Legna Rodríguez Iglesias: Gustavo Pérez / Una entrevista muy breve, una mina y un compromiso
Quería haber escrito aquella misma noche, después de la presentación del documental Ave María (2009), de Gustavo Pérez, con el Cobre en la mano, su ensayo fotográfico de formato sencillo, pulcro, publicado el pasado año por Ediciones Deslinde en España. Pero no escribí nada el 2 de septiembre, al regreso de la sala de teatro de Artefactus, donde había sido la doble presentación, del libro y de la película. Pero quería hacerlo y se lo dije a Gustavo, que iba a escribir algo, aunque fuera un poema, y que yo quería el libro para volverlo a ver, porque los documentales de Gustavo hay que volverlos a ver dos o tres o cuatro veces, porque la luz con que empiezan y la luz con que terminan no deja absorberlo todo. Emociona demasiado y uno se pierde cosas. Y Cobre, el libro, tiene en la contratapa un código QR desde el que se accede al documental. Mi emoción era la misma que la emoción de los otros en la pequeña sala de Kendall que dirige Díaz-Souza. La función sería en vísperas del 8 de septiembre, día de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba.
Pero no escribí nada ese día y lo estoy haciendo ahora, fríamente, pensando en la luz como un animal que Gustavo Pérez ha domesticado y que sé que le interesa tanto como el sonido. Todos esos ácaros de la luz que se oyen y se sienten como las cosas que te pasan por la mente en momentos velados de insomnio o tranquilidad. Pensamientos, ideas, ocurrencias o ganas de romper un vaso, de tomarte un vaso de agua, de cerrar o abrir la puerta. Gestos pacíficos o desesperados que uno puede hacer y no hace, o que hace sin pensar. Esos instantes calmos, llenos de contención y respiración, son captados por Gustavo Pérez en sus documentales, fotografías, poemas o videos. Una paz que explotará cuando termine, de una vez por todas, sin que veamos esa explosión. La paz que antecede a la explosión, de la mina o de la vida. Creo que eso es fundamental en la obra de Gustavo Pérez. Eso y una estética de la pulcritud, una idea de la pulcritud que no tiene nada que ver con limpieza o suciedad, con tierra o cristal, sino con majestuosidad. Gustavo Pérez relata historias de majestuosa miseria, donde los seres pierden o ganan, pero sus formas están dotadas de una luz que los exalta. Los documentales de Gustavo Pérez, sobre pueblitos y territorios lejanos, inhóspitos, donde late la esencia del ser humano, son pétalos del cine cubano. Pétalos cayendo.
Unos meses antes de la presentación yo había pasado por el apartamento de Gustavo y Oneida, cuando vivían cerquita de mí, frente a La Carreta, y Gustavo Pérez estaba alegre porque había llegado una caja con ejemplares de Cobre. Me lo enseñó. Traté de imaginar el documental, pero no lo logré. Estuve segura de que cuando lo viera, lloraría. Siempre lloro. Se me salen las lágrimas de momento. Y sé que no es solo nostalgia. La belleza provoca llorar. La composición de una belleza y el detenimiento en un detalle tal y como yo me detendría. Gustavo Pérez da espacio a los detalles. Ahí donde la persona se pasa la mano por la cara y tuerce un poquito la boca sin llegar a hacer la mueca, ahí se detiene Gustavo, y conmociona. Siempre está amaneciendo en sus películas, siempre hay tanta fe.
Recuerdo que esa misma noche hicimos comentarios sobre Ave María. Le dije que yo notaba que el vendedor de flores era el menos interesante de todos, o la mujer que vende las vírgenes sin salir a buscar a los clientes, pero también le dije que no, que esas eran opiniones superficiales, porque cuando el hombre saca una rosa del ramo que lleva unos minutos preparando y se la da a la niña, ocurre un disparo que tiene que estar. Esa escena no puede faltar porque esa escena es El Cobre. Todo sucede en El Cobre, en la basílica de la Virgen de la Caridad y en el pueblo que la rodea y en la mina de cobre. Los mineros y los vendedores de virgencitas y los turistas y los creyentes y los conocedores y los fundadores y el cielo y el sol y las montañas y los colores hablan y miran a la cámara, el tiempo que sea necesario, sin saber bien quién es Gustavo Pérez ni lo que Gustavo Pérez hará.
Gustavo, ¿tus películas son promesas? ¿Crees en la Virgen de la Caridad? ¿Por qué hiciste una película en Santiago de Cuba llamada Ave María?
No puedo decir que mis películas sean promesas, lo que puedo asegurar es que han sido posibles por un infinito compromiso con las ideas que las motivaron. Cuando tenía 9 años fui por primera vez al Cobre. Mi mamá visitaba a uno de sus hermanos que vivía en Bayamo, y decidió que debíamos ir al santuario. Nunca supe si iba allí a pedirle a la Virgen para que cesaran los ataques de asma que yo padecía por aquellos tiempos, o quizás a cumplir con una conversación muy interior. Cuando volví a pasar por El Cobre con dos de mis amigos, ya tenía el pelo largo y la mirada perdida en el mar, que chocaba furioso contras las costas cercanas a la Sierra Maestra.
La tercera vez que El Cobre y yo nos encontramos eran los 2000, me acompañaba Jonny Vekerman, un fotógrafo belga que documenta las minas de carbón de la región donde vive y quería conocer una mina en Cuba. Ése día surgió la idea de hacer un documental sobre la eterna lucha entre espíritu y materia que definen la existencia de este lugar. Creer en la Virgen es confirmar mi apego por la espiritualidad, que se manifiesta en la mayoría de los cubanos. Y es una particular manera de comunicarme con mis mayores, porque aún vivo en medio de una tormenta con relámpagos, que entran por las rendijas de una casa de tablas y escucho la voz de mi madre decir: “¡Ay, virgencita, ampáranos!”
El nombre del documental lo confirmamos cuando escuchamos cantar a Bertha María Nápoles, una muchacha del Cobre, que, a pesar de sus ocho meses de embarazo, accedió a grabar a capella el Ave María de Schubert en la bóveda central del templo. Su voz y la acústica del lugar nos impresionaron mucho. Y si nos quedaba alguna duda, se disiparía pronto, cuando desde una montaña cercana, escuchamos el reloj de la iglesia llamando al Ángelus.
Veo un lugar lejano contado por seres místicos, a la manera coral de Faulkner. Eso también lo hiciste en Todas iban a ser reinas, aquella historia dolorosa de las mujeres rusas que se establecieron en Camagüey. Pienso en algo que siempre digo para mis adentros: un lugar son las personas. ¿Cómo elegiste esas voces? ¿Cómo te interesaron precisamente esas?
Todas iban a ser reinas fue concebido de esa manera por Oneyda González, que tuvo la idea del documental y fue su guionista. Cuando decidí filmar en El Cobre no pudimos hacer una investigación previa, así que los primeros días del rodaje nos dedicamos a filmar el lugar y a preguntar por las personas que pudieran contar la historia. El Cobre es un territorio donde se producen contrastes significativos. La vida material depende de un hecho muy espiritual. Al encontrar a Orlando Guerrero, supimos que habíamos hallado la voz esencial de la película: por la belleza de sus reflexiones y por su manera particular de enfocar la historia más reciente del lugar, sin separarla del pasado. Las voces que lo acompañan agregan matices necesarios. Volviendo a tu idea de que un lugar son las personas, Nelson Boris (Pirri) es quien representa la actualidad del Cobre, y también la de Cuba. Este hombre hace de todo para subsistir. Se define a sí mismo como un todoterreno. No le importan el paso de los días, él dice que está vivo solo por su familia.
Para hablar del pasado, encontramos al minero más viejo del lugar. Su manera de resumir lo que ha sucedido con la mina es confirmar que “esa mina es indígena”, y aunque él ya no pueda visitarla, sabe que “no se le ha terminado el mineral y que ésa mina tiene pirita”.
La relación de los pobladores del Cobre con la devoción católica es rara. Sobre este tema habla el Capellán Jorge Palma, quien nos dice que la espiritualidad tiene su centro de expresión en el sentido de pertenencia que ellos tienen con la Virgen. Para entender esa particularidad, nos cuenta la anécdota del robo del premio Nobel de Hemingway, y de cómo reaccionaron los pobladores ante ese hecho. Son testimonios indispensables para entender la vida de esa comunidad. Encontrar un personaje es complejo, debe tener el conocimiento del tema, la credibilidad, y la simpatía necesaria para contarlo.
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