Miguel Montero: Psiconautas cubensis: breve repaso histórico y efectos del hongo alucinógeno cubano en un joven de Camagüey

DD.HH. | 31 de agosto de 2023
©La casa de las setas

Humberto, o Beto, vive en la ciudad de Camagüey, es arquitecto, toca en una banda de rock, y hace diez años que consume hongos alucinógenos. Los conoció gracias a un amigo argentino que por entonces estudiaba medicina en Cuba. Él se refiere a la amplia cultura del uso de drogas que existe en el resto de países latinoamericanos, a diferencia de Cuba, «un país de alcoholeros», dice. «Yo había probado la marihuana, y sí, no te voy a engañar, muchas pastillas y porquerías de esas que acaban con uno».

Cierto día, Silvio, el argentino, le habló de los hongos psilocibios. «De veras tu mente puede expandirse, de veras puedes “irte” de la realidad», le dijo, y luego, como buen médico, respaldó lo dicho con fundamentos científicos. Beto, pues, comenzó a informarse sobre el tema y, cuando estuvo al tanto de que el Psilocybe cubensis crecía «dondequiera» y que, de hecho, lo había visto miles de veces, salió a buscarlo.

Fueron a un potrero y encontraron una buena cantidad. «Tienes que ser cuidadoso», le dijo Silvio, «esto no es para tomarlo a la ligera». Pero Beto, «de loco», según sus palabras, se preparó una dosis demasiado alta y fue a tomarla solo. Naturalmente, tuvo un mal viaje, como se dice en jerga psiconauta. «Me fue muy mal. Tuve unas alucinaciones horribles y sentí pánico. Creo que hasta perdí el conocimiento».

Beto contó su experiencia a Silvio y este le explicó en detalle cómo se debía consumir. Porque los viajes psicodélicos hay que prepararlos meticulosamente. En inglés le llaman set and setting, e implica estar en un lugar cómodo, con amigos de confianza y la mente despejada, listo para abandonarse en cuerpo y espíritu a la experiencia.

Así que, desde ese momento, Beto y Silvio comenzaron a hacer viajes juntos. Fueron experiencias placenteras e introspectivas de enriquecimiento espiritual y, sobre todo, un proceso de aprendizaje que Beto extendió a algunos de sus allegados de confianza. Siempre advirtiendo que, aunque los hongos no hacen daño ni generan adicción, no debían subestimar sus efectos. Tampoco debían «socializar» su consumo más allá de un grupo íntimo. En lo sucesivo, ocurrió lo contrario:

El consumo de hongos se hizo «viral» en Camagüey, en particular entre los jóvenes rockeros. En ese tiempo de auge, yo traté de alejarme de aquellas personas que tomaban hongos en los parques y en las fiestas, o los recolectaban para venderlos o cambiarlos por marihuana o pastillas. Entonces me arrepentí de haber mostrado ese conocimiento. Hubo varios accidentes. Personas que agredieron a otras, se quitaron la ropa en lugares públicos, o destruyeron el interior de una casa dándole golpes a todo lo que se encontraban. Hubo incluso detenidos por la policía. Son cosas que suceden cuando se desconoce el mundo de los psicodélicos, que es vasto y enriquecedor. El objetivo que se persigue no es divertirse sino aprender, descubrir tu interior, limpiar tu alma. El viaje es muy fuerte y, si no entiendes lo que está pasando o no tienes la compañía adecuada, puede ser horrible y hasta peligroso; porque el hongo no te hace daño, pero sí podrías hacértelo tú mismo bajo sus efectos. Los medios, obviamente, no difundieron el problema, pero en Camagüey hubo muchísima gente que terminó en el hospital por culpa del consumo irresponsable. En medio del pánico, la gente iba al hospital; por gusto, porque la sobredosis de psilocibina no es mortal ni nada por el estilo. Los efectos pasan con las horas. 

Después de aquello, dice Beto, la mayoría le cogió miedo a los hongos y su consumo dejó de tener esa popularidad. «Yo me alegro muchísimo. El contacto con la psilocibina debe ser respetuoso, disciplinado, y la mayoría no entiende eso». Sin embargo, pudiera decirse que, hasta cierto punto, en Camagüey ha sedimentado una cultura psicodélica que probablemente no existe en otras partes de Cuba. Es un territorio llano, ganadero, y hay potreros cerca de la ciudad. Beto, como otros, suele ir en cada temporada de lluvias junto a un grupo de amigos; recogen sus hongos y se van a consumirlos juntos a una casa.

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