Evelyn Sosa: La primera vez hicimos el amor en el piso

Artes visuales | Autores | 21 de diciembre de 2023
©E. Sosa

El primer cumpleaños fue el más bello. Le compré un cake de chocolate y velas con el número 36, conseguí unos globos y planifiqué una llamada de grupo por WhatsApp con Jamila, que en esos momentos estaba en Guyana, Larry que estaba en La Habana también y ella que estaba en Miami. A las doce en punto la felicitamos. Fue lindo, estaba tan feliz.

La primera llamada por teléfono, estábamos muy nerviosas, escuchar la voz por primera vez en vivo. Yo pronuncié la palabra candor y ella se asombró, creo que en ese momento fue que se enamoró de mí.

La primera vez que nos vimos por video fue demasiado fuerte. El nervio, la pena, la sonrisa. No saber qué decir. Aunque es imposible que dos personas se vean directamente a los ojos por videollamada, la mirada se recibe y se siente. El movimiento es importante.

La primera vez que hicimos el amor yo temblé.

Después pasó Madrid. Un año y medio después.

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Yo estaba en Jerez de la Frontera y ese día viajé en tren hacia Madrid. Llevábamos más de un año desesperadas por vernos. En Cuba los aeropuertos cerrados, la pandemia, todo imposibilitó nuestro encuentro. Iba en el tren pensando que la vería, que la tocaría por primera vez. Me tocaría a mí por primera vez. Ella también sabía que su cuerpo sería el primero que yo tocaría en cinco años. Hacía cinco años yo había decidido que no quería volver a estar con ninguna persona. Pasaron cosas en mi vida que me llevaron a tomar esa decisión y así lo hice. En cinco años nadie había tocado mi cuerpo y ella lo sabía y yo en el tren tuve tiempo de pensarlo y ponerme de los nervios y calmarme, varias veces.

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Cuando llegué a Madrid quería ir a recogerla al aeropuerto pero no daba tiempo. Saliendo de la estación me entró una llamada de Marcela. Decía que fuera directo para el lugar que habíamos rentado que ella iría hacia allá. Era bastante cerca, creo, llegué al edificio en la Gran Vía y subí. Había un hombre en la recepción, le pregunté si alguien había llegado antes que yo y en ese momento sonó su teléfono. Estaban preguntando cómo abrir la puerta. El hombre me dijo que alguien venía subiendo. Esos segundos duraron siglos. El hombre abrió la puerta y la vi salir del elevador. Recuerdo perfectamente ese primer momento. Ella venía medio distraída, de pronto me vio y se apresuró a abrazarme. Fue un abrazo interminable. El abrazo que anuló la distancia por primera vez. Yo abrí los ojos y vi que el hombre nos miraba. Nos separamos y él dijo algo medio enredado: que ese abrazo no era un abrazo de que nos hubiésemos visto hacía poco tiempo.

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El hombre nos llevó hacia la habitación y dijo que había que poner las cortinas de las puertas del balcón. Nosotras respondimos que lo hiciera después. Él insistió varias veces diciendo que serían solo unos minutos pero nosotras queríamos quedarnos a solas cuanto antes. Ella dijo que pensaba que yo era más alta. Ella era exactamente como yo sabía. Nos sentamos en la cama y fue cuando nos quitamos el nasobuco. Todo el tiempo habíamos tenido eso puesto. Ella me miró y se puso seria, luego sonrió, yo tenía pánico de no gustarle. Entonces la besé, despacio, nos besamos, nerviosas. Cuando yo estaba sobre ella en la cama nos dimos cuenta de la razón de la insistencia del hombre con las cortinas. Desde el edificio de enfrente se veía todo a través de las puertas de cristal. Valoramos parar y llamar al hombre para que pusiera las cortinas pero no pudimos parar ni llamar al hombre y terminamos en el suelo encima de la sobrecama como dos adolescentes desesperadas. Y yo no me acordé del temor sobre el cuerpo, ni de los cinco años, ni de absolutamente nada. Mi cuerpo recibió su cuerpo de la manera más natural y perfecta. Yo la había estado esperando a ella sin saberlo. Yo la había soñado sin saberlo. Yo pedí a la vida un amor y la vida me lo había entregado después de todas las pruebas. Yo haría lo que hubiese que hacer por ella. Ella era bella, me gustó su piel, me gustó su olor, me gustaron sus besos, sus senos y sobre todo sus manos. Entre sus piernas es bella y perfecta también. Ella fue a bañarse, yo saqué la cámara para hacerle una foto y me regañó. Me dio vergüenza. Cómo no iba a dejarme hacerle fotos. Ella vio pelos largos en la cama y dijo que no le gustaba ver pelos sueltos y los recogió. Ella me arrancó todas las canas que encontró en mi cabeza. Yo la dejé hacer todo. A mí nada me importaba. Yo era la mujer más feliz del mundo ese día. Me quise bañar con ella y tampoco me dejó.

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Salimos a pasear y al salir de la habitación, un poco avergonzadas, pedimos al hombre que pusiera las cortinas. Fuimos a un Starbucks en la Gran Vía. Yo nunca había salido de Cuba, nunca había ido a un Starbucks y tenía curiosidad. Ella estaba orgullosa de haberme llevado a un Starbucks por primera vez. Creo que estábamos demasiado felices las dos.

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Fuimos a comer a un peruano, nos vimos comiendo por primera vez. Era delicioso y divertido. De regreso a la habitación compramos cervezas y luego vimos una película juntas en persona por primera vez. Yo estaba sentada, recostada a la cama y ella a mi pecho, la película era linda. Yo la abrazaba, tenerla en mi pecho, olerla, era todo, la película quedaba en un segundo plano. Le toqué un seno por encima del pulóver, una caricia suave y me quitó la mano, me regañó. Era el momento de la película que a ella le hacía tanta ilusión ver conmigo, era importante. Cuando acabó la película hicimos el amor, más calientes, con más ganas y más confianza. A ella le dio asma y entonces se dio cuenta de que olvidó el spray. Cuando a ella le da asma y no tiene spray a mí me falta el aire. Quiso dormir así, dijo que se le pasaría. A las cinco de la mañana se despertó con el asma más fuerte. Nos apuramos en salir, por suerte había taxi y le pedimos al hombre que nos llevara a una farmacia. El hombre dio varias vueltas pero encontró el lugar relativamente rápido. Ella pidió el spray y se lo vendían sin receta. Pagamos 2.75 euros por el salbutamol. Aquello le dio una alegría. En Estados Unidos el spray cuesta 50 dólares y era tema frecuente porque siempre se le acaba y a mí me gusta comprárselo y a ella protestar. Salimos aliviadas y regresamos caminando a la Gran Vía. Entramos a un Starbucks, nos pedimos un café y subimos al segundo piso. Yo tenía la cámara y ella me dijo: Mira V, haz una foto desde aquí. Ese día ella tendría su lectura. Ese día entramos y salimos, caminamos de la mano por Madrid, como novias de verdad. Descubrimos una tienda chiquitica y graciosa donde compramos juguetes para Cemí. Fuimos a otra tienda y le regalé unos zapatos por primera vez.

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Sentadas en un bar de tapas yo miré mi teléfono y tenía varios mensajes de mi amiga que decían que le acabara de escribir que estaba preocupada por mí. Yo no había escrito más, a nadie, desde que había llegado. Le respondí a mi amiga y ella frente a mí preguntó con quién hablaba, le dije que con mi amiga que estaba preocupada y ella se molestó. Era tema saturado y la primera molestia en Madrid donde todo había sido perfecto. Yo traté de explicar y terminamos peleando. Ella no entendía que yo le hablara a mi amiga y yo fui brusca y le dije que me iba que la esperaba en la librería. Inmediatamente me arrepentí, sabía que había sido innecesario y torpe. Su lectura iba a ser pronto y ya no supe qué hacer. Madrid no fue perfecto y ella no lo perdona. No hay perdón para ese mal. Madrid había sido un error. Salimos para la lectura. Yo la abracé en el taxi y nos calmamos. La lectura fue bella. La escuché leer por primera vez, la vi leer. La admiré enamorada, embobecida y pensaba con orgullo: ella es mía. Ella no me hizo caso en toda la noche pero yo le hice fotos todo el tiempo. Salimos abrazadas, caminamos abrazadas por la calle, la besé delante de todos. Fuimos a un bar, nos emborrachamos un poquito con los amigos. Regresamos a la Gran Vía. Dormiríamos juntas esa noche por última vez. No sabíamos cuándo volveríamos a vernos. Estábamos enamoradas. Eso creo. Al menos yo estaba convencida de que ella era la persona con la que yo quería quedarme por el resto de mi vida. Con todas sus manías. Todo. Era ella. Mi amor mío. En el aeropuerto, otra vez con nasobuco, yo sentía una tristeza profunda. Nos despedimos rápido, ella tenía ganas de irse, sobre todo porque extrañaba a Cemí. Ella no lloró. Yo la abracé, la besé y la olí y le dije te amo en persona por última vez.

Aún no logro perdonarla
no sé si vaya a poder.
Yo no sé dónde está hoy 
ni sé con quién estará.

Ojalá que estés feliz
Es lo único que importa.

©E. Sosa
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15 de diciembre de 2023

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Publicación fuente blog de Evelyn Sosa