María Antonia Cabrera Arús: Voces de los niños de Cuba refugiados en España
En Mal de archivo, una impresión freudiana (1997), el filósofo Jacques Derrida reflexiona sobre las implicaciones políticas del archivo en tanto testimonio y límite, memoria y ausencia, exclusión y narrativa de la historia. Se trata de temas de gran relevancia actual, sobre todo en el contexto de los regímenes totalitarios como los de socialismo de Estado. El acceso a algunos de los repositorios documentales producidos por estas burocracias estatales tras el derrumbe del llamado Telón de Acero, por ejemplo, ha permitido documentar violaciones sistemáticas de los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad, amén de mecanismos menos frontales, pero no por ello menos perversos, de reglamentación, control y espionaje de la vida cotidiana, el consumo, el gusto e incluso el placer, relevantes para entender no solo el pasado reciente, sino también el legado de este en el presente.
Sin embargo, muchos de los registros producidos por los regímenes de socialismo de Estado de tipo soviético se encuentran cerrados al escrutinio público. Entre ellos, los de Cuba, donde el régimen político sigue siendo el mismo que tomó el poder el 1 de enero de 1959. Una manera de sortear la falta de acceso a los archivos estatales ha sido, tanto en Europa del Este como en Cuba, la compilación de testimonios y la escritura de memorias e historias de vida que dan cuenta de las características de la vida cotidiana y de su impacto en la subjetividad.
De ello se ocupa la obra literaria de la escritora bielorrusa (antes, soviética), merecedora del Premio Nobel de Literatura, Svetlana Alexiévich (La guerra no tiene rostro de mujer, 2015; Voces de Chernóbil. Crónica del futuro, 2015; Los muchachos de zinc. Voces soviéticas de la guerra de Afganistán, 2016), que en su conjunto puede definirse como una exploración de la subjetividad totalitaria a través de las voces de actores preteridos en la sociedad soviética. También se encarga de este asunto, en menor medida, el libro recién publicado por Casa Vacía Cuando salí de Cuba: La historia no contada del éxodo de niños cubanos hacia España y la labor del Padre Camiñas (2023), firmado por los hermanos Remberto y María Pérez, con el historiador Ricardo Quiza como colaborador.
Sus autores, dos exiliados cubanos vinculados al mundo empresarial, uno de ellos protagonista de dicho éxodo, documentan con los medios y metodología a su alcance, y a través del testimonio en primera persona de diversos participantes, la extracción de Cuba hacia EEUU vía España de menores de edad sin acompañamiento familiar, entre 1966 y los primeros años de la década de 1970. El empeño de los hermanos Pérez es tanto más loable cuanto la historia develada —la de la mediación de la Iglesia Católica, en particular del cura franciscano de origen cubano Antonio Camiñas López, director ejecutivo de la Fundación de Intercambio Hispanocubano, la cual se encargó de gestionar la salida de Cuba, la estancia en España y el traslado a Estados Unidos de los menores de edad— resultaba prácticamente desconocida.
Visto así, Cuando salí de Cuba sería el último de los remedios al «mal de archivo» que aqueja la escritura de la historia cubana de las últimas décadas, la cual adolece de la supresión de la voz de muchas de sus víctimas. De este modo, el libro se suma a la relativamente extensa literatura testimonial escrita fuera y, en menor medida, también dentro de la Isla, la cual ha colocado en la palestra temas de gran relevancia para el avance de la comprensión del entramado político-social de la Revolución Cubana. Desde confesiones de insiders como el funcionario gubernamental José L. Llovio-Menéndez (Insider: My Hidden Life as a Revolutionary in Cuba, 1988), el escritor Norberto Fuentes (Dulces guerreros cubanos, 1999) o la examante de Fidel Castro Marita Lorenz (Yo fui la espía que amó al Comandante: Una vida de película: de los campos nazis a Fidel Castro, la CIA y el asesino de Kennedy, 2015) hasta alegatos de denuncia escritos por sujetos marginados o reprimidos, como el miembro de la secta Testigos de Jehová Joaquín Rafael Martínez (Del verde de las palmas al rojo de la traición, 2013), pasando por confesiones más o menos íntimas pero igualmente reveladoras como la de la psicóloga Carolina de la Torre, víctima de un drama familiar a raíz del internamiento en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) de uno de sus hermanos, por sospechas de homosexualidad (Benjamín, cuando morir es más sensato que esperar, 2018).
En su apuesta por ganarle al olvido, Cuando salí de Cuba ilustra la relación causal que, como apunta Derrida, une la construcción del archivo y el duelo. Este último es el leitmotiv de los 48 testimonios recopilados en el libro, 31 de los cuales corresponden a quienes, entre los 11 y los 14 años de edad, fueron desarraigados de su país y su familia y enviados al exilio, primero en España y con posterioridad en EEUU, para evitar su reclutamiento en el Ejército al alcanzar la llamada «edad militar» (establecida a los 15 años) y, con ello, la cancelación de la posibilidad de abandonar el país en el futuro inmediato. Estas voces encuentran complemento en las de quienes se quedaron en Cuba, si bien por poco tiempo, y vieron partir a sus seres queridos hacia lo desconocido, así como las de quienes recibieron a estos últimos en su destino final, EEUU, y velaron por el bienestar material de los niños durante su estancia española.
La estadía en España, si bien el libro alcanza a dibujarla como pesarosa, se presenta ante todo salpicada de alegrías y descubrimientos. Ello fue así gracias al padre Camiñas, quien se encargó de recaudar fondos en EEUU, de recoger en el aeropuerto madrileño a muchos de los niños que llegaban de Cuba sin otra compañía que una maleta de yagua y un sobretodo viejo, de trasladarlos a los albergues donde residirían (sin mucha supervisión), de proveerles ropa y calzado apropiados a quienes los necesitaban, de imponer disciplina cuando era requerida, de consolar a los nostálgicos y melancólicos, y de facilitar en ciertos casos la comunicación con los familiares en Cuba.
La cacofonía de angustias y esperanzas que acompañó decisiones tomadas en nombre o en beneficio de terceros, y que décadas después aún aflora en su recuento, puebla las páginas de este libro. Los testimonios resultan tanto más valiosos cuanto aparecen acompañados de documentos visuales y abundantes fuentes referenciales que sin duda servirán de gran ayuda a los estudiosos del exilio y la disidencia cubanas, así como en general a quienes se interesen por temas como la migración, la niñez y la relación Iglesia-sociedad. Es de agradecer, por ejemplo, por su valor analítico, el respeto al lenguaje de los protagonistas, cuya frecuente recurrencia a términos como «cubanitos» en lugar de «niños cubanos» permite apreciar la resonancia afectiva de los eventos expuestos.
Es casi un lugar común, no por ello menos cierto, pensar en el éxodo documentado en este libro como expresión de agencia ciudadana, gracias a la cual miles de familias de clase media y media-baja, en su mayoría del interior del país y con estrechos vínculos con la Iglesia (muchos de los niños que partieron al exilio oficiaban como monaguillos o habían asistido a escuelas religiosas), lograron eludir un destino político que repudiaban. Sin embargo, como sostiene el historiador Rafael Rojas en la contraportada de este libro, debe verse también como un mecanismo de exclusión social y, cabría añadir, de gobernabilidad, el cual permitió al régimen político cubano manejar el descontento interno.
Por desgracia, sin duda debido a cuestiones de mortalidad, los autores solo pudieron recabar el testimonio de una de las madres que vieron partir a sus hijos adolescentes al exilio. El drama de estas mujeres y hombres (pues no sufrieron menos los padres), todos también protagonistas del éxodo documentado, habrá de ser reconstruido, de ser posible, mediante la correspondencia que pueda recuperarse, así como otros apuntes o testimonios. Faltan también las voces de quienes, de entre los más de 1.000 niños que partieron a España bajo la supervisión del padre Camiñas, corrieron con menos fortuna personal que los reunidos en las páginas de Cuando salí de Cuba.
Pero, sobre todo, se echa de menos una edición más cuidada por parte de la editorial Casa Vacía que hubiera evitado muchas de las erratas y errores de mecanografía, la incoherencia de la primera persona del singular en los pies de fotos y comentarios que preceden cada testimonio (voz gramatical que en ocasiones llega a confundir tratándose de un libro de autoría colectiva) y la falta de espacio entre los márgenes y las notas al pie. Por último, la ausencia del cuestionario enviado a los testimoniantes es un detalle a señalar, que pudiera solucionarse si los autores se decidieran a crear un sitio web en donde dar cabida a la evidencia documental recabada, que así podría apreciarse con mucha mejor calidad y a color. Ello les permitiría, además, continuar recopilando datos e historias de vida relacionadas con el tema.
Nada de esto demerita Cuando salí de Cuba, una valiosa recopilación de testimonios y fuentes documentales sobre un tema por largo tiempo soslayado. La Historia —alguien ha dicho— es un coro de voces, y las voces recogidas en este libro no solo complementan un relato oficial que ha ocultado o minimizado el enorme costo individual y familiar de la Revolución Cubana; también revelan con meridiana claridad el trauma que conlleva todo exilio. El libro habría de verse entonces como una sinfonía vocal cuya contribución más valiosa es la polifonía que aporta a la historia de la segunda mitad del siglo XX cubano.
Publicación original en ‘DDC’.
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