Desiderio Borroto Jr.: Arte en la carretera: una experiencia de la década de los ochenta
Revisando algunos currículums de artistas que protagonizaron en el mismo medio de la década de los años ochenta, en Cuba, el proyecto que se llamó Arte en la Carretera, aunque objetivamente se proyectó y realizó en el tramo inicial de la autopista nacional, también conocida popularmente como ocho vías, revisando esos currículums, decía, en ninguno aparece su participación en ese proyecto; sentí la sensación de que aquella muestra pública se quedaba entre renglones. A un lado, o peor, olvidada, cuando estuvieron colocadas las vallas-obras de arte viajé a La Habana con una cámara Miranda de 135 mm que me acababan de regalar, hice fotos a todas la vallas pero al llegar a la capital y sacar el rollo, este se había partido y se velaron las posibles fotos, de regreso no conseguí otro rollo para repetir las tomas fotográficas.
El Museo Nacional de Bellas Artes y el Ministerio de Cultura patrocinaron el entonces novedoso proyecto, el cual era convocado a partir de bocetos y del que se seleccionarían sólo diecinueve, que se convertirían en vallas de 6 X 3 metros para garantizar su visibilidad desde vehículos en marcha por la ocho vías. En la colocación de las vallas–obras de arte tendría mucho que ver el contenido y su relación con el entorno. A la convocatoria respondieron 49 artistas con casi el doble de propuestas. Finalmente el jurado seleccionó las que se llevarían al terreno para conformar una especia de galería extendida al aire libre.
Entre los proyectos seleccionados estuvieron artistas de varias generaciones y tendencias, nombres como Portocarrero, Ruperto Jay Matamoros, Martínez Pedro junto a Zaida del Río, Tomás Sánchez, Rafael Zarza o José Bedia. Todos integraron la nómina de ese proyecto inédito en el ámbito cubano y que puso por primera vez a las artes plásticas del país a un nivel jerárquico impensable, en franca competencia con la mensajería ideológica del sistema de vallas en Cuba, de marcado dominio en toda la etapa revolucionaria.
Algunas de las vallas–obras se ajustaron al entorno y así, por ejemplo, a la salida de La Habana se colocó la obra de René Portocarrero, la cual funcionaba como abrazo y despedida de la capital en su visión barroca de la misma. Rafael Zarza y José Bedia se ajustaron a sus enclaves, estableciendo una relación visual con las actividades productivas de la zona, interactuando no solo con los viajeros sino también con las comunidades del lugar donde fueron ubicadas.
Tomás Sánchez ajustado a su gusto por el paisaje, pintó un profundo pastizal, cargado, que luego fue colocado exactamente en un tramo de la ocho vías donde la hierba crecía –al menos en primavera de manera exuberante. Lo más seguro es que esta valla-obra haya sido de las que más estrictamente se apegara al entorno natural de su anclaje. Otros artistas en el momento de la realización de la valla-obra de arte esquivaron el boceto premiado y se afincaron en sus líneas propias; así ocurrió con Jay Matamoros, quien finalmente pintó un flamboyán que funcionaba como su marca personal, y Zaida del Río, que descuadriculó su boceto para debordarlo sobre sí mismo.
Arte en la carretera, esa experiencia del arte fuera del recinto galerístico que logró crear otro espacio de exhibición más democrático, fue languideciendo en la misma medida que el tiempo desdibujaba las obras y sus anclajes eran reutilizados para regresar a ellos otras vallas con mensajes cambiantes según el comportamiento de la situación sociopolítica del país o para que ejercieran su tradicional función de recordatorio público sobre el acontecer.
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