Luis Cino: Fidel Castro, el coleccionista de mártires
Fidel Castro nunca les perdonó las derrotas a los suyos. No quería vencidos a su lado. Aunque les mostrara solidaridad en público, los despreciaba. Prefería coleccionar mártires.
En 1959, unos meses después de su llegada al poder, Fidel Castro acogió en Cuba como exiliado a Jacobo Arbenz, el presidente izquierdista guatemalteco derrocado en 1954 por una fuerza invasora organizada por la CIA. Pero Castro le hizo la vida imposible a Arbenz a fuerza de humillaciones. Constantemente le reprochaba que habiendo podido aplastar a los invasores cuando estaban diezmados no lo hizo y renunció a la presidencia para evitar una intervención norteamericana en Guatemala. En varios discursos, incluso en presencia de Arbenz, Castro aseguró que de intervenir los Estados Unidos en Cuba aquí no se repetiría lo ocurrido en Guatemala y que él no abandonaría a su pueblo sin luchar.
Arbenz, en desacuerdo con los planes cubanos para alentar la lucha guerrillera y harto de los desplantes de Fidel Castro, se fue para Suiza a finales de 1960. Cuatro años después, alcoholizado y con la salud quebrantada, se fue a México, donde murió el 27 de enero de 1971, electrocutado mientras se bañaba.
A Ernesto Guevara —que le estaba creando problemas con los soviéticos—, luego de su fracasada aventura en el Congo y tras una breve estancia en Cuba, Fidel Castro lo envió a Bolivia con un grupo de sus hombres de confianza con la misión de crear un foco guerrillero. Para que no hubiese marcha atrás, el mandamás hizo pública la carta de despedida de Che Guevara. Fue la carta de un suicida, escrita con dos años de anticipación. Guevara fue capturado y ultimado por el ejército boliviano, en La Higuera, el 9 de octubre de 1967.
El coronel Francisco Caamaño, que fue presidente provisional de la República Dominicana del 4 de mayo al 3 de septiembre de 1965, tras ser derrocado por las fuerzas interventoras norteamericanas, buscó asilo en Cuba. Fidel Castro le dio todo su apoyo en armas y entrenamiento y lo alentó a emprender la lucha contra el gobierno de Joaquín Balaguer. En 1971, en una misión aún más demencial que la de Che Guevara, Caamaño se fue con ocho hombres a crear un foco guerrillero en su país. Desembarcó por Playa Caracoles, al sur de Santo Domingo, el 3 de febrero de 1971. Trece días después, el 16 de febrero, Caamaño y dos de sus hombres fueron muertos por el ejército en San José de la Ocoa. Según afirman, a Caamaño los militares lo capturaron herido y lo remataron. En marzo, ya estaban en prisión los únicos tres sobrevivientes de la expedición.
Al presidente socialista chileno Salvador Allende, luego de que desoyera los consejos de Fidel Castro de crear las milicias proletarias, para “mantener la adhesión de los vacilantes, imponer condiciones y decidir el destino de Chile”, el Comandante también lo prefirió muerto antes que prisionero de los golpistas. Hay una versión insistente de que el 11 de septiembre de 1973 en el asediado Palacio de La Moneda Allende fue ultimado, cumpliendo instrucciones recibidas de La Habana, por el coronel del MININT Patricio de La Guardia con el fusil ametrallador que le había regalado Fidel Castro al presidente chileno para hacer que pareciera que se había suicidado.
Muchos centenares de chilenos se exiliaron en Cuba. Y tuvieron que soportar los reproches por no haber seguido los consejos de “los compañeros cubanos” y cometer errores que dieron al traste con el gobierno de la Unidad Popular. Varias decenas recibieron entrenamiento militar en Punto Cero con vistas a sumarlos al Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que, apoyado por Cuba, combatía al régimen del general Pinochet. Otros chilenos, bajo la dirección de oficiales del ejército cubano, fueron enviados a Nicaragua entre 1978 y 1979 para pelear junto a la guerrilla sandinista en la ofensiva que derrocó a la dictadura de Somoza.
En Granada, en octubre de 1983, durante la invasión norteamericana, 25 cubanos murieron. Si no fueron más los muertos, fue porque desobedecieron la orden de Fidel Castro de pelear y no rendirse bajo ninguna circunstancia. Tan confiado estaba el Máximo Líder de que su orden se cumpliría que un comunicado oficial anunció que los cubanos que estaban en Granada enfrascados en la construcción del aeropuerto de Point Salines se habían enfrentado a la 82 División Aerotransportada y habían muerto combatiendo. El comunicado concluía asegurando que el último de ellos se había inmolado abrazado a la bandera.
Fue un papelazo dar por hecho lo que suponía Fidel Castro que habría ocurrido a los cubanos en Granada si hubiesen cumplido sus órdenes. Afortunadamente, no las cumplieron y así los muertos, en vez de 700, fueron solo 25.
En su momento, hubo muchos chistes acerca del coronel Tortoló, el jefe del contingente cubano, que no se rindió pero corrió a refugiarse en la embajada soviética. En realidad, Tortoló evitó la masacre que habría sido continuar resistiendo a los soldados norteamericanos, que habían pedido a los cubanos —a quienes superaban en número y armamento— que se abstuvieran de combatir porque el problema no era con ellos, sino con los militares granadinos que habían derrocado al gobierno de Maurice Bishop al que el régimen cubano apoyaba.
Como castigo, Tortoló fue degradado y enviado a purgar su delito a la guerra de Angola. Sabiendo cómo era el Máximo Líder, se puede decir que tuvo suerte.
Publicación fuente ‘Cubanet’
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