Fina García Marruz: Manuscrito sin fecha & Carta a María Zambrano sobre ‘Antígona’ [Presentación Jorge Luis Arcos]

Archivo | Autores | 1 de septiembre de 2023
©Fina García-Marruz en San Petersburgo, 1975

Este año Fina García-Marruz (La Habana, 1923-2022) habría cumplido 100 años. InCUBAdora quiere sumarse a su Jubiläum con este maravilloso dosier que comienza hoy con estos inéditos de Fina presentados (y casi traducidos) por Jorge Luis Arcos para nuestra plataforma.
Disfruten.

Alrededor del año 1986 entregué al Departamento de Literatura del Instituto de Literatura y Lingüística la copia mecanográfica de mi resultado de investigación del año, que consistía en un estudio del pensamiento poético de Fina García-Marruz. Este consistía en un análisis tanto de su poesía como del pensamiento de y sobre la poesía de sus versos y obra ensayística, donde se describían distintas manifestaciones de su poética personal. Antes, para una jornada de investigación del Instituto, había escrito una ponencia, “El tratamiento de lo cubano en la obra poética de Fina García-Marruz”[1], que para mi consternación y entonces ontológico miedo escénico escucharon en el público Cintio Vitier[2] y la autora. Escribí por entonces también “A propósito de las Poesías escogidas de Fina García Marruz” (que motivó otra interesante carta de la autora)[3]. También, para una jornada científica en la Universidad de Santiago de Cuba, había escrito un adelanto de mi estudio sobre su pensamiento, “Sobre el pensamiento poético de Fina García-Marruz”[4]. Todos estos textos tomaban en cuenta Las miradas perdidas, Visitaciones, y sus ensayos publicados. El estudio contaba de dos capítulos: 1. “Introducción a la obra poética de Fina García-Marruz”, donde se comentaba el “Contexto literario” y “La crítica ante su poesía”, y 2. “Sobre el pensamiento poético de Fina García Marruz”, donde se abordaban los siguientes tópicos: “Introducción: poética y pensamiento poético”, “La ontología religiosa o la trascendencia en la poesía”, “Lo Exterior”, “La Poesía”, “La encarnación”, “Lo simbólico, el misterio, la palabra mediadora”, “La distancia mágica”, “La entrevisión”, “El tiempo reminiscente” (“De la memoria”, “Del deseo”, “De la detención”), “La belleza o el conocimiento doloroso”, “La libertad y la obediencia”, y “La mirada integradora (a modo de conclusión)”. Como se explica en el Prefacio del libro posterior[5], todos estos textos fueron escritos entre 1984 y 1985.[6]

Pero cuando entregué la copia mecanográfica aludida al Instituto como resultado de mi trabajo de investigación para ser evaluada sucedió algo curioso: el investigador Salvador Arias, al leer el texto, dirigió una carta a la dirección del Instituto argumentando que el texto en cuestión no estaba escrito desde una visión marxista, y que detentaba algunos “problemas ideológicos”. Yo respondí a esa carta con un prolijo descargo, pero no fue suficiente. Se me dijo que debía reunirme individualmente con cada uno de los investigadores que militaban en el Comité de base del PCC, tanto del Departamento de Lingüística como del Departamento de Literatura, para escuchar sus recomendaciones. Recuerdo especialmente dos: la reunión con Enrique Ubieta y la que sostuve con Sergio Chaple, que en otra ocasión relataré. La incomodidad fundamental, como comprobé entonces, era muy precisa: un breve comentario crítico sobre el editorial inicial[7] de Gaceta del Caribe en 1944 (el cual, gracias a una oportuna precisión de Graziella Pogolotti en una publicación de la Biblioteca Nacional, había aclarado que, aunque se publicó como anónimo o como política general de la redacción de la revista, había sido escrito por Mirta Aguirre), donde se denostaba a todas las revistas anteriores a Orígenes. Entonces, una vez concluida esa suerte de corte de inquisición, yo retomé el comentario puntual inicial y lo amplifiqué mucho, sin ceder en mi argumentación crítica, y pedí una reunión con la dirección del Instituto: José Antonio Portuondo, director, y Cira Romero, subdirectora. Les leí entonces ese agregado (que es el que apareció posteriormente en el libro publicado). Escucharon, y tengo que reconocer que no intentaron rebatir mis argumentos, por lo que estos, finalmente, al menos tácitamente, fueron aprobados, o tolerados.

Tengo que reconocer que, al releer ahora esas argumentaciones mías escritas hace más de treinta años, como mismo, y para mi enorme sorpresa, todavía considero válidas en lo esencial (con las previsibles relaciones, etc., que entonces no era capaz de hacer) mis consideraciones sobre el pensamiento poético de FGM, las que desplegué en torno a Mirta Aguirre (añadido mediante), no del todo. Ahora las pienso de otra manera, mucho más radicalmente diferente a las que allí expuse. Pero creo que pueden releerse ahora como un síntoma de época: el dogmatismo marxista leninista, en su versión estalinista, copaba todo el contexto ideológico insular, y muy especialmente la política ideológica de la Academia de Ciencias de Cuba, al que estaba adscrito el Instituto. Acaso por ello no quise nunca releer esas páginas, porque en mi argumentación yo todavía me defiendo, hasta cierto punto, desde una concepción marxista clásica, aunque no la estalinista predominante entonces. Bueno, creo que de no ser así, hubiera podido ser expulsado del Instituto o padecer alguna sanción política. Creo que en esas argumentaciones hay una mezcla sincera de lo que yo alcanzaba a pensar entonces y de lo que utilicé como consciente estrategia de defensa: la contraposición entre la radicalidad positiva del movimiento 26 de Julio y la no tan radical ni positiva del Partido Socialista Popular con respecto a la Revolución cubana, que guía las consideraciones que hace Cintio Vitier en Ese sol del mundo moral, y que tomé muy en cuenta también para mi defensa. Recuerdo que Cintio me contó posteriormente que en una ocasión en que se encontró con Mirta Aguirre (quien se había opuesto a la publicación en Cuba de su libro mencionado luego de su aparición en México en 1975, prohibición que se dilató durante veinte años), esta le comentó: “¿Entonces nosotros somos los malos y ustedes los buenos?” En fin, he querido ser algo prolijo en este punto para no dejar en una simple alusión sobre Mirta Aguirre lo que dice Fina en la carta aquí publicada.

En el libro que preparo actualmente con todas las cartas que me envío Fina[8] abordaré otras cuestiones contiguas muy interesantes. Fue precisamente Mirta Aguirre, quien fungió como censora oficial hasta su muerte de la política editorial cubana, detentadora explícita de una suerte de realismo socialista insular, quien se opuso a la publicación del libro de Fina Hablar de la poesía[9], porque allí se incluía un ensayo sobre Sor Juana Inés de la Cruz, que difería cosmovisivamente del suyo, Del encausto a la sangre: Sor Juana Inés de la Cruz, premiado en México. A través de su amanuense y exalumno, Abel Prieto, entonces director de la Editorial Arte y Literatura, se le sugirió a Fina que excluyera ese ensayo, a lo que ella se negó con el costo de no poder publicar su libro, y de ahí la explicación también de la dilatada demora de su publicación. Habría que hacer una historia más larga: FGM había publicado en la revista Orígenes una extensa (y deslumbrante) reseña (un ensayo en realidad) sobre el libro de Aguirre, Un hombre a través de una época. Miguel de Cervantes Saavedra[10], donde se opone radical y, a mi parecer, contundentemente, a muchas de las apreciaciones de la enfática crítica estalinista. Hoy día esas ideas de Aguirre dan incluso risa, pero recuérdese que en aquella época republicana la poetisa marxista había escrito un poema donde decía, parafraseando a Emil Ludwig, que “en sus bellas manos tranquilas” (¡las de Stalin!) pondría sin vacilar con confianza a sus hijos…[11] Sin comentarios.

No puedo dejar de anotar, al menos, otra anécdota: cuando Vitier leyó en 1995 por la televisión cubana su texto sobre José Martí[12] , lo que marcó su definitiva[13] inserción como representante ideológico activo de la nueva política cultural “nacionalista” de la Revolución, luego de la desaparición del campo socialista y de la URSS, el entonces Presidente de la UNEAC, Abel Prieto, los visitó jubilosamente en su casa y Cintio nos contó a Enrique Saínz y a mí que en esa ocasión Fina no dejó pasar la ocasión para recordarle su censura tácita de su ensayo sobre Sor Juana, a lo que el gracioso y previsible y camaleónico personaje contestó: “Esas fueron mariconerías mías”.

Debo agregar que tanto la carta de Salvador Arias como la mía en respuesta a la suya, las he perdido o extraviado temporalmente; debo acaso conservarlas en algún soporte digital antiguo. Trataré de recuperarlas. Deben estar archivadas en el Instituto de Literatura y Lingüística. Lo mismo me ha sucedido con una copia que me entregó Fina de una extensa carta suya y de Cintio a José Antonio Portuondo (aunque esta debe acaso conservarse en la papelería de Fina en Cuba, y presumiblemente en los archivos del Instituto), donde le agradecían con muchas interesantes consideraciones su actitud final (y otras inherentes a otros contenidos del libro mío, donde también se polemiza con una calificación del propio Portuondo, cuando califica a los origenistas como “formalistas”, en su “escolar” Bosquejo histórico de las letras cubanas).

Podrían hacerse otras consideraciones, por ejemplo: precisar que la censora de tanto escritor cubano importante en el Diccionario de literatura cubana fue Mirta Aguirre, y no Portuondo, pero esto mejor que quede para mi libro en preparación. Adelanto esta aclaración porque, como ya comentaré en esa ocasión ulterior, no había en algunos aspectos muy importantes, una absoluta sintonía entre ambos.

Finalmente, gracias a Ricardo Hernández Otero, entonces director del Departamento de Literatura del Instituto, el libro, adjuntándole como tercer capítulo mi texto anterior sobre la poética de lo cubano, ya mencionado, fue enviado por dicha institución al Premio de Ensayo “Enrique José Varona”, de la UNEAC, y, ¡oh, albricias!, obtuvo para mi sorpresa el Premio de ensayo. Eso debió contener un poco, aunque enfatizo, solo un poco, los resquemores “ideológicos” para conmigo, que no cesaron hasta que en 1992 decidí renunciar al Instituto. También, por esas paradojas del complejo relato de la Historia, posteriormente el libro fue reconocido como un resultado relevante de la Academia de Ciencias de Cuba. Los tiempos, como se sabe, estaban relativa aunque muy complejamente también cambiando, y comenzaba a ocurrir, entre otras cosas, el llamado renacimiento de Orígenes… Pero esto es otra historia. Cuando se publicó finalmente el libro por la UNEAC (que editó José Rodríguez Feo, por cierto), Fina me escribió otra extensa carta que ya daré a conocer, y otras más con posterioridad, por ejemplo, cuando publiqué mi antología cubana de su poesía[14], o, muy especialmente, otra, cuando publiqué una nueva antología de su poesía por el Fondo de Cultura Económica en 2002[15], esta consultada con ella y más extensa que la anterior, precedido por un ensayo mío que Fina consideró mucho tiempo después en una carta generosamente como lo mejor que se había escrito sobre su poesía, así como otras más personales sobre mi poesía (que no puedo evitar que me avergüencen un poco) y otros temas más interesantes, incluso después de haber abandonado Cuba en 2004 y radicarme en Madrid, las cuales daré a conocer en el libro en preparación aludido al inicio de esta nota, donde también comentaré, hasta donde mi memoria lo permita, otras cosas que deben formar parte del archivo de la memoria insular.

El otro texto que doy a conocer, su carta (ensayo) a María Zambrano sobre su libro La tumba de Antígona, lo entregué hace años a los archivos de la Fundación María Zambrano. La carta, en copia manuscrita, que Fina me entregó personalmente cuando estaba preparando la edición de La Cuba secreta y otros ensayos[16], para si podía incluirla allí (algo que no hice entonces ni tampoco cuando publiqué Islas[17]) ha permanecido, hasta donde yo puedo conocer, inédita, y creo que por su enorme importancia, debe ser disfrutada en el año de su centenario, como uno de los ensayos más espléndidos motivados por la obra teatral de la sibila de Málaga sobre la versión mítica de Sófocles, acaso la obra de este autor con más versiones teatrales hasta la fecha. Creo que con esta carta el género epistolar universal alcanza con este tema específico una altura difícil de igualar, a la vez que nos permite adentrarnos en los meandros exquisitos del pensamiento poético de Fina García-Marruz.

Jorge Luis Arcos

Texto manuscrito sin fecha entregado por Fina García-Marruz a JLA[18]

1. En El pens.[19] poético. [“imaginación del sentimiento” (Cintio[20]) / “naturaleza simbólica de la realidad”[21] / (Lo de Martí que citas –que en efecto, tiene que ver con esto. “Todo lo real es simbólico”[22]). Pero también Martí da a la imaginación la función no de inventar sino de confirmar[23] los datos de lo real. En este sentido los dos juicios no se oponen, sino se complementan.

2. Me parece que ejemplifica muy bien toda tu tesis sobre lo “exterior” la glosa que haces a “las ganas de salir”[24] –(Muy bello lo del zureo[25]). Has visto una coherencia –en que yo misma no había reparado– entre ese olvidado trabajo de Orígenes[26]–tan “adolescentario”– y toda mi poesía posterior. (Me ha sorprendido eso).

3. El término “angélico” ya no me gusta, aunque pueda haberlo usado en los [¿dos?] trabajos. –Me parece menos adecuado que el [¿mismo?] de trascendente –que se acerca sin duda más– Tú usas los dos –claro que por mi culpa– pero creo que lo “angélico” es otra jerarquía quizás más alta –Solo en un sentido–: no es lo humanado del espíritu, sino lo que permanece –y pertenece a otro reino intocado. El ángel sólo como “visitación” –en este sentido sí– pero no como categoría en sí misma (Claro que tú te refieres a su carácter mediador, también de límite que es a su vez apertura a una realidad que [es] en esencia trascendente). Pero el término “angélico” me parece que “tira” más al otro extremo, aunque medie entre los dos, como si pudiera prescindir de la materia a la que visita.

4. Algo parecido me pasa ahora (tu[s] glosas [a] las Miradas) con el adjetivo mágico. Prefiero misterioso (porque ahí va entrando lo cotidiano) que “mágico”. (El poemita –ya de Visitaciones— que citas[27] lo explicita bastante –En otra parte los identificas [lo que me parece culpa (…)]

(Quizás lo que no me gusta es que el término puede tener alguna incidencia con el “realismo mágico”, el surrealismo, etc.). Con el otro término no existe el peligro.

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Sin embargo creo que en tu trabajo se discierne la diferencia con una primera acepción de lo “mágico” como manifestación de la naturaleza al servicio del hombre, como estadio pre-científico (más que pre-poético) que vía del mago que hace llover en la tribu hasta el que cambia un pañuelo por un conejo dentro de una chistera. Esa magia me parece que hace la operación inversa de la poesía y no tiene que ver nada con ella (ni siquiera simbólicamente), porque es en el fondo causalista, aunque se salte etapas, o sea lo contrario del toque de misterio en una cotidianeidad que se ilumina, no se modifica ni tiende a sustituirse. Magia en el sentido de hechizo, sí, magia como encantamiento, que es el sentido que también tiene en “las mágicas distancias” de nuestra querida Cleva [Solís].

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Una pregunta ¿Crees tú que sea característica solo de una poesía religiosa esa apertura a lo desconocido? ¿No la tiene toda poesía? No como tema, claro, ni con necesarias repercusiones en la forma. Pero aun cuando ello no forme parte del pensamiento poético del autor, o de su distinta ideología, ¿la poesía no es siempre un más, una sobreabundancia? (En otra parte del trabajo tú mismo hablas de la “fidelidad a la vida” y la entrevisión de lo eterno en lo fugaz como el sentido de “la verdadera poesía”). Me refiero a la distinción que haces entre dos operaciones distintas: una de apertura a lo desconocido y otra de “vuelta” a lo real en el poeta no creyente. No veo clara la distinción –no en el poeta, claro, sino en el poema mismo.

&

1. En el recorrido crítico –justo lo de Oraá[28]— lectura rara, delicada –de poesía. No llega sin embargo a una conceptualización.

2. Lo de Cintio[29] –Razones de su crítica. No se le escapó la función del “desaliño formal” que –de todos modos– ha servido de punto de partida a otros críticos –la muy generosa de Eliseo[30]— Quiso hacerme algún reparo[31] –los otros todos lo tenían– y una especie de pudor le vedaba explicar su sentido. Que tú lo hayas precisado lo alegra. No sólo comparte tu juicio, sino, quizás, quiso motivarlo. Por otra parte –con independencia de su valoración positiva o negativa– ese “deslavazamiento” es real y un juicio de todos modos válido[32].

3. Desencuentros de Mirta[33]. Incomprensiones de la Gaceta[34]. Bastedades de López Segrera[35]. Despiste de Portuondo[36] –ya desde su juicio sobre Casal[37]. La denominación aproximativa (bastante) de Roberto[38]. Bonito lo que dices del trabajo de la Carrió[39]: “fulgurante nivel de síntesis” –el tuyo de análisis– por lo de “la verdad por la belleza” –Ojalá pueda merecerlo.

[Aquí hace un llamado “(1)” donde intercala un extenso comentario]

(1) Tu juicio –no por halagarte– me parece lo más completo y esclarecedor que hasta ahora se ha hecho. Tiene verdaderas elucidaciones críticas que no creo puedan fácilmente obviarse en cualquier otro estudio que se haga, no sólo de mi poesía, sino sobre la 2da. promoción de Orígenes. Es un trabajo especialmente delicado en su receptividad –condición que –junto a la ejemplar moderación crítica– no suele coincidir –aunque en tu caso coincide– con lo que llamamos un trabajo brillante. (Para nosotros[40], desde luego, es algo más –un raro acercamiento –ha habido pocos– que por lo mismo conmueve y extraña). Creo que nos has leído como nosotros a su vez hemos leído a los poetas que amamos. Y ese “intelecto de amor”[41] es la única crítica que nos interesa (la única, además, capaz de ser realmente objetiva). Especialmente me ha parecido acierto principalísimo de ella las relaciones –tan lucidamente por ti vistas– entre la libertad y la obediencia a una forma que se abre. Cintio cree también que es el acierto crítico mayor de tu trabajo (rectificaciones a lo del neo-clasicismo de Henríquez Ureña)[42].

3. Lo del “desdén por todo dualismo”. Me parece raro que no lo hayas relacionado con la ley de relación de Martí y su “instante raro”[43] (de su crítica a Casal) ya que tiene mucho que ver con el “fiel instante”[44] del soneto que citas de las Miradas –aunque hasta ahora no había reparado en esa relación–. Aunque Martí dijo en su crítica a Darwin “la vida es doble”, porque vio, desde la raíz unitiva, la relación materia y espíritu, o sea vio en esa relación la ley misma de la vida. Su “ley de relación” en ese sentido se corresponde con el sentido cristiano de la encarnación. Que hayas centrado en ese punto –nexo entre lo visible y lo invisible, lo cercano y lo distante– tu trabajo, me parece uno de sus principales aciertos.

[Fina García-Marruz]

Carta a María Zambrano sobre Antígona

Mayo y 1983

María, le escribo todavía sobrecogida por su Antígona [45]. ¿Cómo ha podido Ud. María decir, como solo puede hacerlo la música, lo que el silencio dice o la luz calla? Leyéndola, me parecía que los ojos no resbalaban sobre letras sino se adentraban como lámparas por esos adentros del alma a que no pueden llegar las palabras. Porque la poesía, la música, lo logran, en algunos instantes, pero la razón no puede, no nos revela eso que a un tiempo mismo nos ilumina y se nos escapa, porque ella quiere justamente que la verdad no se le escape, que quede ahí toda a la vista, que se reduzca a ser conocida, que es como querer oír en la jaula lo que el pájaro solo canta en la soledad del bosque. ¿Cómo puede usted acercarse al misterio de la relación con la hermana, el Padre, la Madre, la guerra civil entre hermanos, con el Poder, con el esposo imposible, con la nodriza, y finalmente con los dos desconocidos, cuya relación es la única que no se nos queda del todo aclarada, que pueda acercarse a esa zona de misterio y que ella no solo no se le escape, sino aún le confíe el modo como se oculta y reaparece, de modo que puede quedar apresada sin perder por eso su costumbre de irse más allá? Porque es como si la luz, al encenderse en una estancia a oscuras, permitiese ver la oscuridad, no la luz sino las tinieblas alumbradas, o sea dando a luz la vida, todo ese doloroso misterio que el amor conoce, porque lo penetra, pero que a la razón se le escapa? Recuerdo que de joven leí una frase de Ortega que no se me ha olvidado nunca, porque me parece la definición misma del filósofo: “Yo no vivo: creo vivir”. Era “El Espectador” por esencia. Pero aquí es como si fuera la vida la que viese, como si se hubiera invertido la posición del pensamiento. Ello creo que puede explicar su acercamiento a la Poesía y a la Mística, a todas las formas de saber no racional, tanto más enigmática para nosotros precisamente porque lo hacía a partir del amor al conocimiento, o sea desde la Filosofía, cuando su medio de expresión, y su voz misma, parecían estar siempre tan cerca del misterio. No nos extraña por eso la sagacidad y sutileza de su acercamiento a figuras como la Nina de Galdós o la Diotima de Sócrates, a esas oscuras mujeres sabedoras del amor que se oculta, como su Antígona. Su Nina –pues es más suya que de Galdós, que creó un personaje tan inadvertido que quedó inadvertido para el novelista mismo, lo que después de todo es bien consecuente con la naturaleza de los dos–. Ud. solo la ha reconocido, como si la hubiera Ud. también criado de niña, como Ana a su Antígona. Encuentro rasgos comunes entre esta “oscura[46] mujer”, Diotima, y esta Sirviente de la vida, incluso superior a aquel Joseph Knecht de Herman Hesse que se autodefinía como “el Servidor”, pues en Nina no hay siquiera esa conciencia de servir, que suele restar ya alguna pureza a aquella transparencia que parece en realidad constituirla.

Del mismo modo, me llama la atención que Ud. parezca haber, también aquí, comprendido mejor que el mismo Sófocles la naturaleza de su criatura y que rectifique el error de que puede morir, y menos por su propia mano, aquella cuya esencia es permanecer siempre despierta como tal conciencia, y única viva entre los vivos y los muertos. ¿Será que ese error humaniza a Antígona, que no quiere quedar a solas con el espanto de la más larga y atroz de la muerte, y sea en ella no digno de suicidio sino de vida?  Pues parece como si por ahí escapase un poco de la tragedia y como si afirmase con ello la única libertad que le fuera posible, y hasta algo de venganza que hay en todo suicida, algo de impedir que el arrepentido lave un poco su culpa, ya que pesar sobre el culpable es uno de los principales oficios que tiene la conciencia. Y parece como si se resistiese un poco a quedar como arquetipo de “la conciencia-enterrada viva” con ese gesto que la hace descender de su “topos urano” y humanizarse al punto de no prolongar su sufrimiento más allá de lo debido a los dioses. Por lo menos es así como me explico que Ud., que rectifica tan bella y sostenidamente ese imposible “suicidio” que no puede realizarse, llame a ese error “inevitable”, ya que un error es, por definición, aquello no necesario, que debió ser evitado. Su Antígona es más consecuente con su esencia, y la de Sófocles me parece que la hace, por un momento, existir, o sea elegir, con mayor riesgo de error. Sí, es asombroso, pero la suya es más griega, es Antígona. Las palabras que pone en su boca, parece que no las escribió nadie, que son las que está diciendo siempre. Es una obra tan excepcional como natural, no parece escrita, como los propios textos o torsos griegos, que parece siempre que se oyen o se ven junto a grandes espacios naturales, como junto al mar.

No voy a decirle los pasajes que más me asombran de su obra: son muchos, y harían esta carta interminable. Me parece que hay mucho de autobiográfico en esta obra, lo que hace algunos pasajes, como los de la guerra civil, el mismo misterio de la relación de las hermanas, algo que atraviesa[47] un poco la obra, la vuelve muy entrañable. La hemos reconocido y nos hemos reconocido un poco, en esa especie de espera inexplicable[48] que nos hizo desconfiar siempre un poco de la historia visible, por amor a la otra, la que tenía que ver con la vida, ese querer encontrar la razón –o sinrazón– de tanta sangre derramada y querer que “la historia dejara vivir la vida”. Ya no creemos tanto en que baste velar o padecer con el hermano más desdichado, y nos parece que la conciencia no solo lo cuestiona todo sino que todo cuestiona a la conciencia, “la voz de la conciencia”, “el ojo de la conciencia”, su encierro dentro de sí. Me parece significativo ese pasaje en que Diotima se extraña de sus manos. Porque se trata de un Amor que padece, que se apiada del hermano muerto, que muere y se auto-destierra por piedad, pero que no lo acompaña en su lucha, como no acompaña al esposo, que viene a pedir “su parte”, cuando ella experimenta la integridad del ser no dividido, antes de la historia o después de ella. Y Hemón es el hombre, que la quería “a ella, a aquella muchacha”, y Polinices es el hermano que le dice por qué no tiene respuestas para él ni lo acompaña, y a Ismene se le deja la vida, y el Poder queda librado a su ignorancia, y ella “limpia, limpia” como fuente, sin que parezca oír el desgarrador “Acompáñame, hija” del Padre, que no pide ya que sea su lazarillo, sus ojos, porque el “acompáñame” lo dice solo la mano mendicante[49] Y de los reproches que en esta obra se le hacen a Antígona es el más insidioso el de la Harpía, porque es una media-verdad, cuando le dice que ella obró por piedad sino por Amor, cuando ella sabe que sin una madre y otra hija. Insidioso, porque de veras son distintas, aunque se identifiquen. La piedad consuela y el amor hiere. La piedad cubre todo con su manto, y el amor anda desnudo. No es angélico sino arcangélico. No solo anuncia sino guerrea, lleva espada. Separa al padre del hijo y el hermano de la hermana. La piedad deja todo como está, aunque quiera cubrir el sufrimiento con su propia sangre. Pero está al lado de los vencidos, de las víctimas. Y el Amor dice que la Hora es llegada, la de liberar a los oprimidos. El Niño-Amor de Anacreonte[50] no se apiada del anciano, lo hiere con su aljaba, porque es su elegido. [¡]“Alégrate, oh huésped, porque has padecido con amor”! El Amor elige. [Es] travieso, no se complace en las víctimas sino las redime, pero atravesando con su arco y no solo siendo atravesado, como el anciano, su elegido.

La Harpía ha pinchado a Antígona como una víbora, recordándole que ha hecho, que ha podido hacer una separación que ella no ha hecho en absoluto, pero que puede ser su verdadera tentación, como pasa con las tentaciones de Cristo, a quien no se le podía tratar con el mal, pero sí con un bien provisorio, con un intercambio riesgoso. El Amor no tiene un solo oficio, no es solo el atravesado, el herido por el Amor, sino el que hiere, el que atraviesa con su flecha. Su Antígona también recibe este reproche del Padre, le dice que es “cruel”, sin serlo, pero no deja de ser cierto que aquel en que la verdad de la palabra o el acto o el Amor residen, traza una terrible línea divisoria en que ya no se puede ser inocente, ni solo víctima. El amor no […] deja nada como estaba antes, marca una obligación de optar que hace hasta del no-optar ya una elección, pone una marca de fuego sobre el corazón. La Piedad es su Hija, cura las heridas que él abre, pero no su sustituta. Esa sería su tentación. De ahí la insidia de la Harpía. Pero me he puesto con Ud. “más parlera que una corneja” como decía Anacreonte.

Es muy iluminador lo que Ud. nos dice que “toda vida es un centro que emana”, y no lo habría sin el palpitar de ese centro, que es como “la fuente que mana y corre” de San Juan, aunque es de noche. Y la historia (que es como otra noche) puede vencerse, en favor de la vida verdadera, al modo del místico (retrotrayéndose hacia su fuente) o del héroe, buscando, a través de la historia y sin saltársela, el lugar “do tiene su manida”. Para lo cual tiene que encarnarse en un protagonista, en un agonista que la acompaña, entrar en la novelería de los otros, no porque él quiera convertirse en personaje, sino porque está rodeado de ellos, y tiene que, a pura lanza y riesgo de ridículo, quitarles el disfraz. La misericordia de Nina, como la piedad de Antígona, ¿no mantienen un vínculo (usted misma insinúa “complicidad”, aunque rectifique enseguida y haga justicia a su diferencia) por lo menos un vínculo irrompible “entre el que devora y el que es devorado”? Al volverse “centro”, “arquetipo”, “estirpe” del puro manar sin fin, de la entrega, de lo que no se hace a sí mismo sujeto, personaje, como no lo hace el agua ¿no deja desvalida la misma realidad de que forma parte, que denuncia o trasciende con esa misma entrega? No queda a solas en ese centro vivo, ese palpitar del corazón que las hace semejante a la fuente de que toda vida dimana, “solos”, sin establecer un pasadizo que no deje para después, para la otra tierra prometida la patria en que uno –como dice usted de modo tan inolvidable– era el único lugar en que podíamos olvidarnos, ya sin culpa? Al ser ellas “como nadie, como nada”, cuenca del ojo, herida de la luz ¿no se constituye su servicio en un por sí, [“vuélvete, paloma”[51]] que las dejaría justificadas solo a ellas mismas, libres, solo a ellas mismas, dejando al otro enredado en sus batallas, enemistando la vida de la historia que ella tiene que protagonizar, agonizando como agoniza cada día con ella? Porque ese “tiempo propio” que la Vida quiere para sí y que la historia le arrebata como “Deidad terrible”, no necesitará, para justificarse de veras, que no le sea negado, no solo a la donante, sino a todos los demás seres desvalidos como ella misma, de las que ella forma parte “y no solo centro”. Usted pone el dedo en la llaga de un dilema real: aquel que hay entre la Vida que engendra y la Historia que devora, entre el tiempo de la fuente y el de la batalla. ¿Será ella necesaria para que el “tiempo propio” de todos sea posible por la entrega del tiempo propio solo nuestro, para que la Historia llegue a su fin y empiece para todos la vida verdadera? Pero eso ¿cómo es posible? Como le dice Antígona al Padre, [¿]cómo puedo yo sola hacerlo? “A través de mí”, dice. No tiene por qué decir más, ya que se trata del umbral de la conciencia. Lo que se me cuestiona es que al hacer esa diferencia entre ella y “todos” pueda conformarse ese “a través de” con la limpieza de la conciencia, el compromiso histórico como dos reinos apartes, en cierta forma autónomos, que dejen intactas las raíces del desorden, del pecado, de la escisión de vida e historia, ahondando más el foso que hay entre los dos. Tentación de refugiarse en la piedad hacia los muertos y el entierro en sí misma. ¿Bastará el sacrificio para romper las raíces de lo que llama el Evangelio no ya el pecado (siempre accesible al llamado de la conciencia) sino “el misterio de iniquidad”? ¿La Vida se apiadará alguna vez de la vida? El sembrador de la palabra ¿no cortará con su hoz la cizaña y la separará del trigo para romper el vínculo, el ciclo del victimario y la víctima del sacrificio? Porque dice el Libro que hay tiempo de sembrar y tiempo de recoger. Hora de anunciar el Reino y hora de decir que el Reino ha llegado. Lo que no es confundirlo con la historia sino saber que tiene que atravesarla con la espada de fuego. Su Antígona es criatura de la Espera, hermana del Esperado, criatura de la Aurora, umbral de la Conciencia y la anuncia con belleza sobrecogedora que nos [aun] sigue y sigue cuestionando. Por eso me parece justo que en esa deliciosa viñeta del clarísimo Litoral, tan lleno de luz y alegría mediterráneas, que acompaña su texto ya clásico, el Niño-Amor de Anacreonte le haga una graciosa reverencia, y esconda con travesura su aljaba y sus flechas. Le diga: “Gracias. Has hablado bien. Me inclino, señora de la Palabra. Te conozco, Niña que jugabas desde el principio, sabiduría, hermana mía. Oíste mi canto, cigarra agreste, el que solo oye, como el de la galerilla, “aquel que conmigo va”[52], el canto del ánima sola, mi enterrada viva. Ya nos reuniremos, a la orilla del mar”. Son siempre suyos, Fina y Cintio


[1] Arcos, Jorge Luis, “El tratamiento de lo cubano en la obra poética de Fina García Marruz”, Anuario L/L, La Habana: Academia, (16):161-171, 1985.

[2] En otro texto he evocado la primera vez que conocí a Cintio Vitier y a FGM en el Centro de Estudios Martianos, a raíz de haber publicado “José Martí en los Temas de Cintio Vitier”, Anuario del Centro de Estudios Martianos, La Habana, (7), 1984.

[3] Arcos, Jorge Luis, “A propósito de las Poesías escogidas de Fina García Marruz”, Anuario L/L, La Habana: Academia, (15): 158-170, 1984. Este texto, que motivó la primera carta que conservo de FGM, versa sobre la antología que hizo Jorge Yglesias, Poesías escogidas, La Habana: Letras Cubanas, 1984.

[4] Arcos, Jorge Luis, “Obra y pensamiento poético en Fina García Marruz”, Revista Iberoamericana, Vol. LVI (152-153): 1195-1202), julio-diciembre, 1990. Con posterioridad, este texto sirvió de prólogo a García-Marruz, Fina, Antología poética, Selección y prólogo de Jorge Luis Arcos, La Habana: Letras Cubanas, 1997.

[5] Arcos, Jorge Luis, En torno a la obra poética de Fina García Marruz, Premio de Ensayo Enrique José Varona 1988, UNEAC, La Habana: Unión, 1990.

[6] Con el tiempo publiqué otros (cito sólo los más importantes): Arcos, Jorge Luis, “Habana del centro: tiempo de epifanía, La Gaceta de Cuba, La Habana, (1), enero-febrero, 1998; “Prólogo”, García-Marruz, Fina, Antología poética, Selección y prólogo de Jorge Luis Arcos, México, Fondo de Cultura Económica, 2002. Este texto, que se había publicado antes en Encuentro de la Cultura Cubana (Madrid, (11) invierno, 1998/1999), motivó una generosa dedicatoria de la autora: “A nuestro queridísimo Jorge Luis. Al hijo fiel de Orígenes, pero sobre todo, al hijo de sí mismo. Al poeta. Al mejor lector de estas páginas. Su amiga conmovida, Fina, marzo/03”. La publicación del texto en Encuentro…, merece una anécdota: un día, en el jardín de la UNEAC, me interpeló mi amigo Abilio Estévez para pedirme a nombre de Jesús Díaz que hablara con Fina porque la revista Encuentro… quería dedicarle un homenaje/dossier. Hablé con Fina y esta me dijo que no estaba en contra de que lo hicieran pero que ella no iba a participar personalmente en dicho homenaje. Entonces le comuniqué a Jesús Díaz la respuesta de Fina, pero le envié mi texto y le sugerí que contactara, entre otros posibles colaboradores, a Emilio de Armas, quien también escribió un texto sobre FGM. Según un testimonio que conservo en carta, Jesús Díaz [al saber que ya tenía el dossier en la mano] dio entonces “brincos de alegría”. El texto comentado también se republicó después en Diario de Cuba con el título “Fina”. Otro texto sobre FGM, que escribí inicialmente para la Historia de la literatura cubana (donde fue publicado posteriormente), fue “Fina García-Marruz: el conocimiento encarnado”, sobre su obra ensayística, y que se publicó primero en mi libro Orígenes: la pobreza irradiante, La Habana: Letras Cubanas, 1994. También, en el periódico Cubaencuentro publiqué un breve texto, cuando FGM recibió en Chile el Premio Pablo Neruda, “Fina García-Marruz y la poética”, en 2007. La antología del Fondo de Cultura Económica, que hice consultando directamente con FGM, motivó después, pasados muchos años, una breve cartica suya ya publicada en Rialta magazine.

[7] Aguirre, Mirta, “Primeras palabras. Pues Señor…”, Gaceta del Caribe, La Habana (1), 1944.

[8] Recientemente, a raíz de la muerte de Fina, publiqué en Rialta Magazine otras cartas, las últimas dos de FGM y una mía final.

[9] García-Marruz, Fina, Hablar de la poesía, La Habana: Arte y Literatura, 1986. Nótese que la “Nota preliminar” de FGM está fechada en 1979, por lo que su publicación se demoró siete años.

[10] García-Marruz, Fina, “Nota para un libro sobre Cervantes”, Orígenes, La Habana, IV (24): 327-338, invierno, 1949.

[11] Montero, Sánchez, Susana A., Obra poética de Mirta Aguirre. Dinámica de una tradición lírica, La Habana: Academia, 1987.

[12] http://www.cubadebate.cu/opinion/2015/05/17/la-cuba-de-marti-proyecto-realidad-y-perspectiva/

[13] Digo “definitiva”, porque un intento anterior de esa añorada inserción había ocurrido en 1968, cuando su conferencia “El violín” en la UNEAC, pero conocidos eventos posteriores la dilataron, algo sobre lo cual en otra ocasión podría aportar acaso una interesante reflexión y testimonio personales.

[14] García-Marruz, Fina, Antología poética, Selección y prólogo de Jorge Luis Arcos, La Habana: Letras Cubanas, 1997.

[15] García-Marruz, Fina, Antología poética, Selección y prólogo de Jorge Luis Arcos, México: Fondo de Cultura Económica, 2002

[16] Zambrano, María, La Cuba secreta y otros ensayos, Edición e introducción de Jorge Luis Arcos, Madrid: Endymion, 1996.

[17] Zambrano, María, Islas, Edición de Jorge Luis Arcos, Madrid: Verbum, 2007.

[18] La fecha tentativa tiene que ser anterior a 1988, porque le entregué personalmente una copia del texto que había escrito como parte de mi labor de investigación en el Instituto de Literatura y Lingüística. Posteriormente, con el añadido final de “El tratamiento de lo cubano en la obra poética de Fina García Marruz” (Anuario I/L, La Habana, (16): 161-172, 1985), fue presentado como libro al Premio de Ensayo “Enrique José Varona” 1988 de la UNEAC, donde fue premiado, por lo que el texto de FGM debe datar ―lo más probable― de 1986 o principios de 1987. Posteriormente, cuando ya se publicó como libro, En torno a la obra poética de Fina García Marruz (1990), me escribió otra extensa carta que daré a conocer dentro de un libro que estoy preparando.

[19] [smiento]

[20] Vitier, Cintio, “Fina García-Marruz”, VV. AA., Cincuenta años de poesía  cubana (1902-1952), Ordenación, antología y notas, por Cintio Vitier, La Habana, Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, 1952. p.376.

[21] Arcos, Jorge Luis, En torno a la obra poética de Fina García Marruz, La Habana: Unión, 1990., p. 139.

[22] Martí, José, Obras completas, La Habana: Ciencias Sociales, 1969, 1975, tomos 13 y 16, pp. 264-265.

[23] Palabra dudosa

[24] García-Marruz, Fina, “Las ganas de salir”, Las miradas perdidas, La Habana: Úcar García, S. A., p. 20. Corresponde el comentario a la página 140 de En torno a la obra poética de Fina García Marruz, Ed. cit.

[25] Arcos, Jorge Luis, En torno a la obra poética de Fina García Marruz, Ed. cit., p. 140, y p. 144.

[26] García-Marruz, Fina, “Lo Exterior en la Poesía”, Orígenes, La Habana, año IV (16): 16-21, invierno, 1947.

[27] Garcia-Marruz, Fina, “Una cara, un rumor, un fiel instante”, Las miradas perdidas, Ed. cit., p. 12.

[28] Oraá, Francisco, “Registro de visitas”, Unión, La Habana, 10 84): 173-179, 1971.

[29] Vitier, Cintio, “Recuento de la poesía cubana desde Heredia a nuestros días”, Revista Cubana, La Habana, XXX: 11-118, octubre-diciembre, 1956.

[30] Diego, Eliseo, (Comentario de contraportada), Garcia-Marruz, Fina, Visitaciones, La Habana: Unión, 1970.

[31] Se refiere a Cintio Vitier.

[32] Hago una excepción, y cito el juicio al que se hace referencia: «Por ello repara Vitier por primera vez en lo que será después objeto de continua referencia crítica: ese aparente “desaliño” formal, secreto de su estilo. Vitier, sin embargo, aprecia cómo esa particularidad “les resta [a sus poemas] en ocasiones la definitiva perfección”; creemos que ahí se desliza un juicio, digamos, demasiado prematuro de su apreciación estética, pues precisamente es en esa acaso contradictoria cristalización poética, donde el lenguaje parece quebrarse para acoger el despegue de su pensamiento donde radica su más peculiar originalidad estilística, muy ligada a su concepto religioso de la trascendencia de la Poesía y al valor de la obediencia a una forma…», En torno a la obra poética de Fina García Marruz, Ed. cit., p. 81.

[33] Aguirre, Mirta, “Primeras palabras. Pues Señor…”, Gaceta del Caribe, La Habana, (1), 1944.

[34] Idem

[35] López Segrera, Francisco, “Psicoanálisis de una generación, III, conclusiones”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, (2): 101-128, mayo-agosto, 1970.

[36] Portuondo, José Antonio, Bosquejo histórico de las letras cubanas, La Habana: Ministerio de Educación, 1962, e “Itinerario estético de la Revolución cubana”, Orden del día; La Habana: UNEAC, 1979, pp. 133-166.

[37] Portuondo, José Antonio, Angustia y evasión de Julián del Casal, La Habana: Imp. Molina, 1937.

[38] Fernández Retamar, Roberto, La poesía contemporánea en Cuba (1929-1953), La Habana: Ediciones Orígenes, 1954. Se refiere al término, aplicado al grupo Orígenes, de poesía trascendentalista.

[39] Carrió, Raquel, “Fina García Marruz: la extracción de la belleza”, Revolución y cultura, La Habana, (3): 73-74, marzo, 1985.

[40] Ella y Vitier, como escribe a menudo. La mayoría de las cartas que conservo, con excepción de una breve de Vitier, y las dos últimas, cuando ya vivía en Madrid (y que publiqué en Rialta Magazine, “De mi correspondencia con Fina García-Marruz”, https://rialta.org/de-mi-correspondencia-con-fina-garcia-marruz/, están firmadas por los dos, aunque las escribe Fina.

[41] Se debe referir al Dante: luce intellectual, piena dʼ amore, Dante, Paraíso, Canto XXX.

[42] Henríquez Ureña, Max, Panorama histórico de la literatura cubana, La Habana: Instituto Cubano del Libro Tomo II, 1967.

[43] Se refiere a la frase de Martí en su texto a la muerte de Casal.

[44] “Una cara, un rumor, un fiel instante”

[45] La primera edición: Zambrano, María, La tumba de Antígona, México, D. F.: Siglo XXI, 1967.; pero la edición que leyó Fina García-Marruz, fue la publicada en Litoral, Torremolinos, Málaga, tomo 1, (124-125-126), 1983, porque allí se incluyó también su ensayo “Diótima de Mantinea”, al que se refiere también FGM en su carta. Esta carta me fue entregada en copia manuscrita por la autora para ser incluida o tomada en cuenta para mi edición de Zambrano, María, La Cuba secreta y otros ensayos, Madrid: Endymión, 1996, pero al incluirse allí finalmente solo cartas de MZ y no de otros autores, quedó pendiente su publicación. Con posterioridad, Javier Fornieles Tent y yo acometimos la edición de Zambrano, María; Vitier, Cintio; García-Marruz, Fina, Correspondencia y otros textos, para la Editorial Pre-Textos en 2005, donde sí se había incluido la carta (que ahora, por cierto, he editado muy prolijamente por su difícil transcripción), pero esta edición nunca llegó a concretarse. Tengo en mi casa una copia digital de este libro inédito, todavía con muchísimos problemas de edición pendientes. En otra carta de FGM a MZ, fechada el 25 de julio de 1989, Fina le escribe a MZ: “Los buenos oficios de nuestro amigo común me permite enviarle esta carta que escribí al acabar de leer su prodigiosa Antígona hace seis años”. Y en nota al pie se aclara que fue puesta en manos de María Zambrano por cortesía del escritor mexicano Alfredo Castellón. Una copia de esta carta fue entregada por mí a la Fundación María Zambrano. FGM publicó en Unión, La Habana, (41), 2000, su extenso ensayo “María Zambrano. Entre el alba y la aurora”, escrito en 1996, donde retoma el tema de Antígona, y donde también hace muchas alusiones a Nina, el personaje galdosiano. Este ensayo fue incluido luego en García-Marruz, Fina, Ensayos, La Habana: Letras Cubanas, 2003, y después publicado como libro: María Zambrano: entre el alba y la aurora, La Habana: Ediciones Vivarium, 2004. El tema de la Antígona zambranista le tenía que ser familiar a FGM ya desde Orígenes, a. V (18): 14-21, verano, 1948, donde se publicó su “Delirio de Antígona”, como también, por supuesto, Nina, y la novela de Galdós, Misericordia, ya asediada antes de publicar su libro, La España de Galdós (1960), en la Revista Cubana, (XVII), enero-marzo, 1943, “La mujer en la España de Galdós”, entre otras fuentes. Una soberbia “Presentación” a La tumba de Antígona, de Virginia Trueba, puede leerse en Zambrano, María, Obras completas III, Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2011.

[46] O “nueva”.

[47] ¿extravasa?

[48] En el margen de la copia original se agrega: “P.D. Nada le he dicho de los maravillosos dibujos de Ramón Gaya. La mano es maravillosa. ¿Mendiga u ofrece? ¿Recibe o da? Peso de la vida en ese pecho hundido, en esa espalda curvada sin rencor, sin malicia de la propia tristeza (que puede ser María [palabra ilegible] para su consciente excesivo) Humilde, no servil. Suma dignidad modesta española. ¿Cómo agradecerle su descubrimiento?”

[49] En el margen de la copia original se agrega: «La súplica del Rey, del Padre no tiene el mismo fin que el de “Señora” de Nina, porque es por su Pueblo. Las únicas batallas no noveleras “son las que lo defienden, como hizo España con la “novelería” napoleónica. Exceso de luz en el pecho y camisa abierta del fusilado de Goya [palabra ilegible] de esa luz, de ese blanco como un grito. ¿No marca como el de Nina, el pueblo? Si uno supiera la relación que hay entre ese blanco de la luz y el rojo de la sangre. ¿dejar morir, sin más, a Nina, a la misericordia? ¿Cuándo lo blanco grita, no el otro blanco[?]». [Toda esta transcripción es dudosa]

[50] Es inevitable sugerir la lectura de la rotunda, espléndida prosa poética de FGM, “Una oda para Anacreonte”, escrita en 1976, e incluida en su Habana del centro, La Habana: Unión, 1997.

[51] Verso del “Cantico espiritual” de San Juan de la Cruz agregado en el margen superior de la página.

[52] Referencia al Romance del Conde Arnaldos.