Ernesto Hernández Busto: El caso Padilla: anatomía de una farsa
El 25 de marzo de 1971, cinco días después del arresto de Heberto Padilla y su esposa Belkis Cuza Malé en su apartamento del Vedado, Fidel Castro montó uno de sus acostumbrados baños de multitudes en la Plaza Cadenas de la Universidad de La Habana.
Poco antes, el 21, un corresponsal de AFP había divulgado la noticia del arresto y en los ambientes intelectuales de la isla flotaba la pregunta por el destino del poeta, que nadie se atrevía a hacer en voz alta. Fuera de Cuba, todo eran especulaciones.
La llegada de Fidel a la universidad, en un jeep con sus habituales guardaespaldas y una caravana de invitados, entre los que había periodistas e invitados ilustres como Régis Debray y Saverio Tutino, era una respuesta oficial, disfrazada de espontaneidad, a los rumores y preguntas sobre Padilla.
Según Norberto Fuentes, que ha detallado la escena en su libro Plaza sitiada (2018), egocéntrica reconstrucción de aquellos días que cambiaron para siempre la relación de Castro con los intelectuales, ese diálogo “informal” con los estudiantes fue parte de una operación cuidadosamente planeada: Fidel no sólo asumía la responsabilidad por el arresto de Padilla, sino que también ponía en marcha una maniobra de propaganda.
En su charla con los universitarios, Fidel dejó caer tres declaraciones que no pueden ser ignoradas a la hora de entender lo que vino después. La primera: el recién bautizado “caso Padilla” no se circunscribía sólo al poeta, había otros intelectuales cubanos “complicados en el caso”. La segunda, el arresto acababa con una supuesta política de tolerancia ante esos supuestos intelectuales contrarrevolucionarios. Tercero: el caso que estaba a punto de comenzar le permitiría a la Revolución “separar a sus verdaderos amigos, a los verdaderos revolucionarios, de aquellos que para serlo imponen condiciones”.
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