Karina Durant: Conversación con Antonio Eligio (Tonel) / ‘Nunca he dejado de sentirme cubano’
Seguramente Antonio Eligio Fernández (La Habana, 1958) -más conocido como Tonel- dedica horas y horas a elucubrar ideas, a interpretar lo leído, a analizar las noticias internacionales, a concebir su propia filosofía de vida… Es un intelectual que, a través de sus textos, sus esculturas, instalaciones y dibujos, canaliza interrogantes y respuestas, incertidumbres y certezas.
“La reflexión y la capacidad de hacer preguntas deben ser parte del proceso creativo”, aseveró el artista durante la breve entrevista que me concedió en Factoría Habana. Allí conversamos a propósito de su muestra personal El viaje (paredes que hablan), exhibida, hasta el 20 de marzo, en dicha galería.
En El viaje (paredes que hablan) reemergen piezas de los años noventa y otras que marcan tu trayectoria como artista, ¿qué persigue esa confrontación entre presente y pasado?
Materializa una idea curatorial, resultado de una colaboración entre Concha Fontenla, directora de Factoría Habana, y yo. Armamos un viaje sugerido, que va del cuerpo individual, masculino o femenino, al cuerpo de la nación, a lo global, a lo cósmico.
La exposición reúne obras de distintas épocas: Mucho Color, de 1992, y otras de 1994 como Constructivo y País deseado, unidas a las más recientes, entre ellas Simplemente ve detrás del dinero (2012), así como las series «Borroso» y «Hacer arte no debería ser caro», ambas del 2009.
País deseado fue presentada aquí en Factoría en mayo de 2012, como parte de Las metáforas del cambio, muestra colateral a la Oncena Bienal de La Habana. Desde ese momento estuvo desplegada en la galería. Concha quería dejar esa pieza cuando me propuso hacer una exposición personal en Factoría. Tuvimos que pensar en esa especie de pie forzado, en cómo podíamos crear un discurso coherente que incluyese esta instalación.
En ese sentido, se hizo importante que junto a País deseado fueran mostradas otras obras que reflejaran las preocupaciones que yo tenía en los años noventa, muy vinculadas a la representación del mapa de Cuba, de las islas más grandes del archipiélago, de su silueta, y a símbolos esenciales como la bandera.
Has utilizado materiales de la construcción: ladrillos, madera, cabilla… para defender tu discurso, ¿por qué?
Aposté por esa práctica desde muy temprano. Me gustan los materiales sencillos; incluso en el dibujo: tinta, papel, lápiz de color, pincel, y la pared, que están bien a la mano. También responde a un interés por el modo en que algunas personas utilizan estos elementos constructivos para resolver problemas vitales, a nivel arquitectónico. No siempre resulta lo más beneficioso para la ciudad desde el punto de vista urbanístico, ni como diseño, pero son soluciones que busca la gente, encontradas por personas que muchas veces no tiene una preparación, digamos técnica, o no conocen certeramente cómo usar el ladrillo, el bloque, la mezcla, el azulejo, la cabilla o el angular soldado.
Simplemente aplican sus ideas para construir sus casas o remodelarlas. Eso ha influido, de una u otra manera, en cómo se debe ver La Habana, y en cómo se ha visto y ha ido cambiando desde mis años de juventud, sobre todo a partir de los ochenta y noventa, cuando empecé a involucrarme de manera más activa en el mundo del arte. Quizás he interiorizado esas transformaciones, y he tratado de expresarlas en la obra.
¿Cambió poco el Tonel de los años ochenta?
En esa época principalmente estuve trabajando sobre papel. A finales de la década hubo un giro hacia lo tridimensional, con lo que ya había tenido un encuentro en 1982 con el trabajo del Equipo Hexágono, y en 1983 cuando realicé una exposición de esculturas junto a Carlos González y Florencio Gelabert Soto; pero la inclinación hacia la escultura y la instalación es algo que sucede de manera paulatina, sobre todo desde los noventa hasta hoy. He ganado experiencia. He tenido la oportunidad de conocer más el arte, y de entender, a posteriori, de dónde provienen mis ideas. Diría, a propósito, que actualmente soy más consciente de lo que hago, y disfruto más las propuestas de otros artistas.
¿Cuándo estamos frente a una obra genuina?
No me atrevería a decir que hay una manera particular, o una fórmula para saberlo. Hay obras que me conmueven, algunas pintadas hace cuatro o cinco siglos, otras hechas hace treinta o cuarenta años, o ahora. Disfrutarlas es una experiencia única, inefable; no se puede atrapar, ni traducir en palabras, pero cuando eso ocurre, creo que estamos ante lo genuino.
A la hora de crear un discurso visual, ¿cuán importante puede ser tu formación en el campo de la historia del arte?
El historiador del arte es, hasta cierto punto, un espectador con conocimiento e información. Estudias lo que te antecede, a nivel nacional e internacional, valoras la labor de esos artistas, profundizas, entiendes cómo y por qué hacen lo que hacen, tienes la posibilidad y la obligación de reflexionar sobre los procesos artísticos… Con esa perspectiva he podido también, hasta cierto punto, analizar mi propia obra.
Lo otro significativo en mi formación, en los inicios de mi carrera, fue trabajar en función de publicaciones periódicas, haciendo ilustraciones y caricaturas. Dediqué bastante tiempo a eso, fundamentalmente en la década de los setenta y a principios de los ochenta; es un ejercicio que disfruto y lo sigo haciendo a veces. Últimamente lo que he realizado más bien han sido ilustraciones de libros para niños.
Aprovechas lo conceptual, lo metafórico, lo simbólico, lo filosófico… de la geografía objetual, corporal, nacional, universal. ¿Es el arte un camino hacia la reinterpretación de lo conocido y el descubrimiento de lo desconocido?
El arte es un camino que me ayuda a formular preguntas sobre lo que conozco y lo que no conozco. Hay problemas que sabes que existen, pero no estás seguro de cómo definirlos; eso es lo que pasa, por ejemplo, con la serie «Borroso» (2009-2012) en esta exposición. Es una serie en proceso, de la cual se presentan aquí unos veinte dibujos, que he desarrollado teniendo en cuenta ideas sobre la economía globalizada, el neoliberalismo, las crisis financieras recientes, los altibajos en las bolsas de inversiones más influyentes. No pretendo exhibir un conocimiento profundo de estos temas, pero sin dudas el arte te da la oportunidad de adentrarte en realidades complejas, a veces guiándote por la intuición, y de inducir al espectador a que comparta contigo esas exploraciones y esos puntos de vista.
¿Cómo influye, en tus definiciones y tu poética, el contraste entre Vancouver y La Habana?
Hace unos siete años resido en Vancouver, ubicada en la provincia más británica de Canadá, cerca del Pacífico. Tengo vínculos profesionales y personales con esa ciudad desde hace unos quince años. Allí hay una fuerte presencia de población de origen asiático, tanto inmigrante como nacida en la región, con ancestros chinos, japoneses, coreanos, paquistaníes, filipinos…También hay poblaciones de origen europeo, y de los nativos que se encontraban allí antes de la llegada de los europeos. Eso hace que esté inmerso en una realidad mucho más multicultural que la que pude vivir en La Habana. Sin embargo, aunque me paso la mayor parte del tiempo allá, quiero pensar que no dejo de estar en La Habana. Vengo a Cuba una o dos veces al año, mantengo relaciones profesionales y de todo tipo acá, y casi toda mi familia vive en este país.
Vancouver tiene una naturaleza y un clima por supuesto distintos a los de cualquier provincia cubana, pero hasta cierto punto es como las ciudades de América Latina, en las que se camina, se utiliza el transporte público, se vive a nivel de la calle, de la acera; eso me gusta.
El contraste entre ambos lugares ha influido, no tanto en la manera en que concibo mis piezas, sino en algunos asuntos tratados en los trabajos de los últimos tres o cuatro años. En el 2009 comencé a interesarme por las finanzas, la economía actual, global. Lo más probable es que eso no hubiese pasado estando más tiempo en La Habana que en Vancouver. Mirar el mundo desde esa perspectiva ha sido un proceso de aprendizaje, del cual han salido algunas de las obras exhibidas en El viaje (paredes que hablan).
Sin embargo, sigues exponiendo en Cuba…
Este es el medio en el que me he formado y desarrollado. Independientemente de que a estas alturas ya he hecho muchas cosas fuera de Cuba, sigo pensando que aquí hay un público que puede entender, mejor que en otro lugar, mis propuestas. En el país también hay importantes instituciones culturales y de las artes visuales, a las cuales respeto, entre ellas la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, Factoría Habana, Galería Habana, y otras… Aquí viven muchos amigos y colegas. Nunca he dejado de sentirme cubano.
¿Qué incentiva más tus deseos de crear: la lectura de un libro de teoría del arte, las noticias internacionales, las experiencias personales?
Primero, la vida misma. Crear es una necesidad; cuando estoy satisfecho con lo que hago, eso me provoca placer. Me motiva la información sobre lo que sucede en el mundo. También las reflexiones sobre cuestiones personales, íntimas, que pueden ser compartidas por otros seres humanos; nuestra existencia desde el punto de vista físico, y cómo eso se conecta con lo espiritual; la nación y su historia, su geografía, sus características sociales; lo que ha sucedido últimamente con el capital y la economía de mercado; además del cine, la literatura… Considero que mi arte se alimenta más de vida que de teoría, aunque es bueno conocer algunas teorías si te hacen falta.
¿Dedicas muchas horas al trabajo?
Podría aprovechar mejor el tiempo. Lo que pasa es que mi horario es un poco raro, porque me gusta trabajar de noche, y de madrugada, aunque no siempre puedo, porque a veces tengo que levantarme temprano para cumplir otras obligaciones. Creo que un artista comprometido con su trabajo nunca descansa; cuando no estás creando la obra en sí, estás pensando en lo que vas a hacer y en cómo lograrlo. Para escribir un texto, debo investigar, leer sobre el tema. Vuelco mi energía en esas labores, sin olvidar lo familiar y lo social.
En el año 1989 inauguré, en el Castillo de la Real Fuerza de La Habana Vieja, una exposición personal titulada Yo lo que quiero es ser feliz. En ella hablaba de la esencia de la felicidad, que trasciende el hecho de ser artista y de tener lo que se conoce a veces como éxito. Intentaba decir que la vida, la felicidad en general, son más importantes que el arte. Pero al final, por un problema personal —puedes verlo si quieres como una deformación profesional— vinculado con lo que soy, entrego mucho tiempo al arte, que ha sido, ya por cuatro décadas, uno de los centros en mi vida.
Publicación fuente ‘The Archive Cuban Art News’, 2013
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