Magdalena López: ‘Un solo pueblo, una sola nación’: Necropolíticas raciales entre Angola y Cuba
“El Estado puede por sí mismo convertirse en una máquina de guerra”
Achille Mbembe
“Aquellos que son culpables deben ser juzgados, incluidos los cubanos y la Unión Soviética”
Maria, sobreviviente del 27 de Maio
En agosto de 2022 visité el cementerio Alto das Cruzes en la ciudad de Luanda. Como todos los servicios en Angola, el transporte —los candongueiros— es sumamente precario. Años de exuberantes ingresos petroleros no han servido para garantizar infraestructura, educación, alimentación, salud y viviendas dignas. Obligada a contratar un servicio privado en uno de los países más caros el mundo, llegué a la necrópolis en una 4×4 negra de vidrios ahumados, típica de la élite política-empresarial local. Quería visitar la tumba de Nito Alves y, si también se encontraba allí, la de José Van-Dúnem, conocidos héroes de la lucha independentista contra el colonialismo portugués y acusados de orquestar un fallido golpe de estado el 27 de mayo de 1977. Dos meses antes, como consecuencia del recambio presidencial dentro del mismo partido Movimento Popular de Libertação de Angola (MPLA), el gobierno angoleño había hecho “aparecer” cuatro restos de alegados golpistas bajo el lema “Abrazar y perdonar”[1]. Los familiares de los difuntos, sin embargo, seguían teniendo dudas sobre la autenticidad de las osamentas. A pesar de ello, el acto de entrega de los restos pareció permitir una leve apertura para ventilar discretamente la peor purga del partido en el poder desde la Independencia. Me refiero al evento conocido como la masacre del 27 de Maio[2] en la que se estima que el gobierno del MPLA, bajo la dirección del poeta-presidente Agostinho Neto, ejecutó alrededor de unas 30 mil personas a lo largo de todo el país entre 1975 y 1979.
Cuando abrí las desgastadas rejas de aquella necrópolis, cundió el nerviosismo entre los guardias. Enseguida reparé en que era la única visitante del lugar y ya sabía que no era usual ver extranjeros por allí. Intenté hacerme la desentendida y me eché a caminar cuando uno de los custodios investido por un largo fusil de guerra me preguntó qué era lo que pretendía. Deseaba conocer el cementerio, ver los sepulcros, pretexté. El guardia me pidió aguardar en la entrada, se retiró a conferenciar con sus compañeros y volvió para indicarme que él tendría que acompañarme. No podría andar entre las mausoleos y tumbas a mi aire. Además, me indicó, no estaba permitido sacar fotografías. En realidad, en ningún lugar considerado “público” en Angola es posible hacerlo. Después de diez minutos del timbo al tambo, constatando el deterioro del sitio mientras era escoltada por el custodio, me rendí. Le pregunté dónde estaba la tumba de Nito Alves. Silencio. Su mirada se dirigió hacia el suelo terroso. “No está permitido verlo a esta hora”, me respondió. Insistí. “No tenemos salario que cubra nuestro almuerzo”, dijo. Ya nos estábamos entendiendo. Le aseguré que podíamos resolver ese problema al menos por ese día. “No es sólo mi almuerzo, también el de mis colegas”, agregó. Pues sí, eso también lo podía remediar. Una vez aclarado el punto, comenzamos a caminar hacia la parte trasera del cementerio. Al cabo de unos ocho minutos en silencio llegamos. Allí estaban cuatro tumbas sin lápidas. La tierra africana, de un rojo sangre, aparecía escarbada como los bordes de un hormiguero. Los restos de lo que imaginé que fueron ofrendas florales, acompañaban los cartones enmarcados ya un poco desteñidos que identificaban los nombres, las fechas e incluían las fotografías de los rostros de aquellos dirigentes del MPLA muertos. Entre ellos distinguí el de Nito Alves y Mostro Imortal (Jacob João Caetano). Eso era todo: cuatro cadáveres enterrados después de más de cuatro décadas de silencio oficial; años en los que miles de familiares de las víctimas estuvieron reclamando los restos para darles sepultura. Sin duda era poco y era mucho. Le rogué al guardia que me dejara sacar fotografías. Extraje un billete de 10 euros de mi bolsillo. Miró a los lados para cerciorarse que no había nadie alrededor y me indicó que lo hiciera rápido. De regreso hacia la entrada, divisé la tumba, esa sí con lápida, de Raúl Díaz-Argüelles, combatente internacionalista cubano. Cuando llegamos a la reja el custodio alcanzó a decirme entre dientes “nadie debería morir tan joven”.
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La semana siguiente de mi visita al cementerio, subí a pie hasta la fortaleza de São Miguel que se alza muy cerca del puente que conecta la Isla de Luanda con el continente. Hoy en día es un museo militar. Mientras recorría el lugar, no pude evitar imaginar a Nito Alves y a Zé Van Dúnem siendo conducidos hasta allí para ser ferozmente torturados durante los sucesos del 27 de Maio. Es difícil saber con exactitud cómo ocurrió todo. Sigue habiendo un pacto de silencio dentro del partido, una censura generalizada y no hay acceso a los archivos oficiales. Existen, sin embargo, imágenes televisivas, grabaciones radiales, artículos de prensa y testimonios de sobrevivientes que ayudan a reconstruir los sucesos.
São Miguel fue un fuerte militar de cara al Atlántico que comenzó a construirse en 1576. La suya es una historia terriblemente coherente: fue el corazón de la administración colonial en el siglo XVII. Allí se “almacenaban” los esclavos antes de ser obligados a cruzar el Atlántico. Mucho más tarde en el siglo XX, la dictadura salazarista convirtió el fuerte en una prisión colonial. Paradójicamente, con la Independencia, el régimen de Agostinho Neto reutilizó el lugar como centro de torturas y prisión (Pawson 72, Cardoso 2022). Mientras recorría sus recámaras oscuras, la fortaleza de São Miguel me hizo recordar uno de los performances más conocidos de la artista cubana Tania Bruguera.
Sin título. Habana 2000 tuvo lugar —brevemente, antes de ser clausurada por las autoridades cubanas—, en la Fortaleza de la Cabaña de La Habana. El performance consistía en cuatro cuerpos desnudos sumergidos en la penumbra que se desplazaban en pasillos cubiertos por azúcar fermentada. Al final había una salita en la que se proyectaban imágenes en blanco y negro de Fidel Castro. Como ningún otro espacio, la Fortaleza de la Cabaña ha encarnado la violencia histórica en Cuba a lo largo de varios siglos. Símbolo de la dominación colonial, fue convertida en prisión y campo de ejecución en los siglos XIX y XX, durante los regímenes de Gerardo Machado, Fulgencio Batista y Fidel Castro. Con su performance, a Bruguera le interesaba llamar la atención sobre los cientos de presos y fusilados allí durante los inicios de la revolución.
Bajo un razonamiento similar, recorriendo la fortaleza de São Miguel me pregunté cuántos angoleños habrían sido torturados y fusilados allí durante los sucesos del 27 de Maio. Algunos testimonios aseguran que Nito Alves y Zé Van Dúnem fueron conducidos vivos hasta allí antes de “desaparecer” para siempre. También intenté calcular cuántos de aquellos esclavos “almacenados” en el fuerte de São Miguel fueron “acopiados” en la Fortaleza de la Cabaña antes de ser puestos en venta o enviados directamente a las haciendas azucareras de la isla. Al caminar sobre el piso tapizado de caña, los cuerpos, en el performance de Bruguera, proponían asociar las vidas desnudas, los chivos expiatorios sobre la que se fundó la revolución cubana con la máquina de plantación de la que hablara Antonio Benítez Rojo (1998).
Aproximadamente poco más de la mitad de los esclavizados que llegaron a América procedían de lo que hoy es Angola (Museu Nacional da Escravatura 2022). Se calculan que fueron alrededor de unos 6 millones entre los siglos XVI y XIX (Museu Nacional da Escravatura 2022). Angola y Cuba estuvieron sostenidas sobre una violencia fundacional que parece reconfigurarse en distintos momentos históricos sean estos coloniales, republicanos, socialistas o capitalistas. Las fortalezas de São Miguel y de la Cabaña nos hablan más de continuidades históricas que de rupturas y revoluciones. Y, sin embargo, fue una memoria histórica compartida de violencia, la que Fidel Castro usó para legitimar la intervención civil y militar en Angola desde 1975 a 1991, siguiendo una narrativa revolucionaria. El líder planteó que con dicha intervención se llevaba a cabo una reparación con África que estaba pendiente desde los tiempos de la trata trasatlántica: “Los que un día esclavizaron al hombre y lo enviaron a América, tal vez no imaginaron jamás que uno de esos pueblos que recibió a los esclavos enviaría a sus combatientes a luchar por la libertad de África” (Castro 36). En efecto, se calcula que en 1975 Cuba envió aproximadamente de 4.000 a 5.000 soldados para Angola y que en el punto más álgido de la labor internacionalista llegaron a ser unos 50.000 (Peters 82; Sawyer 61). Este apoyo militar fue decisivo para defender y consolidar el régimen de Agostinho Neto y Dos Santos, preservándose así, hasta hoy, la hegemonía del MPLA. Sin embargo, lejos de constituir una hazaña épica, tal como la retratan las versiones oficiales, para muchos angoleños y cubanos de a pie se trató de una intervención traumática. Las cifras oficiales cubanas hablan de alrededor de unos 3.000 cubanos muertos en Angola. En realidad, resulta arduo saber cuántos fueron sin acceso a los archivos estatales. Lo cierto es que con la llegada del llamado Período Especial en los años noventa, el tema, hasta entonces abordado de manera celebratoria, quedó prácticamente silenciado. Aunque hubo excepciones, no fue hasta finales de esa década y más precisamente a principios del siglo XXI, que diversas expresiones literarias y artísticas cubanas abordaron ampliamente el trauma de los que participaron en la guerra civil de Angola y de los que perdieron en ella a sus seres queridos[3]. Del lado angoleño, basta por ahora referir que a partir del año 1977 comenzó a usarse la expresión popular foi mandado para Cuba para referirse a alguien que había sido ejecutado por el gobierno del MPLA (Mateus e Mateus, 120; Pawson, 90)
El antropólogo francés René Girard (1972) propuso que el sacrificio antecede a la formación de las comunidades. El chivo expiatorio serviría para desviar una violencia que amenaza con la disolución del orden, hacia un actor menor. De este modo, se conseguiría la cohesión social de la nueva comunidad. Efectivamente, del mismo modo en que el performance de Bruguera en la Fortaleza de la Cabaña aludía a la violencia fundacional de la revolución cubana, mi visita al fuerte de São Miguel en Luanda me planteó la cuestión de la violencia sobre la que se instauró la nación angoleña que ideó Agostinho Neto con el apoyo civil, militar e ideológico de Fidel Castro. Ambas soberanías revolucionarias se asentaban en una necropolítica fundante que consistió en el poder de decidir quién podía vivir y quién debía morir. La opresión colonial y la socialista resultaron continuidades de una misma lógica histórica de muerte. Se trató de aquel fenómeno descrito por el martiniqueño Franz Fanon cuando advirtió en Los condenados de la tierra (1983)que una vez que los movimientos liberacionistas capturaban el poder, tendían a reproducir las mismas formas de explotación anteriores.
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En sus consideraciones sobre necropolítica, el filósofo camerunés Achille Mbembe no olvidó su propio lugar de enunciación africano. El papel del racismo en la articulación de una forma de biopoder deshumanizadora y, en particular, la relación del Estado de Excepción con las estructuras de plantación y esclavitud resultan para él ineludibles al momento de entender la violencia contra grandes segmentos de la población. Su propuesta resulta sumamente sugerente para pensar las lógicas que estuvieron no sólo detrás de las vidas cubanas sacrificadas/sacrificables en Angola, sino también detrás de las vidas negras que fueron exterminadas durante las purgas del 27 de Maio.
Jorge Domínguez sostiene que la mayoría de los soldados cubanos enviados a Angola fueron negros, una cantidad que no se correspondía con la proporción de afrocubanos en las fuerzas armadas (en Sawyer 61). Se trata de una aseveración difícil de confirmar por la falta de acceso a los archivos oficiales. Hasta donde sé, sólo el historiador Piero Gleijeses ha podido revisar algunos de ellos previa selección gubernamental de documentos y una vez garantizada su simpatía con el régimen cubano (Gleijeses 2016). Sin embargo, la aseveración de Domínguez parece confirmarse, al menos parcialmente, en algunos testimonios en lo que se refiere la composición racial de los rangos inferiores del ejército cubano. De hecho, se pretextaba que los soldados negros que efectivamente estaban más expuestos en los enfrentamientos bélicos, podían confundirse más fácilmente con la población local (El Tahri 2007). Menos complicado de determinar resulta la composición racial tanto de los movimientos angoleños que se oponían al MPLA como de la disidencia interna que fue exterminada entre 1977 y 1979. Es un hecho cierto que la mayoría de la dirigencia que fundó y engrosó el MPLA era mulata, letrada y urbana en un contexto en el que la mayoría de la población angoleña era negra, rural y no hablaban el portugués colonial sino sus lenguas autóctonas. Frente a otras agrupaciones políticas como la del Frente Nacional de Angola (FNLA) y la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA)[4], mucho más cohesionadas en torno a filiaciones étnicas, rurales, regionales e incluso de memoria histórica sobre el antiguo reino del Congo, el MPLA no gozó de la misma base popular. Como lo expresa uno de los personajes del MPLA en una novela de Eduardo Agualusa: “En conversaciones de corredor, los dirigentes del FLNA nos definían como hijos de colonos, mulatos y blancos, queriendo usurpar el poder a sus padres” (113). Por esta razón es altamente improbable que en los años setenta el MPLA hubiera podido ganar limpiamente una elección abierta, tal como lo había pactado en el Acuerdo de Alvor de 1975 con el gobierno portugués y los otros dos movimientos independentistas rivales. El hecho de que el MPLA fuera percibido como el movimiento de los assimilados; esto es, la agrupación política de los angoleños mayormente crioulos que durante el salazarismo habían gozado de un estatus que refrendaba un alto nivel “civilizatorio” para poder insertarse en la administración colonial; se vio reforzada por la intervención cubana que los apoyaba. Fuera de los circuitos de las ciudades letradas de Luanda y Benguela, la presencia militar cubana fue a menudo leída como una nueva invasión colonial que arremetía contra la Angola “auténtica” y popular. Tal impresión resulta paradójica si se piensa que la narrativa dominante a nivel internacional sostenía que el MPLA y las tropas cubanas auxiliadas con armamento soviético, defendían la raza negra contra el racismo sudafricano del Apartheid y el estadounidense, puesto que esos países respaldaban las fuerzas de la UNITA.
Este error de percepción revela el modo en que, hasta hoy, los análisis interpretativos de la Guerra fría siguen atados a análisis identitarios ideológicos simplistas. Persisten las grandes narrativas enfocadas en los superpoderes mundiales, empeñadas en invisibilizar los actores internos de aquellos países considerados como periféricos (Hatzky 4) que no se avienen fácilmente a las lógicas dicotómicas. Los apoyos de las tropas militares del SADF (South African National Defence Force) sudafricano y el financiamiento posterior de Ronald Reagan al líder negro Ovimbundu Jonas Savimbi contra el MPLA, tuvieron mucho más que ver con la paranoia anticomunista que con cualquier pretensión de llevar a cabo un régimen de segregación racial en Angola. El caso angoleño representa un ejemplo del cumplimiento del cliché de que la historia la hacen los vencedores. Derrotado en la guerra civil contra el MPLA, el sector más negro, rural y pobre, hablante de lenguas como el umbundú, el kimbundú y el kikongo, con escasa escolaridad o educado precariamente en iglesias misioneras rurales, y con poco o ningún acceso a las redes metropolitanas europeas, es decir, el grueso de los seguidores del FNLA y de la UNITA, nunca pudo establecer su propia narrativa a nivel internacional aunque, ciertamente, en algunos momentos Savimbi pareció estar cerca de lograrlo[5].
Pero si el MPLA y sus aliados cubanos –y en menor medida soviéticos– lograron monopolizar el discurso de solidaridad internacionalista de aquellos años, para muchos militantes negros y para los más jóvenes que se habían dejado el pellejo en los años más terribles de la lucha anticolonial mientras la dirigencia pasaba sus días en el exilio, ese relato oficial era difícil de tragar. Tras la declaración de Independencia y el regreso de Agostinho Neto a Angola en 1975, las bases del MPLA que no habían salido del país, atestiguaron cómo las élites mulatas y blancas educadas en Europa iban ocupando los cargos de mayor peso en el movimiento y en la administración estatal, en sustitución de los portugueses que habían huido en desbandada. Particularmente estratégico fue Agostinho Neto en consolidar su liderazgo desde sus años en el exilio, imponiéndose como líder supremo del partido y del país (Mabeko-Tali 155). En calidad de reconocido poeta negro nacionalista, rodeado de una élite letrada blanca y mulata que dependía de él para legitimarse (Mabeko-Tali 155-156) en un país de mayoría negra, logró asegurarse la lealtad de una parte sustancial de la dirigencia política que intentaba desesperadamente ganarse apoyos más amplios que hicieran frente a la popularidad de liderazgos negros alternativos dentro del MPLA y del FNLA y la UNITA. Sin embargo, los privilegios y las desigualdades políticas, étnicas y raciales no dejaron de suscitar la mayoría de las revueltas internas del MPLA incluso antes de la Independencia. Particularmente repudiados a mediados de los años setenta fueron los funcionarios más cercanos a Agostinho Neto, Lúcio Lara e Iko Carreira, considerados hijos de colonos y quienes no por casualidad, figuraron entre los mayores responsables de la masacre del 27 de Maio.
Otra fuente de descontento fue la intervención cubana y soviética. Los reclamos de los jóvenes de los CAC (Comités Amílcar Cabral) que luego pasaron a configurar la OCA (Organización Comunista de Angola) se oponían a lo que entendían como un “social-imperialismo” soviético y exigían el fin de la “agresión sudafricana y soviético-cubana” contra Angola (Ramos 2000). Para esta organización movimientista que había logrado dotar al MPLA en 1975 de una base social urbana considerable, la intervención cubana en Angola significaba una violación colonial más de la soberanía de ese país africano, algo que le llevó a exigir el retiro de las tropas internacionalistas[6].
Hacia los años de 1976 y 1977, el dirigente negro Nito Alves pareció monopolizar las expresiones de descontento dentro del partido. Alves fue, en muchos sentidos, la némesis de Agostinho Neto. Considerado como un pé descalço por camaradas como Lúcio Lara (Pawson 69), así lo describe la periodista Sara Pawson:
En contraste con las muchas figuras importantes del MPLA que provenían de familias asimiladas privilegiadas en Luanda, Nito Alves creció en un pueblo rural, sin agua corriente, electricidad o las relativas comodidades de la vida urbana. A diferencia de Neto y su número dos, el secretario general del MPLA Lúcio Lara, que era hijo de un acaudalado mestizo plantador de caña de azúcar, Alves nunca había salido del país sin haberse beneficiado de una educación en Lisboa. Permaneció en Angola durante toda la lucha de liberación, luchando por su vida y la supervivencia del MPLA en la selva durante la mayor parte de los ocho años. Sin duda, habría podido identificarse mucho más estrechamente con los angoleños comunes que muchos de sus antiguos camaradas (34)
Efectivamente el consenso historiográfico sostiene que Nito Alves fue un político muy popular entre los sectores humildes del MPLA. Era particularmente apreciado en los musseques (favelas) de Luanda como el mítico Sambizanga, conocido por su resistencia anticolonialista en años anteriores. Entre sus seguidores se contaban estudiantes, artistas, músicos, sindicalistas, deportistas y, en general, los jóvenes izquierdistas más radicalizados en el JMPLA[7]. Para muchos de ellos, Nito Alves era un líder receptivo a las demandas de una mayor radicalización al estilo soviético de la política gubernamental, y de democratización de un movimiento altamente jerarquizado y atado a la discrecionalidad absoluta de Agostinho Neto.
Pero, sin duda, de todas las demandas de las que Nito Alves se hacía eco, la más importante y estridente fue la exigencia de una mayor inclusión racial en términos de igualdad dentro del gobierno y del partido. Una declaración pública suya en 1976 pareció colmar la paciencia de la alta jerarquía del MPLA. En ella afirmó sin ambages que: “el día en que, en Angola (…) los ciudadanos barrenderos de las calles no solamente sean negros sino mestizos y blancos también, el racismo desaparecerá” (Mateus y Mateus 172, Mabeko-Tali 547). Esta expresión abierta de descontento racial en boca de un alto dirigente del partido en aquel entonces, le ganó los epítetos de racista, tribalista y fraccionista, e incluso de caníbal, que servirían luego de pretexto para perpetrar la masacre del 27 de Maio. Como sostiene Pawson “la única discusión oficial sobre racismo concernía al racismo contra los blancos y mestizos, no contra los negros” (203). Lúcio Lara, secretario general del partido, llegó a declarar públicamente que en otros países este tipo de comportamientos conllevaban al “paredón” y lo dijo así, en castellano, emulando los gritos enardecidos de la Cuba de los masivos fusilamientos. La tensión política se elevó cuando Nito Alves y Zé Van Dúnem fueron expulsados del partido.
Una mañana del 27 de mayo de 1977, finalmente explotó el conflicto cuando sectores nitistas, incluidos militares de la Novena Brigada[8], irrumpieron en la cárcel de São Paulo libertando a los presos políticos, tomaron la Radio Nacional haciendo un llamado a la población para que se concentrara en los alrededores del palacio presidencial, y secuestraron a cinco altos funcionarios cercanos a Agostinho Neto que fueron llevados a Sambinzaga y que aparecieron carbonizados después muy cerca de ese barrio (Santos, De Abreu y Costa). La versión oficial estableció que se trató de un intento de golpe de estado orquestado por Nito Alves y Zé Van Dúnem. Contrariamente, los sobrevivientes afirman hasta hoy que se trató de provocar una gran manifestación popular que obligara a Agostinho Neto a hacer cambios más radicales hacia la izquierda y que destituyera a Lúcio Lara e Iko Carreiras como parte de la necesidad de una democratización racial en el gobierno.
Lo cierto es que todas las acciones de los nitistas de ese día fueron repelidas por las fuerzas militares cubanas. Imágenes de archivo televisivo acompañan diversos testimonios que muestran disparos, bombas y “tanques cubanos” arremetiendo contra civiles desarmados que querían concentrarse frente al palacio presidencial y que terminaron haciéndolo en los alrededores de la Radio Nacional. También se conserva la trasmisión radial del militar cubano Rafael Moracén Limonta, quien en “portuñol” anunciaba que él y sus hombres habían retomado la emisora y aseguraban la estabilidad de Agostinho Neto. Poco después los empleados de la radio fueron asesinados. Algunos habitantes de Zambizanga también recuerdan cómo los “tanques cubanos” arrasaron con sus casas buscando capturar y eliminar a todos los nitistas que se hubieran podido refugiar allí. El histórico musseque fue prácticamente destruido.
Varios testimonios aseguran que ese día Agostinho Neto se comunicó urgentemente con Fidel Castro (Cardoso 2022; Mateus y Mateus 101) para pedirle que sofocase las manifestaciones; acción que este parece haber cumplido a cabalidad. Una vez completada la tarea esa misma mañana, se abrió la caja de Pandora de torturas, secuestros, fusilamientos y detenciones en “campos de rehabilitación” que se prolongaría durante dos años a lo largo de todo el país. Nunca más en lo que quedaba del siglo XX, la población civil se atrevería a protestar públicamente en Angola. La autoridad de Agostinho Neto quedó así incontestada dentro de su partido.
Resulta sorprendente la posibilidad de que Nito Alves, Zé Van Dúnem y sus simpatizantes hayan considerado un golpe de Estado o un levantamiento popular sin contar con el apoyo cubano. Cuanto y más porque el mismo Fidel Castro había viajado a Angola en marzo para expresar que “defender la revolución angolana (era) defender a Neto” (Cabrita y Mateus 102, Cardoso). Hoy como ayer nadie duda de que, sin la misión militar cubana, las FAPLA (brazo armado del MPLA) no sólo no hubiesen sido capaces de vencer al FNLA y a la UNITA, sino de sostener a Neto como líder supremo dentro del MPLA y, posteriormente, a su sucesor José Eduardo Dos Santos. Ninguna fuerza extranjera en Angola, ni la de los zairenses, ni la de los soviéticos y ni siquiera la SADF sudafricana concentrada mayormente en el sur del país, igualó el alto número de tropas y armamentos que tuvieron los internacionalistas cubanos durante el amplio período de su intervención desde 1975 hasta 1991.
Sin acceso a los archivos cubanos ni a los del MPLA, lo que nos queda es fiarnos de algunos testimonios que aseguran que Nito Alves y sus simpatizantes eran conscientes de la necesidad contar con el apoyo cubano para operar cualquier cambio en las directrices gubernamentales de Agostinho Neto. Algunos aseguran que, efectivamente, días antes Nito Alves se había puesto en contacto con efectivos cubanos quienes le habían asegurado que no intervendrían en las manifestaciones. Otros alegan que, en realidad, fue la Unión Soviética quien garantizó que ni ellos ni los cubanos intervendrían (Cardoso, Mateus y Mateus 111). Una compañera cercana a Sita Valles –conocida dirigente popular, esposa de Zé Van Dúnem y “desaparecida” en la masacre del 27 de Maio—, conjetura que la juventud más radicalizada confiaba en que los cubanos los apoyarían llegado el momento, segura como estaba de encontrarse del lado correcto de la historia (Cardoso), es decir, del lado del “poder popular“ contra las “desviaciones social-demócratas” del entorno assimilado de Agostinho Neto. Esta conjetura revela cómo todavía a fines de los años setenta, el gobierno cubano seguía gozando de un aura de romanticismo revolucionario a los ojos de los jóvenes del MPLA.
Que el 27 de mayo de 1977 Fidel Castro haya decidido apostar por el liderazgo personalista de Neto mientras la Unión Soviética efectivamente permanecía al margen, también está sujeto a suposiciones. Dalila Cabrita Mateus y Álvaro Mateus vislumbran ciertos paralelismos con el llamado “Proceso contra la Microfracción” en Cuba (103). Hubo en ambos casos claras tensiones con la Unión Soviética en momentos en que ambos presidentes –Neto y Castro— procuraban sostener cierta autonomía en medio de los impasses con las superpotencias de la Guerra Fría. Ciertamente, Nito Alves, como antes Aníbal Escalante, fue identificado como un hombre más leal a la Unión Soviética que al presidente. Quizás ello explique por qué la cacería contra antiguos comunistas fue implacable durante las purgas[9].
Más allá de las motivaciones que pudieran haber empujado a los internacionalistas cubanos a salir a reprimir civiles ese día del 27 de mayo de 1977, lo cierto es que la intervención cubana no se limitó sólo a eso. Testimonios refieren la presencia de personal cubano en los centros de detención y tortura, incluido el fuerte de São Miguel (Mateus y Mateus, Pawson). Hay quienes también los identifican en los campos de trabajo forzado y en otras cárceles a lo largo del interior del país (Mateus y Mateus, Pawson). Otros conjeturan que sus torturadores de la policía secreta angoleña, DISA, fueron asesorados por los caribeños. (Mateus y Mateus, Pawson). De entre los varios testimonios quizá uno de los más impactantes es el del pediatra Jorge Martínez, integrante de una misión civil en un hospital de Luena. Allí fue obligado a firmar el acta de defunción de sus propios compañeros de trabajo angoleños, incluida una enfermera embarazada, a quienes vio siendo fusilados minutos antes sin ningún proceso legal. Las causas de muerte firmadas por él aducían accidentes de tránsito (Pawson 236). Martínez llegó a comentar que “Cuba forzó a Angola a una guerra que costó miles de vidas” (Pawson 243) y, también, que “la mayoría nos veía como nuevos colonizadores, mejores que los portugueses —más generosos y con gran solidaridad— pero colonizadores al fin” (Pawson 243). En julio de 1977, en medio de la feroz represión, Agostinho Neto viajó hasta La Habana para agradecerle personalmente a Fidel Castro por su defensa de la revolución angoleña (Mateus y Mateus 21, Pawson 75). Por aquellos días, El Granma apenas si mencionaba parcialmente los eventos sucedidos en Angola (Pawson 75).
Un sobreviviente del musseque de Sambizanga entrevistado por la periodista Lara Pawson le comentó que las matanzas del 27 de Maio fueron como la masacre de Soweto en Sudáfrica (150). Le contó que incluso un comandante de nombre Buga fue asesinado y sobre él agregaba: “era uno de los nuestros, de Sambizanga, muy querido por nosotros, un hombre que hizo mucho por este país. Era normal. Como nosotros. Era negro” (Pawson 150, negritas mías). En una identificación de connotaciones raciales, el testimoniante comparaba las purgas del 27 de Maio llevadas a cabo por angoleños y cubanos, con el exterminio de los negros sudafricanos a manos del régimen del Apartheid en 1976 (Pawson 150).
¿Cómo justificar la colaboración cubana en esta masacre? ¿Qué decidió a los internacionalistas, supuestos campeones de la lucha antirracista y tricontinental del llamado Tercer Mundo, a reprimir a la población más pobre y racializada? ¿Por qué los cuerpos sacrificables de un partido liberacionista y de unas fuerzas armadas revolucionarias fueron mayormente negros?
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El triunfo del MPLA gracias a la intervención militar cubana se celebró como una hazaña colosal contra el colonialismo portugués, el imperialismo yanqui y el racismo sudafricano. Escritores como García Márquez y Ryszard Kapuściński, dirigentes de la talla de Nelson Mandela, películas cubanas como Kangamba (2009) e internacionales como Cuba, une odyssée africaine (2007), contribuyeron a consolidar la versión oficial cubana[10]. Todavía, en el 2022, la Universidad de Coímbra organizó una conferencia-homenaje a Agostinho Neto invisibilizando su responsabilidad en la violación masiva de derechos humanos. En esta narrativa heroica antimperialista se obvia que la lucha del MPLA junto a las tropas cubanas se dio en el contexto de una guerra civil; es decir, fue una guerra de angoleños contra angoleños. ¿Qué es lo que hace la diferencia ética entre el celebrado internacionalismo y la intervención amada a un país extranjero contra los propios ciudadanos de ese país?
Mientras que el 11 de noviembre de 1975, fecha de declaración de la Independencia angoleña por Agostinho Neto, se retiraban las últimas autoridades coloniales portuguesas de Angola, ese mismo país estaba siendo invadido por militares sudafricanos, cubanos, rusos, zairenses e incluso por mercenarios europeos. Un ejército fue sustituido por otro, o por varios otros, en momentos en que los guerrilleros del MPLA aún no se habían constituido en unas fuerzas armadas profesionales. Es dudoso entonces acompañar el relato de la consecución de la soberanía nacional en una capital recuperada por internacionalistas cubanos para favorecer a una sola facción independentista, a un movimiento de élite urbano que semejaba una mínima isla rodeada por un territorio ajeno llamado Angola.
Quizá esta incongruencia entre la realidad y el discurso oficial que se impone hasta hoy ha llevado a que algunos estudiosos cifren la soberanía del Estado/Nación/Partido del MPLA 27 años después, en 2002 tras la muerte del líder de UNITA, Savimbi y la rendición de su movimiento armado. Mi tesis, sin embargo, es otra: sostengo que el momento fundacional del Estado angoleño ocurre en diciembre de 1977 cuando el I Congreso del MPLA “proclamó el ´socialismo científico´ como sistema económico, y el marxismo-leninismo como ideología oficial de la República Popular de Angola” (Mabeko-Tali 611), una vez que ya había eliminado personalidades como Nito Alves, Zé Van Dúnen, Sita Valles y tantos otros líderes y militantes del partido unos meses antes. Paralelamente, el Movimiento MPLA pasó a convertirse en el MPLA-Partido Do Trabalho (Mabeko-Tali 631). Hasta hoy son recordadas las palabras fundantes de Agostinho Neto: “En este 10 de diciembre de 1977, sobre la mirada silenciosa de Lenin, fundamos el Partido del Trabajo” (Mabeko-Tali 613). La consolidación de este proyecto nacional continuó hasta 1979, años en los que la represión contra los nitistas y cualquier otros actores presumiblemente disidentes o rebeldes se revigorizó. El decisivo apoyo cubano y la reconciliación con la Unión Soviética el 27 de mayo y los días siguientes, redundaron en una tremenda paradoja: se reforzaron los vínculos con la URSS y se adoptó una gestión de Estado cada vez más calcada del modelo soviético y cubano (Mabeko-Tali 610). “Todo sucedió como si se pretendiese desmentir las acusaciones nitistas de desviacionismo hacia la derecha y anti-sovietismo en el seno del MPLA” (Mabeko-Tali 610). Mi punto es que sin el estado de excepción que devino del 27 de Maio, sin las vidas desnudas de los nitistas y del resto de la población considerada “sospechosa”, la nación del MPLA-PT no hubiese sido posible. Esta vendría a fundarse, entonces, sobre la necropolítica del 27 de Maio.
Hasta ahora he venido hablado de 30.000 muertos durante la masacre, pero la realidad es que esta cifra se basa en un cálculo promedio consensuado que va desde el levantamiento de víctimas llevado a cabo por Amnistía Internacional de entre 20.000 y 40.000 hasta el del diario Folha 8 que cifra los muertos en 60.000, el diario Expresso y la investigación de Mateus y Mateus que concluyen que fueron alrededor de 30.000, y la Fundação 27 de Maio que estima unos 80.000 (Mateus y Mateus 152). A estas cifras habría que agregar las de los torturados y presos sobrevivientes, los que fueron enviados a campos de trabajo o de reeducação, así como también los que lograron exiliarse a tiempo. Me interesa enfatizar las dimensiones de la masacre del 27 de Maio porque lo que apreciamos es un Estado emergente convertido en máquina de guerra contra su propia población para poder fundar la nación. Recordemos que no sólo estamos hablando de un contexto de guerra civil en la que, por supuesto, murieron muchísimas más personas[11], sino también de una purga contra correligionarios del mismo partido político. E, indudablemente, estamos hablando de víctimas mayoritariamente negras sujetas al poder de muchos assimilados mestizos y blancos. Entonces, ¿cuál fue la lógica necropolítica practicada por el MPLA contra sus acólitos que estaban denunciando el sistema de privilegios y que exigían una mayor inclusión racial y política? La respuesta puede ser respondida en gran parte acudiendo a la famosa frase de Agostinho Neto: Um só povo, uma só nação. ¿En qué consistió esa única nación posible y cuál fue su vinculación con Cuba más allá de la intervención militar y civil?
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El hecho de que el régimen cubano haya sido corresponsable de una de las mayores masacres de la historia africana obliga a pensar cuál es la lógica internacionalista que operó detrás de las necropolíticas fundantes de las revoluciones cubana y angoleña. Sobre el tema de las experiencias históricas del comunismo, Mbembe sostiene que “estas tentativas se han dado bajo formas tales como la militarización del trabajo, el desmoronamiento de la distinción entre Estado y sociedad y el terror revolucionario” (30). Bajo tales formas, la pluralidad humana no puede sino ser vista como…
obstáculo principal a la realización final del telos predeterminado de la Historia. En otros términos, el sujeto de la modernidad marxista es fundamentalmente un sujeto que intenta demostrar su soberanía mediante la lucha a muerte. Del mismo modo que con Hegel, el relato de la dominación y de la emancipación se une aquí claramente a un relato sobre la verdad y la muerte. El terror y el asesinato se convierten en medios para llevar a cabo el telos de la Historia que ya se conoce. (30-31)
La lucha a muerte se concibe dentro de una lógica de Estado de Excepción que en el caso de las purgas del 27 de Maio, fue incluso explícita en el discurso público del presidente Neto cuando aseguró ese día que “No habrá contemplaciones (…) Ciertamente no vamos a perder el tiempo con juicios. Seremos lo más breves posible” (en Cabrita 115, en Cardoso).
Como en la estructura de plantación que refería Mbembe a propósito de la violencia necropolítica, la destrucción de los cuerpos negros angoleños nos indica que se trata de sujetos tratados fuera de la ley, despojados de ciudadanía como aquellos chivos expiatorios para fundar las nuevas comunidades de las que hablaba Girard. Los son en la medida en que expresan una pluralidad que atenta contra la noción de “un solo pueblo, una sola nación” proclamada por Agostinho Neto. La idea de una única nación posible convenientemente homogenizada fue común en Angola y Cuba. No es casual que en la misma década en que miles de personas eran torturadas, recluidas en campos de trabajo forzado y “desaparecidas” en Angola, en Cuba durante el llamado “quinquenio” o “decenio gris” se reprimía con virulencia cualquier expresión de diferenciación religiosa, sexual y racial. Todas ellas eran síntomas de “atraso” civilizatorio en el relato teleológico modernizante marxista. En los tiempos de excepcionalidad revolucionaria, de polaridades amigo/enemigo, el derecho de matar aseguraba la soberanía del Estado del MPLA-PT y del Estado Socialista cubano decretado en 1976 en sus guerras contra contrarrevolucionarios, gusanos, escoria, laxartijas, parasitas, fraccionalistas, tribalistas y demás actores despojados de humanidad.
En otro lugar me he referido a lo que llamo “territorialidad mestiza trasatlántica” (2020) como un dispositivo discursivo que sirvió para legitimar la asistencia cubana al MPLA contra otros movimientos angoleños durante la guerra civil de ese país africano. En la clausura del Primer Congreso del Partido Comunista en Cuba en diciembre de 1975, Fidel Castro justificó la intervención en Angola en los siguientes términos: “Los imperialistas pretenden prohibirnos que ayudemos a nuestros hermanos angolanos. Pero debemos decirles a los yanquis que no se olviden de que nosotros no solo somos un país latinoamericano, sino que somos también un país latino-africano” (Castro 31)
Paradójicamente, la articulación identitaria a la que Fidel Castro llamó “latino-africana” partió de nociones homogeneizantes y totalizadoras que en buena medida heredaron los marcos epistémicos coloniales de la Península Ibérica —sistema de castas reciclado en mestizaje, lusotropicalismo devenido en crioulidade (López 2020)—, silenciando así las históricas desigualdades socio-raciales. Cuando Agostinho Neto sentenciaba que Angola consistía en un solo pueblo y una sola nación, dictaba los adentros y los afueras de un proyecto político basado en el modelo de una élite mestiza minoritaria cuyo poder residía en su soberanía sobre los cuerpos negros de la nación marxista-leninista. No podía abogar por un sujeto negro nacional ni apoyar una lógica panafricanista, siendo que la mayoría de la élite del partido que lo respaldaba no era negra. El manido imaginario del mestizaje colonial portugués y del de los camaradas cubanos terminó por prevalecer.
Nada nuevo bajo el sol. La aniquilación de 30.000 angoleños entre 1977 y 1979 me trajo a la memoria la masacre del Partido de Color en la Cuba de 1912. Como sugería Bruguera en su performance de la Fortaleza de la Cabaña de La Habana: mismas lógicas necropolíticas atraviesan distintos contextos temporales y geográficos.
Desafortunadamente, la mayoría de los actuales estudios sobre biopolítica en América Latina están empeñados en limitar su crítica al neoliberalismo, invisibilizando completamente las experiencias en sistemas autodenominados socialistas que se han anunciado como alternativos. Sin duda, mucho se ganaría en amplitud, profundización y agudeza estableciendo un diálogo crítico con África. El mérito de la reflexión de Mbembe radica, precisamente, en situar los dispositivos de muerte en una estructura colonial esclavista que se reformula constantemente, independientemente de los distintos signos ideológicos con cada proyecto de hegemonía política ya sea republicana, comunista o de un capitalismo tardío.
Ciertamente, cuando Fidel Castro se abocó a apuntalar su soberanía sobre las vidas de ciudadanos cubanos enviados a Angola, y a asegurar el poder de la facción independentista más “europeizada”, tenía en cuenta la memoria de la trata esclavista. Pero, en contraste con el discurso oficial de reparación histórica con los antepasados africanos que he venido exponiendo, lo que produjo su intervención fue una restitución de las mismas formas de poder sobre cuerpos negros que le aseguraran la formación de un estado socialista angoleño que en mucho semejaba las estructuras del Estado cubano, incluidas sus instituciones y discursos nacionalistas de mestizaje y de democracia racial. En lo “latino-africano” una vez más, lo “latino” privó sobre lo africano. El nuevo estado angoleño se formuló como una máquina de guerra contra su propia población negra abrazando una identidad crioulizada, mulatao mestizaqueredujo toda singularidad y diferencia a meros cuerpos sin ciudadanía, considerados enemigos de un único pueblo posible.
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Una vez que terminé de recorrer la fortaleza São Miguel, descendí hacia laMarginal; esa larga costanera donde otrora salían los barcos negreros. Al llegar a la Baixa crucé a la derecha para atravesar una plazoleta que se interponía con la avenida. El nombre de la plazoleta es Praça da Amizade Angola-Cuba y tiene un monumento cilíndrico bastante feo. Será por ello que ningún caluanda la llama de ese modo. Todos la conocen como la Praça do Baleizão (helado o sorbete vendido generalmente en la calle) por una heladería que estaba al cruzar y no existe más. Es curiosa la habilidad que tiene la gente de a pie para desconocer las designaciones urbanas oficiales en Luanda. Durante mi estancia allí, nunca logré encontrar ninguna dirección sin dificultad porque la gente no reconoce los nombres que aparecen en los planos y mapas. Contra la solemnidad oficial, la memoria afectiva opta por cosas tan maravillosas como los helados.
Antes de llegar a la dichosa plazoleta los vi. Estaban allí como siempre que pasaba por esa esquina: un grupo de niños negros de entre 7 y 12 años que durante el día permanecían en la calle, abordando cualquier blanco o expat para pedirle dinero. Angola es hoy uno de los países más desiguales de África, con un bajísimo nivel de escolaridad y una infraestructura hecha pedazos en la que irrumpen enormes rascacielos diseñados para la élite petrolera. De entre los varios niños reparé en uno un poco mayor, casi adolescente, que no había visto antes. Estaba sentado sobre un banquito de lustrabotas de madera, reclinándose sobre unas láminas de latón que cubrían un edificio semiderruido. Enseguida presentí la imagen de Luis Manuel Otero Alcántara. Aquella del performance en el que está sentado en un garrote vil esperando a que la Seguridad del Estado venga a partirle el cuello.
Arte y vida se confunden o, más bien, ambas conforman vida. Algunas versiones sobre la muerte de Zé Van Dúnem sostienen que antes de morir fue torturado con un garrote de nguelelo en la fortaleza de São Miguel (Mateus y Mateus72). Al parecer, fue una práctica común contra las muchas víctimas del 27 de Maio a lo largo del país. Ambos instrumentos de tortura nos retrotraen a los tiempos de la colonia española y portuguesa, a los tiempos de los castigos físicos y muertes infligidas a los esclavizados. Me desentendí luego del niño-adolescente y crucé la calle. Al llegar a la costa y detenerme frente al Atlántico, imaginé una línea recta desde Luanda que, queriendo llegar hasta La Habana, súbitamente fuese tragada por el horizonte borrándola en aquella tarde triste. Quise imaginar que tal cantidad de horrores conectando un lado del Atlántico con el otro no había existido.
Obras citadas
Agualusa, José Eduardo. Estação das Chuvas. Lisboa: Publicações Dom Quixote, 1996.
Benítez Rojo, Antonio. La isla que se repite. Barcelona: Casiopea, 1998.
Bruguera, Tania. “Untitled. Havana, 2000”. s/f. Tania Bruguera. http://www.taniabruguera.com/cms/146-0-Untitled+Havana+2000.htm
Castro, Fidel. Cuba y Angola. Luchando por la libertad de África y la nuestra. Ed. Mary-Alice Walters. Nueva York: Pathfinder, 2014.
Cardoso, Margarida (Dir.) Sita. Midas Filmes, 2022.
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Franz, Fanon. Los condenados de la tierra. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1983.
García Márquez, Gabriel. “Operación Carlota”. Tricontinental 53 (1977): 9-11.
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Gleijeses, Piero. Visions of Freedom: Havana, Washington, Pretoria, and the Struggle for Southern Africa, 1976-1991. Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 2013.
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Mabeko-Tali, Jean Jean-Michel. Guerrilhas e lutas socias. O MPLA perante si próprio. 1960-1977. Lisboa: Mercado de Letras Editores, 2019.
Mateus, Dalila Cabrita y Álvaro Mateus. Purga em Angola. O 27 de Maio de 1977. Alfragide, Portugal: Texto Editores, 2009.
Mbembe, Achille. Necropolítica. Madrid: Melusina, 2011.
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Otero Alcántara, Luis Manuel. Garrote Vil Performance by Luis Manuel Otero. Abril 17 de 2021. En https://democraticspaces.com/trending/2021/4/17/garrote-vil-performance-by-luis-manuel-otero
Paris, Rogelio (Dir.) Kangamba. ICAIC, 2008.
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Ramos, Rui. “Angola: a extrema-esquerda há 25 anos”. Público 5 de febrero de 2000. Disponible en https://www.publico.pt/2000/02/05/jornal/angola-a-extremaesquerda-ha-25-anos-139607
Santos, Nicolau; Alexandra Simões de Abreu y Gustavo Costa. “Angola 77”. Expresso 4 de junio de 2017. En https://expresso.pt/internacional/2017-06-04-Angola-77-5bca3269
Sawyer, Mark Q. Racial Politics in Post-Revolutionary Cuba. Cambridge: Cambridge University Press, 2005.
[1] Todas las citas en portugués e inglés han sido traducidas por mí al castellano.
[2] En lo adelante, cada vez que mencione el 27 de Maio en itálicas, me estaré refiriendo a los eventos de la represión estatal que se iniciaron ese día y que se extendieron hasta 1979. De lo contrario, me referiré a ese día en concreto en castellano y sin itálicas.
[3] Me remito aquí simplemente a mencionar algunas pocas obras sin pretensión de exhaustividad: Cañón de retrocarga (1989) de Alejandro Álvarez Bernal, Sueño de un día de verano (1995) de Ángel Santiesteban, El hijo del héroe (2017) de Karla Suárez, Llámenme Casandra (2019) de Marcial Gala y el performance Hijo pródigo (2013) de Carlos Martiel.
[4] El FNLA fue el primer movimiento de liberación angoleño. Dirigido por Holden Roberto y de fuerte base bakonga, recibió apoyo del Zaire y China. Despareció poco después de la independencia. Por su parte UNITA, de base ovimbundu, fue apoyado por Sudáfrica y Estados Unidos. No fue hasta la muerte de su líder Jonás Savimbi en el 2002 que el movimiento abandonó la lucha armada contra el gobierno del MPLA. Hoy en día es el mayor partido de oposición.
[5] Educado en iglesias protestantes del interior y hablante de varias lenguas autóctonas, así como el inglés, portugués y francés, Savimbi apelaba por un socialismo negro que luego fue matizando y cambiando hacia un concepto abstracto de libertad y democracia de acuerdo a las simpatías de sus aliados en cada momento. Esto explica, en parte, por qué en determinados años de la guerra civil, Savimbi conseguía hacerse escuchar en la esfera internacional a través de países como la República Democrática del Congo y los Estados Unidos.
[6] Agostinho Neto encargó al propio Nito Alves un poco antes de la caída de este último, reprimir a estos grupos.
[7] La Juventud del MPLA
[8] Trágicamente la Novena Brigada que había luchado junto a las tropas cubanas para asegurarle la capital a Agostinho Neto en 1975 y que éste pudiera declarar la Independencia unilateralmente, fue arrasada durante las purgas del 27 de Maio con la colaboración cubana. También habían combatido juntos en la decisiva batalla de Quifandongo.
[9] En otra de las tantas paradojas, el mismo Agostinho Neto había estado vinculado al partido comunista portugués, un dato que se dedicó a silenciar una vez que llegó a la presidencia.
[10] Irónicamente, el gobierno angolano se ha preocupado por minimizar la intervención cubana dentro de la esfera pública angoleña para poder sostener la supremacía nacionalista del MPLA contra UNITA y el FNLA.
[11] Se calcula que durante los 40 años que duraron las guerras civiles angoleñas, murieron alrededor de casi un millón de personas. Siendo máximos dirigentes de sus respectivos movimientos, Savimbi y Roberto fueron también responsables de la violación masiva de derechos humanos en Angola en estos años.
Excelente estudio, bien documentado y bien escrito