François Vallée: Eduardo Sarmiento / Los fuegos de la vida
Eduardo Sarmiento es un creador que dibuja para atestiguar su asombro y su admiración ante el mundo. Sus dibujos son figurativos, humanos, sentimentales; a la vez anacrónicos y contemporáneos. Se posiciona contra el modernismo, el formalismo, el minimalismo, el conceptualismo; es decir, contra una visión del arte movida por una necesidad de progreso y de novedad, ya que el arte no progresa, sólo evoluciona como lenguaje para el ojo, el oído y el entendimiento.
Los fuegos de la vida, libro publicado en julio de este año por Rialta Ediciones en la colección Fluxus, dirigida por Carlos A. Aguilera, recoge 124 dibujos a lápiz de cera negro sobre papel. Estos dibujos, como toda la obra de Sarmiento, constituyen un diario visual, una forma de pensamiento, pero un pensamiento muy original, no conceptual ni discursivo, un pensamiento en acción, una experiencia cuya inventividad excede la teoría y produce una relación sensible e inteligible con el mundo.
Son dibujos impulsados por el deseo de Sarmiento de contar historias que ocurren en un mundo fantaseado, impregnado de un erotismo implícito y de una sensualidad ambigua. Participan intensamente en el nacimiento siempre renovado de un universo personal animado por la fatalidad de los sueños primitivos y renuevan los grandes sueños cósmicos que atan al hombre a la prodigiosa diversidad de las sustancias terrestres. Sarmiento revela y renueva el espacio interior del mundo a través de sus dibujos. Sabe, como Rilke, que «locamente libamos la miel de lo visible para acumularla en la gran colmena de oro de lo invisible».
Los fuegos de la vida son un concentrado de la estética visual de Sarmiento. Un concentrado poblado de fantasías concupiscentes, irreverentes, provocadoras (pero nunca obscenas), poéticas, meditativas, filosóficas, humorísticas. Su talento como dibujante eleva su trabajo por encima de los géneros compartimentados de la ilustración, del cómic, de la caricatura, de la pintura, para hacer de sus dibujos gotas de luz cimentadas que derraman sobre el papel perlas triunfales que iluminan nuestras sensaciones.
Estos dibujos son autobiográficos, reflexivos, viscerales y crudos; se asemejan a un teatro mental rebosante de criaturas de una mitología personal híbrida. Cuentan historias gráficas, visuales, que implican la elaboración de una retórica figurativa de realidades interiores compuestas de victorias y derrotas, de dulzura y violencia, de caricias y mordeduras, de amor y odio, de amparo y abandono, de sumisión y desobediencia… Son puestas en escenas teatrales del espacio doméstico, con la voluntad de quebrantar la unicidad de la perspectiva clásica en provecho de una serie de microperspectivas que reflejan una visión múltiple del mundo.
Sarmiento defiende la figuración como construcción de nuestra percepción de la realidad, a fin de interrogar mejor la esencia de las imágenes, la necesidad humana de representar el mundo circundante. El dibujo le permite aprender a mirar, a disciplinar la mirada, a experimentar el mundo; a hacer de él un movimiento constante y a trabajar la relación de interdependencia entre el espacio y el tiempo, entre la percepción sensible y la destilación mental.
Se cita a menudo a Blake, Goya, Daumier, Grosz, Dix, Schiele, Chris Ware, Tom Gauld, Jim Nutt o Karl Wirsum como referencias dibujísticas de Sarmiento, pero habría que añadir un ejército de sombras históricas cubanas como Santiago Armada (Chago), Umberto Peña, Antonia Eiriz, Manuel Vidal, estos artistas perdidos en el remolino de la historia cuyo expresionismo sombrío, irreverente, grotesco, violento, profundo, influenció consciente o inconscientemente a Sarmiento. También lo hicieron los maestros de la escuela gráfica cubana de los años 1960-1970: Félix Beltrán, Alfredo Rostgaard, Eduardo Muñoz Bachs o René Azcuy, cuyos carteles no obedecían a las exigencias estéticas del realismo socialista y ya no se empleaban para transmitir un mensaje publicitario, sino que se convirtieron en un medio de comunicación funcional para expresar diversas situaciones sociales, culturales y políticas con una profunda originalidad en su empleo de los recursos gráficos como elementos y signos pictóricos. Lo que distingue el trabajo de Sarmiento, particularmente aquí en este libro, es la posibilidad de iluminar una parte oscurecida del arte cubano que vivió o murió en las catacumbas.
Son dibujos que sólo representan lo que no son, esto es, la ilusión de otra cosa. Una cosa que es dibujo y escritura (los signos de la escritura tampoco son los signos de lo que no son). Sarmiento suele aplicar a sus dibujos y pinturas el concepto de narratividad. A semejanza de la palabra, las líneas, los trazos y los colores pueden ser profecías y constituir un psiquismo precursor que proyecta al ser. Sus dibujos emanan de una polifonía donde la simbiosis entre imagen y relato sirve para representar la simultaneidad de varios niveles de percepción y para mezclar niveles distintos de connotación.
Toda la obra de Sarmiento se inscribe en la categoría del dibujo y, de acuerdo con lo que los griegos clasificaban como registro de lo gráfico, la escritura y la representación figurativa están estrechamente imbricadas. Muchos de sus trabajos se articulan alrededor de un uso expresivo del texto, un texto escrito con grafito en cursiva. En su obra, una especie de monólogo interior, tomado de varias voces diferentes, entreteje aforismos abruptos, sarcásticos y más o menos crípticos. La palabra, en sus creaciones, no está simplemente al servicio del diseño, es también imagen, y con su forma puede transmitir más allá de su valor textual.
Sarmiento es un dispensador de signos. Recuperar la letra como significado y como significante, rescatar la forma de la escritura, unir palabra y grafía, verso y plasticidad, dibujar trazos, construir palabras y ponerlas al servicio de la mirada y del pensamiento, usar la imagen como dramaturgia de la palabra: esto es lo que propone Sarmiento en su teatro de papel.
Los fuegos de la vida contiene todo el universo plástico de Sarmiento que nos enfrenta, ante todo, a un discurso artístico incómodo para la ideología dominante de lo políticamente correcto o de las principales tendencias del «wokismo», y demuestra que su obra no tiene un mensaje o un contenido exclusivamente reducible al terreno de lo visual. Estos dibujos son una hibridación: no se dirigen tanto a un espectador que busca estímulos visuales como a un lector de imágenes; no provocan sensaciones sólo de orden perceptivo, no convocan a un acto de contemplación, sino de lectura, lectura de dibujos. El trabajo de Sarmiento no se fundamenta solamente en la combinación de texto e imagen, de creación literaria y creación gráfica, sino que se origina en la confluencia de estas dos disciplinas para constituir una destilación del proceso del mundo.
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* Eduardo Sarmiento: Los fuegos de la vida, Querétaro: Rialta, colección FluXus, 2023. Prólogo de Alfredo Triff / Conversación con Joaquín Badajoz.
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