Julio Llópiz-Casal: Reynier Leyva Novo o el arte para desafiar las estructuras de poder

Artes visuales | DD.HH. | 17 de mayo de 2024
©Llópiz-Casal

En diciembre de 2020 participé en la exposición colectiva “Desparragados sobre la yerba”. Tuvo lugar en el estudio de Reynier Leyva Novo (El Chino Novo) en Párraga (por eso lo de “desparragados”) y fue una especie de reunión de amigos por última vez en circunstancias de relativa normalidad. De algún modo, presentimos que nuestra vida pública y privada se iba a complejizar mucho, como efectivamente sucedió.  

Fue una exposición simple en la que cada cual exhibió lo que tenía ganas de exhibir. Es muy revelador que hayamos expuesto juntos Camila Lobón, El Chino Novo, Katherine Bisquet, Paolo De, Solveig Font, Jose Luis Aparicio, Luis Manuel Otero Alcántara y yo. Ese día, además, fue una de las últimas veces que departimos con Maykel Osorbo. Han pasado tres años desde aquello y la mayoría de los implicados en aquel evento están exiliados o en prisión.

Conocía a El Chino Novo hace 15 años, justo en el momento en que comenzaría a convertirse en un artista de obligada referencia en el contexto del arte cubano. Su obra combina de manera notable el atractivo visual, la ironía, lo conceptual, lo poético, el manejo de la Historia y del sentido político del arte. Con este artista tenemos además a un testigo privilegiado del entramado cultural cubano, de la escena internacional y de la actitud de disenso en Cuba.

Actualmente, Novo reside en Houston, Texas, junto a su esposa e hijos. En medio de su intensa agenda y compromisos de trabajo, ha sacado tiempo para responder las preguntas de YucaByte.

―Vivir en Cuba de espaldas a la realidad es muy difícil. Esto solo es posible para quienes se encuentran en alguna posición privilegiada, por cercanía al poder o por ser beneficiarios de alguna actividad económica excepcional (rara vez al margen del poder) que les permita enajenarse de la realidad. De cualquier modo, tener conciencia política no es sinónimo de ser frontal políticamente. ¿A partir de qué momento decidiste adoptar una posición pública, con tu trabajo o tu actitud, respecto a lo que pasa en Cuba?

―Coincidentemente, mi posición pública, dígase política, proviene del mismo momento en que nos conocimos. Era el año 2009, en el cual se cumplía el 50 aniversario de la Revolución. En ese entonces, estaba produciendo una exposición en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales (CDAV). Nos presentaron Sachie Hernández Machí, directora del CDAV, que me había invitado personalmente a emprender este proyecto, y Daymi Coll Padilla, la especialista a cargo de la exposición. Tú eras un estudiante de cuarto año de Historia del Arte realizando una pasantía preprofesional en la institución, asignado a trabajar en mi exposición “Colección Novo Aniversario”. 

Por razones estéticas, de contenido y también de actitud, la exposición se inauguró un día de septiembre. Ese fue el mismo día en que Yoani Sánchez fue secuestrada, por primera vez, por la Seguridad del Estado, mientras se dirigía a una protesta pacífica en las calles 23 y G. Para camuflar la marcha, el Gobierno organizó una feria de libros con enormes altavoces en el corazón de El Vedado. Entre los amigos que sí llegaron a la marcha y vinieron directamente a la inauguración de la exposición estaban Adrián Monzón, Amaury Pacheco, David de Omni y muchos otros, además de un grupo de raperos que calentaban La Habana en ese momento.

Con un perro concierto y el CDAV a punto de reventar, Silvito El Libre, Maykel Xtremo y Danae Suárez inauguraron mi exposición. A Los Aldeanos no se les permitió tocar. Esa fue una de las tantas negociaciones que tuvimos con el Consejo Nacional de Artes Plásticas (CNAP) para poder abrir la exposición. El B estaba en el público, disfrutando del momento. Aldo nunca llegó. Los visuales del show estaban a cargo de Marcel Márquez y Arturo de la Fe, bajo la dirección general de Naya Saab, la productora del evento.

Recuerdo que, en medio del concierto, Rubén del Valle, el mismísimo director del CNAP, entró al Centro y me dijo: «¿Sabes qué?… Prefiero la poesía en tus trabajos», refiriéndose a Los olores de la guerra o cualquiera de mis obras relacionadas a las guerras de independencia del siglo XIX y la historia de Cuba. Yo le respondí: «A veces puedo tomar distancia y ser poético. Otras veces, tengo que confrontar directamente y decir lo que pienso sobre la realidad que me rodea: Cuba hoy». 

Quizás así comenzó a notarse mi postura política pública a través de mi trabajo. Lo siento: no todo comenzó leyendo a Krishnamurti en la previa del Servicio Militar obligatorio en Cuba, un año antes de entrar al Instituto Superior de Artes.

―Se ha dicho muchísimo, en las redes sociales y en otros espacios de debate, que “el 11J es un parteaguas” para entender la realidad política y económica de Cuba. Para algunos artistas, activistas o simples ciudadanos, el 11J significó la alerta de que era necesario posicionarse del lado de la ciudadanía y no del poder; para otros fue el 27N o el acuartelamiento en la sede del Movimiento San Isidro; y para otros más este aviso incluso tuvo lugar antes. Si seguimos yendo atrás llegamos al año 2018 y todo lo sucedido alrededor del Decreto 349. ¿Cómo experimentaste este decreto tú?

―Este tema ha sido ampliamente discutido, y quizás no valga la pena derramar más tinta sobre él. Pero compartiré mi experiencia, recurriendo a la memoria y esforzándome por ser lo más objetivo posible. 

La historia de Cuba, como cualquier otra, es una cadena de eventos que, de una manera u otra, están relacionados y se corresponden entre sí en muchos niveles diferentes, aunque no siempre sea evidente. Pero no sigamos retrocediendo en esta lógica ontológica relacional de la historia, porque terminaremos en el punto en que los continentes estaban fusionados, y había un mundo sin fronteras en el que Cuba no era una isla. Vamos al corazón de tu pregunta sobre la Cuba actual.

En mi experiencia, el año 2018 fue tan decisivo como la fallida proclamación del Decreto 349 para el despertar político cubano. Tanto es así que, en reacción y oposición a este decreto, nació el Movimiento San Isidro: un icono global de resistencia contracultural. El malestar con el 349 llegó hasta Japón. 

Ese verano de 2018, viajamos a Tokio para una exposición en el Spiral Wacoal Art Center, Abel González, José Manuel Mesías, Leandro Feal y yo, invitados por mi amiga, la curadora japonesa Yumiko Okada, a quien había conocido un año antes en La Habana. Desde allí, nos enteramos de la noticia de la publicación del borrador del decreto, lanzado intencionalmente para probar las aguas y la presión de los propios sujetos del decreto: los artistas. Al final, su movimiento resultó muy mal para ellos (el Poder), y lo saben. El malestar contra tal aberración legislativa extrema se extendió de isla en isla como si Cuba y Japón fueran una sola entidad geográfica. En el hotel X del distrito de Aoyama, creamos un frente de oposición al decreto que más tarde llamamos el Club de Aoyama. Un nombre demasiado sofisticado para lo que éramos: un grupo de amigos unidos por el arte y el desacuerdo con el Decreto 349.

De vuelta en La Habana, con el objetivo de organizar y proyectar una estrategia común, nos reunimos en mi apartamento de la calle 4 en Miramar. Invitamos a Carlos Garaicoa, que es vecino de la misma calle y estaba pasando el verano en la Isla, además de ser una voz establecida en el mundo del arte a la que las autoridades político-culturales cubanas tienen cierto respeto. 

Esta campaña, a diferencia de muchas otras ―y creo aquí radicó su efectividad― tenía como objetivo principal unificar de manera transgeneracional todas las voces que, desde el sentido común, se oponían a la nueva política cultural en forma de decreto. Al mismo tiempo, se creó el Movimiento San Isidro.

Artistas, críticos, curadores, escritores, gestores culturales, poetas, etc., se unieron a la campaña contra el Decreto 349. Se llevaron a cabo una serie de reuniones en los propios estudios de los artistas, en la mayoría de las cuales participaste tú mismo. Se volvió masivo. Personas que nunca habían mostrado públicamente su lado político lo hicieron. Todas las generaciones de actores culturales convergieron en un solo grito: No al Decreto 349. 

A través de una carta colectiva solicitamos una reunión con altos funcionarios del CNAP y del MINCULT para expresar nuestro descontento, lo cual fue concedido. Horas antes de esa reunión, nos reunimos nuevamente en el mismo apartamento de la calle 4 en Miramar. A juzgar por las fotos que tengo de esa tarde, estaban presentes Solveig Font, Luis Enrique López Chaves, Christian Gundín, Henry Eric, Abel González, Camila Lobón, Liatna Rodríguez, Leandro Feal, José Manuel Mesías, Kiko Faxas, Italo Expósito, etc… 

Desde allí, caminamos al CNAP, a cuatro cuadras de distancia por la 3ra. avenida y, al llegar, había más personas interesadas en participar. Inicialmente programado para tener lugar en una sala de reuniones del CNAP, el encuentro se trasladó al patio del Consejo debido al número de personas que ya éramos. Esto cambió el orden que los funcionarios habían establecido y nos puso un paso adelante; éramos una masa considerable. Cuando el viceministro Fernando Rojas, un burócrata acostumbrado a liderar reuniones y asambleas, comenzó a hablar, Abel González (que era portavoz del grupo) lo interrumpió:

«Fernando, disculpa. Tenemos un orden del día», dijo, y comenzó a delinear punto por punto muy claramente por qué estábamos allí. La reunión no era de los funcionarios; desde ese momento quedó claro que la reunión era nuestra, nosotros la habíamos convocado, y nosotros éramos los que traíamos temas importantes sobre libertades artísticas y de expresión a la mesa. Para un contenido más detallado de la reunión, es mejor referirse a los varios testimonios escritos, fotos y videos que existen y se publicaron en su momento.

Algo cambió para muchos ese día. Al menos para un gran grupo de creadores, esa fue una reunión decisiva donde se definieron claramente los roles que más tarde jugarían el partido: los artistas y los censores. Dejando de lado cualquier actitud reduccionista y, según mi experiencia, no hay separación entre esa reunión del 349, la acción El arte cubano se dedica al fútbol, el acuartelamiento de San Isidro y el 27N. Desde mi perspectiva, que siempre es muy personal, sin una cosa, la otra no habría existido. El 11 de julio (11J) fue esa misma esencia multiplicada por millones de cubanos en cada rincón de Cuba y el mundo, más allá del arte.  

―La formación y capacitación profesional en la Isla es uno de los resortes propagandísticos del sistema. La formación relativa al arte no es una excepción. De todas maneras, muchas cubanas y cubanos alrededor del mundo, y residentes aún en el país, atesoran buenos recuerdos y valoraciones positivas de su formación, haya sido académica o no, además del trago amargo que representa haber vivido la censura o haberla visto más o menos de cerca. ¿Cómo ves a la altura de hoy la formación artística que recibiste o te gestionaste? 

―Las escuelas son similares a las ciudades; se convierten en lo que tú haces de ellas, hasta cierto punto. A lo largo de mi vida, he disfrutado mucho mis experiencias, y el sistema escolar y educativo en Cuba no ha sido una excepción. Me sumergí en el sistema de arte cubano a la edad de siete años cuando me inscribí voluntariamente en las clases del profesor Naranjo en la Casa de Cultura “Rita Montaner” en Guanabacoa.

En 1995, con apenas 12 años, mi madre me matriculó en la Escuela de Arte de 23 y C, a la que asistía dos veces por semana. Salía apresurado de mi escuela secundaria básica, volvía a casa para cambiarme de ropa (nunca me quedé con el uniforme de la escuela puesto después de las clases; solo lo llevaba el tiempo estrictamente necesario) y comer algo rápidamente, para luego enfrentarme a uno de los procesos más caóticos y azarosos de mi vida: tomar un autobús durante el Período Especial en La Habana para viajar de un extremo de la ciudad al otro.

Durante esos años, conocí a mi amigo Hamlet Lavastida. Él viajaba a 23 y C desde Santa Fe, Playa, y yo desde Guanabacoa, que representan los extremos occidental y oriental de La Habana, respectivamente. Confieso que no tengo idea de cómo logré tantos viajes de Guanabacoa a El Vedado, ni cómo más tarde hice el trayecto de Párraga a Marianao para asistir a San Alejandro, de 1997 a 2002. Todo ese esfuerzo, todo ese sol, toda esa espera, todos esos pensamientos en el asfalto y al cielo, todas esas llegadas tardías a clase y todo ese pedaleo en bicicleta, también forman parte de la educación artística que recibí o me forjé. También lo fueron las flores a lo largo del camino, los besos, las fiestas, las risas y los amigos, el té de caisimón y Lao Tse, el vino de arroz, las acampadas y las orgías alrededor de la fogata, los amaneceres cálidos, Janis Joplin, Ling Yu Tang, el rocanrol y la psicodelia, el Escambray, el Pan de Guajaibón, la psilocibina, la marihuana, la lectura, el mar… Poseo una incapacidad intelectual significativa en el sentido de que no puedo separar toda esa experiencia extracurricular de mi formación como artista, de la escuela, del mundo diverso y estridente que se creó junto a ella: mis amigos. Quizás por eso soy el tipo de artista que soy, porque tengo esta deficiencia de no poder separar el tiempo entre el último aliento y la próxima obra.

El Instituto Superior de Arte (ISA) representa un capítulo distinto en mi trayectoria. Considera que para obtener la admisión universitaria, el Estado me obligó a realizar el Servicio Militar. En mi caso, vestido de verde con un rifle y pincel en mano. Serví como soldado raso en una unidad química en el extremo sur de la ciudad, adyacente a la Escuela Vocacional Lenin. El Servicio Militar es un requisito previo para cursar estudios superiores, lo cual es un chantaje total. No puedo desligar esta experiencia opresiva de mi formación artística en Cuba. El Servicio Militar y la escuela son parte de una continuación y dependencia cómplice orquestada por el Partido Comunista, dejando pocas o ninguna opción para continuar los estudios de arte, incluso si uno está dispuesto a eludir esta realidad.

Después de años de intimidad con Hui Neng, Rabindranath Tagore, María Sabina, Walt Whitman, Timothy Leary, Hermann Hesse, Krishnamurti, Sun Tzu, Baudelaire, Nietzsche y otros, ese tiempo en el Servicio Militar encendió mi conciencia política. Se convirtió en el catalizador perfecto para mi disidencia artística. Anteriormente, trabajé en instalaciones y performances utilizando materiales de la naturaleza y en conexión con el entorno natural, interactuando con montañas y ríos para discutir la esencia del ser con un enfoque místico hacia el arte y la magia de la vida. Después del Servicio y parte de mi tiempo en el ISA, cambié mi enfoque hacia la propaganda política, la historia de Cuba y el Caribe, la esclavitud y la libertad, las guerras de independencia, la formación de la nación, los símbolos nacionales, la política del Estado y el totalitarismo.

La experiencia más valiosa y lo que más aprecio de mi época de formación artística en Cuba son mis amigos. No sería la misma persona sin Hamlet, Raychel, Yornel, Campins, Andi, Nelsito, Celia González, Yunior, Gretel Rasúa, Javier «El Bala», Julio Llópiz-Casal, Calaforra, Aryam Rodríguez, Alena, Gerald Moya, Marcos Louit, Lester Alvarez, entre tantos otros grandes y queridos amigos de aquel tiempo. Ellos también son la escuela. En ellos, también encuentro mi formación.

Como puedes ver, no tengo motivos para quejarme. Y sin embargo, en todo esto, todavía encuentro razones para ello.

―El Miedo es un factor que muchísimos artistas e intelectuales cubanos de prestigio han señalado como determinante fundamental para entender por qué el Partido Comunista se ha podido mantener durante décadas en el poder. Por ejemplo, la Seguridad del Estado intenta identificar el miedo en el individuo, ya sea para neutralizar o para reclutar a la persona como agente. También existen y han existido personas con una actitud que ilustra muy bien un verso de la poeta Katherine Bisquet: “No nos sirve de nada el miedo”. ¿Qué significa para ti ese Miedo al que estoy haciendo referencia? ¿Cómo lidiaste con ese sentimiento si alguna vez lo sentiste viviendo en Cuba?

―La Seguridad del Estado, en su esencia, opera como una entidad dedicada a manipular los niveles de cortisol dentro de los cuerpos de los ciudadanos cubanos, tomando como su principal campo de acción la amígdala, esa región crítica del cerebro encargada del procesamiento del miedo. Este mecanismo se activa ante la percepción de amenazas, provocando que la amígdala inicie una cascada de reacciones fisiológicas y neurales. El sistema nervioso simpático desencadena la liberación de adrenalina (epinefrina) y noradrenalina (norepinefrina) desde las glándulas suprarrenales, hormonas que nos ponen en estado de alerta, aumentando la frecuencia cardíaca, la presión arterial y liberando azúcar almacenada, todo con el fin de prepararnos para una respuesta inmediata de «lucha o huida». 

Resulta revelador que los estados emocionales inducidos por la Seguridad del Estado se enmarquen precisamente en estas dos reacciones primarias: combatir la situación o escapar de ella. Dichas opciones parecen ser las únicas vías disponibles para gran parte de la población cubana, subrayando una existencia marcada por un miedo omnipresente, un fenómeno que se traduce en las respuestas instintivas de sus organismos. La Seguridad del Estado funciona no solo como un mecanismo de control político, sino también como un sistema de regulación fisiológica y psicológica de los individuos. 

El miedo tiene un impacto profundo en nuestros cuerpos, no solo como una emoción, sino como una herramienta de control utilizada deliberadamente para mantener a la población en un estado de sumisión y conformidad. En este contexto, la dualidad de «lucha o huida» se convierte en un reflejo de las limitadas opciones que enfrentan los cubanos en su vida diaria, obligándolos a tomar decisiones fundamentales sobre su futuro, ya sea resistiendo dentro del sistema o buscando libertad más allá de sus fronteras. Este entorno de temor constante, orquestado y mantenido por el Estado, revela la complejidad de la resistencia y la disidencia en un clima de vigilancia y represión omnipresentes. La cuestión fundamental para mí no radica en la experiencia del miedo en sí misma; más bien, se centra en la capacidad de trascenderlo a través de su reconocimiento. Esto implica ser plenamente consciente de que, en muchas ocasiones, el miedo no es más que una manifestación fisiológica natural de nuestro organismo, aunque las ideas y valores subyacentes que lo desencadenan poseen una importancia y magnitud considerablemente mayores. Nuestra interacción con la amígdala —ese centro neurálgico del miedo en nuestro cerebro— puede llegar a ser más intensa y significativa que cualquier forma de intimidación impuesta por mecanismos de control estatal, como la Seguridad del Estado.

Hay un punto crítico en este proceso donde la amígdala, en su función de generar miedo para preparar nuestro cuerpo para la acción, parece instarnos a avanzar, a tomar el control. Es precisamente en ese instante que el miedo deja de ser un obstáculo insuperable, cuando se diluye su capacidad de paralizarnos. Este es el momento en el que, al observar nuestro entorno, nos damos cuenta de que ya hemos dado un paso adelante, de que estamos físicamente presentes en el espacio público, listos para actuar.

Cuando este miedo se propaga y toca a nuestros seres más queridos —los ancianos, los niños— se transforma en un miedo colectivo que, paradójicamente, puede impulsarnos hacia la acción conjunta. Este fenómeno, vulgarmente conocido como exilio, no es simplemente una huida, sino una respuesta compleja a una situación de opresión insostenible. El exilio emerge entonces no solo como un acto de supervivencia, sino también como una forma de resistencia, un rechazo a permanecer inmóviles ante el terror y la represión.

En definitiva, aunque mi respuesta pueda no ajustarse exactamente a tu pregunta, lo que sí puedo afirmar con certeza es que este proceso de confrontación y superación del miedo ha permitido que mi amígdala, el epicentro de mis temores, se encuentre ahora en un estado de mayor calma. Esto subraya una verdad fundamental: el reconocimiento y la trascendencia del miedo son pasos cruciales no solo para la supervivencia individual, sino también para la liberación colectiva de aquellos sometidos a sistemas de control y represión. 

―Desde el exilio muchos medios de prensa independientes, activistas, artistas y emprendedores siguen dedicando tiempo y energía a mantener el foco sobre la realidad cubana de muchas maneras y, sobre todo, aprovechando las posibilidades que brinda vivir en democracia. Hay plataformas de denuncia, observatorios, iniciativas grupales para hacer llegar a la Isla cosas que escasean y muchos otros proyectos. ¿Qué opinión te merece esto? ¿Qué actitud has asumido tú? ¿Eres parte de o impulsas algún proyecto?

―Celebro fervientemente cualquier iniciativa que promueva la diversificación del pensamiento, la libertad de expresión, la autonomía política y, sobre todo, la libertad económica. Es un hecho conocido que al Gobierno cubano no le interesa fomentar la autosuficiencia económica de su pueblo, prefiriendo mantenerlo en una posición de dependencia extrema. Me enfoco en reconocer y valorar las acciones positivas que emergen desde el exilio. Aprecio profundamente el esfuerzo y el tiempo que activistas, artistas, emprendedores y medios de prensa independiente invierten en visibilizar la dura realidad y las condiciones de miseria en las que se vive en Cuba.

Es evidente que el proceso de emigrar o exiliarse conlleva grandes desafíos, demandando una considerable cantidad de atención, tiempo y recursos de aquellos que se ven en la necesidad de abandonar su patria en busca de un nuevo comienzo más allá de sus fronteras. La existencia de prensa independiente, así como de plataformas y observatorios tanto dentro como fuera de Cuba, es vital para propiciar un cambio en las actuales y futuras dinámicas de poder entre el Estado cubano y la anhelada libertad del pueblo. Sin duda, la ausencia de estos medios haría que la realidad cubana fuera aún más sombría, inaccesible y represiva.

Mi compromiso personal con la transformación social y política de Cuba se refleja de manera principal en mi obra y en la investigación meticulosa que respalda cada proyecto que emprendo. A través de mi trabajo, me esfuerzo por ofrecer una visión crítica de las fallas inherentes al sistema vigente, al mismo tiempo que indago en alternativas de pensamiento y expresión que trasciendan los límites impuestos por la retórica oficial. Aspiro a incitar una reflexión exhaustiva acerca de nuestra compleja realidad social y política, nuestra historia y los procesos sociales que nos han conducido a la situación actual que enfrentamos. Este no es un desafío menor para mí, especialmente en el contexto de las recientes olas de exilio y migración que han dispersado a nuestra comunidad, complicando aún más la creación de un tejido social cohesionado fuera de Cuba.

Resido en Houston, Texas, un lugar donde la diáspora cubana se encuentra dispersa en un vasto territorio, y los espacios de socialización son escasos, a diferencia de Miami, Nueva Jersey o Madrid, donde las oportunidades para participar activamente en la lucha por la libertad de Cuba parecen estar más al alcance. Mi labor artística busca comprender la realidad y la historia de Cuba desde una perspectiva diferente, al margen de la narrativa estatal. Se enfoca en desmantelar desde dentro la versión de la historia que nos ha sido impuesta y reconstruida por el poder.

Considero que mi mayor contribución a la causa de Cuba y a la libertad de todos los cubanos reside precisamente en este esfuerzo por subvertir y recontextualizar la historia oficial. Estoy convencido de que el arte y la cultura tienen el poder no solo de cuestionar y desafiar las estructuras de poder, sino también de construir puentes de entendimiento y solidaridad entre nosotros, los cubanos, tanto en el exilio como en la Isla. La verdadera lucha por la libertad de Cuba requiere de una confrontación directa con las narrativas opresivas y la promoción activa de un discurso que enaltezca la diversidad, la creatividad y la resistencia. Solo a través de esta reinvención colectiva de nuestra identidad y nuestra historia podremos aspirar a una Cuba libre y justa para todos.

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Publicación fuente ‘Yucabyte’