Carlos Manuel Álvarez: Entrevista a Luis Manuel Otero Alcántara / ‘Te levantas a las seis de la mañana con una campana que suena como el alarido de un loco’

DD.HH. | 10 de abril de 2024
©Belo PCruz

Han transcurrido poco más de dos años y medio, la mitad de su sentencia, desde que Luis Manuel Otero, uno de los más conocidos presos políticos cubanos, fue encarcelado y posteriormente juzgado y condenado por el Tribunal Municipal de Marianao, La Habana, a cinco años de privación de libertad por los delitos fabricados de ultraje a los símbolos patrios, desacato y desórdenes públicos. Desde la prisión de máxima seguridad de Guanajay, provincia Artemisa, Otero ha seguido entregándonos, ahora con la materia única de la soledad y el paso del tiempo, intervenciones artísticas como Retrato al carbón del gato de Schrödinger, donde vende y reparte sus días en la cárcel. En su celda, Otero dibuja tanto como puede, imbuido por los estados de ánimo y los rostros desamparados de los otros reclusos en un centro penitenciario que el artista califica como «una catedral del mal». Desde hace más de una semana no hay noticias suyas, pero hasta el pasado 14 de marzo, a través de las escasas llamadas telefónicas que de tanto en tanto le permiten hacer, con la ayuda de la curadora y amiga Claudia Genlui, pudimos conversar con el líder del Movimiento San Isidro, cuya voz secuestrada conserva la elocuencia y el ímpetu que le recordó a un país aquella frase repetida por los jóvenes furiosos del mayo francés: «tout est dans tout et tout est politique» (todo está en todo y todo es político).

Cuéntame un día en prisión, ¿cuáles son las rutinas desde la mañana hasta la noche?

Yo lo digo en un texto que estoy haciendo ahora. Yo digo que esto es como una especie de escenografía de teatro, donde todos los días es lo mismo, donde todos los días son el mismo. Te despiertas a las seis de la mañana y el desayuno es un asco. Imagínate, en un país donde los niños no tienen ahora mismo leche, no tienen pan, ¿qué puede quedar para un preso? El almuerzo es a las once de la mañana y la comida a las seis de la tarde, todo en paupérrimas condiciones. Yo en particular dibujo y pinto mucho, trato de encontrar algo nuevo. Tú sabes que soy un tipo que me aburro rápido. Por suerte, hasta ahora se me siguen ocurriendo cosas.

Dialogas un rato con algún preso, discutes sobre algún tema, sobre cuántos huevos pone un avestruz, por ejemplo. Tratas de ver un poco de televisión, encontrar algún programa que me interese. Lo otro es volverte un novelero y llorar para que no maten al bueno o para que el malo no gane y cosas así. Tienes una hora de patio al día con un poco de sol, lo que también es otro escenario. Al final hay un momento dentro de tres años que es lo mismo, el ciclo es el mismo. Sigues vigilado. Si hablas por teléfono dos veces a la semana, te vigilan el teléfono. Y sabes que estás vigilado cada minuto, cada cosa que digas o que hables.

Lo otro es el arte. Pinto, tengo imágenes de todos los rostros. Te levantas a las seis de la mañana con un recuento y una campana que suena como si fuera el alarido de un loco. Hay un bombillo. Duermes con el bombillo blanco encendido toda la noche. Ojo, el bombillo a veces es malo y a veces es bueno, porque ese es el momento en que estás solo, donde nadie habla, donde nadie dice una locura de que si mató a alguien, de que si metió tal puñalada, de que si robó no se qué cosa. Estás solo con tus demonios, con todos los espíritus que se asoman en tu cabeza, y ahí aprovechas. Si no estuviese el bombillo, fuera oscuro totalmente, pero a la hora de dormir también deseas que se apague el bombillo. Es una gran dicotomía.

Ese es mi día a día aquí adentro. Imágenes que me vienen a la cabeza, los rostros tristes, la gente deprimida, la gente fundida, la gente sin esperanza, muchos jóvenes que hoy tienen echado o que le piden diez, quince, veinte años. Todos esos rostros, toda esa energía en un espacio como este, que ahorita va a cumplir cien años de sufrimiento, tienes que canalizarla por algún lado. En algún momento, a través de las pinturas de estos personajes, que cada día se ponen inclusive más oscuros, podrán ver lo que digo.

¿Qué suelen comer los presos?

Bueno, la comida es muy patética. Arroz de vez en cuando… Mira, hace como dos días dieron un pescadito ahí, pero estamos hablando de que lo dan una vez al mes. Lo otro es una pasta, un algo que no tiene ni sabor ni olor, o una vianda y una sopa que tampoco tiene olor ni nada. Ese es el almuerzo y la comida. En el desayuno daban pan, pero ahora como está la crisis… Te repito, en un país donde no hay pan para los niños, ¿qué van a dar de desayuno? Una sopa.

Hay algunos pocos beneficiados. En este pasillo hay bastantes beneficiados, pero la mayoría no. La familia se sacrifica para traerte tres cositas, y cuando llegan las diez de la noche, que ya la comida normalmente fue a las cuatro o a las seis o de la tarde, tienes un hambre voraz. Y lo otro es que el por ciento de comida es el mismo para todo el mundo, midas dos metros, midas un metro, seas gordo o seas flaco. Si tu familia tiene posibilidades, o por lo menos te quiere un poquito, te trae algunos panes, algunas galletas… todo el caos que es esta realidad.

¿Cómo se comportan contigo los demás presos?

Yo aquí soy diferente a la mayoría. Por ejemplo, ahora mismo a mí me llevan al dentista y a los demás no, entonces hay como cierta tirantez. Pero no puedo hablar por teléfono todos los días y algunos presos sí. Hay gente que te admira, hay gente que tiene ciertos recelos, hay gente que inclusive tiene miedo de andar contigo. Si andan contigo y hay, como se dice, otro preso chivateando, informando a la Seguridad del Estado, al que anda contigo, pegado a ti como tu amigo, lo sacan de aquí para otro lugar supuestamente más incómodo. Amigo entre comillas, porque aquí no se generan amistades. Entonces es como una especie de relación rara. Todo el mundo sabe quién tú eres, anden contigo o no anden contigo, hablen contigo o no. La mitad está informando a la Seguridad del Estado, la otra mitad tiene miedo, aunque alguno que otro se atreve también. Así funciona más o menos la dinámica.

¿Cómo se comportan los guardias contigo?

Es interesante, porque aquí los guardias saben que tienes una categoría de preso político, que no pueden maltratarte ni mucho menos. De hecho, yo soy un tipo que respeto bastante, desde la calle. Siempre he respetado. Los veo como que están haciendo su trabajo, la culpa de que yo esté preso no es ni siquiera de ellos. A partir de ahí hay un respeto mutuo. Inclusive, ya ellos depositan la responsabilidad encima del preso que cuida el pasillo, ¿entiendes?, que es como «el disciplina», el famoso «disciplina» que tiene que velar que la gente no hable nada de política, velar que no pase nada. En mi caso, los guardias me abren y me cierran la reja. Si tienes algún tipo de duda o algún tipo de malestar, ellos son los que lo analizan, pero no es tampoco que tengan mucha presencia o puedan hacer mucho por mí. Yo puedo faltarle el peor de los respetos, que ellos simplemente van a callarse, porque la orden es que a Luis Manuel no se le puede golpear, no se le puede maltratar.

¿Temen que te suceda algo por lo que tengan que rendir cuentas?

Tú sientes que sí, que hay un cuidado excepcional. De hecho, cuando yo me deprimo, el suicidio es una opción normal dentro de mi propia vida. Ves entonces que al momento ellos como que están velando cualquier cosa que me pueda pasar, que yo me resbale o que me dé un golpe o algo así. Te das cuenta de que los mismos presos están como en función de cuidarme.  Ellos tienen presos en función de cuidarme, más allá de la policía, inclusive. Si pasa algo, al momento viene la policía, vienen los médicos. Ellos no me quieren muerto, ¿entiendes?, no me quieren maltratado. Cuando dejo de hablar por teléfono, al momento te das cuenta de que ellos se preocupan. Cuando no quiero visitas, porque me deprimo y no quiero saber de nadie, ellos se preocupan y se alarman. Sí, creo que ellos tienen como una preocupación por mi integridad física, por ahora.

¿Tienes dentro de la cárcel el mismo liderazgo que tenías en libertad? ¿Los presos y los guardias respetan tu causa y tu pensamiento?

Sí. Los únicos que salimos al patio somos pasillo 20, que es donde yo estoy desde que llegué aquí. Bueno, el 25 como celda y el 20 como estancia. Y cuando yo salgo al patio, tú te das cuenta de que alrededor de Alcántara hay todo un mito. La gente me saluda de lejos: «Alcántara, tú eres el futuro de Cuba», «Alcántara, no sé qué». Lo que pasa realmente es que aquí adentro yo no quiero hacer ningún tipo de proselitismo, no me interesa. De hecho, en la calle nunca hice proselitismo. Pero sí, te das cuenta de que la gente siente que tú eres como un símbolo de algo. Los guardias también, ojo. Todos los guardias alrededor mío saben, y tú caminas y tienes gente en función tuya. Están como velando y te admiran. Mucha gente conoce incluso de oídas, ni siquiera saben tu historia ni nada. Simplemente el mito crece. Y lo otro son las diferencias que hay conmigo. Yo paso mi visita solo en un lugar, donde todo el mundo no la pasa, y demás y demás.

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