistas no encuentran realmente una salida, pero que al mismo tiempo no mantienen una actitud de víctimas ni sean tampoco autocomplacientes. El cuerpo en ambos textos funciona como espacio en el que hacerse a sí mismos, ya sea por los tatuajes que van contando una historia y una afirmación de sí misma por parte de un personaje, ya sea por el travestismo fatalmente liberador del otro personaje. En estos sujetos verdaderamente prisioneros el cuerpo es el verdadero tema: la libertad se dirime en el uso que los protagonistas hacen de su propio cuerpo, siempre en oposición a lo que se espera de ellos.

Los otros dos cuentos (No nací en Castalia, de María Cristina Fernández, y Repatriada sin parar hasta las seis de la mañana, de Idalia Morejón) son la crónica de un retorno, de la vuelta a la isla de aquellos que saben que van a poder salir, mucho menos dolorosa pero no por ello menos desgarradora. Las protagonistas de ambos cuentos, si bien no tienen que encontrar los espacios de libertad en el cuerpo, aún lo tienen presente, aunque ahora como espectáculo, como memoria de un pasado o como territorio de disputa y de afirmación de sí mismo.

Finalmente, dos narraciones ocurren fuera de la isla (Apuntes sobre el movimiento de los trenes en A., de Carlos A. Aguilera, y La lengua de la tribu, de Francisco García González), aunque con permanentes referencias al pasado insular de los personajes. Son protagonistas que no piensan volver atrás. Son también los textos en los que el humor y la ironía ocupan un lugar central, muchas veces descargados contra la nueva realidad, pero siempre desprovistos de una visión nostálgica. Los narradores protagonistas son en general observadores distantes, en los que la visión del entorno ocupa un lugar central en el relato, del que los propios cuerpos ya están ausentes. Si hay un saldo positivo en esta fortuita o no colección de cuentos, es que, sin estridencias, y también sin lamentaciones ni golpes de pecho identitarios, descubrimos nosotros, lectores, que, sin la necesidad de reclamar pertenencias, comparten un destino común.

São Paulo, marzo de 2021