Hilda Landrove: Ellos viven, literalmente, en una realidad paralela, y no es la nuestra

DD.HH. | 14 de septiembre de 2023
©Lauzán

La discrepancia radical entre la realidad vivida y la realidad del discurso oficialista cubano ha sido siempre una de las características más notables de la experiencia de la vida dentro de los confines del régimen. Es posible imaginar, reconstruir o incluso reconocer que, en los primeros momentos, en los que tanta gente creyó genuinamente en la posibilidad de una Revolución, que tal discrepancia tenía más que ver con la exaltación de la realidad, con su hipertrofia, que con su abandono. Hay un punto en que el traslape entre el presente y el futuro soñado se vuelven posibles gracias a la manifestación de un intervalo de libertad tan potente que parece capaz de trastocarlo todo. Por la experiencia histórica, y probablemente porque la naturaleza de una manifestación tal –común a las revoluciones, los alzamientos y las insurrecciones– es necesariamente efímera, ese momento debe haber durado, y duró, muy poco.

Una vez estabilizada, desechada la revolución como promesa e instaurada su pretensión de maquinaria homogeneizadora, la brecha entre la realidad y el discurso fue haciéndose progresivamente más amplia. No es de extrañar, en tal progresión llevada a su extremo lógico, que permanentemente sucedan cosas como que los ministros mientan en la televisión nacional, los funcionarios del Gobierno y el Partido escriban tesis y que la propaganda turística, tanto como la política, describan un país inexistente para continuar atrayendo crédulos y oportunistas en igual medida.

Una explicación posible del ensanchamiento de tal brecha puede hallarse apelando al recurso básico del utilitarismo. Para que, por poner un ejemplo, los turistas consientan en comprar un pasaje e irse a Cuba, es necesario convencerlos de que la visita cubrirá sus expectativas. Si para ello se miente, tal mentira puede entenderse como el fin que justifica los medios y que, en cualquier formación política, es perfectamente reconocible, aunque no necesariamente legítimo. La explicación utilitarista puede aplacar la disonancia provocada entre el mundo ideal de la propaganda y la realidad que se niega a desaparecer ante los reclamos de esta. Finalmente, para seguir con el ejemplo del turismo, ¿cuál propaganda turística habla de la realidad? Bien mirado, ninguna. Tal concatenación de ideas en un marco explicativo utilitarista conduce a concluir: no es tan extraño, eso pasa en todos los lugares. Pero basta constatar el grado de discrepancia, más cercano a la posverdad que a las distorsiones típicas de la propaganda, para comprender que la brecha insalvable entre la realidad y el discurso oficial –un abismo, en realidad– no puede ser explicada únicamente por principios funcionalistas o utilitarios.

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