Sergio Luis Pérez Hernández: Conversación con Natalia Bolívar / Mi nana era hija de esclavos y no la quiero mejor

Archivo | Autores | 20 de noviembre de 2023
©Sergio Luis y Natalia Bolívar durante la entrevista / Archivo del autor

Inédita hasta el día de hoy, esta excelente conversación con la antropóloga, etnóloga y escritora cubana Natalía Bolívar (16 de septiembre de 1934 — 19 de noviembre de 2023) transcurre por algunos de sus temas preferidos: Lydia Cabrera, los orishas, la representación religiosa en los medios, etc.
Sirva la misma de «ofrenda» a su obra y vida.

Hace algún tiempo, en un enero friolento, me convocaron para asistir a la presentación de un nuevo número de la revista Temas en el aula magna de la Universidad de San Jerónimo de La Habana. Cuando entré, nunca pensé encontrarme con esta señora que presentaba el ejemplar, y para no defraudarme, de forma muy auténtica, comenzó presentando la revista leyendo la Letra del año. Ese fue mi primer encuentro más cercano con Natalia Bolívar. Nunca imaginé que algún día pudiera conversar con ella en un coloquio más personal.

Natalia, yo tengo que darte las gracias por existir, porque a mí siempre me ha llamado mucho la atención tu autenticidad.

— Bueno, por existir no sé si muchos darían las gracias… (Risas).

Yo sí.

— Pero de verdad que estoy muy contenta de estar aquí conversando contigo y de encontrarme verdaderamente muy bien, aunque yo pensé que podría llevar mejor los 80 años y de verdad que me han caído como un veinte de mayo…(risas).

Yo debo agradecerte, ante todo, las palabras elogiosas que tuviste para con mi ensayo sobre la novela de Dulce María Loynaz, que se publicaba en aquel número de Temas que tú presentaste.

— Era tremenda esa mujer (risas). Esa tampoco era cobarde. Y la verdad que escribía muy bien.

Resulta imposible hablar con Natalia Bolívar sin mencionar a una gran intelectual cubana, cuya obra, por suerte, tenemos publicada en este país. Me refiero a Lydia Cabrera, una de las mayores estudiosas de la etnología cubana. Se me antoja leerte un fragmentico del prólogo a su libro El Monte: “Es muy peligroso vivir aquí sin un resguardo. Ay, Cuba es tan brujera. Y ante cualquier accidente natural, al primer contratiempo que surge en sus vidas, aparentemente inexplicable o fácilmente explicable, [el cubano] sigue reaccionando con la misma mentalidad primitiva de sus antepasados. En un medio como el nuestro, impregnado de magia hasta lo inimaginable, a pesar de la escuela pública, de la universidad o de un catolicismo que acomoda perfectamente a sus creencias y que no ha alterado en el fondo las ideas religiosas de la mayoría. ¿Jesús no nace en el monte sobre un montón de yerba y para irse al cielo a ser dios no muere en un monte, el Monte Calvario? Siempre andaba metido por los montes. Era yerbero”[1].

— Mira, Lydia Cabrera no fue discípula de Fernando Ortiz, como muchos piensan…

…estudiosa de su obra.

— Bueno, es que Lydia fue cuñada de Fernando Ortiz. Él se casó con la hermana mayor de Lydia, pero lo importante que ella tiene es que es la memoria viva, sin ponerle ni una “g” más ni agregar nada. Ella preguntaba: ¿cómo tú pronuncias Elegguá, por ejemplo? Alguien decía “Elebguá”, o “Eleguá”, o “Échue Eleguá”, y así lo escribía. Fíjate que son cosas distintas: un mismo concepto, pero de distinta forma escrita y hablada. Esa es una de las importancias más grande de Lydia, que recogió el término del propio, del legítimo hablante. Bueno, fíjate que ella no pone una bibliografía. Ahí está demostrada su autenticidad. Cuando se lee a Lydia, se está en presencia de la trasmisión oral de todos los esclavos y sus descendientes que había en su casa. No te olvides de que Lydia Cabrera era hija de Raymundo Cabrera, y era una mujer de cultura muy bien formada, aunque mucha gente piense lo contrario. A veces yo pienso qué poco las personas se han dado al estudio de ver exactamente que esa fue una gran mujer, porque nos ha dejado un legado imprescindible del saber cultural cubano, de cómo hablaban y pensaban los viejos negros esclavos. Fernando es el científico, pero ella es la tradición oral. El que quiera entrar en estas religiones y quiera saber algo de esto, tendrá que ir a ambas fuentes.

Yo siempre he pensado que eres es una mujer muy atrevida, porque con esos mostros del siglo XX: Fernando Ortiz, Lydia Cabrera, Alejo Carpentier, publicas, en 1980, Los Orishas en Cuba.

— Bueno, fue en el 90 cuando salieron a la luz pública…

Pero los escribiste en el 80.

— Además, te quiero hacer una anécdota. Estábamos en el año 90, en Período Especial, en una subasta de libros por allá por la Calle Monte, en una librería, y se subastaban La Biblia y la edición de Los orishas…, que se había agotado porque, figúrate, publicaban como 50000 con carátulas de Lenin y todas esas cosas… (Risas). Bueno, el cuento es que yo voy con Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, que era como mi hermano, y le digo: Monseñor, aquí vamos a una subasta en pleno Período Especial, una subasta de un libro, aquí no cogemos ni 10 pesos, o sea, no coge la librería, quiero decir. Muchacho, y empieza la subasta y nos apostamos Monseñor y yo 100 pesos, ¡100 pesos en ese momento eran 100 pesossss!, y dígole: Oye, te apuesto 100 pesos a que yo te voy a ganar con Los orishas…, y él me dice: y yo también te apuesto 100 pesos a que yo te gano con La Biblia. (Risas). Bueno, allí Monseñor lloraba de la risa y yo también, ¡nos divertimos tanto! Porque empezó a subir y Los orishas… cogieron 1200 pesos y La Biblia cogió 800. Ahí le dije: Te gané los 100 pesos, así que, como diríamos en buen cubano, “pasma el baro”.

Ese es el choteo que también tiene que ver con la tradición oral de la que hablabas antes y que tanto nos identifica no solo como cubanos, sino como caribeños.

— Es que nosotros tenemos la virtud, que nos salva, de sabernos burlar de nosotros mismos.

Natalia, el motivo religioso, sobre todo el yoruba, el afro, fue un tabú en los medios editoriales y audiovisuales del siglo XX. Sin embargo, ha habido como una flexibilidad, más en el audiovisual, que es, a fin de cuentas, el “librito” que todo el mundo tiene dentro de su casa. ¿Cómo ves que ha quedado resuelto el tema?

— Ay… (respira profundo), complicado. Mira, en realidad, para emitir un juicio honesto tendría que recordar todos los asesoramientos que he hecho para audiovisuales, desde Titón en La última cena, que abarca toda la cosa religiosa, hasta Fresa y Chocolate; y en el teatro también, cuando se estrenó Réquiem por Yarini, con Armando Suárez del Villar, y cuando Santa Camila de La Habana Vieja (que se estrenó en el Hubert de Blank, aunque se preparó todo en el Teatro Nacional). Hubo momentos, grandes momentos, en que directores de las tallas de Titón, de Suárez del Villar, de Roberto Blanco, respetaban la parte religiosa de las obras que se llevaban a escena, y yo tuve la gran suerte de aprender con ellos. Aunque los asesoraba, ellos estudiaban profundamente y luego se discutía la puesta en lo que todos llamaban “trabajo de mesa”. Yo aprendí mucho porque  empecé a hacer mis conferencias así, como si fueran teatro. Hablándoles a ellos y a los actores en esas mesas aprendí música, gestualidad, y también del trabajo con artistas. Desde entonces, en mis conferencias parto de lo científico y las acompaño de un patakí, y se baila y se toca, se canta yoruba, meto cantos espirituales, todo para no aburrir a quienes están oyendo la charla.

Bueno, los rituales religiosos son muy performáticos.

— (Cruza los dedos pulgar e índice y besa el centro que forman, elevándolo hacia el cielo). Claro, con el ángel detrás que fue Sergio Vitier, quien formó todo su grupo religioso, de grandes religiosos, tocadores de batá, en Danza Contemporánea, e hizo evolucionar toda la danza contemporánea con Ramiro Guerra. Pero, bueno, para ir a tu pregunta y no seguirte diciendo a toda la gente que yo he asesorado, ¿qué pasa con lo que yo veo ahora? Es que no estudian, mi padre, no estudian. Entonces, cogen un proyecto y –yo no voy a decirte quién, pero hay una gente que constantemente me está llamando, fíjate qué curioso, me llama cuando ya ha hecho el guion y hasta la película o el documental– ahí es cuando, entonces, me piden consejo y asesoría. A estas alturas de mis 80 años, yo todavía estudio como una loca, ¿por qué la gente insiste en escribir un guion en 15 días, lo presenta y se lo aceptan? Luego, cuando sale el material, está lleno de errores de muy mal gusto. Como aquello que pasó en televisión con esa serie que hicieron, Día y noche, o Noche y día, yo no sé nunca cómo se llama, porque ahora hay muchas versiones, y entonces siempre ponen a los delincuentes llenos de collares que son prendas religiosas, ¡qué cosa es esa, chico! Pienso que se están haciendo cosas con personajes y escenas religiosas que no se deben llevar a ninguna pantalla ni a nada, porque con ellas se hiere a las personas religiosas. Una vez que me reuní con un grupo de turoperadores–que no sé por qué me llamaron, porque yo soy conflictiva como tú bien sabes o debes imaginártelo– me dijeron: No, porque nosotros queremos que des un teque…, y yo les respondí: bueno, yo doy el teque, pero lo primero que yo les voy a preguntar es: ¿qué religiones tienen ustedes? Me dijeron: bueno, la mayoría somos católicos. Es verdad que la mayoría eran católicos, aunque algún que otro santero había, y les pregunté: ¿A ustedes les gusta ver en el escenario a la Oshún que ustedes adoran con un vestido transparente, los senos al aire y un blúmer hilo dental? ¿Eh? ¿Quisieran ver a la Virgen María así? No, yo sé que no, porque es a la que ustedes adoran. ¿Les gustaría ver a Cristo con un taparrabo erótico? ¡No! ¿Entonces por qué lo van a hacer en un show, aunque sea el de Tropicana? Vístanla, represéntenla, sí, pero con decencia, porque es una religión, es una fe y se respeta. De no ser así, va en contra, primero, de quien lo está viendo –porque aquí en muchos programas de televisión que es lo que más la gente ve, han provocado indignación en el público que ha tenido que ver hasta a un personaje vendiendo huesos de cadáveres–, y luego, de quien lo hace. Usted estudie y luego desarróllelo, y aunque sea humor negro lo que estás tratando, hágalo con pleno conocimiento cultural. Hay que saber llevar las cosas fuertes de la realidad, al arte, con ética y con calidad.

¿Es necesario ser practicante de alguna religión para escribir o dirigir un texto en el que se hable del tema?

— No.

Lo que procuras es la responsabilidad que sí debe tener un artista a la hora de tratar el tema.

— Te voy a poner un ejemplo: Santa Camila de La Habana Vieja, por Armando Suárez del Villar. Yo asesoré las tres Camilas: Verónica Lynn, Paula Alí e Isabel Moreno. Ellas no sabían de eso. Llevé santeros a los ensayos, se les enseñó a tirar el caracol y todo lo demás. Nos propusimos hacerlo lo más serio posible y creíble. Ahora hay otro ejemplo que es un documental de Lourdes de los Santos, el del changó de Güines, creo que es, y aunque ella no es santera, muy respetuoso y muy bien hecho que está. Hay puestas en documentales, sobre todo, que tienen su base en el estudio y la investigación seria, tanto por el guionista como por el realizador. Yo considero que para que haya una buena puesta, tiene que haber un buen guionista que estudie la materia a plenitud, y pueda llevar el proyecto a sus efectos.

Sin embargo, muchas veces ha sucedido, sobre todo en televisión, que el guion es prexistente, es así cuando se trata de una obra de teatro, que es tan fácil de versionar porque está llena de diálogos y de acotaciones con descripciones. Yo estoy pensando en la adaptación televisiva de Santa Camila de La Habana Vieja. Mencionaste que una de las actrices que encarnó a Camila fue Verónica Lynn, blanca, rubia; sin embargo, la versión para la pantalla la hizo Luisa María Jiménez que es mulata. Ahí yo creo que efectivamente se acudió al cliché, al estereotipo: buscar por el color de la piel la creencia religiosa de la protagonista.

— Yo te voy a decir una cosa, yo creo que el color de la piel, eeeh…, voy a hablar hasta del siglo XIX. Mira, las grandes damas aristócratas –y te digo por la tradición oral de mi familia– llamaban al médico cuando el niño se enfermaba, pero cuando él se iba y al chiquito no le bajaba la fiebre, la nana negra venía, le pasaba tres pollos, le metía tres… y, oye, le bajaba la fiebre. Y mi nana, la que me crio a mí –yo siempre he padecido de los pulmones–, era una negra hija de esclavos de familia de origen congo, y no la quiero mejor. Por ahí viene lo del estereotipo del que tú hablabas.

Estoy de acuerdo, lo que pasa es que ahora la práctica religiosa es más general. (Risas).

— Y más descuidada.

He visto cómo los jóvenes se acercan al tema de la religiosidad, ya sea por lo católico, por lo afro, la santería, y siento que lo tratan y lo practican con un poco de empirismo, con un matiz de principiante. ¿Qué piensa?

N: Hay que trabajar en las escuelas. Se da mucha mitología griega, romana, sí, está bien, pero ¿y la cubana qué?, ¿dónde se queda la narrativa de Samuel Feijóo?, ¿dónde se queda lo autóctono de nuestra isla: los chichiricú, los güijes? Los cuentos que se le pueden hacer a cualquier niño, porque hay que formar una identidad o, al menos, enseñarla.   

Gracias, Natalia, por tu honestidad y tu coherencia. Hablar contigo es una fiesta innombrable, una alegría que enseña, que se goza. Y quiero abrazarte, que debe ser algo así como sentir la plenitud de la ceiba. (Abrazo).

N: Eres tremendo. (Risas).


[1] Lydia Cabrera: El Monte, Editorial Letras Cubanas, 2014.

(*) Entrevista realizada en el año 2014.