Edgar Ariel: Conversación con Fernando Fraguela / Tres mujeres que sueñan y hacen un país
Fernando Fraguela deja en claro algo: Mujeres que sueñan un país (2022) es una película que se hace para el presente, sí, pero sobre todo para el futuro. Mujeres que sueñan un país, con testimonios de la activista Daniela Rojo, la poeta Katherine Bisquet y de la profesora e historiadora de arte Anamely Ramos es una tentativa –tentativa por así decirlo– de llegar a algún lado. Pero ese otro lado es un sueño. Es el sueño de un país.
El documental quiere ser un negatoscopio que permite examinar la radiografía de tres mujeres que, en ese proceso de ensoñación, perviven dentro de la violencia de un sistema. Soñar es hacer. Soñar es, también, saber que el cuerpo no distingue entre una amenaza real y una imaginaria. Tres mujeres que viven bajo amenaza. Pero tres mujeres que saben, como dice Roberto Saviano en Los valientes están solos, que “la amenaza solo existe mientras gravita”.
Fernando, ¿en qué condiciones rodaste Mujeres que sueñan un país?
Mujeres que sueñan un país se rodó mientras yo estaba viviendo ya en España. Fue un equipo muy pequeño, tanto en La Habana como en Madrid y Miami, las tres ciudades donde se filmaron a Daniela Rojo, Katherine Bisquet y Anamely Ramos, respectivamente. La película contaba con un presupuesto muy pequeño y además estaba supeditada sobre todo a las complicadas agendas de Anamely y Katherine, que se encontraban en la vorágine de la emigración. En ese momento Anamely intentaba regresar a Cuba y comenzaba su campaña “Derecho a regresar”. En el caso de Daniela lo hicimos con el riesgo que supone tener un equipo de filmación en la casa de una opositora que ya había tenido vigilancia de la Seguridad del Estado en varios momentos.
En una ocasión dijiste que esta es una película “que se supedita a la premura con que fue hecha”. ¿Qué quieres decir con esto?
Debido al tema que trata y al interés mutuo tanto de Rialta en la producción como mío en la dirección intentamos que el estreno fuera lo antes posible. Esta premura estoy seguro que influye en algunas cuestiones de la factura final de la obra, pero también siento que la película está muy conectada con el espíritu de San Isidro, el 27N, e incluso las manifestaciones populares que se vivieron en ese verano [de 2021] a raíz de los cortes de electricidad en toda Cuba, que aún cargábamos los que participamos en ella. Creo que ese espíritu permea la película otorgándole una vibra, una carga determinada que hoy ya no existe. Me refiero a que muchos hemos perdido un poco las esperanzas de una caída inminente de la dictadura, en comparación con la letanía y la desidia que hoy se respira en varios sectores de la oposición y por desgracia en Cuba también.
Ha dicho Dean Luis Reyes que Mujeres que sueñan un país “condensa un tiempo que aún queremos comprender”. ¿Ese tiempo cómo lo vislumbras?
Sí, siento lo mismo que dice Dean Luis, tanto en el momento de realización de la película como en su posterior recepción. Sin embargo, el mismo ejercicio de hacerla forma parte de ese intento de comprensión. Creo que la obra en si funciona tanto como documento de consulta para el futuro, como de entendimiento de ese proceso que se vivió en Cuba para los no residentes en la isla, y, en otro nivel, como materia prima a la hora de realizar un análisis en profundidad de lo que constituyeron esos procesos y a dónde nos han traído.
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