María Cristina Fernández: María Badías-Valero: retoños en un bosque que se incendió

Archivo | Autores | 29 de octubre de 2023
©Roberto Valero y María Badías-Valero / Hypermedia

Acaba de fallecer la pintora y escritora María Badías-Valero y a modo de memorabilia reproducimos este hermoso texto de María Cristina Fernández sobre su vida-obra.

En la antología “Cuentos desde Miami” (Editorial Poliedro, 2002) sobresale entre tantos relatos de valor, un cuento bien atípico: “Wyoming”. En él no despunta esa relación de amor, o de amor-odio, por Cuba o por su contrapartida geopolítica que es Miami. Aunque se despliega alrededor del epicentro del desarraigo, lo cubano asoma apenas en unas menciones a Lezama y a Martí, o en una reflexión de la protagonista alrededor de un personaje que la conecta con su pasado: “Amabas este país como sólo un marielito podía hacerlo…” Laurie ha emprendido un viaje que es un ajuste de cuentas con la memoria, a la vez que un desafío. Busca una apertura a otra realidad que le permita trascender una ausencia física. La realidad exuberante de un vasto país le renueva, más allá de sus carreteras, gasolineras y ciudades clonadas, la ambición de vivir: “Sobre la línea dentada de la cordillera, una franja de cielo despejado revelaba el sol poniente, y la luz empapaba las nubes con reflejos amarillos, rosados, verdes, morados, naranjas… Los campos bajaban de dorado a ámbar y parecían encendidos bajo el cielo plomizo del este”. Ya lo aclaran los datos que apuntan que su autora, María Valero, es escritora y pintora. Sin dudas hay un ojo de artista visual en esas descripciones, que deslizan la magnitud de la pérdida personal hacia un sentimiento de comunión cósmica: “La hierba seca de la pradera ardía naranja bajo el gris azul. Por el oeste el sol estallaba por detrás de los picos, y cada nube recogía la luz y la interpretaba a su propia manera… Lentamente se arrodilló y se dejó caer de bruces sobre la tierra. Arrancó un puñado de hierba y lo estrujó; cerró los ojos y absorbió aquel olor limpio y áspero de la salvia del desierto.”

En medio del viaje que es catarsis del pasado a la vez que asimilación de lo insólito y la novedad, aparece un personaje llamado Paul, quien no guarda ninguna relación con “la isla maldita de su niñez”. A través de un intercambio de verdades y simulaciones nos enteramos que el desconocido ha nacido en una reservación india, por lo que también tiene raíces truncas. “Era un desterrado en su propio país”. Laurie, quien sin duda lleva la voz de María en la narración, sabe que es difícil encontrar la inserción en un mundo que resulta intrínsecamente ajeno. La identificación es asumible sólo entre dos cuerpos que saben de ciertas verdades. Leer “Wyoming” fue una experiencia literaria y estética gratificante, pero, ¿quién es María Valero, escritora y pintora nacida en La Habana en 1959? ¿Dónde está esa “obra plástica exhibida ampliamente en Estados Unidos y Latinoamérica”? ¿Dónde quedó su libro inédito “Sueños” al que pertenece el cuento “Wyoming”?

Rastrear, indagar, reconstruir… Tomar la carretera de internet; luego el atajo que es esa red social de las muchas caras. Ver su perfil, abordarla. Hay amigos en común. Algunos de la llamada Generación del Mariel, a la que estuvo íntimamente unida por su matrimonio con Roberto Valero. María Badías salió de Cuba en 1969, con su madre y un hermano menor. Descendiente de catalanes, vascos y canarios, solo regresó una vez a la Isla, en 1982, a ver a su abuelo entonces nonagenario. De ese viaje no cuenta nada. Tengo la impresión de que algún día contará mucho. Está incubando. Las palabras, me refiero. Porque en lo visual no ha dejado de crear. Algún día puede que escriba sobre su relación con la generación de escritores y artistas que llegaron al exilio por el puente marítimo del Mariel.

Roberto Valero empezó trabajando como mesero en algún restaurant en Miami y terminó haciendo un doctorado en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Georgetown. Allí también estudiaba María, en ese sólido vecindario a orillas del Potomac. Quiso la vida que ella fuera para él musa, ilustradora, traductora, madre de sus dos hijas. La cubierta de su libro de poemas “Dharma” lleva una imagen suya, así como la primera edición de “El Portero”, de Reinaldo Arenas está precedida por una excelente obra de Badías-Valero. También ayudaría a Arenas a descifrar el ilegible manuscrito de “EL asalto”, la última novela de la Pentagonía, cuando al escritor ya muy enfermo, le menguaban las fuerzas. Reinaldo García Ramos, escritor y amigo, les dedica el poema “Tentativas”, y otro donde asoma un árbol, que aún no he leído. El poeta Carlos Díaz Barrios rememora cómo le tradujo al inglés “Un verano en Ocala”, sin siquiera pedírselo. En archivos y colecciones quedarán algunos ejemplares de la revista “Mariel” con ilustraciones suyas. En artículos y memorias de quienes los frecuentaron en aquel tiempo de estar juntos encontramos rastros de su presencia vital. Viajaron con amigos por el país adoptivo, conociendo sus arterias, sus paisajes, acopiando imágenes para las nuevas gestaciones del espíritu. En un texto que nombró “Pequeño elogio de la escoria”, el escritor Juan Abreu inserta estas pinceladas de un viaje:

“Apenas un año antes fuimos a ver el otoño. Marcia, Roberto, su esposa María Badías y yo. Conducíamos entre todo el oro y todas las hojas incendiadas del mundo por la Interestatal 83 con rumbo norte hacia el país de los amis. Los cuatro cantábamos y a cada rato deteníamos el coche para ver los ríos crecidos y llenos ya de pedazos de hielo. Por ahí anda una foto. Estamos apoyados en la baranda metálica del puente. Uno de esos puentes repetidos, idénticos, de las carreteras norteamericanas. Reíamos mientras a nuestras espaldas el bosque es una iluminación. Un centelleo antiquísimo. Debajo, las aguas bullen escupiendo espuma en las rocas que asoman de la corriente como colmillos carcomidos. Continuamos riendo, gracias a la imagen que, por ahora, salva el instante de la infinita trivialidad, de la infinita desaparición. La muerte nos pisaba los talones y reíamos. María y Roberto se abrazaban con una felicidad arañada, delicadamente envenenada y única. A veces nos cruzábamos con camioneros (sin duda personajes de Bukowsky) y les gritábamos cosas en español, y fuimos marielitos felices, escorias felices en aquel otoño antesala de la muerte.”

La muerte anticipada de la que habla Abreu se llevó a varios de esa generación tan azarosa, además de a Valero: Arenas, el pintor Carlos Alfonzo, el poeta Pedro Jesús Campos… “Soy como un bosque que se quemó, o una ciudad bombardeada”, confiesa María. En busca de un distanciamiento de la ciudad donde sucedió la quiebra, María se muda a Miami con sus hijas, acercándose a la familia de Valero, esperando que un acercamiento a las raíces le aplacaran el desasosiego. Sus hijas, al parecer, se rebelan contra el cambio. Miami, amén de otros percances, resultaba menos liberal, menos promisorio culturalmente que la ciudad de Washington. Ella conoce la parábola del Buda y la casa ardiendo: cuando hay fuego de nada valen distracciones, filosofar, medir conceptos. Hay que moverse. No es una huida, es la sensatez del despierto. Con otra ruptura a cuestas, María regresa a donde están sus hijas, cerca de las amplias avenidas de cerezos.

Me detengo a mirar las fotos de las urnas de cristal donde la artista insertó vidrios rotos, como amenazas o restos de lo que fue un conjunto, ¿acaso una transparencia que se quebró? Entre las peliagudas formas, como contraste o complemento de fragilidad, colocó mariposas. Metáforas visuales de lo que puede ser la vida, el amor, y hasta el arte mismo. Badías-Valero confiesa que la seduce el juego entre el orden y el caos. Tal vez por eso en la pintura prefiere la abstracción: “…en cualquier cosa que uno mire hay composiciones abstractas”. Recuerda el impacto que fue conocer el Palacio del Alhambra; en su pintura veo asomos de la decoración llamada ataurique, que significa en árabe “echar ramas”. Es la magia del arabesco, la presunción visual de crear flores, hojas, flores, y hasta animales, sin intención realista. “Cuando hago mis cuadros nunca los modelo en algo que esté viendo, pero los patrones de la naturaleza se manifiestan.” Suele ser pródiga en el color, como en esa pintura que llamó “Summer is coming”, o en el “Firebird”, puede jugar con elementos del collage (vidrios, plumas) y es frecuente que en una misma pieza incorpore unas franjas hechas en blanco y negro que definen espacios en la composición. En María, quien se mueve fluidamente en la abstracción -con desplazamientos preferentes a la llamada abstracción orgánica-, no hay horror al vacío sino pleno amor a las formas. Ahondando un poco más en este acoplamiento naturaleza-arte, podemos referirnos a su obra “Garden of Burning Stones”, técnica mixta realizada luego de haber visto en Hawai al volcán Kilauea en plena erupción. La efectividad de lo representado se aleja del calco para transmutarse en síntesis de lo observado. La subjetividad de la artista es como ese cristal esférico que María ha retratado y nombrado “Through a crystal ball”; una alegoría de la imagen en relación con la realidad. Un cristal esférico semejante aparece en una fotografía de las manos de Maurits Cornelius Escher, un artista alucinado holandés, quien también la utilizara en un autorretrato. La influencia de Escher es visible en la obra de Badías-Valero “The coming of a little horse” escogida por Arenas para la cubierta de “El portero”. Se aprecia en esa estructura visual inquietante, en esa perspectiva que añora el infinito. Curiosamente Escher, como María, fue seducido también por la arquitectura y la decoración del palacio de El Alhambra. Es ella quien me lo refiere; le atrajo siempre la obra de este artista que aplicó intuitivamente las matemáticas al arte.

Continuando con la vertiente de la expresión fotográfica, entre las series que escudriño sobresale “Inside the trunks»; veintinueve imágenes que atestiguan la vitalidad añosa de los árboles maduros; la belleza de sus nudos o brotes recientes, las alfombras de musgo, las texturas diversas, esas disímiles ventanas a la luz que son las grietas. Otras series que me parecen muy logradas son “Studies in ice”, que nos acerca al sugestivo mundo de la naturaleza helada, sus transparencias, su apariencia formal que nos aleja de los referentes cotidianos, del “no hay nada nuevo bajo el sol”, para suspendernos en la contemplación del agua que se vuelve azogue, iridiscencia, forma pura que guarda otras formas en su interior. Otras series que quisiera mencionar por su dramática abundancia de grises, blancos y sepias son “March: like a lion”, y “Autumn Red” y “Autumn Yellow” por todo lo contrario: la reverberancia de los colores que traen las hojas en los arces y en otros árboles en el otoño.

Descubrir a María Badias-Valero a través de sus múltiples mundos es como asomarse a las asombrosas posibilidades de un caleidoscopio. Cuando Jesús Barquet hablaba de la ausencia de artistas plásticos mujeres, y de escritoras, en la Generación del Mariel, estadísticamente llevaba razón. Pero María, aunque no saliera de su país de origen a través de ese puente, está muy ligada a este grupo, al que tanto aportó de sí misma como creadora y colaboradora. Hecha esta salvedad hay que decir que por sucesos biográficos pertenece idiosincráticamente a Estados Unidos, o al menos eso debiera inferirse. Sin embargo, ella misma confiesa que no se siente de ningún sitio: “no pertenezco, nunca pertenecí”. Es como esos gumbo limbos que para su sorpresa encontrara y fotografiara recientemente en la ciudad de Washington. Estos árboles que normalmente crecen en los trópicos, le recordaron que “Miami follows me everywhere”. Como sopesando su vida en una báscula, le había preguntado si se sentía más norteamericana que cubana. Pero, ¿a quién se le ocurriría preguntarle a un almácigo en Washington DC qué hace creciendo ahí tan lejos y en medio de la nieve? El silencio, el estar, sería su respuesta.

“A veces cuando más eres de un sitio menos te pertenece”, eso dijo Paul a Laurie pasándole un brazo por el hombro, luego de besarla. Eran dos desconocidos que sostenían un extraño y revelador diálogo. Fumaban, hacía frío y bebían sorbos de vodka, mientras caía la noche allá en Wyoming.

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©Se reproduce con permiso de la autora.