Dennys Matos: ‘Guerra interior’ de Dagoberto Rodríguez, meditación sobre el colapso de algunas sociedades

Artes visuales | 12 de octubre de 2022
‘No Estrella Astrophyton Muricatum’, 2019, escultura en bronze. Fotos/ Nacho González Cortesía/CAMM y Estudio Dagoberto Rodríguez

El vuelo Madrid-Las Palmas de Gran Canarias dura aproximadamente 2h.40 min y va semivacío, como semivacío iba también el que, doce horas antes tomaba en un aeropuerto de Miami irreconocible, apenas cruzabas con un alma. Tiendas, cafeterías, restaurantes cerrados a cal y canto. Precintados con las sillas y mesas apiladas, pero no organizadas para ser puestas otra vez, sino con apariencia irregular y caótica, como si no fueran a ser usadas en buen tiempo. Por todos lados el rastro implacable y sordo de la pandemia, una oscuridad añeja reverberando humedad con olor a madera barata. Cuando aterrizo en Barajas es la misma mortandad que en Miami, es igualmente un aeropuerto fantasma, succionado, que vive solo con las constantes vitales, apenas maquinas para tomar o comer algo. Llego al aeropuerto de Las Palmas y corro rápido a la salida para tomar bocanadas de aire fresco y expulsar 18 horas de viaje.

Camino del Centro Atlántico de Arte Moderno donde esta la exposición de Dagoberto Rodríguez Guerra interior, escucho: “Su mascarilla está por debajo de la nariz, por favor…”. Es la voz del taxista mirándome por el retrovisor. Se respira tensión y nerviosismo. La cadena hotelera Riu anuncia el cierre de 8 de sus instalaciones en el norte de Las Palmas. No tienen mucho tiempo: De continuar el cierre turístico, en breve la economía de Las Canarias colapsará como también puede colapsar la de España.

‘Corredor 17, Luz Azul’, de la serie ‘Túneles’, 2020. Nacho González Cortesía/CAMM y Estudio Dagoberto Rodríguez

Fue el colapso de sociedades como la de Siria, durante la llamada Primavera Árabe, una de las reflexiones que motivó Guerra interior. Para Dagoberto Rodríguez (Las Villas, Cuba, 1969), observando las respuestas militares represivas de regímenes totalitarios como los de Libia, Siria, o Argelia, podía augurarse la posible respuesta del castrismo a levantamientos populares masivos que tuvieran lugar en Cuba. Al mismo tiempo esta reflexión abre la puerta para imaginar también posibles escenarios de la cultura, el arte y la sociedad cubana postcastrista.

Por lo que Guerra interior, curada por Andrea Pacheco, constituye una especie de mapa cuya iconografía nos hace imaginar las contradicciones, los conflictos que pululan por todas partes, dejándonos cautivos de sus inesperadas desgracias. Una iconografía de elementos muy disímiles, con referencias simbólicas naturales y artificiales: Estrellas de mar, túneles, bombonas de gas, emblemas de marcas de coches, textos en español o árabe, esculpidos en mármol o pintados sobre cerámica, puentes, vídeo de una discusión popular, radares y lanzador de obuses.

Ánforas, 2020, por ejemplo, es una instalación en cerámica, escenificando arsenales fabricados con bombonas de gas rellenada con metralla, empleadas por los rebeldes sirios contra el ejercito de El Asad. Impresiona ver en la sala del CAMM, como un objeto del mundo doméstico, su uso y por tanto su sentido sociocultural de cobijar y alimentar la vida, se convierte justo en la antítesis: un objeto de destrucción y muerte. Una “interpretación” heroica, y a la vez terrorífica, del arte aplicado. Si Ánforas recrea simbólicamente cómo el mundo doméstico es engullido por el torbellino de la guerra, una obra como Casa Tow, 2019, en cambio, describe un proceso inverso. Aquel donde una plataforma para el lanzamiento de obuses, es metamorfoseada hasta sugerirnos una macabra edificación horizontal, con sus habitáculos y escaleras, con sus espacios y áreas de un habitar laberíntico marcado por la claustrofobia del conflicto y la violencia.

‘Casa Tow’, 2018. Fotos/ Nacho González Cortesía/CAMM y Estudio Dagoberto Rodríguez

Salimos de esa sala, de esa voz sobre la beligerancia alocada que ya ha perdido el norte de la vida, desguazando todo a su paso, y nos adentramos en obras que juegan a enlazar irónicamente la relación entre imagen y representación, entre la ideología y sus lenguajes. Y aquí la iconografía de Rodríguez se torna más estetizada, son obras fundidas en broce con un trabajo de superficie más pulido y sofisticado, como sucede en la serie No estrella (2019) y Emblemas (2018-19). Esta se regodea en un simbolismo donde imágenes y textos (caligrafiados hasta convertirse en imágenes), se enzarzan en diálogo disonante. Una disonancia donde frases, fundidas en letras Art Déco, como VenceremosLa injusticia tiembla, Yo soy Fidel, Contrarrevolución, El hombre nuevo, Venceremos o Imperialismo, son contrapuestas a emblemas inspirados en marcas estadounidenses de coches como Pontiac, Chevrolet, GM, Ford etc., exportados a Cuba en las décadas de 1940 y 1950. Articulando un discurso, no exento de humor negro que, por un lado, nos lleva a pensar en el imaginario de un “american way of life” a lo cubano de esas décadas. Un imaginario que regodea su expresión en el Art Déco, salido de una coctelera que mezcla azúcar y tabaco, la coca cola, el ron en las soporíferas vida nocturnas de los hoteles, las playas repletas de turismo y la pachanga. Por otro, intuimos que mientras se expandía ese sueño de éxtasis y placer exótico caribeño del “cuban american way of life”, también se estaba gestando un discurso en cuya coctelera se mezclaban nacionalismo y marxismo, la estrella solitaria en la boina del Che Guevara con la hoz y el martillo, eclipsándose todo en la Revolución de 1959. La Revolución como un flashazo que comprime la historia en un segundo eterno de un tiempo, fuera ya del tiempo.

‘Imperialismo’, 2018, de la serie ‘Emblemas’. Frases fundidas en letras Art Decó son contrapuestas a emblemas inspirados en marcas estadounidenses de coches. Fotos/ Nacho González Cortesía/CAMM y Estudio Dagoberto

Guerra interior nos lleva a un territorio, a una constelación simbólica donde la memoria y el olvido se solapan mutuamente. Un mundo donde la furia de la historia y el archivo personal rozan sus cicatrices. Donde el país que se quiso, y el ser que ahora somos no encaja en lugar alguno, abocándonos a una carrera que nunca termina. Un boulevard de humanidad convulsa, cuyo amor propio se ha desquiciado por la soberbia, no se sabe ya en que momento. Convulsa humanidad como convulso y pletórico de soledad se describe su paso por el díptico Corredor 14 de la ‘Serie Túneles’ (2020). Ese paso, sin principio ni fin, se abre como oquedad insondable a nuestra percepción. Mientras que el Puente invertido doble, (2020), busca salvar el camino cuyos límites, desprotegidos porque las barandas caen hacia abajo, nos alertan de que estamos siempre al borde del precipicio.

‘Puente invertido doble’, 2019. Fotos/ Nacho González Cortesía/CAMM y Estudio Dagoberto Rodríguez

Volviendo al principio, he salido de Madrid con el estado de alarma y confinamiento de la ciudad pisándome los talones. Una ciudad que vive la calle, que dispara latidos de vida como queriendo matar a un virus invisible, aunque siga creciendo la producción de ataúdes. Aterrizo en Miami solo diez días después de salir, pero es como si hubiese pasado una eternidad. Llevo la cabeza y el cuerpo dopado de viajes, de despegues y aterrizajes, de idas y venidas por ciudades donde la gente clama por una vida de afectos que, sin saber todavía bien por qué, se les escurre irremediablemente como el agua entre las manos.

Necesito aire fresco y dormir en mi cama. Corro a la salida por corredores y espacios vacíos, claros oscuros, con olor a moqueta húmeda aleteando en la nariz. Estoy en el patio de casa, respiro la hierba recién cortada bajo un cielo de Miami azul intenso con pinceladas de color salmón. Y siento que, al menos hoy, llega la paz a mi “guerra interior”.

Versión original en El Nuevo Herald