Ted A. Henken: ¡Abajo Fidel, arriba Edel y p’al carajo con Trump!

Artes visuales | 8 de diciembre de 2023
©Portada del libro de Edel Rodríguez

Con su nuevo libro de memorias gráficas, Worm: A Cuban American Odyssey, el artista cubanoamericano Edel Rodríguez declara: “Me crié en una dictadura y no quiero que lo mismo ocurra en los Estados Unidos”. Así deja claro su rechazo al populismo autoritario tanto de Fidel Castro como de Donald Trump.

Desde hace 6 meses en la primavera tardía de 2023 fui al Museum of the Moving Image en Astoria, Queens para ver el estreno neoyorquino del documental “El Caso Padilla”, del director cubano Pavel Giroud. Después del estreno, mi viejo compañero de lucha en la blogósfera cubana Orlando Luis Pardo Lazo me informó que Edel Rodríguez, el artista gráfico que había deseñado el afiche oficial de la película, estaba presente y me lo presentó junto a su esposa norteamericana Jennifer Roth.

Desde hace varios años yo ya había tenido un interés creciente en el trabajo gráfico original, elocuente y político de Rodríguez, especialmente por su crítica gráfica abierta en las redes sociales primero a la candidatura y después a la presidencia de Donald Trump. Mi interés y curiosidad en el trabajo de Rodríguez solo creció cuando descubrí que era cubano, y además que había escrito un libro de memorias gráficas contrastando su niñez como un “pionero” en Cuba con su transformación en un “gusano” por la propaganda castrista. Y conectando toda esa historia traumática con su nueva vida como refugiado cubano-americano, artista y activista en los Estados Unidos.

Resulta que el artista nació al sur de La Habana en un pueblo pequeño azucarero llamado “El Gabriel” en 1971, el mismo año de la auto-crítica teatral digno de un premio Oscar del poeta Heberto Padilla retratado en la película esencial de Giroud. No obstante, como narra Rodríguez con un lujo de dibujos detallados y una paleta de colores intencionalmente limitada al rojo, negro, verde olivo y –al final del libro– ¡amarillo y anaranjado!, cuando tenía solo ocho años huyó de Cuba junto a su familia como uno de los más de 125 000 refugiados que se fueron de la isla durante el éxodo de Mariel.

Aunque Rodríguez fue educado por el sistema socialista cubano para ser “como El Che”, o sea, “un pionero por el comunismo”, la primera parte de su libro relata cómo el rechazo creciente de sus padres a la falta de libertades básicas y la posibilidad para un futuro digno para sus hijos gradualmente los convirtió a todos en “gusanos”. 

Irónicamente, después de pasar un verdadero martirio esperando salir de Cuba en los campamentos temporales del puerto de Mariel en el verano de 1980, seguido por una travesía escalofriante por mar en el barco pesquero “Nature Boy” para llegar a los Estados Unidos, felizmente Rodríguez pudo dejar atrás las etiquetas de “pionero” y “gusano” de su niñez en Cuba, solo para ser rebautizado con la etiqueta denigrante “ref” (refugiado) por sus compañeros norteamericanos, en su escuela primaria de Miami ya hartos de nuevos inmigrantes desamparados. 

Esta odisea, tanto personal como familiar, que convirtió a Rodríguez y su familia en “gusanos-americanos” orgullosos (así la estrategia irónica de seleccionar “Worm” como el título del libro) es seguida en la segunda parte del libro por otro par de odiseas ahora profesionales y políticas. Es decir, aunque sus padres sacrificaron todo para darle a él y a su hermana nuevas oportunidades en un país libre y democrático, Rodríguez decide que tiene que dejar atrás a sus padres en Hialeah para ir a Nueva York y así alcanzar sus metas y ambiciones profesionales como artista. 

La tercera odisea de Rodríguez es política. Aunque desde su adolescencia sus dibujos gráficos y orientación política siempre habían tenido una carga de crítica “progre” (desde los años 80 había sido un fanático de grupos musicales sumamente políticos como Public Enemy, Rage Against the Machine, Metallica y U2), se volvió conocido y bastante controvertido más allá del mundo artístico solo a partir del año 2016. 

Como retrata en los dos penúltimos capítulos del libro, titulados “Enemy of the People” (enemigo del pueblo) y “The Big Lie” (la gran mentira), respectivamente, fue durante las primarias presidenciales de aquella primavera cuando Rodríguez empezó a usar su talento como artista para criticar las posturas autoritarias cada vez más evidentes y peligrosas de Donald Trump. “Un candidato republicano”, escribe, “se destacó como peligroso [dado que] muchas de sus características me acordaron de un totalitario”.  

En su provocación del miedo, en sus ataques constantes a sus “enemigos” (la prensa, las mujeres y las minorías étnicas y raciales) y en su tendencia de animar la violencia política, Trump se parecía mucho a Fidel Castro en los ojos (y dibujos) de Rodríguez. “Al escucharlo”, escribe Rodríguez, “pensé en el actuar del dictador del cual huimos mi familia y yo”. 

Además, al presenciar las agrupaciones masivas de los seguidores delirantes de Trump, no podía dejar de recordar las masas enardecidas y los actos de repudio animados por Castro en contra de la llamada “escoria” y los “gusanos” y “enemigos de la patria” en la Cuba de su niñez. 

Como refugiado de un país totalitario (y comunista), Rodríguez pensaba que tenía una perspectiva valiosa y que debía sonar la alarma sobre el peligro que representaba esta “amenaza anaranjada” para la democracia norteamericana. Así que, decidió inundar las redes sociales con sus imágenes burlones de Trump, reaccionando constantemente a las declaraciones fascistas y populistas del candidato. “Llegué a pensar en mi laptop como una especie de imprenta”, recuerda en su libro. “Fui mi propio editor y medio, y no tenía que pedirle ni el permiso ni la aprobación a nadie”. 

Como sus dibujos resultaron tan impactantes como ubicuos, Rodríguez rápidamente ganó mucha atención mediática junto a las alabanzas de la izquierda y las amenazas de la derecha americana —especialmente desde la franja Trumpista más empoderada y sinvergüenza—. Con su nombre ya en creces, algunas de las revistas más concurridas del mundo como Time (USA) y Der Spiegel (Alemania) le contrataron para deseñar sus portadas con sus imágenes sobre la amenaza que representaba el fenómeno Trump para la democracia norteamericana.   

Como muchos que vieron la posible reelección de Trump en 2020 como el principio del fin de la democracia norteamericana, Rodríguez celebró la victoria de Joseph Biden aquel noviembre. No obstante, el atentado contra la alternancia pacífica del poder ejecutivo que ocurrió el 6 de enero del 2021, le dio un susto tremendo, porque rompió la confianza que existía durante más de dos siglos en su país de refugio como una democracia ejemplar, guía y faro para el mundo. 

En su libro, estas escenas finales en el Capitolio norteamericano están retratadas con un poder escalofriante junto a palabras que comparan la Cuba de los primeros años de la Revolución con los Estados Unidos hoy en día: “Si se falla en salvaguardar la democracia, la pone en peligro. En cierto momento uno se olvida de qué se trata. Se pierde el conocimiento de la libertad”, sentencia. Eso es lo que pasó en Cuba. ¿Se puede pasar igual aquí?

Después de llegar a los Estados Unidos y hacerse norteamericano, Rodríguez llegó a creer que el sueño de un país democrático con oportunidades de trabajo digno y la libertad de expresar un criterio propio sin miedo podía ser una realidad. Así que, para él, el ataque al Capitolio —increíblemente animado por el propio presidente Trump— se parecía la muerte de un familiar cercano y la evidencia del crecimiento dentro del cuerpo político norteamericano del mismo nacionalismo ciego y culto a la personalidad canceroso que destruyó su país natal. 

Al final, el libro de Rodríguez es un espejo. Muestra una América que el artista no reconocía ni sabía que podía existir en el mismo lugar que le ofreció a él y a toda su familia una promesa de refugio, libertad, seguridad y un nuevo comienzo como inmigrantes. Pero al contar las dos partes de su historia —tanta la cubana como la norteamericana—, usando su talento como artista y su resistencia como activista, termina defendiendo los valores democráticos y antiautoritarios que todos debemos compartir como americanos, más allá de derechas e izquierdas. 

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