Norge Espinosa: ‘Teatro perdido’: el Lobo Feroz retorna a escena

Autores | Teatro | 15 de abril de 2024
©Portada de ‘teatro perdido’

Cada nuevo libro que se añade a la bibliografía de Virgilio Piñera debe ser un golpe para sus enemigos, aquellos que intentaron negarle el pan y la sal durante los últimos años de su existencia. 

Nacido en Cárdenas en 1912, murió en La Habana en 1979, sin ser rehabilitado tras el veto que cayó sobre él y otros de sus amigos y contemporáneos después del infausto I Congreso Nacional de Educación y Cultura. De nada valió ante los censores del Consejo Nacional de Cultura su obra, con aportes fundamentales al teatro, la narrativa y la poesía de su tiempo. Su vocación de polemista, crítico implacable, siempre alerta ante el gesto cortesano y la adulación, le había ganado rivales y odios que tras aquel Congreso de abril de 1971, tuvieron por fin los medios para borrar a aquel «pájaro de talento amargo», como lo definió una hermana de José Lezama Lima. La ironía es que tanto Piñera como Lezama, su gran antagonista, padecieron el mismo ademán silenciador, y se reconciliaron y terminaron sus vidas en medio de ese mutismo, unidos en un respeto mutuo y una fidelidad a la literatura que hoy los mantiene ante tantas y tantos lectores como ejemplos de una ética que ninguna mordaza pudo contener.

Tras su fallecimiento, del mismo modo que lo que sucedió con Lezama, comenzaron a publicarse sus inéditos. Ambos, a pesar del silencio malintencionado que los negó, jamás dejaron de escribir, y esos papeles póstumos fueron saliendo a la luz progresivamente. En 1976 aparece el poemario Fragmentos a su imán, con prólogo de Vitier, y en 1977 se imprime Oppiano Licario, la segunda novela: continuación de Paradiso que solo la muerte interrumpió, con una introducción de Manuel Moreno Fraginals. Con Piñera el asunto llevó algo más de tiempo. Y su fama de francotirador y de «lobo feroz de las letras cubanas» pesaba aún, tanto como para que su familia no pudiera retener la propiedad del pequeño apartamento en que murió, entre otros detalles que confirman que el recelo en su contra no se había desactivado.

Prueba de ese recelo son las declaraciones que Alfredo Guevara, en ese momento viceministro de cultura y presidente del ICAIC dio a varios miembros de «la comunidad cubana en el exterior» durante un encuentro efectuado el 9 de junio de 1979, pocos meses antes de que Virgilio muriera tras sufrir un paro cardíaco. «Virgilio, como tú sabes, es un anciano. Virgilio Piñera es, en mi caso personal, una de las pérdidas que más siento para la revolución desde el punto de vista literario. Si tú quieres para la literatura no, seguirá siendo publicado, etcétera, no sé, ojalá que él termine sus días de un modo mejor. (…) Haciendo ciencia-ficción yo diría, bueno, y si nos surgiera ahora un Virgilio Piñera que no tuviera esa historia, que no hubiera participado en Lunes…, que no se dedicara a tratar de reclutar a los jóvenes intelectuales envenenándolos en sus relaciones y sus posiciones, o proponiéndoles planteamiento de determinadas posiciones ideológicas; y si no existiera ese pasado, y fuera un nuevo Virgilio Piñera el que naciera ahora, diría que ya eso sería harina de otro costal.»

Lo cierto es que el «anciano» Virgilio Piñera sí tenía obra inédita, y entre esos cuentos, poemas, relatos, hay algunos que muchos más jóvenes podrían envidiar sin recato. No terminó sus días «de un modo mejor», sino al contrario. Mientras varios de sus colegas eran llamados a volver a escena o a publicar, tras la creación del Ministerio de Cultura en 1976, nunca se le ofreció ese retorno. 18 cajas de manuscritos aparecieron en su apartamento, y lentamente, a partir de 1981, comienza una maniobra gradual de su reaparición en escenarios y librerías.

En 1990, cuando al fin logra estrenarse en Cuba su obra ganadora del Premio Casa de las Américas, Dos viejos pánicos, premiada en 1968, se abre definitivamente un periodo de mayor interés y visibilidad acerca de su obra y su persona. La Década Piñera, que tuvo su disparo de arrancada con ese espectáculo de Teatro Irrumpe dirigido por Roberto Blanco, fue el inicio de un tributo que él se merecía en vida, y en que su familia, amigos y amigas, colaboradores y devotos de su lengua cortante e imprescindible, participaron a fin de hacer más válido ese «ensayo de restitución», para decirlo con un término que gustaba a Octavio Paz.

Esos actos de restitución llegan hasta el presente. Podría pensarse que tras la celebración del Coloquio Internacional dedicado al centenario de Virgilio Piñera (La Habana, 2012, presidido por Antón Arrufat, quien se había declarado su albacea), ya poco podría sumarse al corpus de una obra que a su modo parece cada vez más profética. En ese instante se reimprimieron los títulos más valiosos de su bibliografía, y muchos de los investigadores y estudiosos de lo piñeriano se encontraron allí.

Faltan, sin embargo, piezas en esa imagen, que posteriormente se han ido añadiendo a la idea que tenemos hoy de Virgilio Piñera, ese hombre «con cabeza de perro flaco de empuñadura de paraguas» que describió Adolfo Bioy Casares, en un pasaje de su diario borgiano que tampoco elude referencias a la evidente homosexualidad del autor de Cuentos fríos. Rine Leal, que se ocupó de prologar y recoger su casi Teatro completo, también se empeñó en dar a conocer el Teatro inconcluso de Piñera, en edición de 1990. Otros textos han ido dándose a conocer aquí y allá, que conservaban amigos y parientes, o fueron localizados por investigadores como Jesús Jambrina en los archivos de la familia García Ibáñez que acogió a Piñera en su «Ciudad Celeste» durante el periodo más sombrío de su ostracismo.

Entre los aportes más recientes a completar ese mosaico, están dos títulos que Enrico Mario Santí ha publicado con ARTELETRA:  Poemas perdidos (volumen al que dediqué una reseña en Rialta Magazine) y Teatro perdido, al que me refiero aquí y ahora. Proyectos que se entrecruzan, son parte de una nueva maniobra que no se limita a la arqueología, sino que propone integrar esos «fragmentos a su imán», para añadirlo de una vez al canon piñeriano.

Me explico: en 2012, durante la celebración del centenario, no apareció una poesía completa de este autor, sino que se reimprimió la selección que Arrufat dio a conocer en 1998, con Ediciones Unión. El tomo prometido de todo su teatro, que rescataría los textos que en vida Piñera desautorizó o que aparecieron posteriormente y que debió haberse editado con Tablas-Alarcos, nunca llegó a las prensas. Y en lo que arriba el segundo centenario (ocasión para la cual Dios sabe si haya el papel y la tinta, y el empeño que ahora faltan en su país natal), estos dos libros cubren en parte esos vacíos, dando fe además de las provocaciones que Virgilio Piñera sigue desencadenando entre sus lectores más agudos, esos que pueden ya interconectar páginas e interrogantes para acercarnos a una dimensión más nítida y provechosa de su legado.

El teatro perdido y reencontrado

Si en Poemas perdidos por fin se añade a la magnitud de su obra poética un texto radical como «La gran puta», dedicado a Oscar Hurtado en 1960 y que dio a conocer Jambrina en un número de La Gaceta de Cuba, en 1999; acá Enrico Mario Santí propone un gesto híbrido, trayendo a este volumen «El poema teatral», escrito por Piñera para un recital de sus poemas en Teatro Estudio. Como escribí en Rialta, es una obra que podría estar en aquel o este volumen, porque da fe de la concepción unitiva que en lo piñeriano engarza todos los géneros que abordó.

En Teatro perdido están, además de «El poema teatral», Clamor en el penal, la primera pieza de Virgilio Piñera, En esa helada zonaLos siervos (que no incluyó el autor en su Teatro Completo de 1961), y ¿Un pico o una pala?, en una versión más amplia que la dada a conocer por Rine Leal cuando compiló Teatro inconcluso. Son textos marginales que permiten recorrer el trabajo del dramaturgo Piñera desde sus inicios en el género hasta sus días finales, pues esa última pieza fue la que se halló junto a su máquina de escribir tras aquel 18 de octubre de 1979. Teatro perdido nos reclama releer la producción piñeriana, revisitar su vocabulario teatral, asumir en él sus tanteos y experimentaciones más radicales, así como nos lleva a nuevas reflexiones que lo definen como nombre en escena, más allá de las muy celebradas Electra GarrigóAire frío o Dos viejos pánicos.

Este volumen de la colección Biblioteca Vacía, que aspira a rescatar obras inéditas o perdidas de artistas y escritores no solo de Cuba, deja por fin ante el lector las escenas de Clamor en el penal, la obra con la que Piñera debuta como dramaturgo, inspirada por los fragmentos que leyó de Hombres sin mujer, la extraordinaria novela de Carlos Montenegro, en la revista Mediodía. El impacto de esas páginas se añadió al conocimiento de primera mano que tuvo Virgilio del teatro «por dentro», tras haber sido uno de los promotores de una visita a Camagüey del grupo La Cueva, dirigido por Luis Alejandro Baralt. Todo ello se combina para que surja esta fábula de tema carcelario, donde Piñera ubica a dos personajes abiertamente homosexuales (como había hecho Montenegro con La Morita, en su libro), y propone una suerte de utopía reformadora en ese ámbito, mediante el ambiguo personaje de la doctora Soria. Como obra de principiante, no deja de tener interés. Pero si comparamos sus parlamentos con los de Electra Garrigó, que estrenó Francisco Morín con Prometeo en 1948, puede entenderse el por qué Piñera optó por «desaparecer» este «clamor» que continúa aún sin ser representado.

Lo mismo ocurre con En esa helada zona, que Enrico Mario Santí localizó en los fondos de la Cuban Heritage Collection. Otra pieza con momentos de interés donde ya se apuntan elementos que regresarán al teatro de este autor cuando entre de lleno en el absurdo, adelantándose a Ionesco y a Beckett por unos años. No es tan eficaz como Falsa alarma, digamos, pero sí es piñeriana en el rejuego de estos hermanos que fingen enloquecer para echarle perder los planes a una tía insufrible. Piñera advierte que la obra falla por su afán de ser absurda porque sí, por lo engolado de algunos diálogos, por la condición alucinada que desde el primer momento propone y se va deshaciendo a lo largo de los tres actos. Pero es indudable que hay golpes de humor, un sentido geométrico que compone y descompone la fábula que en manos de un buen director (como demostró Raúl Martín al presentar otra pieza menor: El flaco y el gordo, y luego La boda, en plena Década Piñera) puede convertirse en un juego interesante.

Si Clamor en el penal y En esa helada zona fueron eliminadas por Piñera de su Teatro completo, que preparó con Ediciones R entre 1960 y 1961, bajo la excusa de sus debilidades dramatúrgicas, otra fue la causa de que Los siervos tampoco se añadiera a ese volumen. Publicada en 1955 en la revista Ciclón, es una fábula implacable en su profecía acerca del fin del comunismo, resuelta con un diálogo farsesco de poderosa agilidad y un tono de grand guignol que acentúa esa visión de un mundo asfixiante. Algún día deberían reunirse en un tomo los escritos de inspiración política de Piñera, y en ese libro esta pieza, así como su reseña de El pensamiento cautivo, textos como «La inundación» y otras cartas, poemas y relatos, darán fe del proceso que él vivió en tanto creador y ciudadano, llegando hasta el dolor y el peso de sus últimas páginas.

Los siervos, que Piñera prudentemente desapareció aunque no sin referirse a sus motivos para ello en el Lunes de Revolución que cubrió la visita de Sartre a la Isla en 1960, fue rescatada en la Órbita de Piñera que preparó David Leyva para Ediciones Unión en el 2012. Quienes leyeron esa pieza que no dudo fuera escrita bajo los impulsos de Pepe Rodríguez Feo (director de Ciclón y quien me permitió leerla por vez primera en 1993), habrán descubierto el texto tal y como se imprimió en la revista de 1955, con los nombres de los personajes y su contexto original, a diferencia de lo que ocurrió cuando la obra fue estrenada por Teatro de La Luna en 1999, trasladando su fábula a un país imaginario. En este conjunto de obras «perdidas», Los siervos destaca como la más contundente y eficaz. No solo por su filosa denuncia al totalitarismo, sino porque es además una obra bien resuelta, y enteramente piñeriana.

Cierran el volumen «El poema teatral» y la reconstrucción de ¿Un pico o una pala? El primero fue concebido expresamente para ese recital en la sala Hubert de Blanck, en 1969, el año en que además Piñera vio subir por última vez a escena un nuevo texto suyo: El encarne, escrito para el Teatro Musical de La Habana. Enrico Mario Santí conecta este poema/guion para ser representado con otros textos de la misma época en la cual Piñera lleva al extremo sus experimentaciones, desarticulando la palabra y su sentido, volviéndola un material sonoro y conceptual ligado a la herencia de la performance y el happening que se extienden hasta sus obras El trac y Ejercicio de estilo. Curiosamente, aunque el original de «El poema teatral» indica que sería estrenado en ese recital que dio Piñera con sus textos, acompañado por varios actores de Teatro Estudio, en el programa de esa noche no se le menciona, como señalé en Rialta, y el recuerdo de Adolfo Llauradó gira alrededor de otro poema de Piñera allí leído, el «Treno por la muerte del príncipe Fuminaro Konoye» y no este.

¿Un pico y una pala?, si bien vemos es un esbozo que la muerte impidió a su autor llevar a la revisión final, es otro espejo de las obsesiones piñerianas: la familia deshecha, los hermanos tan distintos y al mismo tiempo unidos por la fatalidad, la vida, la muerte y la dudosa resurrección que promete reiniciar todo en el mismo punto.

Enrico Mario Santí se ha dado a la labor de recomponer el texto a partir de las dos versiones conocidas, la que se guarda en Cuba y que Rine Leal presentó en Teatro inconcluso, y esta que apareció en la Universidad de Princeton. Amén del enjundioso prólogo que concibió para Teatro perdido, este es un ejemplo del fervor piñeriano que lo distingue, ya expresado por él en otros abordajes previos a la obra virgiliana. Con la pasión de un lector comprometido, recompone aquí los fragmentos de la obra inacabada, para acercarnos al hombre que fue Piñera en esas horas previas a su repentina desaparición.

Si la verdadera biografía de los escritores es la que organizan sus escritos, Piñera es capaz aún de darnos nuevas sorpresas. Y como afirmé al inicio, otros golpes a quienes lo creyeron muerto y enterrado. En lo que llega una edición más abarcadora de su poesía y su teatro, que incorporen lo rescatado por Enrico Mario Santí y otros estudiosos como parte del canon que Virgilio imaginó, Poemas perdidos y Teatro perdido son una invitación a releerlo desde una totalidad que incluso en sus tanteos nos ilumina acerca de su carácter. De ese hombre/lobo feroz que se declaró abiertamente teatral, y nos legó no solo golpes de efecto para demostrarlo, sino escenarios para que su palabra, hiriente como el sol del mediodía, nos arrancase todas las máscaras. 


Virgilio Piñera, Teatro perdido (edición, introducción y notas de Enrico Mario Santí, Biblioteca Vacía, ARTELETRA, Claremont, 2022).

Publicación fuente ‘DdC’