Carlos Espinosa: Interviú a Abilio Estévez / La biblioteca de Babel

Archivo | Autores | 9 de junio de 2023
©I. Giménez

No son muchos los escritores cubanos que pueden presumir de una trayectoria literaria brillante, impecable, sin altibajos ni fisuras. Si se hiciese una lista de ellos, no creo que nadie objetaría la inclusión de Abilio Estévez. Desde que se dio a conocer, allá por la década de los 80, no ha cesado de cimentar una obra de una excelente calidad.

Era un desconocido cuando el estreno de La verdadera culpa de Juan Clemente Zenea, lo reveló como un talentoso dramaturgo. Por esos mismos años también aparecieron su poemario Manual de las tentaciones y la colección de cuentos Juego con Gloria, que vinieron a descubrir otras facetas de su labor creadora.

Nada, sin embargo, preparaba para su estreno como novelista con Tuyo es el reino, que le trajo el reconocimiento internacional. Su salida en España recibió una unánime acogida entre los críticos. Robert Saladrigas comentó que su novela “abre nuevos caminos literarios, como lo hicieron Paradiso y Cien años de soledad”; y Miguel García-Posada calificó a Estévez como “uno de los mejores narradores latinoamericanos de la hora presente”. Eso se confirmó con los títulos que en los años siguientes vieron la luz: Los palacios distantesInventario secreto de La HabanaEl navegante dormidoEl bailarín ruso de MontecarloEl año del calipsoArchipiélago, varios de los cuales han sido traducidos a otros idiomas.

Estévez, por otro lado, nunca ha abandonado la escritura dramática. Perla marinaSanta CeciliaLa noche y El enano en la botella son, entre otros, algunos de los textos suyos que se han llevado a escena. Es además un autor que, como diría Mañach, no se adormila en la rutina, y últimamente ha incursionado en el ensayo con Tan delicioso peligroTestimonios de la orgía y La imagen en el espejo. Algunas confidencias.

En ese último libro, además de permitir a los lectores acceder a parte de sus vivencias en La Habana, habla de sus lecturas. Lo conocí cuando era muy joven, y puedo dar fe de que los autores y obras que entonces leía distaban de ser las que frecuentaban sus contemporáneos. En ese sentido, Virgilio Piñera supo ver en él su talento en ciernes y lo orientó. Estévez descubrió así a Severino Boecio, Fulcanelli, Lucrecio, Thomas Carlyle, Jules Michelet, Lessing, Raymond Rousell. Una vez puesto en la senda, él se dedicó a armar su biblioteca y a nutrirse de todo el enorme saber cultural y literario que hoy posee. Como Jules Renard, podría expresar: “Yo soy un discípulo de mi biblioteca”.

¿Cuántos libros tiene tu biblioteca?

Gracias a tu pregunta, he hecho el cálculo de unos cuatro mil ejemplares. No tengo la certeza porque carezco de esa curiosidad y no me siento capaz de contarlos. En realidad, me he tenido que deshacer de muchos porque vivo en un piso que no permite una gran biblioteca. Hace muchos años no me hubiera privado de ninguno, pero a estas alturas hay libros que no me interesan y que sé que no volveré a leer jamás. De modo que tengo una pequeña y controlada biblioteca.

¿Cómo los tienes organizados: por autor, por temas, por áreas lingüísticas o indiscriminadamente?

Supuestamente por áreas lingüísticas. Los norteamericanos e ingleses, los franceses, los latinoamericanos, etc. Digo supuestamente porque en la práctica soy bastante desordenado y de pronto un libro de Raymond Carver puede aparecer al lado de otro de Macedonio Fernández. Las diferentes mudanzas (que han sido varias) han sido muy perjudiciales para el buen de orden de los libros. Esto tiene una ventaja y un inconveniente. El inconveniente: a veces paso días buscando un libro (tienen una malicia especial para esconderse). La ventaja: a veces encuentro joyitas olvidadas.

¿Qué criterio sigues para comprar: un criterio racional, la recomendación de un amigo, las críticas que se publican o te dejas llevar por el impulso?

Muy racional. Inevitablemente muy racional. En el mundo en que vivimos, comprar libros es cada vez más un capricho lujoso, así que ya sólo compro cuando es rigurosamente necesario. Hay autores que sigo y que sé que leeré dos y tres veces, así que tener sus libros es casi como tener un botiquín de primeros auxilios. A veces los amigos recomiendan y, como tengo amigos con buenos criterios, descubro algún nuevo autor que seguir. Antes me dejaba llevar por el impulso, ahora lo pienso más. Además, se publican tantos libros… Hay que aprender a elegir.

¿Qué haces para controlar la superpoblación, la cantidad excesiva de volúmenes?

Los llevo a Re-Read, una librería con libros de segunda mano. Pagan una miseria por lo libros que llevas, pero te aseguras de que serán queridos y les darán una segunda vida. Ahí llevo, como te dije, esos libros que solo requieren una lectura. Por lo general, novelas policíacas o errores que han caído en mis manos. Cada cierto tiempo se impone una limpieza.

¿Cuál es el ejemplar más valioso que posees?

Tengo algunos ejemplares con un gran valor para mí. La edición de Verso y prosa (1943) de Virgilio Piñera, dedicada por él. Las Pequeñas maniobras, también de Piñera y también con una dedicatoria bellísima. Tengo muchas ediciones de Paradiso, pero sobre todo la cubana de 1966. Tengo la traducción de Mariano Brull de La joven parca, con la introducción de Mathilde Pomés (1950). Tengo primeras ediciones de las novelas gaseiformes de Enrique Labrador Ruiz. Tengo las primeras ediciones de todos los libros de Jorge Mañach (salvo Martí, el Apóstol).

¿Cuál es el libro que más veces has releído?

Hay tres libros que he leído muchas veces: Pedro PáramoEl bosque de la noche y Crimen y castigo.

¿Hay títulos de los cuales tienes más de una edición?

Sí, como te dije que tengo varias ediciones de Paradiso. Y varias ediciones de Faulkner. A Borges también lo guardo repetido.

¿Tienes un lugar específico para los libros escritos o editados por ti, eso que podríamos llamar la egoteca?

En rigor, no. Están ahí, con los demás, en el mismo mare tenebrarum.

¿Lees solo libros impresos o también electrónicos?

A veces también leo libros electrónicos. Sobre todo, cuando viajo. Cargo con una biblioteca de mil ejemplares en mi e-book. Sin embargo, nada como un libro en papel. Cuando yo empecé a ir a la escuela, todavía los pupitres eran parecidos a una mesita en cuya madera había una concavidad para poner la pluma y un hoyo para el pomo de tinta. Y había una pizarra con tizas. Y, en la biblioteca, varias colecciones de El tesoro de la juventud. Eso inevitablemente tiene que significar algo, muchas cosas. Yo soy de otra época. Por más que quiera, no me “autopercibo” como de la generación Z. Soy un señor con muchos años. Además, anoto los libros que leo, los subrayo, entro con ellos en resonancia (o no), siempre en forma de notas al margen.

¿Acostumbras prestar libros a tus amistades?

Antes sí. Ya no mucho. En la medida en que los años nos desapegan de las cosas materiales, uno se vuelve cicatero con los libros. Antiguamente me provocaba un gran gozo que otro disfrutara lo mismo que yo. En estos tiempos estoy más descreído. Estamos volviendo (por fortuna, quizá) a las catacumbas. La literatura (la verdadera) pasa de moda. La gente quiere libros para leer en los non-places de los aeropuertos, entre el duty free y las puertas de embarque. De modo que ¿a quién prestarle El hombre sin atributos?

¿Devuelves los libros que te prestan?

Depende. A veces me hago el loco.

¿Tienes un lugar y un horario fijos para leer?

Un lugar, sí. Un horario, no. Por la mañana, siempre comienzo el día leyendo las noticias, como si del sueño quisiera pasar a la pesadilla. Luego trato de escribir el tiempo que pueda. Leo por la tarde y por la noche.

¿Sueles subrayar y anotar los libros que lees?

Ah, pues ya esto lo respondí sin querer. Sí, si un libro me interesa, me provoca, me estimula, lo lleno de subrayados y de notas. Voy marcando sus estaciones para entender la estructura. Luego, con el tiempo, me sirve para descubrir un proceso, ver mi ingenuidad, mi torpeza o mi agudeza. Hace años llevaba un diario de lectura que creo que son muy útiles para el que quiere ser escritor. Ahora ya no llevo diario, pero los libros dan fe de las lecturas.

¿Eres monógamo para leer o lees más de un libro a la vez?

Entrar en un libro es entrar en un mundo, y no se puede entrar en varios mundos a la vez, digo yo. ¿Te imaginas que alguien escuchara al mismo tiempo la Sinfonía Fantástica de Berlioz, el concierto para clarinete de Mozart y una conga del barrio de los Hoyos? Lo apropiado tal vez sea entrar en una sensibilidad, en una respiración y dejarse llevar sin interrupciones por ese misterio.

¿Qué libro estás leyendo ahora?

Estoy leyendo un libro precioso, que recomiendo: Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental, de Richard Sennet, publicado por Alianza Editorial.

Por último, si alguien quisiera iniciarse en la lectura y te pidiese ayuda, ¿qué diez títulos le recomendarías leer?

Esta pregunta ilustra muy bien aquel dictum de Lezama: “El gozo del ciempiés es la encrucijada”. Escribo una lista corregible, sin orden de prioridad.

Jean Eyre, de Charlotte Brontë. Y ya que estamos, El ancho mar de los sargazos, de Jean Rhys.

Pasaje a la India, de E. M. Foster.

Las cuatro Sonatas, de Valle-Inclán.

Los miserables, de Víctor Hugo.

Papá Goriot, de Balzac.

Adiós para siempre, preciosidad, de Raymond Chandler.

Dombey e hijo, de Charles Dicken

La vorágine, de José Eustasio Rivera.

La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson.

Sé que he hecho trampas. He contado las Sonatas como un solo libro. Te reconozco que podría hacer muchas más listas como estas.

Publicación original en Cubaencuentro.