Mayté Madruga: Interviú a Daniela Muñoz Barroso / El retrato de Mafifa
¿Si tuvieras que hablar de tu rol en Mafifa, hablarías de sinceridad o exposición? ¿Por qué?
Creo que mi rol en la película fue una especie de puente natural para conectar con el personaje de Mafifa, o la idea de quién pudo haber sido esta mujer. Al inicio, como siempre, no sabíamos qué película iba a surgir; solo sabía que me interesaba muchísimo construir un retrato de esta mujer, y por ahí comencé la investigación, las preguntas de persona en persona intentando encontrar alguien que la hubiera conocido… Esa investigación me puso a viajar, y en el viaje encontraba una ciudad desconocida para mí, que me cautivaba principalmente por sus sonidos, sus ruidos, su fuerza. Y a medida que preguntaba sobre Mafifa, la mujer, como que la pregunta rebotaba de diferentes formas hacia mí y hacia las otras mujeres que encontraba en ese viaje. Eran preguntas que generaban y enlazaban puntos en común entre todas estas personas, pero sobre todo entre las mujeres –y no solo quienes encontraba en el camino, también en quienes me acompañaban en ese momento, Leila [Montero], Glenda [Martínez Cabrera], una parte de Carlos [Melián] y, luego en el montaje, Joanna [Montero]. Entonces, además de sinceridad o exposición, hablaría de impulsos, de energías. Creo que participar/aparecer en la película fue una forma de responder yo también a esas preguntas y acompañarnos entre todas en ese viaje.
No sé si me explico, a veces me pongo abstracta… Hubo un hecho definitivo para aparecer en la película: la idea de que no podía escuchar la campana de Mafifa. Partiendo de este punto, el viaje comenzó a tomar otras formas por todo lo que esto podía significar. La ausencia de… la huella de… la búsqueda de…
El Occidente cubano, lugar donde naciste, y el Oriente, lugar que visitas, son parte de una misma nación, pero tienen diferencias de vida, de cultura. ¿Fue este un cuestionamiento a tener en cuenta durante la filmación y posterior montaje de la película?
Son partes de una misma nación, pero muy distantes entre sí. En los viajes al Santiago en carnavales, o a la Villa Clara en parrandas, yo encontraba siempre algo muy real, un rostro de una isla que entra en trance en estas fiestas y se muestra tal cual. Yo tenía una sensación de que en esos momentos yo podía acceder a una parte de la historia, o del pasado. En el acto de recrear la tradición, conectaba con una Cuba que fue y de la cual queda poco. Durante estas fiestas populares entran en un contacto muy directo la Cuba presente y la que podía haber sido. Vuelvo a las abstracciones. Como que yo siento que hay un subconsciente colectivo que entra en trance y se libera de todos sus dolores a través del baile, el alcohol, la religión y la música, y que tal vez por eso ese trance tiene movimiento y es tan intenso, porque hay una especie de búsqueda, también de soltar algo. Para mí eso es la conga o es el fuego de una parranda. Y el sonido es un factor fundamental aquí, porque describe ese trance, lo acompaña e, incluso, a veces lo protagoniza.
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