Roberto Madrigal: Sonido y furia
El rescate de figuras de la literatura, la música, las artes plásticas y el cine, que el aparato cultural cubano ha tratado de ningunear o minimizar, no necesariamente por su valor estético, es una tarea difícil, que alguien tiene que hacer. Se hace mucho más laboriosa cuando se trata de figuras que debieron ser icónicas, pero que comenzaron su desarrollo en la década de los setenta, de donde existe muy poco material que no sea el que las autoridades culturales han producido.
En El trueno y el viento, el cineasta Jorge Soliño se lanza al rescate de la figura del cantante y compositor Pedro Luis Ferrer, un artista varias veces censurado y aplastado por la maquinaria político-cultural cubana porque no cabía dentro de sus parámetros y porque siempre ha sido un artista sincero, que expone lo que siente sobre cualquier tema y lo convierte en arte. Ferrer es alguien a quien esos burócratas de la cultura no sabían dónde ubicar.
Ferrer se dio a conocer con la canción «Mariposa», que interpretó Miriam Ramos. En un momento en el cual lo que las autoridades empujaban, nacional e internacionalmente, era a Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola y, en menor escala porque era muy malo, a Vicente Feliú, creando el movimiento de la Nueva Trova como una expresión de coherencia musical política, una organización de la canción protesta que solamente protestaba de lo que pasaba en otras partes del mundo, Ferrer no encajaba. El “Guajiro” Ferrer tenía personalidad propia y sus composiciones salían de muy adentro y expresaban, de forma espontánea, el sentir del autor.
Si a alguien le encaja a la perfección la denominación de bardo (o la muy manipulada de “trovador”), es a Ferrer, por encima de todos los otros. Es un poeta que, por su formación, incorpora todos los elementos de la música cubana que le son naturalmente afines. No hay pose, no hay pretensión en su arte. Dice lo que siente, dice lo que piensa y eso, en un país totalitario, no es bien visto.
Supe que le decían el Guajiro porque creció en Yaguajay, en la antigua provincia de Las Villas, hoy en día Sancti Spiritus, y para los habaneros, todo el que nace fuera de la capital, es un guajiro, o sea, un campesino rústico. Me lo presentaron como El Gordo Ferrer, compartí espacio con él en algunas fiestas, pero nunca palabras. Me pareció un tipo original, con mucho que decir y asombrosamente inteligente. El documental de Soliño lo muestra así, como un individuo locuaz y lúcido, que no tiene miedo a reconocer sus fallos, a decir lo que le parecen las cosas sin importarle las consecuencias, alguien que se guía por su propia brújula.
El trueno y el viento comienza con una bella secuencia aérea sobre la ciudad de Miami que termina acercándose a un frondoso jardín (no muy típico de esa ciudad) en donde Ferrer toca su guitarra sentado sobre una silla. Esta se repite a la inversa, al final, pero termina sobrevolando La Habana. Luego se desarrolla elípticamente alrededor de un concierto ofrecido en el restaurant Anacapri de Mami Lakes, el 14 de septiembre de 2019, intercalando inteligentemente una larga entrevista con Ferrer y con el poeta Ramón Fernández Larrea, el actor Luis Alberto García y el cineasta Juan Francisco Vilar.
Fernández Larrea, que reside en Miami, da una visión muy articulada del fenómeno Ferrer y de lo que es la represión en Cuba. García y Vilar expresan la influencia que en ellos tuvo la figura del cantante.
Ferrer explica con gran coherencia, sus posiciones artísticas y políticas, sus convicciones, sus fallos y sus logros. No hay en él ningún arrepentimiento, porque ha hecho las cosas a su manera, ha enfrentado lo que ha tenido que enfrentar y ha asumido las consecuencias de sus actos. Confiesa su lema: “Lo que no se puede sostener en libertad, no sirve”. Se me antoja, si le quiero buscar un paralelo, que Ferrer es a la música cubana, lo que Reinaldo Arenas es a la literatura, pero sin el odio y la agresividad de Arenas. Un tipo incómodo para todos los bandos, porque no se le puede programar.
En Cuba, en 40 años, la EGREM la casa editora oficial del gobierno, solamente le produjo tres discos. En los últimos años, con el desgaste del sistema represor, ha podido producir discos en Europa y en Estados Unidos. No voy a repetir lo que se expresa muy claramente en el documental.
Jorge Soliño produjo, en 2016, un excelente documental, titulado A contratiempo, que se centraba en la generación de roqueros cubanos de los sesenta y setenta que fueron censurados y reprimidos por el gobierno. Trabajó con lo que pudo, que no era mucho y pudo documentar un capítulo escondido por la oficialidad cultural. En El trueno y el viento, ha logrado un largometraje que descubre una figura de la música cubana que muchos burócratas (y algunos cantantes) quisieran olvidar.
El título se basa en una frase atribuida al I Ching (como se dice al principio, en versión de Reinaldo Montero), pero que no la recuerdo en mis varias lecturas de ese libro, pero que Ferrer aclara como suya al final del filme diciendo que el artista es el trueno y el pueblo es el viento, porque sus obras, a pesar de la censura, aunque las cante ante diez personas en la sala de una casa, son inmediatamente diseminadas por todas partes, sin él saber cómo se propagan.
Este documental se suma al anterior de Soliño así como a Sueños al pairo, de los realizadores José Luis Aparicio y Fernando Fraguela, sobre la figura de otro músico trágicamente censurado, Mike Porcel, como esfuerzos necesarios en el rescate de la cultura cubana.
El trueno y el viento (EEUU, 2022). Dirección y edición: Jorge Soliño. Director de fotografía: Roberto Olivera. Con: Pedro Luis Ferrer, Ramón Fernández Larrea, Luis Alberto García y Juan Francisco Vilar. El filme se encuentra rondando el circuito de festivales y pronto se estrenará en Miami.
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