François Vallée: Interviú a Hilda Vidal / Ha sido un accidente y pasará

Artes visuales | 30 de agosto de 2023
©Vidal, ‘La Ventana del Pasado que nos Asombraba’, 2014

Hilda Vidal nació en La Habana en agosto de 1941. Es una artista que siempre ha tenido inclinación por la pintura, si bien no la estudió en ninguna escuela o academia.

Al terminar el bachillerato, estudió las carreras de decoración de interiores y diseño de modas, en la American Academy, que tenía el método de Parson.

Durante la década de 1960 se dedicó al diseño de moda, en particular en el Liceo de La Habana donde trabajaba. En 1973 conoció al pintor, poeta y crítico de arte Manuel Vidal (uno de los artistas precursores del neoexpresionismo en Cuba en los años cincuenta, un artista con una obra cuya intensidad está asentada precisamente en su condición de rara, secreta, marginal y magistral), quien le dio durante varios años clases personales de pintura que cambiaron su vida.

Las pinturas de Hilda Vidal no narran anécdotas, escudriña en las esencias humanas con toda su complejidad. Sus recuerdos, introspecciones, lecturas y sueños devienen puntos cardinales para captar y develar nuevos enigmas y otorgarles una fuerza poética.

Su obra en general tiene un sentido intimista que es el reflejo de lo que es la artista. No le gusta explicar sus obras. Para ella, el verdadero arte es sugerente y solo se disfruta contemplándolo, no comprendiéndolo.

Las voces de la pintura son las voces del silencio. Toda pintura celebra el enigma de la visibilidad, cuya posibilidad debe referirse a la capacidad del ojo a contemplar el mundo y a restituir, por mediación de la mano, una huella de lo que lo emocionó.

La obra de Hilda Vidal es un museo del sueño. Su visión del arte como expresión primordial no es sino el intento de figurar lo infigurable. El poder de verdad de sus obras es el poder no de asemejarse al mundo, sino de hacerse mundo. Esto es, organizar el espacio de la tela como una apertura donde el mundo se percibe como una visibilidad eminente, con los elementos y el estilo que la pintora ha puesto al servicio de esta visibilidad para “dar a ver”, como diría Paul Éluard.

En este sentido, su pintura no constituye un lenguaje, sino una lengua que ella debe reinventar en cada obra.

A semejanza de los elementos figurados en los dibujos de los niños que, como significantes gráficos primordiales, pulsionales y elementales nos muestran nuestra implicación en el espacio-tiempo del mundo a través de narraciones muy condensadas, toda la obra de Hilda Vidal se introduce directamente en el corazón del misterio de nuestra encarnación.

Su pintura es un circuito poético de lo sensible, una vibración polifónica. Logra expresar la interiorización de lo visible. Es decir, la visualización de las fuerzas que formalmente determinan su morfología.

A fin de cuentas, lo único que le importa a Hilda Vidal es que lo interesante en el arte sea inversamente proporcional a lo que entendemos de él.

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