José A. Quintana García: Chicago, una colonia estadounidense en Matanzas

Autores | Memoria | 27 de junio de 2023
©Batey del central Tinguaro / The Cuba Review

Durante la primera década del siglo XX oleadas de inmigrantes estadounidenses arribaron a Cuba para fomentar granjas donde producían cítricos, frutas y vegetales. En todas las provincias crearon asentamientos: Omaja, Bartle, Herradura, San Cristóbal, Ceballos, Isla de Pinos, por solo mencionar algunos de los más conocidos. De otros casi nada ha trascendido. Tal es el caso de la colonia Chicago, en Itabo, Matanzas.

Esta localidad  pertenece al municipio Martí. Su nombre es un vocablo aborigen que significa “tierra rodeada de agua”. Al finalizar el siglo XIX era el segundo poblado en importancia del partido judicial Guamutas. 

En su progreso socio-económico influyó la conexión con el ferrocarril de Júcaro a Cárdenas, donde el puerto garantizaba el comercio y el traslado de pasajeros. 

Como consecuencia de la guerra su población disminuyó y su infraestructura agrícola quedó devastada. Cuatro años después de terminado el conflicto, en 1902, apenas tenía 252 habitantes.

Contribuiría a cambiar la situación el establecimiento en la antigua sitiería de San Juan de unas veinte familias, procedentes de Estados Unidos. En el mes de febrero de 1907 hasta ese lugar llegó, para investigar cómo les iba, un reportero de The Cuba Review and Bulletin. No firmó su crónica, publicada en la edición del mes de abril. Es un texto breve, pero informa detalles interesantes acerca de la vida cotidiana y los nombres de quienes dejaron atrás el frío que paraliza, en busca de un clima mejor y opciones laborales más ventajosas.

Domadores de terrenos desolados

El periodista mira con asombro los cultivos de verduras, plátanos, fresas, piñas y naranjas, sembrados por los colonos en pequeñas fincas de 20 a 40 acres,  algunas con mayor extensión. Las cosechas son trasladadas en carretones, tirados por mulas. El paisaje está adornado por palmeras.

De acuerdo con otro reportero de la época, la empresa que vendió las parcelas, con sede en Prado, La Habana, y representada por R. H. Leeder, no jugó limpio:

“El terreno que cultivan es de mala calidad. Baste saber que por aquellos lugares sólo muestra sus ‘abanicos’ la triste palma cana. Parece que los colonos adquirieron fincas sin conocer las tierras adquiridas. A pesar de todo esto, los colonos están satisfechos y hacen buenas cosechas de naranjas, fresas y otros productos que exportan para los Estados Unidos y no sabemos si para otros lugares. Se cosecha mucho tomate, el cual es convertido en salsa y exportada esta”.1 

La cosecha no pinta bien, porque la sequía ha sido implacable en los primeros meses de 1907. Por suerte los agricultores enfrentan los caprichos de la naturaleza mediante pozos artesanales. 

La granja más grande pertenece a J. A. Gutzen. Comenzó a sembrar fresas en 1905; orgulloso muestra al viajero las 1000 plantas robustas, de la variedad Nuevo Oregón. El sabor de las frutas es exquisito, inició la cosecha en Navidad y piensa mantenerla hasta fines del mes de abril. Por un cuarto de galón le pagan 50 centavos. Lamenta no haber tenido la misma suerte con las papas que crecieron poco y así es imposible exportarlas.

C. Rounds, además de ser agricultor de cítricos, estableció una tienda mixta. D. Rondas comparte el trabajo en la tierra desde hace  dos años, con la cría de aves. Vende pollos, a un peso cada uno, a los habitantes de Itabo y de Cárdenas.

E. Peck se ha especializado en el cultivo de piñas, en su granja de 90 acres. Por el momento, comercializa en Cárdenas las producciones aunque, como casi todos, sueña con exportarlas a precios más elevados a Nueva York. 

Un informe fechado en esa ciudad norteamericana el 4 de abril, decía: “Más abundante ha sido este mes la existencia de papas cubanas que se cotizan generalmente a muy buenos precios. Las Bliss rojas se cotizaron de $6 a $7 el barril por las núm. I, y los huacales de la misma calidad de $2 a $2.25, mientras que las rosadas se vendieron a razón de $5 a $6 el barril, y de $1.75 a $2 el huacal, y las núm. 2 de $4 a $4.50 el barril. El aspecto de la plaza es muy favorable para las papas cubanas de buena calidad, las cuales suelen venderse a algo menos que las de Bermuda y un poco más que las procedentes de la Florida.

©Los colonos utilizaban mulas para diversas actividades / The Cuba Review

Regulares han sido los arribos de piñas de Cuba, y no habiendo Ilegado ninguna de esta fruta de otras procedencias, los precios se han mantenido firmes y altos, cotizándose de $2.50 a $4 el huacal, según el tamaño de la fruta, pues los tamaños 24 y 30 se venden por lo general de $3.50 a $4, y los menores de $2.50 a $3.25, rara vez menos cuando se trata de fruta en extremo pequeña y de inferior calidad. Los arribos habidos hasta el presente han resultado de muy buena calidad, y no habiendo otras existencias, los compradores no se fijan en pequeños defectos”.2 

Chas. H. Jones, en espera de que mejore el clima, siembra tomates y frijoles. El precio de los primeros es 5 centavos la lb. Cuando el viajero llega hasta la vivienda de Henry Taipales, llama su atención el verdor de los surcos plantados de papas y tomates. El secreto está en que el propietario mantuvo el regadío todo el tiempo necesario, trasladando el agua desde el pozo. Se queja de los altos impuestos que afectan el comercio con Estados Unidos y el periodista anota, en silencio. 

En la comarca abundan venados. Los granjeros, armados con escopetas y acompañados de sus perros adiestrados en la caza, van los domingos detrás de las codiciadas presas. A veces, los animales, confiados, llegan a las fincas en busca de alimentos.

John H. Green fabrica carbón, cría pollos y también tiene colmenas que le permiten ingresos extras al vender miel y cera. Quienes han llegado hace poco se sienten atraídos por la producción azucarera y serán los más beneficiados a largo plazo. El central Tinguaro, ubicado en Perico, comprado por el norteamericano Robert Bradley Hawley, en 1899, adquirirá todas las cañas que sean capaces de producir. Pronto verán cómo su vecino Jack Caldwell, propietario de la hacienda “San Ricardo”, dedicada al cultivo de la dulce gramínea y administrador de la fábrica, acrecentará su riqueza. 

Jack nació en Inglaterra y fue teniente coronel del Ejército Libertador durante la última guerra independentista y electo alcalde en 1900.

Por la cercanía del puerto de Cárdenas estos colonos se sienten motivados, a pesar de los rigores del clima y de lo difícil que es siempre comenzar en cero. A partir del mes de agosto de 1907 podrán recibir y enviar giros postales en la Oficina de Correos de Itabo.3

El hecho de que sus paisanos asentados en Herradura, Pinar del Río ya están comerciando verduras en Estados Unidos les demuestra que no es una quimera sus propósitos. 

R. H. Leeder confiesa al cronista de The Cuba Review and Bulletin que lamentablemente los colonos,  disponen de escasos capitales, por esta causa el progreso es más lento.

Para educar a los hijos construyeron una escuela, allí impartía clases, de septiembre a julio,  la profesora estadounidense Ella Tallmadge, contratada por la Compañía. 

El periodista regresa a la ciudad. Resuena todavía en sus oídos el bullicio de los niños. Luego seguirá atento a las noticias de Itabo, donde Rodríguez, corresponsal del Diario de la Marina escribe con optimismo en noviembre: “Los campos por esta comarca  a pesar de la escasez de lluvias se presentan superiores tanto en las cañas como en los frutos menores y los potreros están en inmejorables condiciones como se comprueba por el buen estado de los animales”.4

©Colonia de Itabo / The Cuba Review

Las últimas noticias

Entre los colonos norteamericanos asentados en San Juan se hallaba Albert Hepper, quien en 1912 denunció la presencia de un grupo de alzados en su propiedad, durante el levantamiento armado del Partido de los Independientes de Color. En Itabo también tenía su finca, en la década de 1910, William Roud. De acuerdo con una nota periodística, era un hombre ciego, a quien ayudaba una hija cuando necesitaba viajar a Estados Unidos. 

Con el tiempo fueron consolidándose las plantaciones cañeras. Era ventajoso invertir en esta rama, pues como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, el azúcar alcanzó elevados precios en los mercados internacionales. En Itabo también se cultivaba tabaco y henequén, pero desconocemos si algunos norteamericanos se dedicaron a esas siembras.

C.E. Peck, quien fue  vicepresidente de la  Sociedad Nacional de Horticultura de Cuba, en 1918 decidió vender su finca de siete caballerías y media de extensión. Su modelo productivo nos ilustra cómo se adaptaron a los nuevos tiempos. Una parte de la propiedad estaba dedicada a la caña de azúcar. Tenía, además, 100 matas de cocos, mil matas de naranjos y potreros para la cría de ganado.5 En ese mismo año, la compañía Cuban and American ofertaba una finca en Itabo de 135 caballerías, “terreno del mejor para caña y magníficas aguadas (…)6.” 

Hemos hallado las últimas referencias en una obra del viajero e historiador ítalo-mexicano Adolfo Dollero, publicada en 1919: “Según datos oficiales la Colonia de los Estados Unidos en la Provincia de Matanzas, está representada por unos 50 individuos. Sin embargo, de mis informes su número resulta algo mayor”.7 

Dollero dice que los habitantes de San Juan eran finlandeses. Tal vez, igual sucedió en otras colonias norteamericanas llegaron, como segundo lugar de emigración, algunos europeos entre aquellos pioneros: “Cerca de Itabo hay también una Colonia de Finlandeses que hoy en su mayor parte son ciudadanos cubanos”.8

Ha transcurrido más de un siglo. Leo en la prensa que en Itabo existe una finca llamada Chicago, quizás sea el último vestigio de aquel pasado, cuando familias estadounidenses transformaron, a golpe de esfuerzo y voluntad férrea, parajes solitarios, convirtiéndolos en comarcas productivas, desde donde exportaban cosechas y contribuían al mercado matancero.


Notas:

Diario de la Marina, 7 de diciembre de 1907, pág. 7.

The Cuba Review and Bulletin, abril de 1907, pág. 25.

Diario de la Marina, 9 de agosto de 1907, pág. 4.

Diario de la Marina, 12 de noviembre de 1907, pág. 3.

Diario de la Marina, 26 de julio de 1918, pág. 14.

Diario de la Marina, 19 de noviembre de 1918, pág. 14.

7 Adolfo Dollero: Cultura cubana. La provincia de Matanzas y su evolución, Imprenta Seoane y Fernández, La Habana, 1919, pág. 404.

8 Ídem, pág. 383.

Publicación original en ‘OnCuba’