Ricardo Alberto Pérez: Ladas (joven negro con mentón): una misa cromática
Una de las mentes más singulares que he apreciado a la hora de triturar la materia prima para crear es la de Ezequiel Suarez, recuerdo que hace alrededor de veinte años regresaba con él y una amiga de la playa de Jibacoa, cuando descubrimos que una tiñosa con su pico tenaz vaciaba el ojo de un perro muerto, de súbito quedó imantado por el evento, robándole una foto a ese clímax de la realidad que acontecía ante sus ojos, aliados de la ya mencionada mente, y protagonistas de aquello que siempre engrandece su obra: el sentido que posee de la metáfora.
Ahora al tener ante mí su libro Ladas (joven negro con mentón ) (Rialta, Colección FluXus, 2022; prólogo: Daleysi Moya) logré recordar con exactitud lo que pensé en dichas circunstancias: “aquello que caiga bajo el ojo de Ezequiel será transformado, convertido en una pulpa multiusos que en algunas circunstancias llegará hasta erosionar el sitio donde sea depositada”. Pulpa que es el don de quien logra esa conjunción fascinante entre lo poético y lo visual, marca que enriquece a este inquietante testimonio que recién nos entrega.
En el nacimiento de esta obra hay dos elementos que se han conjurado para que al final pueda hacer gala de su extrañeza e inesperada utilidad de crónica que se enorgullece de lo crónico; ellos son el azar y la obsesión. El azar que puso en sus manos un libro arrojado a la basura que contenía las fotos de todos los fundadores del Partido Comunista de Cuba en La Habana; y la obsesión de estar fotografiando Ladas durante nueve años, de todos los modelos y en los más diversos estados de conservación.
Pero curiosamente lo que redimensiona toda esta narrativa que se pone en marcha a través de una trama netamente visual es un personaje tan fugaz que, si quedamos distraídos, entonces no lo podremos siquiera percibir, se trata de «el joven negro con mentón«, sin el cual la metáfora perdería su eficiencia y perdurabilidad. Esto parece simple pero es lo que hace irrepetible y que trascienda con agudeza la manera de pensar de Ezequiel, algo así como si al omitir el mentón todo se viniera abajo: la estructura, el mensaje, los conceptos, un caos en el relieve.
¡Levanta el mentón, muchacho!, que bajo él vendrá a establecerse un collage de respeto, toda la metralla irreverente arrastrada por una marea de dos cuencas en rebelión. El óxido de una época lijada con esmero por aquellos que una vez pensaron que las cosas eran para siempre. ¿Cuantos ladas les cruzan por encima a esos rostros menguados por la militancia? Pregunta difícil de responder, lo que parece cierto es que cada uno de esos ladas ha sido colocado con la exactitud de un maniaco, cada color, cada modelo, cada deterioro, cada reparación (tema de chapistería sobre todo) encuentran contrabando con lo humano.
En este libro, como en casi toda su obra, hay un uso de la sorpresa, una ironía soterrada que nos atrapa, y termina por arrastrarnos hacia una suerte de inestabilidad con la cual el espectador (lector) establece una relación difícil pero productiva. Su colección de ladas, es de alguna manera un campo minado porque son el fruto de un deambular de alrededor de nueve años, donde los cambiantes estados de ánimo aportan una energía que oscila y provoca.
Ladas (joven negro con mentón) es un tipo de libro–obra de arte que para disfrutarlo en toda su extensión, hay que asumirlo como si estuviéramos ante el misterio siempre insondable de una cebolla, para cuando se rasgue una de sus capas de significados saber que nos vamos a enfrentar a otra con mensajes diferentes, y que esta operación se extenderá por algún tiempo.
Es momento de disentir de la escudería de los almendrones, dirigirse en dirección contraria de ese tipo de reconstrucción melosa y hasta ridícula de una memoria automovilística en la Isla, entonces nos sumamos “al hombre raro de Chaplin” y oramos unos instantes ante los ladas que han echado músculos entre nosotros, y casi se adaptan a esos jacuzzis que inesperadamente hacen irrupción en nuestras vías.
Engendros que le deben mucho a la guerra fría, pero con una parte de sus genes provenientes de Occidente, los ladas de esta colección alcanzan una extrema riqueza que se relaciona con la inagotable imaginación tropical y la habilidosa manipulación de nuestro fotógrafo. Ahí los contemplamos moteados, con la pintura mate, con exceso de brillo, o sencillamente transformados en taxis. Sobre los rostros en blanco y negro espolean los colores diversos de sus carrocerías, y por el ojo vaciado del perro (hueco infinito) resurge, una y otra vez, el aliento de la memoria.
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