Darío Alejandro Alemán: Pedro Albert Sánchez, el profe, el predicador, el prisionero
A Pedro Albert Sánchez —67 años, padre, abuelo, paciente de cáncer, pinareño de nacimiento y habanero de adopción— le han quitado mucho. La libertad, por ejemplo, cada tanto… Una de esas ocasiones, hace dos años, coincidió con los últimos días de su madre. Nada le ha dolido más en la vida, confesaría semanas después, que le privaran de la posibilidad de asistirla en el momento de la muerte. La última vez que lo enviaron a prisión fue en noviembre de 2023, y todavía permanece encarcelado. Pero lo que nadie ha podido arrebatarle, eso que considera su mayor orgullo, son las décadas que dedicó a impartir Física y Matemáticas en el Instituto Vocacional «Federico Engels» y otros centros preuniversitarios del país. A Pedro Albert Sánchez, por eso, todos le dicen «el profe».
«El profe», «profe Pedro»; así le llaman incluso sus carceleros, y también Luisito, el «agente Luisito», un oficial de bajo rango de la policía política a quien algún superior dio la orden de vigilarlo y perseguirlo.
—Profe, no se meta en el tema de los familiares —le dijo Luisito, con voz de adolescente, en una conversación telefónica a inicios de mayo de 2023, cuando el viejo maestro, ya convertido en activista, comunicó que iría a las oficinas del Ministerio del Interior (MININT) a interceder por los presos políticos en Cuba.
Por esas fechas, Pedro Albert Sánchez también se había dado la tarea de visitar y entrevistarse con madres y padres de jóvenes condenados a largas penas tras participar en las protestas populares del 11 y el 12 de julio de 2021. Tenía la intención de reunirlos en una caminata simbólica por la liberación de sus hijos.
—Aquí ninguna familia está haciendo nada, nadie está haciendo nada, nadie se mete en nada de eso. Nadie le ha hecho caso —continuó el oficial de la Seguridad del Estado—. Si usted me dice que es por usted, yo lo entiendo. Pero, ¿por los demás?
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Fuera del ámbito de sus exalumnos y allegados, se hizo conocido en diciembre de 2020, cuando varios medios de prensa independientes publicaron su foto, su nombre y la noticia de que había sido detenido por la policía política. El motivo del arresto, según se informó, fue su convocatoria a una concentración popular para exigir al gobierno respeto a la libertad de expresión de los ciudadanos. Eran días convulsos, demasiado cercanos a la huelga de San Isidro y la protesta del 27N. El régimen estaba en alerta máxima, a la caza de cualquier voz disidente.
Lanzó aquella convocatoria desde su perfil de Facebook, donde ya había realizado otras. Había, además, decenas de videos suyos, unos muy largos, otros cortos, todos parecidos: él hablando, con unos papeles en la mano, siempre con sus espejuelos gigantes, sentado frente a la cámara de un teléfono móvil. En los videos se adivina su vocación de maestro, sobre todo en los que se dirige directamente al presidente Miguel Díaz-Canel, como si lo tuviera en un pupitre frente a él, sin más remedio que escucharlo disertar sobre civismo. Su plática, además, suele tener la estructura lógica de un teorema.
Pocos años antes, Pedro Albert Sánchez había abandonado su plaza de profesor en un preuniversitario de Marianao (La Habana) para enfrentar tratamientos contra el cáncer de próstata. Su vida pública alcanzó nuevos aires con la introducción de la tecnología de datos móviles en Cuba, a finales de 2018.
En los videos que comenzó a subir a partir de 2019 sermonea sobre ética a un público impreciso. Habla pausado y en voz baja; ofrece su ascenso hacia el martirologio. Es fácil leer la intención, el aura, de un guía espiritual. Abundan palabras propias de ese discurso: «almas», «sentimientos», «amor», «decencia», «moral», «Dios». En ocasiones, cierra contundente: «Amén».
Alecciona. Llama a todos a ejercer la desobediencia pacífica, a unírsele en caminatas, pero sabe que nadie lo hará. En algún punto, invariablemente, esta última realidad parece caerle encima, y entonces todo cambia. El profe abandona su lección y comienza a augurar su sacrificio, su martirio. Él, dice, entregará su cuerpo y su espíritu por una causa justa, por una que compete a todos. Se entregará por todos. Si nadie lo sigue, allá ellos, no le importa. Él será una ofrenda a la libertad. Su autopercepción heroica es, sin embargo, tan humilde.
Un like. Dos likes. Nadie hacía caso. Nadie escuchaba. Nadie lo acompañaba en sus «sentadas» ni sus «caminatas». Pero todo, o casi todo, cambió tras el arresto: más likes, más seguidores, más oyentes, más atención. La soledad de sus protestas, no obstante, se mantendría.
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«Sería una QUIJOTADA imaginar un pueblo que abandona la cola del pollo o del detergente para ir a apoyarme», escribió en su muro de Facebook, no sin desaliento, cinco meses antes de su primera detención. Por entonces, cada cierto tiempo, Pedro Albert Sánchez convocaba a participar en caminatas simbólicas, desde la estatua del Caballero de París (La Habana Vieja) hasta la de El Quijote (El Vedado); otras veces invitaba a sentarse junto a la figura de bronce de John Lennon que descansa en un parque de La Habana. Citaba siempre en domingo. «Vamos a hacer un domingazo», anunciaba.
A horas tempranas de la mañana y abrazado a una escultura en un parque solitario, el profe lanzaba desde su teléfono móvil pequeños monólogos sobre la utilidad de la manifestación pacífica y la desobediencia cívica. En algunos se preguntaba a sí mismo, otra vez, por qué nadie lo había secundado. Siempre culpó a las circunstancias, a la represión; nunca a los ausentes, a sus conciudadanos. Ni siquiera hoy, desde una celda, los cree culpables de desidia.
¿Qué lo llevó a esa rutina y, posteriormente, a convertirse en una figura conocida dentro del activismo y la oposición en Cuba? ¿Qué resorte disparó su cruzada solitaria para «rescatar la ética de un país»?
En 2018, su pareja sentimental de entonces, que era profesora de Matemáticas en el instituto preuniversitario Arístides Viera, denunció la comisión de un fraude en el examen final de su asignatura. No se trataba de un fraude cualquiera en que dos muchachos se pasan a escondidas un trozo de papel con la respuesta a una pregunta. Según ella, todo apuntaba a algún tipo de complicidad de uno o varios trabajadores del centro. El hecho jamás fue aclarado, ni siquiera con la intervención de las autoridades del Ministerio de Educación. Las acusaciones, finalmente, se volvieron hacia la maestra.
La denuncia de esta situación ocupó los primeros videos en redes sociales de Pedro Albert Sánchez. En ellos criticaba la «corrupción del decadente sistema educacional cubano», y entonces invitaba a caminar con él para hacerse oír.
«Este señor va a fijar una fecha para su caminata, y me tienen que recoger o camino… Yo convoco, yo digo, yo repito que los padres, los familiares que me quieren, me acompañen», dijo en uno de aquellos videos.
Un año después, sus intervenciones comenzarían a centrarse en temas como la libertad de expresión y el derecho a la protesta pacífica. El país parecía estar cambiando, y el profe con él.
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El hecho más trascendental de los últimos cuatro años, aquel que, según él mismo, más lo marcó, el que le ganó una causa a la que dedicar su vida, y la sombra pegajosa y constante de la Seguridad del Estado, duró apenas cinco minutos.
Fue en el semáforo de Guanabacoa, en horas de la tarde, cuando recién salía de su casa. Aquella salida, contó después, no tenía más intención que la de saber qué estaba sucediendo en las calles de Cuba. En redes sociales se hablaba de protestas masivas, de estallido social. Era 11 de julio de 2021.
Así lo contó en una entrevista ofrecida al medio Cubanet: «Yo fui a la calzada a ver de cerca lo que estaba ocurriendo en mi país. Vi, de una parte, todo el poder acumulado, con palos en las manos […], y en la otra parte vi unos infelices. Vi una repetición, una continuidad de los actos de repudio del año 80 […] Inmediatamente, me puse del lado de ellos [los manifestantes] y grité a viva voz, de forma decente, y se me detuvo de forma bruta. Me esposaron allí y me condujeron a la estación 14 de Guanabacoa».
Todo sucedió muy rápido, como una pequeña escaramuza bélica: un choque veloz entre manifestantes desarmados que gritaban palabras como «Libertad» y un grupo de policías y acólitos del gobierno dispuestos a aplicar la violencia sobre ellos. El profe pudo haber escapado, porque ni siquiera estaba en la primera línea de la protesta, pero lo condenó aquel grito «a viva voz» de cara a uno de los represores: «¡Fílmame, que yo no soy comunista!».
Para cuando llegó la noche, Pedro Albert Sánchez descansaba en los pasillos de la estación policial de su municipio. Junto a él, hacinados, tirados en el suelo, más de una decena de jóvenes que a esas horas se preguntaban qué sería de ellos.
Unos días después, el profe fue trasladado a un centro de detención en Alamar, y de ahí a la prisión de Valle Grande. Pasaron varias semanas antes de que lo liberaran con la condición de que no traspasara los límites de su barrio, aunque lo más recomendable, dijeron, era que no saliera de su casa. Mientras tanto, seguiría pendiente de juicio. El profe acató la imposición durante un tiempo, pero eso no le impidió regresar a su rutina en redes sociales.
Su madre murió mientras él estaba encerrado en Valle Grande. Si el 11J fue el momento más importante de su vida, diría después, aquel fue el más triste. No obstante, la policía política le permitió ir al velorio, realizado en una funeraria de Pinar del Río.
«En mi familia la gente no es de llorar. En el velorio de mi madre nadie lloraba. Pero las lágrimas comenzaron a salir cuando vieron aparecer a este que les habla esposado y escoltado por policías», relató, meses más tarde, en un video.
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