Rinaldo Acosta: Los orígenes olvidados de la ciencia ficción cubana

Autores | 26 de enero de 2024
©’El cuerpo’, de Robert S. Oncemore y con ilustración de Manuel Vidal, otro posible cuento de Hernández Artigas en la revista Carteles / Rialta

Hablar de José Hernández Artigas y de su papel como precursor de la ciencia ficción cubana significa recobrar una historia sepultada bajo varias capas de olvido. El hecho de que su nombre fuera desconocido precisamente por aquellos que estaban en el deber de recordarlo nos desconcierta. Y ello es tanto más sorprendente cuanto que se trata de una persona que, como Hernández Artigas, no solo se dedicó al cultivo del género, sino que además realizó una notable labor de traducción y difusión de la ciencia ficción moderna en Cuba. Es cierto que el propio Artigas contribuyó a esta situación, ya que siempre evitó firmar sus cuentos (y sus traducciones) con su propio nombre. Pero, de todos modos, el dato de que había escrito cuentos de ciencia ficción, además de haber sido públicamente conocido en los años sesenta, en realidad nunca se olvidó del todo y llegó hasta nuestros días, como puede comprobarse en un artículo publicado en 2016 por la investigadora Rosa Marquetti.[1] Ya he contado en un texto en Rialta Magazine cómo se encontraron los cuentos de Pepe Hernández; quiero ahora abordar algunos temas no tratados, en particular el de la autoría de los cuentos con pseudónimos extraños aparecidos en la revista Carteles en 1958, así como la cuestión de los verdaderos comienzos de la ciencia ficción moderna en Cuba. Aclaro que, al hablar de “ciencia ficción moderna”, me refiero siempre al nuevo tipo de ciencia ficción surgido en las revistas pulp estadounidenses entre las décadas del veinte y el cuarenta. En sentido general, la historia de la ciencia ficción en Cuba se remonta a fines del siglo XIX.

José Hernández Artigas nació en La Habana en 1932. Fue un periodista y escritor que trabajó en la revista Carteles, donde fue secretario de su director, Antonio Ortega. Allí conoció a varios autores y periodistas de la época y fue amigo durante un tiempo de Guillermo Cabrera Infante (luego se distanciarían). Publicó cuentos, la mayoría de ciencia ficción, reportajes, críticas y traducciones en revistas y periódicos de finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta. También se recuerda que escribió una novela, hoy perdida, que fue muy elogiada por Julio Cortázar. De hecho, según una de las versiones que han llegado hasta nosotros, Cortázar, al llegar a Cuba en 1963, lo primero que hizo en el aeropuerto fue preguntar por Hernández Artigas, al que consideraba “un genio”.[2] También escribió guiones para la televisión y probablemente también firmó algunos guiones de cine en el corto tiempo en que trabajó en el ICAIC.[3] Cabrera Infante dedicó varias páginas a José Hernández en su libro póstumo Cuerpos divinos, donde siempre lo presenta bajo una luz desfavorable y lo apoda “José-Hernández-el-que-nunca-escribirá-el-Martín-Fierro”. Las distintas fuentes también dan fe del carácter excéntrico de la personalidad de Hernández, que le valiera ser conocido como “Pepe el Loco”, y de su inclinación al alcoholismo. Una de las anécdotas incluso refiere que vivía, ya en los sesenta, en una casa sin puerta, donde cualquiera podía entrar, incluso de noche.[4] Murió trágicamente a comienzos de los años setenta, víctima de un accidente de tránsito, según unos, o como resultado de un acto suicida, según otros, entre los que se cuenta el citado Cabrera Infante, que siempre ha defendido esta segunda hipótesis.

La búsqueda de los cuentos perdidos de Pepe Hernández comenzó a partir de una afirmación hallada en el prólogo que escribió Rogelio Llopis a Cuentos cubanos de lo fantástico y lo extraordinario, antología publicada en 1968,[5] y un artículo de Roberto Branly para el Diccionario de Literatura Cubana (Cuaderno de trabajo. Letra H-K), de 1968. Allí el poeta cubano luego de referirse a su labor de traducción, escribe: “[s]u obra artística, dispersa en revistas, está centrada asimismo en relatos de ciencia-ficción, aparecidos hacia 1957 en Carteles, por lo que puede conceptuársele como uno de los pioneros del género en Cuba”.

La información que brindaba Branly en el diccionario constituía una especie de piedra de Rosetta para descifrar el enigma Artigas, pues estaba proporcionando varias claves para recuperar al menos parte de su obra: primero, lo reconoce como autor de ciencia ficción y señala que cuentos suyos aparecieron en la revista Carteles (y luego enumera otras publicaciones en las que colaboró). Y segundo, lo identifica como el autor de las numerosas traducciones de ciencia ficción publicadas en la propia Carteles desde 1957 en adelante y, lo que es más importante, como el traductor de los relatos de Ray Bradbury, Isaac Asimov y otros que allí aparecen. Este último dato resultó decisivo, como veremos a continuación.

En la revista Carteles, entre los años 1957 y 1958, aparecieron efectivamente numerosas traducciones de cuentos de ciencia ficción, la mayoría de ellas firmadas con las iniciales “H-A”, sin puntos y separadas por guion, las cuales bien podían corresponder a las iniciales de los apellidos de Hernández Artigas. Estos cuentos vieron la luz en una sección especial de la revista, titulada “Ciencia-Ficción”. La sección empezó a aparecer en julio de 1957 con el cuento de Ray Bradbury “La hora cero”, precedido de un breve texto de presentación, sin firma, pero redactado evidentemente por Guillermo Cabrera Infante:

Ha llegado la hora cero. Carteles alista a sus lectores para el viaje al infinito. La nave está ante ustedes. La pilotea Ray Bradbury, explorador de múltiples mundos extraños. Lo auxilia, para beneficio de los lectores que hablan español y no el idioma de los espacios, H. A., cuyas misteriosas siglas parecen encerrar en una cápsula literaria las fuerzas de explosión e implosión de las bombas atómico-hidrógenas. El viaje se inicia. La aventura del espacio exterior ha comenzado.[6]

Al revisar la colección de La Gaceta de Cuba encontramos que en mayo de 1963 se habían publicado tres breves cuentos de ciencia ficción agrupados bajo el título genérico de “Cósmicas. Tres aventuras interplanetarias de finales del siglo XXI”. El texto llevaba como firma las iniciales “H-A”, que, al igual que en las traducciones de la revista Carteles, aparecían sin punto y separadas por guion. La presentación del editor de La Gaceta precisaba que el autor de “Cósmicas” era la misma persona que años atrás había traducido a Bradbury en Carteles. Por lo tanto, quedaba establecido, más allá de toda duda, que las iniciales H-A correspondían al autor José Hernández Artigas. “Cósmicas” exhibe ya un notable dominio de las convenciones de la ciencia ficción, y constituye otro argumento para poner en entredicho la fecha de 1964 como punto de partida para la historia de la ciencia ficción moderna en Cuba.[7]

Hay otra interesante fuente de datos sobre Hernández Artigas en el artículo “Bewitched. Buscando a Maggie Prior”, de la investigadora Rosa Marquetti. Maggie Prior fue una cantante de jazz cubana que estuvo casada con Pepe Hernández a comienzos de los sesenta. En su artículo, luego de señalar que fue amigo de Oscar Hurtado y Guillermo Cabrera Infante, Rosa Marquetti escribe:

Hernández Artigas se vinculaba a los jóvenes intelectuales que escribían en el semanario Lunes del periódico Revolución, quienes le reconocían como un escritor de prometedor talento con aportes interesantes y próximos a un género con escasos exponentes entonces y dentro [de] lo que hoy llamaríamos ciencia ficción.

Rogelio Llopis, por su lado, aunque ya vimos que coloca a Pepe Hernández entre los precursores de la ciencia ficción en Cuba, en un pie de igualdad con Oscar Hurtado, no nos dice nada acerca de la fecha de publicación de sus cuentos. De hecho, parece afirmar que la ciencia ficción cubana nace después de la Revolución: “Antes y después de la Revolución, casi todas, si no todas las revistas cubanas importantes, han venido incluyendo en sus páginas cuentos de ciencia ficción. Pero ha sido durante la Revolución que se han impreso obras de ciencia ficción de autores cubanos”.[8] Esto parece indicar que Llopis no estaba al tanto del uso (hipotético) de pseudónimos por Hernández en Carteles, aunque sí, probablemente, de los cuentos que publicó luego bajo la firma H-A, pues destaca que en este autor (y en Hurtado) la ciencia ficción cubana “tiene a sus verdaderos precursores, tanto en la esfera divulgadora [sabía, pues, de sus traducciones para Carteles], como en la creadora” [cursivas mías].[9]

El olvido de la obra de Hernández Artigas constituye la laguna más grande en la investigación de la historia de la ciencia ficción moderna cubana; un vacío en un relato que se suponía bien contado.

Un puñado de pseudónimos raros

Hay, pues, varios testimonios que relacionan a Hernández Artigas con la ciencia ficción. Pero es solo Branly quien afirma que publicó cuentos en Carteles. Vamos, pues, a examinar con más detenimiento este importante punto.

Roberto Branly fue un poeta que, por algún motivo que desconozco, tuvo una cierta cercanía con la ciencia ficción cubana. Fue él, por ejemplo, quien escribió los artículos sobre Herrero, Hurtado y Collazo para el Diccionario de literatura cubana (edición de 1968). También trabajó en Carteles y se lo puede ver en una foto de la época junto a Cabrera Infante y Santiago Cardosa Arias en la azotea de la revista habanera. De manera que conoció a Hernández hacia esa época y su testimonio es de primera mano y confiable. Pero, al mismo tiempo, debemos señalar que Branly yerra al afirmar que Hernández Artigas había empezado a publicar en 1957. Revisé dos veces la colección de Carteles correspondiente a ese año y no pude encontrar ningún cuento de dicho autor. Creo que aquí Branly estaba apelando a la memoria y se confundió con la fecha de inicio de la sección “Ciencia-Ficción” (julio de 1957); o eso, o estaba usando datos erróneos. Pero también existe la posibilidad de que simplemente se equivocara de año: los cuentos sí aparecieron, pero en 1958.

Ahora bien, en este año de 1958 se encuentran algunos reportajes de Pepe Hernández, pero ningún cuento firmado con su nombre o sus iniciales. Había algo, sin embargo, que finalmente llamó nuestra atención, a saber: la presencia de varias historias publicadas con pseudónimos insólitos como Mac Tomorrow (cuento “Psique”), Robert S. Oncemore (“El cuerpo”), Mate Hard (“El final”) y Charles Yonder (o Yoender) (“¡Madre!”), todos en cuentos en que aparecía Hernández Artigas como traductor. Obsérvese sobre todo que estos no son pseudónimos normales, como los que usaría un autor angloamericano, sino creaciones más bien arbitrarias y humorísticas, pues “Oncemore2 significa simplemente “una vez más”, posible alusión a que no era la primera vez que publicaba, mientras que “Mac” y “Mate” ni siquiera son nombres ingleses. Estamos ante pseudónimos deliberadamente atípicos que tal vez el autor se proponía reclamar como suyos en un futuro. Y aquí aprovecho para introducir una importante corrección a mi citado artículo anterior: el cuento “Intruso” es efectivamente de Don Berry, tal como se publicó en Carteles, aunque en una forma sustancialmente abreviada (y degradando la inteligibilidad de la historia), pues en el texto original de la revista Venture Science Fiction consultado tiene la extensión de un relato y consta de nueve acápites numerados del I al IX.[10] Pocos meses más tarde, Pepe Hernández lo volvió a publicar, suprimiendo un acápite más (el último) y cambiándole el título a “Dios igual a hombre por velocidad-luz” (un cambio que probablemente se explica por el grado de alteración que a estas alturas había experimentado el relato original).[11] Por lo tanto, este cuento no se puede contar como de la autoría del escritor y traductor cubano, tal como yo había sugerido en mi primer escrito sobre este autor.

¿Podían los arriba citados pseudónimos encubrir la pluma de José Hernández Artigas? Casi el único modo de atribuir en la actualidad los cuentos con pseudónimos extraños es por el método de eliminación.[12] El campo de las revistas estadounidenses de la Edad de Oro ha sido tan minuciosamente rastrillado que realmente sería sorprendente que algún pseudónimo hubiera sido pasado por alto. La obra de referencia más importante para la búsqueda de datos bibliográficos sobre ciencia ficción es la Internet Speculative Fiction Database (ISFDB), un vasto repertorio temático donde están registrados miles de autores y obras.[13] La consulta de este corpus no arrojó ningún resultado para los arriba citados Mac Tomorrow, Robert S. Oncemore, Mate Hard y Charles Yonder (o Yoender). Por lo tanto, estos son los pseudónimos que cabe suponer que José Hernández Artigas pudo haber usado en Carteles. Para que el lector tenga una idea de lo anómalos que son estos resultados, debo decir que aquí pude encontrar datos sobre autores que no solo no conocía, sino que incluso no aparecen en la Encyclopedia of Science Fiction de Clute y Nicholls (la más importante obra de referencia sobre el género), como Graham Doar, Ann W. Griffith, Mike Curry y R. J. McGregor, lo cual permitió descartarlos como posibles alias. También fue en una consulta de la ISFDB que descubrí que Paul Atorak (autor publicado en Carteles) no era un pseudónimo, como yo había creído al principio, sino una errata por Paul A. Torak. De modo que, en lo que a mí respecta, considero dicha base de datos como confiable en grado sumo: lo que no aparece allí, probablemente no exista. (Esto solo concierne a los autores de lengua inglesa, aclaro, para los otros idiomas la situación es diferente.)

Por lo tanto, cabe suponer que los cuentos publicados por Pepe Hernández en Carteles (versión apoyada por Roberto Branly) son precisamente los que están firmados con pseudónimos atípicos. ¿Pueden estas historias haber sido escritas por el escritor cubano? Creo que, en principio, sí, pues son cuentos relativamente sencillos (aunque no carecen de calidad), que estaban al alcance de las habilidades técnicas de un narrador novel como Hernández. El cuento “El cuerpo”, por ejemplo, firmado por Robert S. Oncemore, está escrito en un tono de humor que volveremos a encontrar en otros relatos del autor, especialmente en los minicuentos de “Cósmicas”. Y, por otro lado, debe tenerse en cuenta la renuencia que siempre manifestó el escritor a firmar su ficción con su nombre (en contraposición a sus artículos, que firmaba J. Hernández). Y, puestos a construir hipótesis, también pudo ser una forma de dar a conocer sus cuentos y medir las reacciones de los lectores presentándolos como de autores angloamericanos.

Sin embargo, en rigor, estos criterios son insuficientes para establecer una atribución sólida, pues algunos de los cuentos extranjeros aparecidos en la sección solo exhibían una asimilación superficial de las convenciones de la ciencia ficción, es decir, no eran en el fondo difíciles de imitar. Ejemplo de esto son los cuentos de Ann Griffith y E. B. White. Hay que tener en cuenta, además, que Hernández solía usar muchos giros y vocablos cubanos en sus traducciones (“¡embúllate, chico!”, pone a decir a un personaje de un cuento de Robert Sheckley, mientras que la palabra kids la traduce habitualmente como “fiñes”), lo cual acorta la distancia entre su lenguaje y el de los autores traducidos, por lo cual esta dimensión (el lenguaje) no nos sirve como un criterio discriminador seguro. Y, por si fuera poco, Hernández también interpolaba fragmentos suyos dentro del texto de los cuentos, como ocurre con “La ley Zeritsky”, de la escritora Ann Griffith (un procedimiento que, por cierto, tenía ya un precedente en la versión adaptada de ¡Marciano, vete a casa!, de Fredric Brown, que se había publicado en 1954 en Bohemia). En general, la transgresión de los límites de las atribuciones del traductor es tal vez lo que explica las transformaciones a que se vio sometido el citado relato “Intruso”, destripado y convertido por Hernández en un cuento.

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