Grethel Domenech: ¿Quién le teme al realismo socialista? Intelectuales y política en Cuba (1959-1965)

Archivo | Autores | 22 de enero de 2024
©Umberto Peña, dibujo en la revista Casa de las Américas, no. 35, 1966

Continuamos nuestro dosier con este excelente análisis de la ensayista e investigadora Grethel Domenech sobre las fuerzas y juegos de poder que impulsan a principios de los sesenta el Realismo Socialista en la isla.
Disfruten.

I. Ni comunismo, ni capitalismo… ¡Humanismo!

El 27 de abril de 1959, un enérgico José A. Baragaño escribió en las páginas del periódico Revolución, órgano del Movimiento 26 de julio: “En Cuba hay los que continúan utilizando ideas del siglo XIX sin ser adaptadas a las circunstancias actuales. Otros quieren aplicar a nuestra realidad específica y radical, a nuestra vida cubanísima […] teorías surgidas durante la revolución industrial: hablo del marxismo. A la situación no son aceptables esos términos que se deterioran ante nuestra historia”.[1] Para el poeta, la revolución cubana tenía una esencia plenamente del siglo XX, “su capacidad de poner a prueba teorías existentes” y “la única posición ideológica cierta de la revolución era su oposición a la tiranía”.[2] La postura de Baragaño, poeta de tintes surrealistas y colaborador de Lunes de Revolución, rechazaba toda posibilidad de aplicar tesis “deterioradas” a la nueva realidad cubana.

Para cerrar su ensayo, Baragaño afirmaba que “el partido comunista y los colonialistas se encuentran en la incapacidad de comprender lo que pasa, porque ambos obedecen a doctrinas cerradas, paralizadas por su actitud sistemática”.[3] Las palabras del escritor nos permiten empezar a ubicarnos en un año complejo donde aún se reflexionaba sobre las posibles derivas ideológicas y, por lo tanto, culturales de la revolución. Un año en el que algunos celebraban la indefinición del gobierno revolucionario pues permitía llamarla “humanista”, o “verde como las palmas” y en el que otros consideraban el socialismo un desvío del proyecto original. En esos debates, incluso antes de la imposición de un sistema político socialista por Fidel Castro en 1961, idearios de izquierda, de derecha, sindicalistas, católicos, o de nuevas juventudes estuvieron en disputa por múltiples agentes y medios.

En el ámbito cultural, el realismo socialista fue puesto a debate desde un inicio. Su mención en el campo intelectual no llegó de la nada a partir de 1961, ni en 1971 con el Primer Congreso de Educación y Cultura. Su recepción a partir de 1959 no fue una cuestión de polos opuestos como se ha llegado a plantear muchas veces al ubicar dos bandos: por un lado, los intelectuales o funcionarios del PSP defendiéndolo a capa y espada y, por otro lado, los intelectuales que lo reprocharon. Todo lo contrario, la corriente fue entendida de múltiples maneras y tuvo diversas lecturas y críticas de acuerdo con un contexto histórico en constante ebullición.

En este ensayo pretendo analizar algunos debates intelectuales sobre el realismo socialista en Cuba de 1959 a 1965. Las preguntas que guiarán la reflexión serán ¿qué cuestiones sobre el rol del intelectual y la creación artística o literaria estuvieron atravesadas por la recepción del realismo socialista?, y ¿qué lecturas se hicieron sobre las posibilidades de esta corriente cultural para la vida nacional? Para responderlas, me interesa mapear discusiones enunciadas por una joven generación intelectual que no se identificó explícitamente como socialista y que se expresó en medios como Revolución, Lunes de Revolución, La Gaceta o Casa de las Américas. Estas publicaciones revelaron opiniones sobre la tendencia soviética que no fueron uniformes ni constantes, sino que evolucionaron de acuerdo con las condiciones que las posibilitaron. 

A tal efecto, resulta fundamental iniciar con un análisis detallado de 1959. Un año bisagra, como diría Reinhart Koselleck, en el que los léxicos políticos y sociales están experimentando transformaciones radicales en sus significados. ¿Qué ocurre exactamente en ese momento de tránsito posterior a la ruptura revolucionaria? 1959 representa el ojo del huracán, donde la aparente calma es solo superficial y donde la heterogeneidad del proceso que se gestó a partir de 1952, tras el golpe de estado de Batista, hasta la llegada de los rebeldes al poder, está en agitación.

El “año de la libertad” fue un terreno fértil para los debates en Cuba. Aún el Gobierno revolucionario se encontraba en una etapa de toma de decisiones y la prensa cubana contaba con los periódicos Revolución, Combate, INRA, Prensa Libre, El Diario de la Marina, El Mundo, Hoy y Bohemia. De varios de ellos nacieron páginas culturales como Nueva Generación y los suplementos Lunes de Revolución y Hoy Domingo. Es un año donde Ángel Cuadra escribía para Revolución sobre José Antonio Echeverría[4] y publicaba su primer poemario Peldaño. Mientras que, en Combate, periódico del Directorio Revolucionario 13 de marzo, se les preguntaba a los funcionarios del gobierno provisional “¿Existe mejor forma de contribuir con la revolución que criticando los errores cometidos y fácilmente reparables? ¿Puede encontrarse medio más saludable que el anterior para llevar adelante la nave de la Cuba Revolucionaria, sin tropiezos ni caídas (…)?”[5]

En este variado contexto, el realismo socialista se leyó como uno de los senderos que podía tomar la creación en la cultura cubana, no el único. Por ejemplo, a diferencia de Baragaño, Virgilio Piñera en “Literatura y Revolución”, era optimista sobre el camino de rectificación que la literatura socialista había tomado: “Es de sobra conocido que el clásico postulado marxista: «La literatura al servicio de la Revolución» ha ido perdiendo, con el decursar del tiempo, su severo dogmatismo […] También es sabido que ciertos escritores que estaban en el Index comunista han sido devueltos a las bibliotecas y editoriales[…].[6] Piñera comenzaba su artículo revindicando las nuevas aperturas de la política cultural soviética para reflexionar sobre el compromiso del escritor cubano con la revolución, posiblemente el tema más debatido entre revistas e intelectuales. Aunque, según Piñera, la Revolución no había pensado por un momento poner pautas al escritor y que si este decidía producir literatura dirigida debía resolverlo por sí solo, lo que no podía evitar era que su lugar en la vida nacional había dado un giro radical y que el compromiso con el hecho revolucionario era inevitable, para bien o para mal.

Para otros, afirmar que Cuba era socialista o que la política cultural de la revolución asumiría contrastes soviéticos significaba hacer contrarrevolución. El 5 de noviembre de 1959, Manuel Díaz Martínez aseguraba que los intentos de mostrar que Cuba seguiría un camino socialista eran “una pulla indecente y venenosa contra la Revolución cubana y sus líderes principales, con la cual este solapado y tenaz amanuense de la tiranía hace el juego a la propaganda intervencionista contra Cuba”, al situarla “como la creadora y propulsora, en papel de instrumento de la URSS”.  Decir que Cuba representaba la entrada del comunismo a América Latina era ser un “vocero de la contrarrevolución” que buscaba “minar la fuerza de la Revolución”.[7]

Este texto de Manuel Díaz Martínez, que fue replicado de diversas formas por otros escritores para desacreditar el intento de mostrar a Cuba como comunista, parece una gran ironía de la historia o la negación de una profecía obligada a cumplirse, pero nos evidencia las bifurcaciones que tomaron los debates ideológicos y la amplia diversidad de posicionamientos que existieron. Por supuesto, para Díaz Martínez, el papel del intelectual era desenmascarar tales calumnias.

Por ejemplo, en su número del 6 de abril de 1959 en una de sus notas editoriales más famosas “Haciendo lo que es necesario hacer”, Lunes de Revolución, aseveró:

No somos comunistas. Ninguno: ni la Revolución, ni REVOLUCIÓN, ni “Lunes de REVOLUCIÓN” […] nosotros, los de “Lunes de REVOLUCION”, hoy, queremos decir, simplemente, que no somos comunistas. Para poder decir también que no somos anticomunistas. Somos, eso sí, intelectuales, artistas, escritores de izquierda –tan de izquierda que a veces vemos al comunismo pasar por el lado y situarse a la derecha en muchas cuestiones de arte y de literatura. Pero eso mismo no nos impide reconocer el formidable aporte hecho por los escritores comunistas a la literatura de revolución […]. Tampoco afirmar esto es negar que a partir de cierta fecha –el año 1929, para ser precisos– la posición del intelectual en las esferas oficiales comunistas devino precaria primero y luego tristemente comprometida.[8]

La nota editorial, aunque posicionamiento del grupo que se reunió en torno al magazine, define muy bien las heterogeneidades de un año en el que la intención era alinearse con la novedad de una revolución hecha por jóvenes, para muchos de los cuales el comunismo “olía a viejo”.  El número de Lunes, un especial dedicado a literatura y revolución, incluyó textos como “El Manifiesto Comunista” de Karl Marx y Friedrich Engels, “Oda a la Revolución” de Vladimir Mayakovski, “La Revolución Rusa” de Leon Trotsky, “Por un arte revolucionario independiente” de André Breton, “Mensaje Lírico Civil”, de Rubén Martínez Villena o fragmentos del “Diario” de José Martí.

©Portada de Lunes del 6 de abril de 1959

El propio Fidel Castro muchas veces desmintió que la revolución tuviera una esencia socialista o que hubiera algún tipo de confabulación comunista para girar el proceso hacia ese camino. Algunas de las más conocidas, son su conferencia en la Universidad de Princeton cuando visitó los Estados Unidos en abril de 1959. Al respecto, Rafael Rojas comparte que “Según las notas de Taylor [Paul D. Taylor, embajador que facilitó la visita de Fidel a la Universidad], en su conferencia Fidel Castro sostuvo que la cubana se inscribía más en la tradición de 1776 que de 1789 o 1917 porque no alentaba el choque de clases. Tampoco proponía la confrontación con Estados Unidos, ya que preservaba la distancia del comunismo y sugería una defensa de los intereses nacionales de Cuba que Washington podía aceptar porque se enmarcaba en su propia tradición independentista”.[9]

En este mismo recorrido por Estados Unidos, en un discurso pronunciado en el Parque Central de New York, el en aquel entonces primer ministro cubano afirmó que “Nuestra revolución practica el principio democrático, pero una democracia humanista […] Humanismo significa justicia social con libertades y derechos humanos”,[10] recalcando así el enfoque de una revolución humanista que sorteaba marcos ideológicos de izquierda o de derecha. 

Otra, pudieran ser sus afirmaciones tras renunciar al cargo de primer ministro por incompatibilidades con el presidente Manuel Urrutia. En sus declaraciones en televisión la noche del 17 de julio de 1959 Fidel expresó que la contrarrevolución no había dejado de actuar agitando constantemente la bandera del anticomunismo: «El Presidente de la República, doctor Manuel Urrutia, ha hablado con energía y sin remilgos… porque parece que soy yo el de los remilgos… respecto a la infiltración comunista en Cuba y los peligros que ello representa para nuestro país”.[11] Entre un tono sarcástico y enjuiciador, Fidel terminó alertando al pueblo que tales acusaciones de infiltración comunista solo enmascaraban la traición del presidente Urrutia.

©Fragmento de la portada del periódico Combate [12]

Durante 1959 la defensa pública de un proceso revolucionario popular sin tintes comunistas fue común, no solo por las intervenciones de Fidel, sino también por periódicos como Combate o Revolución. Sin embargo, Huber Matos cuenta en sus memorias Cómo llegó la noche, que en sus conversaciones con otras figuras políticas para evitar que los comunistas tomaran el control del proceso revolucionario, comentaban lo difícil que era saber con exactitud qué sucedería, pues la ebullición de tendencias y movidas políticas cambiaban de un día para otro: “Tenemos el dilema que representa Fidel: un día aparece en la televisión y descarga una formidable andanada contra los comunistas. Poco después, en otra comparecencia, dice que no se puede perseguir a los comunistas porque también ellos son parte de la nación cubana. El reino de la ambigüedad”.[13]

Para muchos grupos que participaron en la lucha contra Batista, procedentes tanto de la sierra o de la clandestinidad en las ciudades, la renuncia de Huber Matos en octubre de ese año y su posterior encarcelamiento tras acusar a Fidel Castro de traicionar a la revolución, más el precedente de la pugna con Manuel Urrutia, dejó en evidencia que la construcción de la sociedad revolucionaria estaría marcada por la violencia y la exclusión. Esta ambigüedad política se expresó también en los debates del campo intelectual que con la misma indeterminación se movían a la hora de buscar referentes y paradigmas para la nueva cultura revolucionaria.

Las posturas adoptadas en los primeros años del régimen revolucionario, heterogéneas entre sí y defendidas incluso por escritores cercanos en cuanto a ideología y estilos, destacan el extenso abanico de respuestas y recepción que suscitó “lo socialista”. Esta diversidad de perspectivas revela la complejidad del panorama cultural y político de la época, donde la incorporación de los preceptos del realismo socialista u otras teorías foráneas generó intensas controversias. La pluralidad de opiniones entre los escritores, algunos abrazando la corriente con entusiasmo, mientras que otros la cuestionaban, refleja la riqueza de matices en un contexto complejo y de fuertes pugnas políticas.

Aunque la historiografía cultural cubana no ha insistido mucho en ello, la mayoría de las primerísimas polémicas sobre literatura, arte o producción cultural en general estuvieron atravesadas por el fantasma del realismo socialista. Fue una corta etapa exploratoria en la que aún no era imperativo adoptar una forma específica de concebir la obra sujeta a los parámetros de esta u otra política. El eslogan “Ni Comunismo, Ni capitalismo, ¡Humanismo!” que desde periódicos como Revolución y organizaciones como la FEU se defendía, rápidamente se fue diluyendo en un entramado que pronto fue controlado por una casta militar.

En este contexto, las discusiones y debates en torno a la creatividad artística se desenvolvieron en un terreno complejo, donde coexistieron tensiones entre la libertad expresiva y la alineación ideológica con los valores de la Revolución. La progresiva exigencia que enfrentaron artistas e intelectuales de equilibrar su individualidad creativa con las expectativas de contribuir al proyecto revolucionario en curso fueron tensando una cuerda que cada vez se hacía más floja.

II. ¿Cultura dirigida o realismo socialista?

Para una mayor comprensión de los debates sobre el realismo socialista en el campo intelectual hay que tomar en cuenta las relaciones, complejas por demás, que se establecieron entre el régimen cubano y la Unión Soviética (URSS). Sin querer hacer una cronología exacta de este tema, pues requeriría un ensayo para sí mismo, me interesa resaltar algunos momentos de inestabilidad que ayudan a comprender lo heterogéneo que fueron los debates. Cómo se están leyendo esos nexos está estrechamente conectado con cómo se está recepcionando el realismo socialista en el campo intelectual.

En cuanto a estos vínculos, se han establecido varias narrativas que simplifican el complejo entramado de intereses y momentos que vivió la política exterior cubana. La primera de ellas, orientada a respaldar la rápida declaración del carácter socialista, argumenta que la URSS se convirtió en un aliado decisivo para Cuba cuando Estados Unidos recrudeció su política económica hacia la isla y, como lógica consecuencia, los lazos entre ambos gobiernos se fueron consolidando hasta concretarse con la entrada de Cuba al CAME en 1972. La segunda narrativa, conocida como el «supuesto acercamiento» a la URSS a inicios de los setenta, postula que en los sesenta el régimen mantuvo un distanciamiento notable con la URSS y tras el fallido intento de la zafra de los diez millones en 1970 para el logro de una independencia económica, Cuba no tuvo otra opción que alinearse al Este.

Sin embargo, ni una ni otra son enteramente demostrables.

Las relaciones URSS-régimen cubano necesitan deconstruirse a partir de 1959, en cuanto a alzas o bajas, y no mostrarlas como bloques monolíticos. Estas narrativas simplificadas subrayan la necesidad de una comprensión más matizada y contextualizada. La segunda narrativa, tal vez más peligrosa para la reconstrucción de una memoria histórica, necesita refutarse, pues toma el acercamiento en los setenta como el inicio de las políticas autoritarias en Cuba y termina obviando la funcionalidad represiva del régimen desde sus inicios y funciona como una excusa para el recrudecimiento que tuvo la política cultural en los setenta. Bajo esta lógica pareciera que el realismo socialista aterrizó en la Habana en 1971 con las declaraciones del Primer Congreso de Educación y Cultura. Pero desde la década anterior, incluso, desde el año 59, es posible observar y, por tanto, historizar, debates y polémicas sobre su presencia en la isla, en especial en la cultura.

Algunos momentos de acercamientos o distanciamientos políticos y culturales nos revelan la inestabilidad de esas relaciones. Una de las primeras muestras de proximidad fue la visita de Anastás Mikoyán, viceprimer ministro de la URSS, en febrero de 1960. La visita fue tomada con recelo por muchos sectores de la sociedad civil y apoyada con gran entusiasmo por otros. A pesar de que la llegada de Mikoyán formaba parte de un periplo de viajes considerados un intento de “deshielar” la guerra fría –el año anterior había visitado los EE. UU, donde fue recibido con los honores correspondientes y su presencia fue leída como un acto positivo “entre Moscú y Washington”[14]–, para varios sectores nacionales resultó preocupante el inminente arribo de un ministro soviético a La Habana. ¿Qué motivaba al régimen cubano a invitar a un político que había estado involucrado en la represión de la revolución húngara de 1956?

La interrogante cobró fuerza entre los estudiantes de la Universidad de La Habana, pertenecientes tanto al Movimiento 26 de julio como al Directorio Revolucionario, quienes, el 5 de febrero llevaron a cabo una protesta en el Parque Central. La manifestación se organizó de forma pacífica para que tuviera lugar frente a la estatua de Martí, pues la prensa había anunciado que Mikoyán iba a colocar ahí una corona de flores y una bandera soviética. A pesar de que la mayoría de las pancartas de los estudiantes proclamaban: «Viva Fidel, abajo el imperialismo ruso», al llegar al Parque Central, la policía y miembros del Partido Socialista Popular (PSP) agredieron y detuvieron a numerosos participantes.[15]

©Primera protesta estudiantil en el Parque Central en La Habana, 1960 [16]

Por otro lado, en las páginas de Revolución, Virgilio Piñera afirmaba “En pocos días más tendremos en La Habana a Sartre. Para nosotros, escritores, esta visita es tan importante como la reciente de Mikoyán para nuestra economía”.[17] La frase nos manifiesta la pluralidad de recepciones que tuvo la llegada del ministro soviético. En este caso, la comparación con la visita de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, una visita agenciada por Carlos Franqui y Lunes de Revolución y posiblemente el suceso intelectual más esperado de ese año, denota la importancia que a ambas presencias se les daba en La Habana. Además, resulta llamativo que Virgilio conectara la importancia de Mikoyán en Cuba con la economía cubana y no con la política, lo cual nos demuestra que los vínculos con la URSS aún eran leídos por algunos en un sentido práctico, como Virgilio y posiblemente gran parte del grupo del periódico Revolución, y, por otros, como los jóvenes que protestaron en el Parque Central, en un sentido político.

La visita de Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir fue una oportunidad propicia para ventilar muchas dudas sobre el intelectual y la cultura. Desde las páginas de Revolución, Virgilio Piñera, consideraba que algunas de las preguntas oportunas a realizarle al filósofo francés eran ¿Qué opina del arte dirigido? ¿Estima usted que el llamado arte realista soviético ha dado obras de importancia? ¿Qué admite y que rechaza usted del comunismo?[18] El 21 de marzo de 1960 el semanario publicó una reproducción taquigráfica de la conversación con intelectuales cubanos que tuvo lugar en la sede de Lunes de Revolución.

En el encuentro participaron los colaboradores habituales de Lunes además de los escritores Nicolás Guillén, Isabel Monal, Carlos Rafael Rodríguez, Mirta Aguirre, José Rodríguez Feo, entre otros. La conversación se centró en los temas más importantes del momento. En primer lugar, el compromiso del escritor, en segundo lugar, la revolución cubana y su impronta en América Latina y Europa y, en tercer lugar, la situación política de Francia. Pero la alusión al realismo socialista no podía faltar y Lisandro Otero, finalizando la charla, le preguntó al francés: “Yo quiero conocer su opinión sobre el realismo socialista y el efecto que ha tenido en la literatura y en las artes plásticas en la Unión Soviética; y al mismo tiempo saber el por qué el realismo produce mejores obras en los países que no poseen un régimen socialista”.[19] La respuesta de Sartre fue bastante corta y osciló entre una defensa de los logros del realismo socialista y el camino de una desestalinización que tomaban las nuevas generaciones de la URSS. Pero lo que me interesa recalcar es la claridad y naturalidad de la pregunta de Lisandro Otero, la cual, valga decir, no fue respondida con exactitud por Sartre. En posteriores intervenciones del campo intelectual cubano es difícil encontrar que se enuncie de forma tan precisa y abierta la duda sobre qué efectos podría tener el realismo socialista en la creación. 

Las conexiones culturales con la URSS continuaron expresándose de muchas maneras. En diciembre de 1960 el ICAIC organizó un festival de Cine Soviético en La Habana, el cual fue presidido por figuras políticas de alto rango como Fidel Castro y Vilma Espín.[20] En 1962 tuvo lugar la primera exposición de pintores cubanos en las capitales de la mayor parte de los países socialistas europeos, patrocinada por el Consejo Nacional de Cultura y la Unión de Escritores y Artistas. Para la ocasión se reunieron obras de más de veintitrés pintores, Servando Cabrera Moreno, Antonia Eiriz, Raúl Martínez, Amelia Peláez, Umberto Peña, Rene Portocarrero, etc., que fueron enviadas a Praga, Budapest, Moscú, Varsovia y Bucarest.

Al declararse socialista el gobierno en abril de 1961 y establecerse lazos culturales con el Este, se esperaba que el régimen extendiera sus directrices al ámbito cultural. Sin embargo, surgía un temor de que esta adhesión al socialismo pudiera transformar la corriente estética en una política cultural imperativa y que esto implicara una centralización y una posible instauración de mecanismos de censura. Términos como «arte dirigido» y «cultura dirigida» comenzaron a circular con creciente insistencia en el ámbito intelectual cubano, reflejando la inquietud ante la posibilidad de que la expresión artística y cultural se viera restringida por imposiciones políticas.

Posiblemente, la primera voz en decirlo en alto fue Virgilio Piñera en las reuniones de la Biblioteca Nacional en junio de 1961[21] en su conocida intervención de la que siempre se recuerda su fragmento más emblemático “tengo miedo”. Pero el miedo de Virgilio no se refería, por lo menos en esa intervención, a un miedo personal, si no a un gran murmullo intelectual: “Hay un miedo”, comenzó diciendo antes de que Fidel lo interrumpiera “[…] que corre en todos los círculos literarios de La Habana, y artísticos en general, sobre que el Gobierno va a dirigir la cultura […] esa especie de ola corre por toda La Habana, de que el 26 de julio se va a declarar por unas declaraciones la cultura dirigida…”.[22]

Virgilio le preguntaba concretamente al primer ministro, Fidel Castro y sus acompañantes, el presidente Osvaldo Dorticós y la moderadora Edith García Buchaca, qué iba a pasar con la política cultural de la revolución. El miedo a la cultura dirigida era la traducción criolla de la implementación del realismo socialista como política cultural. Las palabras de Virgilio son las más conocidas por su teatralidad al ir directo al grano, pero no fueron las más contundentes. Heberto Padilla y Rine Leal fueron dos de los escritores que directamente denunciaron procesos estalinistas y de censura.[23]

Padilla, además de alegar que era inadmisible que Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal, creadores de la censurada P.M, no habían sido invitados a la reunión, se refirió a comentarios de Julio García Espinosa en los que el cineasta planteó que las críticas a P.M se habían tildado de “actitudes estalinistas”. Por lo que Padilla recalcó: “Considero muy peligroso que se insista en el estalinismo, en que no se defina la actitud de la gente que está con ese estalinismo. Es peligroso primero porque el estalinismo en Cuba es una forma muy bárbara, porque, además, es muy ajena a la realidad nacional […].[24] Para el autor de Fuera del juego, resultaba perjudicial que se dijera que “estaban contra el estalinismo”, pues daba a entender posturas que ellos [el plural se refiere al grupo de Lunes que protestó por la censura de P.M] no tenían. Más que una oposición política contra el marxismo, sus posturas eran contra un procedimiento censurable que se había llevado a cabo.

Mientras, Rine Leal denunció la expulsión de Néstor Almendros de Bohemia por defender en una crítica cinematográfica a P.M e interpeló a Osvaldo Dórticos al respecto. A lo que Fausto Canel agregó que Enrique de la Osa[25] le había invitado a que se ocupara de la página de crítica cinematográfica de la revista porque las manifestaciones de Almendros “no eran las más adecuadas”.[26] Para complementar las preocupaciones de los intelectuales sobre la cultura dirigida y la censura, la intervención de Pablo Armando Fernández, posiblemente una de las más elocuentes, fue una brava respuesta a la anterior intervención acusatoria de Alfredo Guevara a Lunes de Revolución.[27]

Estas intervenciones en las reuniones de la Biblioteca Nacional, las cuales no se conocen en toda su extensión y aún están pendientes de un análisis exhaustivo, nos exponen preocupaciones que estuvieron atravesadas por la cultura dirigida, realismo socialista, o estalinismo. Más allá de la semántica utilizada, todas eran evidencia del claro ascenso de un control a la creación y la expresión intelectual. Finalmente, se sabe que la censura de P.M tuvo que ver más con Alfredo Guevara y una lucha por el control del cine cubano entre el ICAIC y Carlos Franqui y Revolución,[28] que con pugnas entre Lunes y el periódico Hoy y su suplemento Hoy Domingo, lo cual queda claro en la intervención de Carlos Rafael Rodríguez expresando que varias veces evitó publicar en Hoy, órgano del PSP críticas a P.M,pues las consideraba una discusión innecesaria.[29]

Menos de dos meses después de las reuniones en la Biblioteca Nacional, en agosto de 1961 se celebró el I Congreso de Escritores y Artistas de Cuba, en el que se estableció que el escritor o artista y su obra debían pertenecer al pueblo, “por la Revolución, por la Patria y por la cultura”.[30] Entre los acuerdos más importantes del evento estuvo la creación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), la cual centralizó a todos los agentes culturales revolucionarios. Se decidió, también, crear una publicación que sustituyera a los suplementos de periódicos en función de la “unidad intelectual” y así editar una revista de todas las voces intelectuales. La Gaceta vino a suplir a Hoy Domingo y Lunes de Revolución. Para estas acciones se tomó como precedentes la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UEAC), creada en 1938 por los miembros del Partido Comunista Juan Marinello y Carlos Montenegro, y la experiencia práctica y organizativa de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo.

La creación de la UNEAC, inspirada también en La Unión de Escritores Soviéticos creada en la URSS en 1934,[31] fue una clara notificación de que el realismo socialista y la sovietización estaban presentes en Cuba. Nicolás Guillén, intelectual comunista y de confianza, fue seleccionado como su director. El ubicar a figuras provenientes en cargos culturales fue otro síntoma del ascenso de esta tendencia en la cultura y la política. Por ejemplo, el Consejo Nacional de Cultura, fundado en 1961, fue, en un inicio, dirigido por figuras del viejo socialismo como Vicentina Antuña (presidenta) y Edith García Buchaca (vicepresidenta) y, en 1962, para implementar la reforma universitaria, fue designado como rector de la Universidad de la Habana Juan Marinello.

El “corrimiento hacia el rojo” trajo consigo la clausura de medios de comunicación que representaban posicionamientos, aunque de izquierda, alejados del dogma castrista. En noviembre fue cerrado Lunes de Revolución y el periódico Combate del Directorio Revolucionario. La política cultural de corte soviético que representaron estos cambios estuvo en consonancia con los caminos políticos que tomaba el gobierno. El progresivo desplazamiento de organizaciones como el Directorio Revolucionario y la preponderancia del PSP como fuerza en ascenso político confirmaría los temores.[32] La transición al socialismo en Cuba iba tomando su camino totalitario.

En 1961 se crearon las ORI (Organizaciones Revolucionarias Integradas), organización que según el discurso oficial debía unificar a las fuerzas que lucharon contra Batista para la ordenación política del país, pero que en la práctica significó la disolución del Movimiento 26 de julio, el Partido Socialista Popular y el Directorio Revolucionario 13 de marzo, y, por lo tanto, la anulación de la heterogeneidad política y agenciamientos de diferentes grupos ideológicos. La secretaría de las ORI se le ofreció a Aníbal Escalante, miembro del PSP, lo cual puede ser analizado como un intento de acercamiento a la URSS en cuanto la selección de un militante de larga tradición socialista. Sin embargo, las expectativas de que Aníbal Escalante fuera una figura más simbólica que real no fueron cumplidas, y el 26 de marzo de 1962 Fidel Castro, en un discurso televisado al pueblo, denunció el fenómeno del sectarismo y el errático proceder de Aníbal Escalante. El mismo día se disolvió la organización y se creó el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC), el cual se convertiría en Partido Comunista de Cuba (PCC) en 1965, primer y único partido legalizado en Cuba tras 1959. 

Entre los años 1962 y 1963 dos procesos marcaron la impronta del realismo socialista en Cuba. Uno de ellos, y tal vez el más conocido, fue la Crisis de los Misiles. De junio a octubre de 1962 se instalaron en Cuba 42 misiles soviéticos con ojivas atómicas que podían alcanzar los Estados Unidos. Tras descubrirse la presencia militar en Cuba, Estados Unidos pasó a la ofensiva estableciendo un bloqueo naval a la isla. Sin entrar en detalles de la conocida Crisis de los Misiles, el conflicto terminó con negociaciones entre el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, y su homólogo de la URSS, Nikita Kruschev cuando acordaron que la URSS retiraría los misiles nucleares de Cuba a cambio de que EE. UU. se comprometiera a no invadir Cuba y retirara los suyos de Turquía. La ausencia de Cuba de las negociaciones provocó reacciones negativas en la máxima dirigencia militar de la isla, que consideró un oprobio no tomar en cuenta su voz ni demandar a los Estados Unidos otras garantías. La crisis de los misiles representó un momento en el que los idilios entre la URSS y Cuba parecían haberse enfriado tras la “traición de Kruschev”, a pesar de que la influencia geopolítica de Cuba en la región quedó una vez más demostrada.

No obstante, unos meses después de la tensión que provocó el pacto Kennedy-Kruschev, entre el 27 de abril y el 3 de junio de 1963, Fidel Castro realizó su primer viaje a la URSS. En las páginas de La Gaceta se expresaba que este viaje “(…) del cual nos sentimos muy orgullosos los escritores y artistas de Cuba, es el colofón lógico de nuestras estrechas relaciones, es una confirmación del internacionalismo proletario. Fidel Castro, en la Plaza Roja, es nuestra manera de decir sencillamente lo que sentimos todos los cubanos hacia el pueblo soviético: ¡Gracias, camaradas!”[33] La breve síntesis de estos sucesos nos muestra lo volátil que fueron las conexiones entre Cuba y la URSS a inicios de la década. Como mismo sucedía en el campo político, los debates sobre el realismo socialista se enfriaban o calentaban de acuerdo a su contexto. 

III. ¿Qué clase de realismo?

Una vez declarado el carácter socialista, escuchadas las “palabras a los intelectuales”, creada la UNEAC y un solo partido político, las polémicas y menciones sobre el realismo socialista comenzaron a tomar más fuerza. La cultura dirigida dejaba de convertirse en un murmullo, un rumor o una ola, como dijo Virgilio Piñera, para convertirse en una de las líneas centrales de la política estatal. A partir de entonces, los posicionamientos y polémicas del campo intelectual, más que preguntarse por si el gobierno iba a dirigir la cultura, pues ya la pregunta había sido respondida, giraron en torno a alertar sobre el dominio del realismo socialista como única estética posible en tiempos de revolución y sus consecuencias. Algunas preguntas entre líneas fueron: ¿Escribir desde el punto de vista político y social y no desde el conocimiento literario se podía convertir en una limitación artística? ¿De qué forma la revolución iba a condicionar la creación literaria y artística?, o ¿de qué forma iba a cohibir la libertad estética del creador?

Lo más común para analizar la recepción del realismo socialista en Cuba es tomar en cuenta las polémicas en las que participaron intelectuales vinculados al PSP, como la discusión sobre cine y revolución entre 1963 y 1964, simplificada muchas veces a un careo entre Blas Roca y Alfredo Guevara, pero en la que también participaron Mirta Aguirre, Tomás Gutiérrez Alea, Julio García Espinosa, Jorge Fraga, Juan Blanco y otros realizadores; o la polémica sobre la novela de la revolución cubana entre José Antonio Portuondo y Ambrosio Fornet, con comentarios de Manuel Díaz Martínez. No obstante, sobre el realismo socialista se estuvo debatiendo desde todas partes. Las principales preocupaciones tuvieron que ver con la libertad de creación y tal como resumió Virgilio, si el gobierno iba a cooptar la creación y la estética en función de la política de la obra. De ahí surgieron muchas preguntas y polémicas que se pudieran agrupar, arbitrariamente, en estos ejes: ¿Arte o propaganda revolucionaria? ¿Quién toma las decisiones culturales y estéticas, los artistas, los funcionarios del arte o el gobierno? ¿Qué tipo de creación se va a considerar contrarrevolucionaria, una deliberadamente crítica o una estética? ¿Y si la crítica de arte iba a estar sujeta a los preceptos del realismo socialista?

En 1962, en las páginas de La Gaceta, una joven Graziella Pogolotti alertaba sobre la crítica con enfoque marxista: 

Toda crítica marxista parte, pues de las tesis fundamentales del materialismo histórico. De ahí el que pueda, en ciertas ocasiones, ayudar al creador a salvar ciertas limitaciones de su obra, a hacerle sentir mejor las contradicciones y los aspectos negativos derivados de la penetración ideológica de la burguesía. De acuerdo con esto, el papel del crítico marxista resulta de gran importancia, ya que no es simplemente un intérprete de la obra realizada, sino a veces puede tener un papel positivo en relación con la elaboración de la obra misma. Sin embargo, esta posibilidad hace que la crítica pueda ser un arma de doble filo, extremadamente peligrosa cuando no se maneja con cuidado. […] Con mucha frecuencia, han sido precisamente los marxistas quienes con un concepto simplista y mecánico de estas relaciones han caído en un dogmatismo estrecho que ha tenido consecuencias desastrosas tanto en el arte como en la literatura.[34]

En una entrevista de Ambrosio Fornet a Lisandro Otero tras ganar el premio de novela de Casa de las Américas en 1963 por La Situación, Fornet encuestó al escritor sobre su obra y de inmediato sacó a relucir la cuestión del realismo socialista:

A.F: […] ¿dirías que tu novela es realista?

L.O: Sin duda alguna. Es realista de la primera a la última página.

A.F: Pero ¿qué clase de realismo? Porque hay realismos y realismos…

L.O: Bueno, el único realismo posible: el que ha pasado a través de la subjetividad de un agente que selecciona su material del medio que estudia.

No obstante, Fornet quería su opinión sobre el realismo socialista, y más adelante le preguntó: “volviendo al realismo, ¿qué crees del realismo socialista en la literatura?”.

L.O: Que yo sepa Marx nunca habló de realismo socialista. Lenin tampoco habló de eso. El realismo socialista, como teoría del marxismo para el arte y la literatura, fue enunciado por Zdánov en el Primer Congreso de Escritores Soviéticos de 1934. Los resultados han sido muy negativos.

A.F: ¿A qué lo atribuyes tú?

L.O: No te hagas el bobo. Tómate el café, que se te enfría. Además, haría falta un libro para analizar el fenómeno.[35]

La respuesta de Lisandro Otero, irónica en muchos sentidos, no podría ser más reveladora para evidenciar, tal vez de manera inadvertida, las modalidades que adoptaban las discusiones en torno al realismo socialista. Mientras las críticas permanecieran en la superficie y no se profundizara en lo que verdaderamente implicaba esa corriente para el ámbito creativo, no había inconvenientes para abordar el tema. El hecho de que Otero eludiera cualquier afirmación compleja evidencia lo delicado que era el tema en los espacios públicos y culturales. Fornet, finalmente le respondió:

―Chico, escríbelo. Seguramente que la Unión te lo publicaría en seguida. Hay muy pocos libros de ensayos hasta ahora.

―No. Por el momento, pienso escribir otra novela…

La negativa a definir qué era el realismo socialista, no fue solo un lugar común en Cuba, sino también en los espacios que tanto en Occidente como en el Este debatían sobre sus posibilidades o inconvenientes. En 1965, durante el 33° Congreso del Pen Club Internacional en Eslovenia,[36] Leonid Maksimovich Leonov, novelista y dramaturgo soviético, afirmó en su discurso:

Nunca he alcanzado a comprender exactamente en qué consiste el llamado “realismo socialista”, y probablemente esa sea una de las causas de que no haya alcanzado una mayor madurez en mi creación literaria. Ahora, sin embargo, he llegado al convencimiento de que debemos poner una mayor dosis de corazón en las obras que escribimos. Estas no deben ser tan sólo atractivas o chocantes, en cierto sentido, sino deben ser esencialmente útiles evitando que puedan causar daño alguno.[37]

Más allá de que a la altura de la década de los sesenta se reconocía el realismo socialista como la corriente artística y literaria oficializada por el Estado en la Unión Soviética en la década de 1930, que tuvo como objetivo representar una visión de la sociedad de acuerdo con la ideología del partido comunista; a medida que avanzaba el tiempo, la categoría se volvió más vaga y ambigua. A pesar de su origen y propósito inicial, el realismo socialista se fue despojando, por lo menos en su recepción fuera de la URSS, de significados concretos y dependiendo de su puesta en práctica convirtiéndose así en un concepto peligroso, especialmente en contextos como el de Cuba, donde se comenzó a entrelazar con las disposiciones totalitarias del régimen.

En las revistas culturales de los años sesenta, una de las formas predilectas para debatir   sobre el realismo socialista, el rol de los intelectuales, la creación artística y literaria o las influencias teóricas fueron las encuestas y cuestionarios. En las páginas de Casa de las Américas, La Gaceta o Revolución y Cultura, es común encontrar varios números al año que incluyen preguntas dirigidas a escritores, artistas o funcionarios culturales, abordando estos temas.

En el año 1963 hubo en La Gaceta dos encuestas, una sobre “Nuevo Teatro Cubano”[38] y otra sobre pintura cubana. Las preguntas de la segunda permitieron que algunos artistas hicieran referencia a las cuestiones que se venían discutiendo sobre realismo y arte revolucionario: “¿En qué medida cree usted que su obra ha sido influida por el proceso revolucionario?” o “¿Cuáles son en su opinión los problemas y las perspectivas actuales de la pintura?”[39] Respondieron a las interrogantes Salvador Corratgé, Umberto Peña, Orlando Yanez, Adigio Benítez, Raúl Martínez, Antonio Vidal, Antonia Eiriz, Hugo Consuegra, Roberto García York y Servando Cabrera Moreno. Orlando Yanez fue el único en referirse en sus respuestas a la necesidad del realismo socialista para aproximarse a la creación pictórica en Cuba: “para interpretar esa realidad revolucionaria, compleja, cambiante y rica, considero que es necesario un arte realista y un método creador que nos permita tomar lo esencial de esa realidad para expresarla a través de la pintura. La filosofía de nuestra Revolución pone a nuestro alcance ese método: el realismo socialista”.[40]

A diferencia de los otros entrevistados que abogaron por la libertad de creación, por buscar referentes en la tradición cubana o pensar en cómo vincular a un público mayor con el arte que se estaba produciendo, para Yanez, el realismo socialista resultaba una herramienta valiosa siempre que se utilizara sin sus importaciones vulgares: “Pero claro está, no se trata de la caricatura que tantas veces se ha hecho de este método, tantas veces combatido y calumniado. Se trata del método creador surgido del marxismo-leninismo por medio del cual podemos comprender mejor la realidad, comprender su desarrollo revolucionario, tomando lo esencial e interpretándolo a través de nuestro arte desde el punto de vista revolucionario, que quiere decir: ver el presente desde el punto de vista del porvenir”.[41]

Lo interesante aquí, es que todavía se esperaba que el realismo socialista fuera tomado como una herramienta para la creación revolucionaria, como un ejemplo que debía ser atendido como cualquier otra corriente, con una mirada crítica y que se asimilara lo provechoso, no como una política cultural o el único camino. Para concluir, Yanez afirmaba que “junto a nuestra tradición pictórica y la asimilación de aquellos aspectos positivos de la cultura artística internacional, el método del realismo socialista nos permitirá crear en un futuro no muy lejano, un arte socialista donde el pueblo se vea reflejado, glorificado y le pertenezca a él y donde el artista haya pasado ‘del horizonte de uno, al horizonte de todos’, como decía Paul Elduard [sic]”.[42]

A diferencia de Orlando Yanez, las respuestas de Antonia Eiriz abogaron por salirse de los lugares comunes del imperativo revolucionario: “No creo que la influencia del proceso revolucionario pueda medirse con un “revolucionariotómetro” como algunos pretenden; y esto nos conduce a otras reflexiones como, por ejemplo: que la actitud del verdadero artista debe consistir en ser sincero e inconforme consigo mismo y ser honesto y valiente con los demás, la conformidad sólo engendra mediocres y arribistas”.[43] Las lúcidas enunciaciones de Eiriz nos llevan a otra de las cuestiones que más atravesaron los debates sobre realismo socialista: la libertad creadora y la autonomía de cualquier producción cultural. 

La autonomía y libertad de creación se empezaron a construir, desde el discurso oficialista, como cualidades contrarias a un arte revolucionario, social y útil. La libertad de expresión comenzó a contraponerse con estéticas o corrientes como el realismo socialista y esto fue una de las principales zonas de conflicto a las que se enfrentó el sujeto intelectual. Frente a las demandas políticas de las instancias burocráticas cualquier creación o actitud que no tuviera una disposición útil o revolucionaria podía ser tildada de contrarrevolucionaria, arma del enemigo, o incluso mercenaria.

En una entrevista a escritores cubanos realizada por Casa de las Américas en 1964 las preguntas expresaron: ¿En qué sentido la Revolución ha afectado su concepto de la literatura?, ¿Qué significa para usted el realismo?, ¿En qué temas ve mayor posibilidad?, ¿Cuál es la función del escritor en la Revolución?”.[44] Las respuestas de los convidados mostraron las diferentes opiniones que sobre las relaciones entre revolución, literatura y escritor se estaban dando a mediados de los sesenta. Humberto Arenal respondió, por ejemplo, que “[l]o importante es lo que el artista haga con la realidad. Lo demás no es digno ni de discutirse, porque no es arte.” […] Siempre pienso que no hay que confundir los términos ni encasillar al creador dentro de fórmulas estériles y peligrosas para su capacidad de expresión”. Luis Agüero, sobre la pregunta del realismo expresó: “Aquí se plantea un problema de nomenclatura. Yo puedo preguntar a mi vez: ¿A cuál realismo se refiere usted? He oído por ahí que hay muchas clases de realismos, de modo que la pregunta termina siendo un tanto vaga”. Respecto a la segunda pregunta, casi todas las respuestas coincidieron en que la realidad no se agotaba en cualquier supuesta escuela literaria, y que no había nada que quedara fuera de un realismo sin adjetivos, “desde un perro hasta el sueño de un borracho”.[45] La literatura como ampliación de la realidad, siempre era realista.

Calvert Casey y Luis Agüero, respondieron escuetamente que la función del escritor en tiempos de Revolución era “escribir”; Edmundo Desnoes afirmó que: “Vivir y escribir, escribir y vivir”. Jaime Sarusky dijo que era “Ser revolucionario. Es decir, no contemplar pasivamente el extraordinario proceso en que vivimos, sino participar. Mientras que, para Noel Navarro, “el escritor cubano actual vive dentro de la Revolución; negar este hecho sería no solo una traición a la época, sino una traición al arte mismo. Y si vive dentro de ella, participa y refleja en su obra la Revolución”.

Aunque en las preguntas de las encuestas no se aludía directamente al realismo socialista y más bien se evitaba adjetivar el término realismo, es interesante apreciar cómo las interrogantes de estas zonas del campo intelectual conectan la preocupación de la libertad de creación y de la autonomía del autor con las políticas o corrientes culturales que se iban a tomar como legítimas.

Los denominadores comunes observados en todas las encuestas o entrevistas mencionadas: “arte útil”, “¿qué realismo?” e “influencia de la revolución”, revelan cómo las semánticas asociadas con la libertad de creación, autonomía estética y compromiso, tanto de la obra como del autor, fueron elementos centrales en las polémicas suscitadas ante la inminente adopción del realismo socialista. Este último se convirtió en una de las múltiples formas utilizadas para disfrazar la exigencia revolucionaria, entendiendo aquí como «revolucionaria» la imposición de un régimen político específico y no simplemente como una aspiración a la transformación.

En el año 1965 tuvieron lugar procesos de centralización totalitaria que marcaron un punto de inflexión. La creación del Partido Comunista de Cuba (PCC) y su comité central ya no solo superaba la fase de declaración de un “carácter” socialista, sino que establecía que la política cubana seguiría el modelo soviético, a diferencia de otras propuestas de la nueva izquierda en América Latina que debatían la posibilidad de la vía pacífica al socialismo, como lo hizo en Chile Salvador Allende en 1970, o los debates entre los movimientos guerrilleros sobre la lucha armada y la creación de focos rurales y urbanos. La fusión de los periódicos Revolución y Hoy en Granma, respondió a una política de centralización de los medios de comunicación bajo la dirección del recién creado Partido Comunista de Cuba, del cual Granma sería su órgano oficial. 

La preocupación, más que por el dominio del realismo socialista, por su implementación como única estética posible en tiempos de revolución, se mantuvo latente durante toda la década de los sesenta y se acrecentó en los setenta, cuando fue instaurada como única vía para la política cultural. A partir de 1965 hay mucha tela para seguir cortando sobre esta corriente y sobre la forma en que va navegando en Cuba, atravesado por las relaciones con la URSS, los proyectos de expansión revolucionaria guerrillera para América Latina y con el ascenso de una nueva izquierda crítica. Pero he decidido establecer un corte aquí tomando en cuenta la instauración de una organización política diferente a partir de ese año que posibilitó, entre muchos otros factores, que los debates sobre el realismo socialista tomaran otros matices en la segunda mitad de la década. Creo que, a partir de 1965, más que preguntarse cómo se implementó el realismo socialista en Cuba o cómo se manifestó, sería prudente preguntarse cómo se instrumentalizó por el gobierno para sus fines totalitarios y no olvidar que no debemos confundir la propuesta cultural de este movimiento con su implementación en Cuba y su contexto propio.


[1] José A Baragaño. “Una revolución de nuestro tiempo”, en Revolución, 27 de abril de 1959.

[2] Ibídem.

[3] Ibídem.

[4] Ángel Cuadra. “Un recuerdo de José Antonio Echeverría” en Revolución, 30 de enero de 1959.  

[5] El 13, “Revolucionarias”, en Combate, 9 de septiembre de 1959, p.5. Cita tomada del ensayo “¿Qué se lee en Combate?” de Liliana Rodríguez en Prensa y Revolución: La Magia del cambio, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2010, pp. 181-244.

[6] Virgilio Piñera. “Literatura y Revolución”, en Revolución, 18 de junio de 1959, p.2.

[7] Manuel Díaz Martínez, “Una tarea nuestra”, en Revolución, 5 de noviembre de 1959.

[8] “Una Posición. Haciendo lo que es necesario hacer”, Lunes de Revolución, no.3, 6 de abril de 1959, p.3.

[9] Rafael Rojas, “La noche que Hannah Arendt escuchó a Fidel Castro”, en El País, 5 de julio de 2014.

[10] Discurso pronunciado por el comandante Fidel Castro Ruz, Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, en el Parque Central de New York, Estados Unidos, el 24 de abril de 1959.

[11] La intervención de Fidel en televisión del 17 de julio de 1959, no la he podido encontrar completa y no se encuentra en la página web cubana que reúne todos sus discursos. Cito aquí fragmentos que encontré en el artículo “Renunció al cargo, no a la Revolución”.

[12] Fragmento de la portada del periódico Combate, Época II, Año III, 17 de julio de 1959.

[13] Huber Matos. Cómo llegó la noche. Buenos Aires: Tusquets Editores, 2004, p.326.

[14]  Josep M. Massip. “Inquietud ante la visita de Mikoyan a Cuba (1960)”, en Ara.cat, vuelto a reproducir el 26 de enero de 2015.

[15] Conocí por primeva vez de esta protesta estudiantil por la lectura de la investigación “Relatos de nación y género en el archivo de la familia Valiente-Ruiz” de Anaeli Ibarra. Para ahondar en ella se pueden revisar los testimonios de sus participantes en: “Cuba y su historia — Protesta por la visita a Cuba de Anastas Mikoyán (Invitado: Joaquín Pérez)” y «Destierros»: No toda la juventud era Fidelista ni comunista”.

[16] Imagen extraída del sitio: https://zoevaldes.net/2018/01/02/primera-protesta-estudiantil-en-el-parque-central-en-la-habana-1960/

[17] Virgilio Piñera. “Miscelánea”, en Revolución, 19 de febrero de 1960, p.2.

[18] Virgilio Piñera. “Miscelánea”, en Revolución, 19 de febrero de 1960, p.2.

[19] “Sartre conversa con los intelectuales cubanos en la casa de Lunes”, Lunes de Revolución, n.51, 21 de marzo de 1960, pp. 10-18.

[20] Fausto Canel. “Festival de Cine Soviético”, en Revolución, 19 de diciembre de 1960, p.19.

[21] Los tres últimos sábados de junio de 1961 se realizaron en la Biblioteca Nacional reuniones entre los intelectuales y la alta dirigencia del país por las quejas y comentarios tras la censura del documental P.M de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal y producido por Lunes de Revolución. En la última sección Fidel Castro pronunció las tristemente célebres “Palabras a los Intelectuales”.

[22] Orlando Jiménez Leal y Manuel Zayas. El caso PM. Cine, Poder y Censura. Madrid: Editorial Colibrí, 2012, p. 166.

[23] Sobre estas reuniones hay publicados varios fragmentos de las preguntas y comentarios de los intelectuales que participaron, creo el más completo se encuentra en el volumen de Orlando Jiménez Leal y Manuel Zayas. El caso PM. Cine, Poder y Censura. Madrid: Editorial Colibrí, 2012.

[24] Ibídem, p. 195.

[25] Director de la revista Bohemia entre 1960 y 1971.

[26] Ibídem, p. 200.

[27] Me interesa recalcar aquí la intervención de Pablo Armando y recomendar su lectura, no solo por la defensa elocuente que hace de Lunes de Revolución frente a un discurso de Alfredo Guevara lleno de inexactitudes y acusaciones, sino también porque desde el presente estamos acostumbradas a juzgar algunas de las máscaras de los actores del pasado y olvidamos que nadie tiene una sola postura toda su vida. Sin librar de culpas a nadie, es importante historizar que el poder totalitario tiene una forma macabra de hacernos ver solo víctimas y victimarios, olvidándonos de quiénes dan la orden.

[28] Recuerdo que cuando comencé a investigar sobre Lunes de Revolución lo primero que hice fue caer en una trampa común de la narrativa oficial: buscar exhaustivamente las “acérrimas” polémicas entre Lunes y Hoy Domingo. ¿Dónde estaban esas discusiones que habían sostenidos ambos polos opuestos de la cultura cubana? Después de revisar las publicaciones, prácticamente no encontré nada. Lo que sí encontré cuando decidí ampliar el campo de estudio, fueron las incontables acusaciones de Alfredo Guevara desde revistas como Cine Cubano o Nueva Revista Cubana a Lunes de Revolución y Carlos Franqui, y me di cuenta de que la narrativa de las pugnas rabiosas entre Lunes y el PSP solo servía para desviar la atención de las figuras que realmente ejercieron la represión intelectual. En este sentido, la intervención de Pablo Armando Fernández en la Biblioteca Nacional resulta extremadamente esclarecedora.

[29] Ibídem, p. 242.

[30] Nuria Nuiry y Graciela Fernández Mayo (Comps). Pensamiento y política cultural cubanos. La Habana: Editorial Pueblo y Educación, 1987, p.49.

[31] Organización de escritores profesionales de la Unión Soviética, fundada en 1934 por iniciativa del Comité Central del Partido Comunista para la supervisión por parte del Estado y el partido de la creación literaria. La membresía era prácticamente obligatoria para los escritores publicados. Dejó de existir tras la desintegración de la URSS.

[32] Estas circunstancias propiciaron el surgimiento de grupos insurreccionales y organizaciones de oposición por todo el país, como las guerrillas del Escambray, el Movimiento Revolucionario del Pueblo (M.R.P.), el Directorio Revolucionario Estudiantil (DRE) o el Movimiento Demócrata Martiano, que de inmediato fueron etiquetados como “mercenarios”, “traidores”, “contrarrevolucionarios” y “gusanos” y perseguidas, la mayoría de sus miembras y miembros terminaron encarcelados o fusilados.

[33] “Fidel Castro en la URSS”, en La Gaceta, n.17, 2 de mayo de 1963, p.16.

[34] Graziella Pogolotti. “Qué es la crítica”, en La Gaceta, n.10, diciembre de 1962, p. 13.

[35] Ambrosio Fornet. Entrevista con Lisandro Otero”, en La Gaceta, n.14, 15 de marzo de 1963, p.13.

[36] El 33º Congreso del PEN Internacional de Bled fue un encuentro peculiar y extraordinario, cuya envergadura histórica sentó precedentes: se organizó por primera vez en un estado socialista, además, por un centro PEN pequeño de una literatura de solo dos millones de hablantes; por primera vez acudieron al Congreso, en calidad de observadores, escritores de la Unión Soviética y también participaron numerosos intelectuales de otros países del bloque socialista. Ver: “Eslovenia y la Guerra Fría cultural: Miguel Ángel Asturias y Pablo Neruda en el Congreso PEN Internacional de 1965 en Bled” de Maja Šabec y Marija Uršula Geršak.

[37] Iván Skoknic. “Una cita con el Pen Club Internacional” en La Gaceta, n.46, septiembre de 1965, p.36.

[38] “El nuevo teatro cubano”, en La Gaceta, n.19, 3 de junio de 1963, pp. 2-9.

[39] La Gaceta, n.30, 4 de diciembre de 1963, pp.7-14.

[40] Ibídem, p.9

[41] Ibídem, p.9.

[42] Ibídem, p.9.

[43] Ibídem, p.12.

[44]“Entrevistas”, en Casa de las Américas, n.22-23, enero-abril 1964, pp.139-149.

[45] Respuesta de Abelardo Piñeiro “Todo lo que tiene relación con la conciencia o los sentidos, desde un perro hasta el sueño de un borracho”. Ibídem, p.140.