Antonio Correa Iglesias: Jeine Roque el instante, les petites créatures [Prólogo]

Artes visuales | 7 de julio de 2023
©Portada del libro en CdeCuba

Si mi ser sólo toma conciencia de sí en el instante presente,

                                                                             ¿cómo no ver que ese instante es el único terreno

                                                                                                en que se pone a prueba la realidad?

                                                                                                              “La intuición del instante”

                                                                                                                               Gastón Bachelard

I

Conocí a Jeine Roque en abril, 2020 cuando todo comenzaba. En tan oscuras circunstancias, encontrarme con su obra fue un descubrimiento.

Aún en abril de 2020, no teníamos claro las proporciones universales de esta pandemia; nadie imaginaba que se iba a extender más allá de veinte mil leguas de un viaje nada submarino, que duraría y nos condicionaría a más que cien años de soledad y que sus implicaciones cambiaría el mapa del mundo como lo cambió la peste negra en la Europa continental del siglo XIV. Sin embargo, y como todo en la vida, también prevaleció el amor no ya en los tiempos del cólera, pero si en los del coronavirus. Como la Europa del siglo XIV después de la peste negra dio paso al Renacimiento, el mundo post-covid, dará paso a algo que, aun no sabemos cómo llamarlo, pero que será, nuestra nueva normatividad.

Durante este tiempo la creatividad ha sido puesta a prueba en muy extrañas condiciones. La quaranta giorni ha servido para algunos, no digo que, para todos, -hay muchos que solo han hecho TikTok- como ejercicio intelectivo; hemos comenzado a mirar hacia adentro para en esa búsqueda interior reflexionar sobre el sentido de la fragilidad de la existencia humana, ha sido, como bien acotara Gianna Pomata, “an accelerator of mental renewal” (1).

En circunstancias de enclaustramiento, de retiro forzado, de “desintegración” de la relacionalidad social muchas veces descrito como premonición en la literatura, descubrí la obra de Jeine Roque. Y descubrirla fue también rememorar textos que ponían en perspectiva lo que estaba sucediendo. ¿Qué es sino el terrible sueño que acosa a Rodio Romanovich Raskolnikov el héroe de Fyodor Dostoyevsky al final de “Crimen y castigo” sino una premonición de nuestra contemporaneidad? “Había soñado que el mundo entero estaba condenado a ser víctima de una pestilencia terrible, aún desconocida e invisible, que se extendía a Europa desde las profundidades de Asia. Todos iban a perecer, excepto algunos, muy pocos, los elegidos. Habían aparecido unas nuevas triquinas, criaturas microscópicas que se alojaban en los cuerpos de los hombres. Pero estas criaturas eran espíritus, dotados de razón y voluntad…” (2).

II

La obra figurativa de Jeine Roque evidencia una conciencia del presente no solo en sus dimensiones y conflictividades sino de su morfología ecléctica y caótica. En ella todo emerge no siempre de forma subrepticia para dar cuenta de un instante evanescente. Este elemento introduce una dramaturgia, una teatralidad que funcionan acaso como premonición, como artilugio de un sueño o deseo. Todo es primordial y por tanto efímero como el tiempo del Timeo. Solo la reminiscencia de ese instante encapsulado perdura, como el aire de París en el ámpula de vidrio. Lo que importa, cuando más es el instante que se eterniza en la memoria, en lo sensorial; su obra es el banquete de Lezama a diferencia del de Platón, es la fiesta innombrable, es la bacanal de Dionisio.

Sus dibujos, como su pintura han experimentado en sus últimas series una reducción cromática que viene a reforzar ese carácter dramático. Una obra que en oportunidades puede ser consumida como cartel, grabado, viñeta pues, en el manejo de las tintas y los rotuladores, Jeine Roque tiene la agudeza de estilo del serígrafo y el escriba taoísta.

Jeine vive obsesionado con el manejo del tiempo, por eso su obra más reciente son notas a pie de página de esa indagación decisiva. El instante que intenta encapsular está hecho de muchos instantes. Quizás en esa búsqueda de la duración que tanto obsesionaba también a Henry Bergson, la obra de Roque debe ser consumida -porque no- como una suerte de fenaquistiscopio (3), ese ingenio maravilloso que en 1829 inventara Plateau (4). Quizás su obra deba consumirse de esa forma circular, casi pitagórica, no como panóptico, pero si desde la perspectiva de un observador que, en la experiencia íntima de esta conjunción de instantes, disuelve la linealidad del tiempo.

No es fortuito que esta búsqueda del instante en la obra de Jeine Roque venga a reforzar una voluntad que, en su caso, es la base de su originalidad. En esta exploración simbólica, aparecen sus criaturas, sus personajes, su carácter expresionista, una voluntad narrativa que es casi literaria, donde la sintaxis iconográfica rompe la artificialidad lineal dando paso a la noción del acontecer en una temporalidad, efímera por naturaleza.

El simbolismo en la obra de Roque da cuenta de una intencionalidad que desestima toda materialidad, más allá de la experiencia. Mientras su figuración funciona como “núcleos de acción” donde el carácter ontológico en la búsqueda de la identidad se halla dilatado en las formas de una visualidad contrastante; el carácter del assembler como vehículo -muchas veces- en la construcción de la imagen da cuenta de unos sujetos que, en su identidad pictórica no son entidades per se, en todo caso, se componen desde elementos intercambiables donde lo ecléctico y la intuición ¿metafísica? genera una visualidad, como unidad fecunda.

Jeine Roque a sus treinta y seis años es un pintor incansable, la imagen lo devora, lo consume, y lo hace renacer. Su pintura es un ejercicio, un exorcismo, una limpieza, un resguardo, pero también es un ademán de irreverencia, de subversión, es la voluntad de intimidación simbólica ante una inconsistencia trepidante que se somatiza en los otros. Nada lo detiene, su obra desborda el encuadre como licuándose, como si tuviera vida propia expresada en una continuidad que se prolonga en la voluntad y el destino que no es otras cosas, -como bien subrayara Jorge Mañach- que una expresión de una formación progresiva.

Citas y notas:

(1) “Crossroads” Annals of history. By Lawrence Wright, The New Yorker, July 20, 2020.

(2) Aquellos que los recibieron en sí mismos inmediatamente se volvieron posesos y locos. Pero nunca, nunca la gente se había considerado tan inteligente e inquebrantable en la verdad como estos infectados. Nunca habían pensado más inquebrantables sus juicios, sus conclusiones científicas, sus convicciones y creencias morales. Asentamientos enteros, ciudades y naciones enteras se infectarían y se volverían locos. Todos se pusieron ansiosos y nadie entendió a nadie más; cada uno pensó que la verdad estaba contenida en él solo, y sufrió mirando a los demás, se golpeó el pecho, lloró y se retorció las manos. No sabían a quién ni cómo juzgar, no podían ponerse de acuerdo sobre qué considerar como malo, qué como bueno. No sabían a quién acusar, a quién reivindicar.

(3) Del griego “espectador ilusorio”.

(4) En 1829 inventa el fenaquistiscopio Plateau para demostrar su teoría de la persistencia retiniana y cuyo funcionamiento consiste en varios dibujos de un mismo objeto, en posiciones ligeramente diferentes, distribuidos por una placa circular lisa.

Prólogo a ‘El trapecista’, libro bilingüe de Jeine Roque en CdeCuba, 2021