Alexei Padilla Herrera: Acabar con el racismo en Cuba no puede ser una tarea pendiente / Dossier

DD.HH. | 12 de junio de 2024
©Iván Cañas, ‘Obreros, Fábrica de Guaguas Girón’, 1977

Excelente dossier en Cuba Próxima sobre el racismo, la relación Revolución-Políticas públicas en la isla, la democracia racial, el archivo afrocubano, etc., etc., etc. A propósito, que la primera pregunta gire alrededor de Crítica. Cómo surgió la cultura nacional, de Walterio Carbonell, me parece todo un logro.

Disfruten 😉

La existencia y persistencia del racismo y discriminación racial en la Cuba contemporánea ha sido motivo de polémicas enconadas. De un lado, los que creen que la Revolución cubana y su líder Fidel Castro consiguieron erradicar el racismo, a base de decretos, discursos, campañas y, sobre todo, la ampliación del ejercicio de derechos sociales y económicos que impactó de forma positiva a las y los afrocubanos que eran parte de los sectores sociales históricamente preteridos por las elites políticas y económicas cubanas.

En marzo de 2013, el intelectual negro Roberto Zurbano advirtió que el silencio sobre el racismo en Cuba no ocultaba la existencia de esa problemática, sino que la reforzaba. Zurbano apuntó además que el propio Gobierno cubano no permitía que los prejuicios raciales sean debatidos o confrontados política o culturalmente, y a menudo finge como si no existieran”.[1]

Once años después de que Roberto Zurbano pagara por la osadía de ser coherente al denunciar que en Cuba el racismo “está vivo y coleando” cabe preguntarnos si una sociedad puede sumarse real y conscientemente a la lucha contra el racismo sin un debate libre, abierto, justo y responsable sobre un tema medular para la sociedad cubana.[2] 

Este dossier de Cuba Próxima resulta de las inquietudes y malestares que estas interrogantes generan en quienes perciben las contradicciones entre una narrativa estatal y social que insiste en minimizar el racismo, al tiempo que llama y hasta exige que las y los afrocubanos sean agradecidos, incluso más que sus conciudadanos blancos.

Coordinado por el comunicólogo cubano Alexei Padilla Herrera, el dossier se propuso reunir los criterios de personas que militan contra el racismo y la discriminación racial desde la academia y/o el activismo social y político. Considerando la diversidad y pluralidad presentes en la sociedad cubana contemporánea, Cuba Próxima entró en contacto con académicos y activistas cubanos que, pese a no compartir el mismo clero ideopolítico, han sido parte de iniciativas de enfrentamiento al racismo y a las formas de discriminación racial dentro y fuera de Cuba.

Respondieron a nuestra convocatoria:

Dimas Castellanos, Jiguaní, 1943. Licenciado en Ciencias Políticas y en Estudios Bíblicos y Teológicos. Fue profesor de Filosofía marxista, es periodista independiente y miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia.

Maikel Pons Giralt, Camagüey, (1979), cubano negro y periférico, activista y educador popular antirracista, docente universitario e investigador. Doctor y posdoctor en Educación. Miembro de LASA; Asociación de Investigadores Negros de Brasil; Grupo de Trabajo CLACSO “Políticas Educativas y Derecho a la Educación” y American Psychological Association. Premio Domínguez de la Sección Cuba de LASA (2018).

Melisa Cores Padrón, La Habana, 2000. Comunicadora social e investigadora con experiencia en creación de contenidos antirracistas y decoloniales, gestión de redes sociales y eventos. Actualmente es maestrante en Sociología en FLACSO-Ecuador.

Paula Haydée Guillarón Carrillo, La Habana, 1986. Afrofeminista. Editora de textos e investigadora-activista con experiencia en temáticas antirracistas con enfoque de género e interseccional.  Máster en Desarrollo social por FLACSO-Cuba desde 2023.

Ulises Padrón Suárez, La Habana. Licenciando en Letras por la Universidad de la Habana. Editor, escritor, periodista, activista LGTBQ+ y antirracista.

Respuestas

Acerca de los criterios expuestos por Walterio Carbonell en Crítica. Cómo surgió la cultura nacional.

Dimas Castellanos: Al respecto me remito a tres de sus planteamientos:

1- Se pregunta “¿Podrá la cultura de los esclavistas ser considerada como la cultura de la Nación?” “¿Acaso la cultura popular, cuya fuerza reside en la tradición negra, no es tradición cultural?”, para lamentarse de “que la concepción colonialista de la cultura mantenga vigencia entre nosotros.” Comparto algunos criterios y difiero de otros. Coincido con que la cultura de los esclavistas no puede ser considerada como la cultura de la Nación, que la cultura popular, cuya fuerza reside en la tradición negra, es tradición cultural. Pero el hecho de que la concepción colonialista de la cultura mantenga vigencia entre nosotros, no se puede responder con un monosílabo. Aquí entra en juego el ajiaco de Fernando Ortiz. La cultura hispana con la africana, y en menor sentido con otras culturas, se cocinó a fuego lento durante siglos. Algo que el mismo Walterio acepta al plantear que “es realmente interesante y contradictorio el hecho de que fenómenos culturales de un pueblo sometido lleguen a formar parte de los fenómenos culturales de la clase dominante, que fenómenos culturales de la clase sometida devengan superestructuras ideológicas de la clase que está en el poder”.

2- Tampoco difiero de su afirmación acerca de que la jerarquía eclesiástica “No han podido librar un solo combate digno contra el Poder Revolucionario. El Poder Revolucionario expulsó a los curas, expropió sus colegios y universidades y nada ha ocurrido”. En ese sentido Walterio arriba a la conclusión de que “no es porque el Poder Revolucionario en Cuba sea más fuerte que todos los poderes revolucionarios habidos en el mundo, sino porque el catolicismo era mucho menos fuerte aquí que en otras partes del mundo. Si hubiera sido solamente el caso del catolicismo, estaría de acuerdo; pero lo real es que ese fue el caso de todas las religiones y las asociaciones fraternales, de los partidos políticos tradicionales, de la burguesía cubana despojada de sus propiedades mediante confiscación o la sustitución de la Constitución de 1940 por la Ley Fundamental del Estado Cubano, unos estatutos constitucionales con los que el poder revolucionario dirigió al país hasta 1976.

3- “A la luz de estos principios cabe preguntarse si nuestro pueblo ha creado una auténtica cultura. ¿Somos radicalmente diferentes de África o de España…?  No somos radicalmente diferentes, pero tampoco la suma de las culturas de África y de España. Se trata de un proceso mediado por la criollización del peninsular y del africano, y el primero, cierto es, fue el criollo negro, que no vino de paso, sino que lo trajeron sin posibilidad de regreso.

Paula Haydée Guillarón Carillo: En un texto pionero del pensamiento crítico y descolonizador cubano como Crítica a cómo surgió la cultura nacional (1961) el marxista afrocubano Walterio Carbonell (2005, pp. 20-21) reflexiona sobre los posicionamientos de Fidel Castro hacia el racismo y la discriminación. Reconoce que: “es muy saludable porque todavía sobreviven en la conciencia de muchas gentes los prejuicios y vicios mentales que fueron creados por las condiciones sociales del pasado”. Y afirma que “demoler las concepciones ideológicas de la burguesía es hacer Revolución”.

En ese ensayo cuestiona Carbonell los fundamentos históricos de la cultura cubana, y en una postura descolonizadora se pregunta “¿Podrá la cultura de los esclavistas ser considerada como la cultura de la Nación?” “¿Acaso la cultura popular, cuya fuerza reside en la tradición negra, no es tradición cultural?”, para lamentarse de “que la concepción colonialista de la cultura mantenga vigencia entre nosotros.” (CARBONELL, 2005, p. 38-41).

Por su parte, la Revolución cubana se propuso eliminar el racismo y dio pasos importantes para lograr para propiciar la movilidad social y la participación en la vida política de los afrocubanos, sector históricamente preterido y discriminado. Paradójicamente, la ampliación del ejercicio de los derechos sociales, económicos y políticos de la población negra y mestiza, junto al discurso político oficial naturalizó la idea de que el racismo había sido erradicado en Cuba, de ahí que no tuviese sentido hablar de un problema que ya no existía.

Maikel Pons Giralt: En un texto pionero del pensamiento crítico y descolonizador cubano como Crítica a cómo surgió la cultura nacional (1961) el marxista afrocubano Walterio Carbonell (2005, pp. 20-21) reflexiona sobre los posicionamientos de Fidel Castro hacia el racismo y la discriminación. Reconoce que: “es muy saludable porque todavía sobreviven en la conciencia de muchas gentes los prejuicios y vicios mentales que fueron creados por las condiciones sociales del pasado”. Y afirma que “demoler las concepciones ideológicas de la burguesía es hacer Revolución”.

En ese ensayo cuestiona Carbonell los fundamentos históricos de la cultura cubana, y en una postura descolonizadora se pregunta “¿Podrá la cultura de los esclavistas ser considerada como la cultura de la Nación?” “¿Acaso la cultura popular, cuya fuerza reside en la tradición negra, no es tradición cultural?”, para lamentarse de “que la concepción colonialista de la cultura mantenga vigencia entre nosotros.” (CARBONELL, 2005, p. 38-41).

Por su parte, la Revolución cubana se propuso eliminar el racismo y dio pasos importantes para lograr para propiciar la movilidad social y la participación en la vida política de los afrocubanos, sector históricamente preterido y discriminado.

Paradójicamente, la ampliación del ejercicio de los derechos sociales, económicos y políticos de la población negra y mestiza, junto al discurso político oficial naturalizó la idea de que el racismo había sido erradicado en Cuba, de ahí que no tuviese sentido hablar de un problema que ya no existía.

El silenciamiento

La idea de la existencia de una supuesta “democracia social”, que iría a contracorriente del racismo científico, fue acuñada por el sociólogo brasileño Gilberto Freyre en su libro Casa grande e senzala (1933). Criticado décadas más tarde por el también sociólogo Florestán Fernandes, el mito de la democracia racial fue y es utilizado para matizar y hasta negar el racismo que persiste en la sociedad brasileña.

Melisa Cores Padrón: En un texto pionero del pensamiento crítico y descolonizador cubano como Crítica a cómo surgió la cultura nacional (1961) el marxista afrocubano Walterio Carbonell (2005, pp. 20-21) reflexiona sobre los posicionamientos de Fidel Castro hacia el racismo y la discriminación. Reconoce que: “es muy saludable porque todavía sobreviven en la conciencia de muchas gentes los prejuicios y vicios mentales que fueron creados por las condiciones sociales del pasado”. Y afirma que “demoler las concepciones ideológicas de la burguesía es hacer Revolución”.

En ese ensayo cuestiona Carbonell los fundamentos históricos de la cultura cubana, y en una postura descolonizadora se pregunta “¿Podrá la cultura de los esclavistas ser considerada como la cultura de la Nación?” “¿Acaso la cultura popular, cuya fuerza reside en la tradición negra, no es tradición cultural?”, para lamentarse de “que la concepción colonialista de la cultura mantenga vigencia entre nosotros.” (CARBONELL, 2005, p. 38-41).

Por su parte, la Revolución cubana se propuso eliminar el racismo y dio pasos importantes para lograr para propiciar la movilidad social y la participación en la vida política de los afrocubanos, sector históricamente preterido y discriminado. Paradójicamente, la ampliación del ejercicio de los derechos sociales, económicos y políticos de la población negra y mestiza, junto al discurso político oficial naturalizó la idea de que el racismo había sido erradicado en Cuba, de ahí que no tuviese sentido hablar de un problema que ya no existía.

Ulises Padrón Suárez: En un texto pionero del pensamiento crítico y descolonizador cubano como Crítica a cómo surgió la cultura nacional (1961) el marxista afrocubano Walterio Carbonell (2005, pp. 20-21) reflexiona sobre los posicionamientos de Fidel Castro hacia el racismo y la discriminación. Reconoce que: “es muy saludable porque todavía sobreviven en la conciencia de muchas gentes los prejuicios y vicios mentales que fueron creados por las condiciones sociales del pasado”. Y afirma que “demoler las concepciones ideológicas de la burguesía es hacer Revolución”.

En ese ensayo cuestiona Carbonell los fundamentos históricos de la cultura cubana, y en una postura descolonizadora se pregunta “¿Podrá la cultura de los esclavistas ser considerada como la cultura de la Nación?” “¿Acaso la cultura popular, cuya fuerza reside en la tradición negra, no es tradición cultural?”, para lamentarse de “que la concepción colonialista de la cultura mantenga vigencia entre nosotros.” (CARBONELL, 2005, p. 38-41).

Por su parte, la Revolución cubana se propuso eliminar el racismo y dio pasos importantes para lograr para propiciar la movilidad social y la participación en la vida política de los afrocubanos, sector históricamente preterido y discriminado. Paradójicamente, la ampliación del ejercicio de los derechos sociales, económicos y políticos de la población negra y mestiza, junto al discurso político oficial naturalizó la idea de que el racismo había sido erradicado en Cuba, de ahí que no tuviese sentido hablar de un problema que ya no existía.

1- El mito de la ‘democracia racial’ [1] antecede a la Revolución cubana. ¿En qué medida podemos afirmar que la perspectiva de ‘democracia racial’ tuvo continuidad luego de 1959 y cuáles fueron sus especificidades en ese contexto histórico-social?

Dimas Castellanos: Considero que ese mito, utilizado “para matizar y hasta negar el racismo que persiste en la sociedad brasileña”, en Cuba no ha sido muy empleado, al menos explícitamente. Como tal ese mito antecede a la Revolución cubana de 1959, pero con una diferencia fundamental que se deduce de una mirada a nuestra historia.

Hasta mediados del siglo XIX entre blancos y negros existía una diferencia radical marcada por la posición de cada uno en la estructura colonial. Los blancos poseedores y los negros desposeídos, no solo de economía, sino de todos los derechos, incluso de sus idiomas originales con excepción —como dice Walterio Carbonell, de la música y la religión—. Los negros devinieron criollos, antes y diferentes al criollo blanco; lo cual obstaculizó la gestación de un sentimiento colectivo de nacionalidad.A pesar de ello, gracias a la organización de los cabildos africanos, se inició un proceso de interacción social entre negros y blancos, cuya máxima expresión fue su participación conjunta en las tres guerras de independencia. Los blancos aspiraban a mayores libertades económicas y políticas; mientras los negros a la abolición de la esclavitud, por la que venían luchando desde mucho antes. El hecho de que Carlos Manuel de Céspedes y otros hacendados liberaran a sus esclavos para emplearlos como soldados, no significa que ellos carecieran de motivos propios para participar en la lucha. A la Guerra de los Diez Años se incorporaron como soldados y alcanzaron altos grados, pero en la de 1895 llegaron a ocupar los más altos cargos militares. Sobre esa comunidad de ideales, a pesar del racismo, germinó la raíz de la nación posible. Sin embargo, el fin de las guerras no se acompañó con la igualdad aspirada. Como dice Aline Helg, el negro siguió siendo lo que era, sencillamente, un “negro”.

Con la República inaugurada en 1902 Cuba se constituyó como Estado, pero sociológicamente, al carecer de una conciencia de pertenencia y destino común, no conformaba una nación. La mejor prueba de esta tesis es que en 1907 se fundó en La Habana la Agrupación Independiente de Color, renombrada en 1908 como Partido Independiente de Color —primer partido de negros del hemisferio—. En Previsión, órgano del movimiento, su líder, Evaristo Estenoz escribió: Nada puede esperar la raza de color cubana de los procedimientos usados hasta aquí por los partidos políticos porque nada han hecho que pueda ser para nosotros apreciable”[3].El PIC, declarado ilegal en 1910 por una enmienda constitucional, luchó por derogarla, y en 1912 decidieron alzarse. Sus miembros fueron masacrados en nombre de la “Nación” contra “la raza inferior”. El negro a su “lugar”, entorpeciendo una vez más el proceso de conformación de la nación cubana.

Después de este trágico acontecimiento en 1914 se creó la Sociedad de Estudios Científicos y Literarios con la divisa de “Salvar a Cuba por la educación”, una adaptación de la idea de los negros norteamericanos que crearon la National Association for the Advancemente of the Colored People. Y gracias a la libertad de prensa, se desarrolló un debate acerca del tema racial que arrojó resultados importantes.  El Nuevo Criollo dirigido por Rafael Serra, El Heraldo de Cienfuegos, El Comercio, El PuritanoPalpitaciones de la raza de colorLa PrensaLabor NuevaPrevisión, Ideales de una raza (columna dominical dirigida por Gustavo Urrutia en el Diario de la Marina entre 1928 y 1931), la revista Bohemia y periódicos como Noticias de hoy, entre otros órganos de prensa, escenificaron —según el escritor Tomás Fernández Robaina— el más amplio debate habido hasta entonces.

Ese debate explica por qué, durante los períodos presidenciales de Alfredo Zayas (1921-1925) y de Gerardo Machado (1925-1933), algunas figuras negras ocuparon posiciones administrativas y políticas, aunque el status del sistema no varió[4].  Aquí se puede hablar de la “democracia racial”, en Cuba, la cual tomó cuerpo en los debates de la Asamblea Constituyente y en el texto de la Constitución de 1940, que refrendó un principio antirracista fundamental: “se declara ilegal y punible toda discriminación por motivo de raza, color o clase y cualquiera otra causa lesiva a la dignidad humana. La Ley establecerá las sanciones en que incurran los infractores de este precepto”[5]. También estuvo presente durante la presidencia de Ramón Grau San Martín (1944-1948), quien en 1946: Dije en una reunión anterior que la discriminación racial en nuestro país está pasando a la historia y que no volverá a presentarse en el camino de nuestro progreso”. De igual forma, el presidente Carlos Prío Socarrás (1948-1952) fustigó la discriminación en un discurso ante los restos del general  Antonio Maceo, ante su tumba en el Cacahual.

El gobierno revolucionario que tomó el poder 1959, propinó un fuerte golpe al racismo con medidas educativas e institucionales abrió a los negros las puertas de lugares prohibidos, de empleos y de instrucción. En marzo de 1959 Fidel Castro dijo: “¿Por qué no escribimos artículos contra la discriminación racial? ¿Por qué no abordamos este problema? ¿Por qué no invertimos unas cuantas cuartillas en escribir y demostrar científicamente que es absurdo?”[6]. El error estuvo en considerar que la discriminación racial como resultado de la sociedad clasista y que, una vez eliminadas las clases, el racismo desaparecería. Desde ese desacierto se proclamó el fin del racismo en Cuba, pero como dice Aline Helg “no se hizo ningún intento para lidiar con las raíces culturales del racismo. A la vez, no se mencionó la singular experiencia de ser negro, y como antes, los negros y mulatos cubanos tuvieron que integrarse a la cultura dominante”.[7]

Como resultado de esa ilusión, el problema racial regresó a la peor posición en la historia de Cuba. La crisis del socialismo real en 1989 sorprendió a los negros indefensos ante el resurgimiento de conductas racistas. El racismo, expulsado de los espacios públicos, se refugió en la cultura y allí permaneció en espera de mejores tiempos. El negro, que por sobradas razones históricas no emigró en los primeros años de la Revolución, quedó excluido de las remesas familiares, lo que explica la presencia masiva de negros durante los acontecimientos de agosto de 1994, conocido como el “Maleconazo”.  Por esos argumentos considero que esa supuesta ‘democracia racial’ tuvo continuidad, pero con grandes diferencias.

Paula Haydée Guillarón Carillo: La Revolución cubana, además de ser un acontecimiento histórico de un contexto específico, mundial y regional, fue, es y ha sido un proyecto nacional. Ese proyecto se pensó desde un posicionamiento izquierdista basado en la igualdad social. El discurso que lo ha amparado se caracteriza por la utopía y el triunfalismo, sobre todo en los primeros años de la Revolución. Ello implicó que desde el discurso oficial de la dirección del país se reprodujera la idea de que las diferencias sociales pre 59 habían desaparecido, incluido el racismo y la discriminación racial como su expresión social.

Si bien la Revolución trajo consigo significativos cambios sociales y oportunidades de mejoras de vida para toda la población, que favorecía fundamentalmente a los grupos sociales más empobrecidos, no tomó en consideración que dichos grupos habían recibido al proyecto revolucionario desde puntos de partidas desventajosos respecto a otros que pertenecían a lo que se pudiera llamar una clase media cubana. Entonces las oportunidades existían para toda la población, pero no toda la población contaba con las mismas capacidades ni activos para aprovechar dichas oportunidades.

No es un secreto que en estos grupos empobrecidos existe una sobrerrepresentación de personas afrodescendientes, como consecuencia de toda la historia de colonialidad y de la estructura social asentada sobre esa colonialidad. Estructura que no solo implica las estratificaciones sociales, sino la reproducción de todo un pensamiento colonial que implica racismo, sexismo, clasismo, lgbtiqfobia, fundamentalismos, etc.

Ante esto el proyecto revolucionario, desde ese discurso triunfalista, asumió que el racismo había desaparecido dentro de la sociedad cubana, y junto con ello se asumió el discurso del mestizaje, del ajiaco orticiano, la mulatez guilleniana, el sincretismo, y del oficializado término de color cubano. Todo ello puede ser colocado bajo la sombrilla de la denominada democracia racial.

El objetivo principal de este imaginario es garantizar una supuesta unidad nacional donde todas las personas cubanas somos iguales por el simple hecho de haber nacido es en esta Isla, y sobre todo si lo hicimos luego de 1959. Esta idea de la unidad nacional no es nueva y es heredada de un discurso independentista surgido en el seno de la oligarquía revolucionaria y anticolonial del siglo XIX, que, si bien deseaban liberarse de la metrópolis, no deseaban perder sus privilegios como clase dominante, por lo que ese discurso de unidad nacional resultaba conveniente para diluir las diferencias objetivas y estructurales que existían y estaban arraigadas en la sociedad cubana. Es decir, que el independentismo cubano, a la larga, sería heredero del pensamiento colonial.

De igual forma, no podemos olvidar que los líderes de la Revolución cubana han sido, tradicionalmente hombres blancos que provenían de clase media, lo que, aunque tuvieran una probada conciencia social, eso no los alejaba de las dinámicas propias de los privilegios de clase.

De ahí que la idea de una democracia racial continúa presente desde el discurso oficial y es reproducida por gran parte de la población, sobre todo por la población blanca o blanco-mestiza.

Maikel Pons Giralt: Sin dudas, la perspectiva de “democracia racial” tuvo una continuidad desde el discurso y la práctica política, pero también desde la intelectualidad. Y esto está determinado en buena medida porque existía un cúmulo de luchas políticas y discusiones intelectuales de varias décadas atrás inspiradas en la idea de una “democracia racial”. La tesis de doctorado de Julio César Guanche es ilustrativa para entender la conformación de este corpus de “democracia racial”, previo al proceso de la revolución cubana y un texto imprescindible como “El negro en Cuba”, de Tomás Fernández Robaina, sirve de referencia.

En este sentido, no podemos olvidar las ideas y luchas de intelectuales como Rómulo Lachatañeré, Nicolás Guillén, Gustavo Urrutia, con su sección Ideales de una Raza, en el Diario de la Marina; Alberto Arredondo, Juan René Betancourt. Y claro, también la impronta de personas como Fernando Ortiz.

Desde 1940 la Constitución proscribe el racismo, aun cuando en la práctica persisten la discriminación y ejemplos de segregación racial, pero estampar esto en la carta magna no fue obra de la casualidad. Existe también una tradición casi centenaria de sociedades de instrucción y recreo de negros y mestizos, varias de ellas con una gran influencia en el ámbito cultural y sociopolítico.

En resumen, a 1959 se llega con un acumulado de luchas antirracistas y reivindicaciones por la igualdad racial que alimentan este ideal de “democracia racial” que tiene claro sus múltiples lecturas y vertientes. 

Melisa Cores Padrón: El racismo no solo es un problema social, las manifestaciones racistas en la sociedad solo son las ramas y hojas del árbol. Las raíces, se encuentran en los sistemas cultural, ético-moral y psicoemocional de la sociedad. La perspectiva de la “democracia racial” era entendida solo para la revolución social de 1959. Aunque existían demandas puntuales ante los males de la nación de aquella época y se exigía la igualdad social, se necesitaban campañas no solo políticas sino políticas y antirracistas. La “democracia racial” fue la visión que más se acercaba a “la participación de las personas negras” o “la participación de todas las personas en la construcción del modelo de país que se quería”, pero la participación no es un proceso que se debe garantizar solo en la estructura legal de una sociedad. Me gustaría explicar esta pregunta a través de un modelo comunicacional del comunicólogo Manuel Martín Serrano, donde se analiza el sistema social y el sistema de comunicación de una sociedad específica atendiendo a la infraestructura, la estructura y la supraestructura de la misma.

El sistema social de la época de inicios de la Revolución en Cuba tenía todo un pensar y sentir racista, por tanto, esto se expresaba en sus productos y procesos comunicativos. La infraestructura de ambos sistemas ocultaba dos cosas fundamentales: primero, el privilegio blanco colonial y segundo, la falta de acceso y reconocimiento de espacios propios de personas negras para la descolonización de su ser. En las estructuras, entendidas como la identidad individual y colectiva de instituciones, empresas, organizaciones, comunidades del tipo que sea, tampoco se analizaban sus lógicas de funcionamiento ligadas innegablemente a los valores individuales de las personas que integraban esos espacios. Por consiguiente, los valores individuales crean los colectivos, y estos inciden en la identidad de los lugares. Si todas las identidades contienen esas características, es obvio que la identidad nacional funcione bajo la lógica antes explicada. Continuando el hilo de lo que los valores significan para la creación de una identidad, tenemos una supraestructura compuesta por antecedentes religiosos (cristianos o católicos), los que sentaban una base moral llena de ideas que movían las emociones más internas de un país.

Las creencias racistas de la época no se iban a borrar por refutar una y otra vez “somos iguales y todos tienen iguales derechos”. Entender, estudiar y reevaluar en todas las esferas de la sociedad cubana, que habían existido antecedentes anticolonialistas era igual de necesario para el proceso revolucionario.

Ulises Padrón Suárez: En términos etimológicos, la palabra “democracia”, de origen griego y compuesta por dos lexemas, “demo” (pueblo) y “cracia” (autoridad, poder), se refiere al poder del pueblo que, en el contexto de la Antigüedad Clásica sin embargo, ese poder del pueblo excluía a la mujeres, los esclavos y los extranjeros. Más bien aludía al ejercicio del Gobierno en manos de la clase no aristocrática, los ciudadanos libres, en la alternancia que se suscitaba entre esta y los aristoi, o los patricios en términos romanos. No obstante, la democracia, como concepto moderno, surge de la derrota del Ancien Régime, en 1789, y el establecimiento de la República en Francia. Las formas de actuales del Estado, la división de poderes, la democracia como sistema y el hombre (blanco, burgués, eurocentrado) como citoyen provienen de la Revolución francesa. Se inventaron unos principios universales para refrendar derechos humanos del hombre blanco, no de los africanos esclavizados ni los indios masacrados en el descubrimiento a América. El Gobierno se organizó de tal manera que en el parlamento todas las facciones, a favor y en contra, se dispusieran a la derecha o a la izquierda del presidente de la sala. No menos importante, se creó la guillotina y su verbo guillotinar para decapitar a los reyes y la nobleza francesa, pero luego se descubrió que el nuevo aparato carecía de ideología y sirvió las mismas funciones a los republicanos que lo instauraron como institución democrática.

Por otra parte, la raza, de la que se deriva lo racial, como calidad o perteneciente a la raza, es un concepto de la Época Moderna que describe una serie de complejos procesos de control y dominación trasatlántica y originaron el sistema capitalista global. Sin la creación de las razas y el racismo, como pivotes fundamentales del sistema filosófico de la modernidad occidental, en conjunto con todos los instrumentos que se generaron (la esclavización, la plantación, las sociedades coloniales, etc.) para imponer un modelo sociopolítico por encima de otros,  no se puede comprender las sociedades actuales, la interconexiones culturales y políticas, la interdependencia económica y las desigualdades entre las regiones, países y colectivos étnicos al interior de cada nación.

La democracia racial constituye un constructo discursivo problemático desde su propia enunciación, porque la raza ha sido un mecanismo de las democracias o de los Estados-nación, para legitimar la universalidad de Occidente. En las Cortes de Cádiz, en el siglo XIX, por ejemplo, se podía ser republicano, y a su vez poseer colonias de ultramar sin que esto ruborizara al más republicano liberal. En este sentido, invertiría la pregunta sobre la democracia racial: ¿desde dónde se enuncia y a quién beneficia este concepto? Desde mi punto de vista, hablar de democracia racial es extender el racismo que subyace en la preeminencia de una raza sobre otra, de una humanidad por encima de otra, de una cultura por otra, por las vías de la democracia. Es aceptar que el problema de la raza es indisoluble y que la democracia, genésicamente excluyente, contribuirá a la igualdad entre las razas, es decir, el último bastión de la blanquitud y del sistema colonial imperante.

Con el triunfo de la Revolución cubana, si bien hubo avances en derechos para las personas negras, racializadas y afrodescendientes, lo cierto es que le debate racial se silenció desde los primeros años de la década de 1960 y los principales exponentes, como Juan René Betancourt tuvieron que exiliarse, mientras que otros fueron obligados al ostracismo como Walterio Carbonell. La perspectiva racial dentro de esos cambios, que haría más profunda las reparaciones históricas a comunidades negras y empobrecidas, se convirtió rápidamente en un tabú dentro de las ciencias sociales y las instituciones hasta que la crisis económica, y también epistemológica, de los 90, conocida como Periodo Especial, reabrió la caja de Pandora de las desigualdades en Cuba. La caída de la URSS y la disipación de la ayuda económica y financiera que proveía el CAME, acentuaron las brechas sociorraciales de la sociedad cubana, que estaban visiblemente veladas por una bonanza económica pro soviética. La persistencia de las prácticas estructurales de la pobreza afectó con mayor fuerza a las poblaciones negras en su conjunto. Por arte de magia, las reminiscencias del pasado colonial que salieron a flote (la insalubridad, el hacinamiento, la falta de acceso a estudios universitarios o el color de la población penal), desmontaban los discursos igualitaristas de la propia Revolución. 

Desde los primeros años de Revolución cubana, el discurso oficial del Gobierno, sobre todo el de Fidel Castro, no tuvo reparos en establecer una línea en la continuidad teleológica con la revolución de 1868, la Guerra de los Diez Años, impulsada por Carlos Manuel de Céspedes. Por supuesto que con en esta concepción de la génesis de la Revolución de 1959 se legitima el origen blanco-criollo de la nación cubana, como legado de Céspedes traspasado a José Martí hasta llegar finalmente a Fidel Castro, la antorcha de la libertad, el nuevo Mesías blanco insular, elegido para construir la nación utópica de los primeros patricios criollos, que por cierto excluían de su visión romántica de una Cuba soberana, gobernada por cubanos natos, a los negros esclavizados. Es decir, sin Capitán General español, pero con esclavos. Esta visión de la cubanidad como una piedra con la que chocas una y otra vez en la historia se condensa en Ese sol del mundo moral de Cintio Vitier, pero se reedita con menos tintes poéticos en el resto de los intelectuales revolucionarios que contribuyeron a nutrir esta visión de la Revolución cubana y de Fidel como máximo líder.

En este sentido, las diversas visiones sobre el racismo sistémico que se trasmuta a lo largo de los siglos por las circunstancias epocales, siguen siendo las bases de las múltiples desigualdades históricas de la nación cubana que se vive hoy. Sin embargo, este relato mítico que niega o esconde los procesos insurreccionales anteriores, con más ahínco desplaza a aquellos que fueron liderados por personas negras, que antecedieron la Guerra del 68 y que calaron en la conciencia colectiva de la sociedad esclavista, dispone de dispositivos racistas en todas las instancias institucionales.

El silenciamiento o la falta de voluntad por estudiar, reconocer y promover las voces negras, intelectuales y periodistas, que constituyeron un movimiento antirracista plural durante la República o los posicionamientos racistas de la academia y la historiografía cubanas, no deja mucho margen a la imaginación en cuanto al reconocimiento del aporte de colectivos racializados a la nación. Niega además el aporte de la Revolución de Haití en el continente y la recepción del pensamiento abolicionista en el siglo XIX a raíz de la primera revolución negra.

La Conspiración de Aponte, que terminó con la decapitación de su líder, José Antonio Aponte, en 1812, es el claro ejemplo, por solo mencionar este, de esos borrados históricos, para los que existe consenso en la historiografía cubana, que se padecen aún hoy en la actualidad. Un siglo después, en 1912, la matanza de los Independientes de Color, en el oriente del país, demostró que no era viable, por las vías democráticas de la República, la asunción de un proyecto social antirracista y decolonial en la Isla, por más avanzado que este fuera para la región en su época.

En la misma medida que la Revolución cubana se siente heredera de la herencia blanca, criolla, plantacionista de su historia, también carga con las sombras del racismo sistémico, la violencia interracial, vendida como mestizaje, y una sociedad dividida por el color de la piel que generó a lo largo de esa misma historia y se esconde como la abuela prieta en la cocina en las mansiones de los ricos. De los negros y las negras solo se acuerdan cuando hay crisis, tiempos de guerras y sacrificio nacional, como carne de cañón. El resto de las temporadas que sobrevivan, ellos y sus familias, como puedan.

2- ¿Hasta qué punto esta suerte de “democracia racial” a la cubana instaurada con la Revolución cubana obstaculiza el debate sobre la persistencia de manifestaciones (menos o más veladas) racistas en la Isla?

Dimas Castellanos: La consideración de que al suprimir las clases sociales el racismo desaparecería, formó parte de una estrategia más abarcadora puesta en escena desde que Revolución tomó el camino hacia el totalitarismo. Se trató de unificar todo lo existente y someterlo al dominio de una ideología y de un partido político, con todos los poderes concentrados en una persona: el Comandante en Jefe, Primer Ministro, y Primer Secretario del único partido político permitido. Esa concentración de poder se acompañó con la eliminación de todos los propietarios privados de medios de producción, con la nacionalización de la enseñanza, con el cierre de las escuelas normales para la formación de maestros, con el monopolio estatal sobre los medios informativos y las instituciones culturales, y con la disolución de las infinidad de asociaciones que existieron hasta 1959, incluyendo las de negros y mulatos. Y de forma paralela, la promulgación de medidas populares, como la eliminación de las prohibiciones para que los negros pudieran asistir a los lugares vedados como algunas playas, y de declaraciones en forma de consignas: “que la Universidad se pinte de negro, de mulato, de pueblo”, formulada por Ernesto Guevara, en diciembre de 1959, sin tener en cuenta la complejidad del problema racial. Todo ello explica el efecto negativo que tuvo suspender el debate sobre la persistencia de manifestaciones que permanecieron ocultas en las mentes.

Paula Haydée Guillarón Carillo: Actualmente puedo identificar dos tendencias esenciales en la lucha antirracista cubana: una es la asumida por un activismo antipatriarcal que es también antirracista, integrado por voces que no pertenecen a la oficialidad y que se mueven entre una zona de intelectualidad negra y el trabajo comunitario. Por otro lado, existe un antirracismo que denomino conservador y que, por desgracia, pertenece a la zona de la oficialidad. Desde este último se empodera el término color cubano y el discurso de unidad nacional y de cubanidad por sobre cualquier diferenciación social; e incluso existe un fuerte rechazo a los términos afrodescendiente y afrocuban/a.

Es decir, si bien la primera tendencia no va con paños tibios cuando de lucha antirracista se trata, la segunda reproduce el discurso de la democracia racial, aunque no niega la existencia del racismo en el país. De esta manera los de la primera tendencia, en ocasiones somos tildados de extremistas, fundamentalistas y hasta de racismo inverso, cuando ya es más que sabido que tal racismo no existe.

No es casual que ese discurso antirracista conservador de la segunda tendencia esté encabezado por hombres, que no solo asumen la democracia racial como una realidad, sino que en ocasiones rechazan otras formas de luchas antirracistas como la de los afrofeminismos, el antirracismo queer, etcétera. Lo que implica un desconocimiento de la diversidad de experiencias de vida y de maneras distintas de vivir el racismo.

Maikel Pons Giralt: Bueno, en rigor parece que la “democracia racial” no fue “instaurada” por la Revolución Cubana, como expliqué anteriormente y las evidencias demuestran que es un proceso que se viene conformando desde mucho antes. Lo que parece es que en 1959 se da un momento crítico donde confluyen varios elementos para que avance una posible radicalización democrática de esa falsa “democracia racial” y esto tiene que ver, reitero, con múltiples factores, sujetos, y tendencias de variopinto cuño ideo-político. Muestra de esto es el mayoritario entusiasmo generado por un evidente proceso de legitimación del discurso de la igualdad racial, junto a leyes concretas que favorecen a los cubanos y cubanas negros y mestizos. También las tempranas críticas y posicionamientos de intelectuales como Walterio Carbonell, evidencian las contradicciones que se presentan en esta “democratización de la democracia racial” inspirada por el proceso de transformaciones revolucionarias. Lo que parecía que iba y podía ser una radicalización verdaderamente antirracista de la “democracia racial” liberal-capitalista de la primera mitad del siglo XX comenzó a ser (sin profundizar en muchos detalles necesarios) una especie de “democracia racial” burocrática-comunista que por diferentes motivos y excusas se fue alejando de aquel entusiasmo inicial para acercarse de alguna forma estructural, institucional y discursiva a las apariencias y artimañas de la propia “democracia racial” primigenia, que con el tiempo fue adaptándose a sus propios discursos y objetivos, aunque con una, a veces sistemática y otras esporádica, oposición antirracista (desde adentro y desde fuera de Cuba) en varios momentos históricos. Una oposición antirracista liderada por disímiles sujetos, que están presuntamente a la izquierda o a la derecha del espectro político, si es que estas categorías todavía sirven para entender algo en el entorno político cubano.

Melisa Cores Padrón: No creo que esa “democracia racial” obstaculice el debate sobre la persistencia de manifestaciones racistas en Cuba, encuentro los impedimentos en las consecuencias de la visión única de “igualdad racial” que dictaron a inicios de la Revolución y en la poca participación de los sectores sociales históricamente discriminados por su color de piel. Vuelvo a mencionar a la “participación” como punto clave porque desde las estructuras que se toman decisiones es escaso el entendimiento de las lógicas colonialistas. En este sentido se concibe a “la lógica” como lo culturalmente normalizado y asumido como inamovible ante lo mutable de manera consciente.

La cultura de debate en Cuba se ve obstaculizada de manera general por otros procesos sociales que privilegian a un grupo social en específico, esta se ve intersecada por todos los males que puedan existir en la sociedad, en este caso, hablamos del racismo. Por tanto, la cultura de debate al no ser antirracista no contempla las raíces del problema y mucho menos el lugar de donde se nutren esas raíces, que es donde está el gran problema.

Ulises Padrón Suárez: Parte de la respuesta de esta pregunta la contesté en la anterior.

Desde mi punto de vista, lo que existe es un poder blanco que en ciertos momentos necesita legitimarse entre colectivos negros y racializados de la sociedad cubana. Por tal razón, ese “debate” sobre el racismo y las responsabilidades que el Gobierno cubano, como continuador de un Estado blanco-racista-plantacionista, tomaría a favor de las comunidades negras y afrodescendientes se dilata en el tiempo y en las agendas políticas. En la práctica lo que se suscita son políticas que no se concretan por diversas vías. En ocasiones por la falta de voluntad política, como es el caso del Programa de lucha contra el racismo y la discriminación racial; otras porque se diluye en los tecnicismos jurídicos sin efectos reales en la vida diaria de las personas vulneradas por el color de la piel; o porque el Gobierno no destina los suficientes recursos para empoderar a poblaciones históricamente lastradas por el racismo. 

3- La movilidad social de las afrocubanas y afrocubanos que la revolución cubana parece haber creado el prototipo del “negro malagradecido”, presente en insultos y recriminaciones que las personas reciben cuando, por ejemplo, expresan públicamente sus críticas al gobierno y sociedad cubanos. ¿En qué lugar somos colocados los afrocubanos según esta perspectiva? 

Dimas Castellanos: Eso forma parte de la propaganda introducida en las mentes gracias al control absoluto del poder sobre de los medios de comunicación. La fórmula es sencilla: como la revolución “eliminó el racismo”, los negros tienen que estar agradecidos. De manera que el que se manifieste de forma crítica a un proceso tan “hermoso”, no es más que un desagradecido o un contrarrevolucionario. Por tanto, los negros quedaron excluidos de expresar un pensamiento propio. Las consecuencias de esa experiencia, dirigida a disminuir el pensamiento crítico y sostener a falsa unidad, la hemos vivido casi todos los negros en Cuba.

Paula Haydée Guillarón Carillo: Yo personalmente siento que, por suerte, este prototipo se está diluyendo. Tal vez sea porque me muevo en espacios antirracistas correspondientes a la primera tendencia, pero en sentido general percibo que ya casi nadie en su sano juicio increpa a una persona afrodescendiente por realizar críticas al gobierno y la sociedad cubanos.

Maikel Pons Giralt: La movilidad social de las afrocubanas y afrocubanos también precede a la revolución cubana, es importante decirlo. También es justo destacar que el porcentual de afrocubanos/as en áreas culturales, sociales, políticas y educativas de un periodo a otro crece de forma exponencial e ilustrativa, lo cual tampoco significa que ese diferencial también estructuró una notable mejora económica para estos grupos. Este elemento a la larga ha pasado factura y ha significado la (re)estructuración de los índices de pobreza que hoy “obscurecen” las estadísticas sociales cubanas.

Lo del “negro malagradecido” es un artilugio discursivo social cubano que viene desde el siglo XVIII, pasa por el racismo científico del XIX, participa en las guerras independentistas, y entra en la República intacto. Siempre con el objetivo de “poner al negro en su lugar”, de deshumanizarnos, inferiorizarnos, cosificarnos, alienarnos, convertir nuestras mentes y cuerpos en objetos sin vida, ya no como esclavos físicos, pero sí como esclavos mentales. Recuerda el teatro bufo cubano y la figura del “negrito” subalterno o en contraposición el “negrito ilustrado” siempre con el complejo de inferioridad, o la mestiza Cecilia Valdés siempre soñando escalar socialmente. Generales independentistas como Antonio Maceo y Quintín Banderas fueron víctimas del racismo o de la inferiorización social en diferentes momentos de sus vidas, en el caso de Quintín tanto fue así que lo eliminaron físicamente de forma absurda y horrenda.

La idea del “negro malagradecido”, que sirvió especialmente para fundamentar una figura distorsionada del negro como un no-ciudadano, fue la que impulsó la persecución del Partido de los Independientes de Color y luego el genocidio de 1912. Ante cada acto de crecimiento social, intelectual, político, cultural, económico, de una persona cubana negra, en cada etapa de la historia reciente, hemos tenido alguien que esté atento y vigilante, un censor o termómetro socio-discursivo para decirnos: ‘¡Este negro se cree cosa!’, por sobreponernos y avanzar, y luego por no esconder la mirada y ser coherentes ante determinadas demandas sociales: ¡Esta negra es una mal agradecida!

A la derecha y a la izquierda (los racistas son ambidiestros) utilizaron, utilizan y seguirán utilizando este dispositivo discursivo de poder, necropolítico, para hacernos regresar a la esclavitud de la plantación o la esclavitud doméstica de la casa del ingenio, o por lo menos a la mansa servidumbre. Esa en la que negros y negras, luego de haber recibido una “tajada” del pastel social, ya sea en el socialismo de vitrina o en el capitalismo neoliberal, puedan ser convertidos en cuerpos muertos y mentes dormidas ante las injusticias sociales, políticas y económicas que sufren otros tantos, seres cooptados por una relativa movilidad y ascenso social que nunca olviden cuál es “su lugar”.   

Melisa Cores Padrón: Quienes poseen roles dominantes en el discurso social, son responsables de los imaginarios sociales. La idea de “negro malagradecido” parte de la separación de las personas negras en la concepción de la revolución, porque se sigue creyendo que la “Revolución” le pertenece a un grupo social y no como en realidad es: todo un entramado de sucesos que no tienen solamente de trasfondo a las personas que siempre son reconocidas. ¿De quiénes surge la idea que de la Revolución le dio todo a las personas negras? Surgió de concepciones racistas y poco participativas. Además de que como grupo en desventaja histórica y culturalmente tiene todo el derecho de hacer críticas a los sistemas de gobernanza, pues en esos sistemas también se albergan prácticas que normalizan el racismo.

Para brindar una respuesta más concreta a la pregunta en cuestión, las personas afrocubanas son colocadas como “observadores participantes”, “personas que le debemos seguir rindiendo culto a quienes nos libertaron”. Las personas negras de Cuba sí participaron de manera activa en el pensar y hacer de esta nación, recuerden que también existen sesgos racistas en quienes cuentan la historia. Las personas afrocubanas no tienen que sentir ninguna gratitud ante la Revolución, ellas también formaron parte de esos procesos, más bien debería decirse: “Sin las personas negras no hubiera existido Revolución”.

Ulises Padrón Suárez: Las bases históricas del imaginario social del negro malagradecido, que lo repite acríticamente desde un exministro de Cultura, Abel Prieto, hasta cualquiera que quiera insultar a personas negras, se deben a que desde los primeros años de la Revolución cubana se borró de manera sistemática la tradición intelectual negra que provenía desde el siglo XIX. Solamente se acentuaron aquellos hechos en el que las personas negras ocupaban espacios de subalternidad. Por ejemplo, es recurrente escuchar en Cuba, cada de 10 de octubre, que Carlos Manuel de Céspedes le otorgó la libertad a los esclavos. Cuando se sabe que solo liberó a una pequeña dotación de personas esclavizadas que estaban en la finca de la Demajagua para que se unieran a la lucha libertaria. Del mismo modo, las lecturas parcializadas a personajes de la historia, el poco acceso a la información diversa, contribuyen a obstaculizar un sentimiento colectivo racial. Los colectivos racializados estábamos a merced de las políticas del Gobierno, y desobedecerlo o enfrentarse a él, eran signos de rebelión contra quien te ha “hecho” persona (no ciudadano ni iguales).

4- Como comunicólogo emigrado, percibo que en Brasil el debate sobre racismo, racialidad y las contribuciones de las culturas de los millones de africanos que fueron esclavizados y de sus descendientes a la cultura nacional ha ido ganando más fuerza en los ámbitos académicos, cultural, escolar, mediático y empresarial. ¿En qué espacios se ha dado y se está dando hoy ese debate en Cuba y qué impacto tiene en los decisores políticos?

Dimas Castellanos: Eso que está ocurriendo en Brasil es un tema pendiente en Cuba. Con la implantación del totalitarismo, el cierre de todos los espacios antes existentes, y la desaparición del debate en los medios de comunicación, el tema racial, como dije antes, es una asignatura pendiente. Al eliminarse la libertad de expresión el debate del tema racial quedó reducido a pequeños grupos y limitados espacios de la sociedad civil emergente, sin suficiente fuerza ni status legal. Ejemplos de ella son los siguientes tres: 1- la Cofradía de la Negritud fundada en 1998, que desarrolló conferencias, debates, exposiciones de filmes, análisis de la historia racial en Cuba entre otras actividades. En enero de 2010 la Cofradía envió al parlamento cubano una Carta Abierta reclamando que cumplieran con su deber y asumieran la responsabilidad que les corresponde acerca del racismo y discriminación racial, y la respuesta fue la represión y las prohibiciones. En los últimos dos años, aunque le han permitido alguna que otra actividad, el status de ilegalidad anula sus proyectos; 2- ElMovimientode Integración Racial Juan Gualberto Gómez, fundado en agosto del 2000 por el matrimonio de José Vélez Hernández y Esperanza Almeira, quienes emigraron. Después la dirección la asumió Manuel Aguirre Labarrere (Makandal), pero carecen de recursos para el trabajo y de una membrecía, por lo que su influencia es casi nula: 3- El Comité de Ciudadanos por la Integración Racial, creado en 2008, presidido por el luchador por los derechos humanos Juan Antonio Madrazo Luna, quien ha sido acosado, detenido y amenazado constantemente. Mientras las asociaciones creadas desde o con el permiso del poder tratan de vender la imagen de que existe un debate del tema racial en Cuba. Con esa situación, la afirmación de Elías Entralgo, acerca de que “El negro es vital en la historia cubana, como el azúcar para la economía”[8], ha sido neutralizada.

Paula Haydée Guillarón Carillo: Un debate afrocentrado existe sobre todo en los activismos que pertenecen a la primera tendencia señalada por mí, sobre todo desde lo que se denomina afroestética. Nuevamente se está asumiendo el uso del cabello como posicionamiento político y de reconocimiento de una ancestralidad y de una historia tradicionalmente silenciada. Cabe destacar que son las mujeres afrodescendientes del activismo afrofeminista cubano quienes llevan el protagonismo en esta área, sobre todo desde las comunidades y el acercamiento a las infancias afrodescendientes para desde temprana edad trabajar en base a la autoestima, que sin lugar a dudas es una de las zonas más laceradas entre las personas afrodescendientes. Ahora mismo en Cuba se habla de afrobelleza y existen exponentes fuertes de arte afrocentrado. Por ejemplo, se está creando un movimiento, me atrevería a decir, de personas negras que cultivan la poesía hablada afrocentrada, por lo que el poder de la palabra como esencia de las culturas de nuestras ancestras y ancestros está reapareciendo.

Desde la academia también están apareciendo estudios afrocentrados y que intentan descolonizar el espacio académico a partir de la reivindicación de saberes que se alejan del pensamiento colonial y occidental.

Actualmente, desde lo que se puede llamar el ámbito empresarial, también están tomando fuerzas los emprendimientos liderados por personas afrodescendientes, que también tienen como interés el trabajo comunitario y que tiene como público meta a las personas afrodescendientes. Cabe señalar que aquí también existe un predominio de mujeres que en muchas ocasiones aparecen desde un posicionamiento afrofeminista.

Los ámbitos más débiles en este sentido son el escolar y el mediático. En el caso del primero, existe aún una fuerte resistencia a pensar espacios etnoeducativos, incluso hay un rechazo al término etnoeducación, que en Brasil si es utilizado, según tengo entendido. Respecto al ámbito de los medios, aún existe una tendencia a la moderación respecto a la cuestión racial, a pesar de los fuertes debates que se suscitan en las redes sociales. Además de que el tema es mal-tratado en los medios oficiales, aún persisten tendencias a reproducir comportamientos racistas, incluso manifestaciones tan deplorables como el blackface, sobre todo en programas infantiles.

Maikel Pons Giralt: El debate sobre las problemáticas raciales y la búsqueda de respuestas necesarias se ha dado y se da en varios ámbitos y niveles de la sociedad cubana. Hay muchísima gente dentro y fuera de Cuba que tienen un activismo sistemático, honesto, coherente y fundamentado, intelectuales, artistas, investigadores/as, se discute de forma interseccional pensando en la raza, el género, la clase.

Los movimientos afrocubanos (me gusta decirlo en plural), aunque no están suficientemente estructurados, también generan algún tipo de presión interna en las decisiones políticas y el discurso del gobierno cubano. Una muestra reciente de eso es el reconocimiento, una vez más y por la “nueva clase” política, de lo conveniente de asumir la temática racial de forma pública con una Estrategia de Enfrentamiento al Racismo, a pesar de que en la práctica social, dicho instrumento político deje mucho que desear y de lograr.

Como todo lo que se discute en política cubana y coherente con la historia de la nación en su relación con la raza y el racismo, el debate racial continúa quedando subordinado, invisibilizado, atrapado en la discusión de polos políticos; el debate racial en Cuba continúa siendo, infelizmente, una gota de agua en el maremágnum de las tensiones entre lo comunista y lo anti-comunista; lo capitalista y lo socialista; la izquierda y la derecha. Esto no quiere decir que haya disminuido la importancia social del tema racial para la (re)existencia de la identidad cubana, pero qué esperar del (anti)racismo en Cuba, puede considerarse un acertijo todavía por resolver.

Melisa Cores Padrón: En Cuba existe un Programa Nacional Contra el Racismo. De este no se han visibilizado lo suficiente los resultados en áreas específicas, con lo cual quedan vacíos comunicacionales. Esto no significa que no haya acciones que tributen a un pensar y hacer antirracista. Existen varios espacios desde los que el debate antirracista y anticolonialista ha tomado fuerza: la intelectualidad académica específica que se interesa en temas afrofeministas, los pocos proyectos comunitarios y revistas digitales no estatales que tienen como centro a las personas negras o afrodescendientes, y de la comunidad LGBTIQ+. Las decisiones políticas en Cuba carecen de campañas culturales antirracistas, además de no contar con la sistematicidad requerida para apelar ante cada expresión o manifestación del racismo sistémico. 

Ulises Padrón Suárez: Creo que es un debate que se origina primero e intensamente en el activismo antirracista y luego se rearticula hacia otros escenarios, academia, medios, instituciones culturales. Tengamos en cuenta que muchos activistas antirracistas suelen ocupar alguna posición en estas áreas. El debate racial donde menos se genera, a mi modo de ver, es en las escuelas y los espacios empresariales de negocio, a veces con políticas racistas antinegro. El Gobierno tampoco tiene una política basada en la inversión y desarrollo de colectivos y comunidades racializadas. Hasta tanto se sigan reproduciendo las causas de la pobreza y las desigualdades sistémicas existirán las brechas de inequidad.

5- ¿Cómo evaluaría hoy la representación de afrocubanas(os) y mestizas(os) en el emergente sector privado, de un lado, y en el sistema político cubano?

Dimas Castellanos: Primero, el sector privado en Cuba, como se entiende en Brasil, no existe. El cuentapropismo y las recientes Mipymes, no surgieron espontáneamente de la libertad económica, sino como resultado de la incapacidad del totalitarismo, para cambiar sin cambiar, pues se han creado desde el poder, con las correspondientes trabas para evitar que se forme nuevamente un empresariado nacional, es decir, una clase económica nacional. Además, los negros están en desventaja económica para emprender ese tipo de iniciativas, por lo que, también aquí, son minoría. Lo mismo ocurre con el sistema político cubano, que ha creado lo que se llama “negros de vitrina”, para dar la impresión de integración en la cúpula gobernante; pero el predominio de los blancos, desde 1959, es casi absoluto. Los negros y mestizos, estén o no capacitados, llegan a esos niveles por la fidelidad al régimen, no simplemente por sus méritos.

Paula Haydée Guillarón Carillo: Como ya dije anteriormente, están apareciendo emprendimientos afrocentrados dirigidos por personas afrodescendientes, pero se caracterizan por ser a pequeña escala. Los grandes negocios continúan en manos de personas blancas, sobre todo hombres, que prefieren contratar a personas también blancas, sobre todo a las que trabajan directamente de cara al público.

Respecto al sistema político, este continúa siendo dirigido, mayoritariamente por hombres blancos.

Maikel Pons Giralt: La representación de afrocubanas/os en el sector privado es ínfima, esto también es consecuencia de las inequidades históricas en el ámbito económico, de capital cultural e inclusive en las posibilidades de migrar. Recuerdo que, en 2014, ya hace 10 años, hice un trabajo de campo en la ciudad de Camagüey visitando diferentes negocios privados (todavía emergente). Ya en aquel momento identifiqué más de 20 negocios y entre ellos no hubo 5 que tuvieran como dueños a personas negras/mestizas. Inclusive el porciento de los de servicio también era mayoritariamente compuesto por personas blancas.

No obstante, como mismo no soy tan romántico para creer que la representación política de personas negras es per se un avance en las posibles alianzas para las luchas y reivindicaciones antirracistas, tampoco puedo esperar que más negras/os en el sector privado de la economía puede ser el abracadabra del empoderamiento antirracista. Es mucho más complejo el asunto y merece ser profundizado por otras investigaciones. No hace mucho un “famoso” empresario cubano-americano visiblemente mestizo y que se presenta como ejemplo del éxito empresarial en la Cuba de hoy, no tenía reparos en alabar y se regodear de sus ancestros “ibéricos” sin dedicar una palabra a los abuelos negros que también parece tener.    

Melisa Cores Padrón: Se debe aclarar antes de mencionar lo que significan las cuotas de representación de las personas afrocubanas en el emergente sector privado y en sistema político que las representaciones no significan el entendimiento de las realidades a las que se representa. Las personas conforman la identidad de una estructura determinada, la cual ya posee lógicas de funcionamiento, desde las emociones colectivas hasta las prácticas concretas del quehacer de esa estructura. Estas aclaraciones nos conducen a la conclusión siguiente: si las personas que integran una organización (del tipo que sea) no comparten de manera colectiva (ya sea a través de procesos autónomos, empíricos, conscientes o inconscientes) valores antirracistas, no habrá repercusiones en relacionado a subvertir la lógica racista histórica-psicosocial-culturalmente normalizada y simplificada.

Actualmente los espacios políticos tienen mayor representación de personas afrocubanas, pero esto no significa que haya mayor representación antirracista. Con el sector privado ocurre lo siguiente: la mayoría de los espacios son escritos, leídos, interpretados y hablados por personas con acceso a más recursos, aceptadas por “la ley de lo normativo” y generalmente blancas, pues son los grupos sociales que históricamente han tenido más facilidades para acceder a todo. Además, el sector privado está desprovisto de programas, campañas, políticas y manuales antirracistas.

Ulises Padrón Suárez: La foto del duelo en la muerte del general Luis Alberto López-Callejas [extitular del Grupo de Administración Empresarial S.A. (GAESA), el holding de empresas controladas porlas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba] refleja la composición sociorracial de la sociedad cubana, de manera simbólica, lo que me dice que la composición racial que sigue gobernando el país se mantiene intacta desde la época colonial: Los hombres blancos gobiernan este país. Hasta el presente ambos sectores, el político y privado, están ligados, vinculados por líneas parentales, en la mayoría de los casos. Ningún negocio exitoso en Cuba es indiferente al Gobierno.

6- ¿Considera que la presencia de afrocubanas(os) y mestizas(os) en las instituciones políticas cubanas inciden en los procesos de toma de decisión, en general, y en la aprobación de políticas públicas dirigidas a enfrentar el racismo, en particular?

Dimas Castellanos: Para nada, como el Estado cubano considera resuelto el problema racial, la presencia de afrocubanas(os) y mestizas(os), no tiene ningún significado práctico en este sentido. La toma de decisiones es centralizada, y tantos blancos como negros son simplemente ejecutores de una política trazada desde las alturas. Todo el que ha intentado algo diferente, ha sido defenestrado, pues es el Estado totalitario el que determina los dirigentes de esas asociaciones, las cuales se presentan como una elección democrática.

Paula Haydée Guillarón Carillo: A pesar de que está en curso un Programa de lucha en contra de la discriminación racial y el racismo en Cuba, es aún una asignatura pendiente que las (pocas) personas afrodescendientes que ocupan importantes puestos de dirección en el país incidan en políticas públicas que enfrenten el racismo, ya que igualmente reproducen el discurso de la “democracia racial”.

Maikel Pons Giralt: Representación racial no es necesariamente representación y activismo políticos en pro del debate racial. La realidad indica que no existe un paralelismo entre el estar como negro/mestizo en una institución y el ser negro/mestizo en una institución. Ya vi personas negras conscientes y activas de su papel político dentro de las instituciones para impulsar el debate, así como también me encontré personas negras considerando que el tema racial no tiene importancia.

Confío más en la fuerza del activismo social como fuente original del diseño e implementación de una agenda de políticas públicas antirracistas, que en lo que actualmente puede generarse desde las instituciones políticas, pues generalmente están a espaldas y/o en una limitada articulación con las organizaciones y proyectos sociales antirracistas.  

Melisa Cores Padrón: La presencia, de cualquier grupo social que se ha encontrado marginado históricamente, en un espacio de hegemonías blanqueadas, no garantiza el éxito de programas estatales de lucha antirracista. No se trata solamente de quienes están en las instituciones sino de la calidad el enfoque estratégico que se utilice para subvertir lógicas culturales muy arraigadas en la cotidianidad institucional.

Ulises Padrón Suárez: No, lo que considero es que esas instituciones políticas que inciden en la toma de decisión deberían concebirse desde una perspectiva antirracista, decolonial, feminista y contra la homo/transfobia para que las políticas generadas tengan en cuenta la pluralidad de la nación. Para ello hay que formar desde esta perspectiva y promover a personas negras y racializadas a esos espacios; como lo mismo, habrá que penalizar a quienes incumplan con el mandato de la ley.

7- ¿Se ha logrado alguna articulación funcional entre la sociedad civil cubana y el poder público en la elaboración de normas legales y políticas públicas, educacionales y comunicacionales, en aras de superar todas las manifestaciones de racismo que persisten en Cuba?

Dimas Castellanos: Primero, como he dicho, en Cuba no existe una sociedad civil independiente como en Brasil. En Cuba esa sociedad civil fue barrida y sustituida por otra, corporativa subordinada constitucionalmente al Partido Comunista. Por tanto, al no gozar de autonomía, no hay articulación. La creación de normas legales de cualquier índole las decide el poder central. La función de la sociedad corporativa es cumplir esas órdenes, mientras la sociedad civil independiente, muy débil, no tiene fuerza para participar o influir en esos asuntos.

Paula Haydée Guillarón Carillo: Debo reconocer que diálogos han existido, pero aún no se observa un resultado significativo.

Maikel Pons Giralt: La verdad del racismo cubano avanza en la medida que el proyecto social se aleja de la voluntad y de la capacidad de sus ciudadanas/os de discutir una Cuba orgullosa de sus diversidades, para privilegiar la Cuba de las hegemonías políticas, ideológicas, estéticas, que se incorpora sin resistencias al discurso global-local de supremacismos. El estado latente del racismo cubano, su proyección de tirar la piedra y esconder la mano, es ideal para el ilusionismo de la burocracia institucional, a la que le es ajeno todo lo que implique procesos colectivos de sanación social.

Si de ofensivas y maratones se trata, quienes preservan dichos supremacismos serán los primeros en levantar su estandarte de vanguardias, en dictar extensos informes de medidas, en hacer levantamientos de datos para luego guardar en gavetas. De eso trata, por la lentitud y semiconfidencialidad de su progreso, la implementación del Programa Nacional contra el Racismo y la Discriminación Racial  anunciado ya hace cinco años.

La escuela cubana formal e informal que produce sujetos discriminadores sigue siendo de “alto rendimiento”. Educación gratuita y universal, una pléyade de profesores de la mejor calidad, un proceso de enseñanza sistemático, científico, innovador. Sin embargo, en la práctica cotidiana la ciudadanía cubana, continúa teniendo posturas conservaduristas ante diversos temas humanos, de inclusión, de aceptación de las diversidades, que compiten negativamente con sociedades retrógradas de múltiples latitudes.

Melisa Cores Padrón: No son visibles esos logros de la existencia de una articulación funcional entre la sociedad civil cubana y el poder público. La lucha antirracista en Cuba no ha partido de la idea fundamental antirracista de que “No hay razas”. La educación, comunicación e información que debe brindarse para contribuir a la elaboración de normas legales y políticas públicas necesitan cuestionamientos radicales, desde los tratos naturalizados a las personas negras o mestizas hasta la conceptualización del contenido de los planes de estudio.

El activismo antirracista cubano lleva muchos años hablando de cambios en los discursos políticos estatales, aun así, no han existido solidez en el ámbito político estatal.

Ulises Padrón Suárez: No.

8- ¿Cuáles son los principales desafíos que los movimientos de activismo negro y antirracista han tenido que enfrentar en Cuba?

Dimas Castellanos: Han tenido y tienen que enfrentar la descalificación, el acoso, la represión y las detenciones arbitrarias durante más de seis décadas. Por ello el principal desafío consiste en la democratización de Cuba, en la restitución de las libertades fundamentales y el respeto a los derechos humanos como primer paso para crear el espacio y el entramado cívico para realizar sus proyectos de lucha contra la discriminación racial, que no es legal, pero está en las mentes, en la cultura heredada. Como la cultura, junto a la economía, constituyen los pilares básicos para la participación de los ciudadanos en condiciones de igualdad. La democratización de la cultura, sometida actualmente al dictamen “dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada”, y la economía sometida a la primacía estatal y a la planificación centralizada.  El origen de la discriminación en Cuba tiene esa doble raíz, cultural y económica y por tanto la solución tiene que ser económico-cultural.

Paula Haydée Guillarón Carillo: El principal es el constante choque con el discurso oficial de “unidad nacional” y “democracia racial”, que a la larga invisibiliza la incidencia real del racismo la sociedad cubana. Chocar contra ese discurso es que se minimicen las iniciativas de los activismos antirracistas; que personas blancas que se pretenden aliadas se conviertan en portavoces de la lucha antirracista, y generalmente utilicen estos espacios para beneficio propio, ya sea económico o profesional.

Maikel Pons Giralt: Creo que el racismo cubano y sus expresiones contemporáneas se encuentran en una fase de incubación fructífera. Todavía en un estado sumergido, sumando fuerzas, capital cultural, articulando con otras intolerancias, haciéndose presente en los más disímiles espacios. El racismo cubano tiene hoy como aliadas a las redes sociales de internet y a la infinita virtualidad que le permite espacios públicos donde medir fuerzas sin, necesariamente, enfrentar la condena social que, aunque pálida y timorata, todavía mantiene alguna influencia ética en el imaginario social cubano.

Pero, es allí donde se plantean hoy los principales proyectos ideológicos de la nación racista (que siempre fue) Cuba; esa que, aunque no nos enorgullezca reconocerla, tampoco nos hace bien invisibilizar sus efectos a través de la fórmula mágica del mestizaje y de la integración racial. El racismo, la homofobia, la misoginia son conductas cada vez más expuestas, y eso se hace, infelizmente, cada vez con menos pudor.

Melisa Cores Padrón: Como desafío número uno se encuentra la falta de debates profundos basados en datos científicos que aportan los estudios sociológicos, psicológicos y comunicacionales. En el segundo y tercer lugar ubicaría el poco acceso a contenido y prácticas similares de contextos similares al cubano donde hay movimientos populares organizados desde las comunidades de esas sociedades. Se pudieran enumerar otros desafíos, pero considero que los pudiéramos encontrar dentro de las consecuencias de los ya mencionados.

Ulises Padrón Suárez: Reconocimiento y legalización de las asociaciones de colectivos negros, racializados y afrodescendientes, independientes al Gobierno reconocimiento de la responsabilidad histórica del Gobierno y el Estado con las comunidades negras en Cuba. La construcción de mecanismos para erradicar las causas estructurales de las desigualdades por el color de la piel.


[1] La idea de la existencia de una supuesta “democracia social”, que iría a contracorriente del racismo científico, fue acuñada por el sociólogo brasileño Gilberto Freyre en su libro Casa grande e senzala (1933). Criticado décadas más tarde por el también sociólogo Florestán Fernandes, el mito de la democracia racial fue y es utilizado para matizar y hasta negar el racismo que persiste en la sociedad brasileña.

Referencias

CARBONELL, Walterio. Crítica a cómo surgió la cultura nacional. La Habana: Ediciones Bachiller, Biblioteca Nacional José Martí, [1961] 2005.

FERNANDES, F. O negro no mundo dos brancos. São Paulo: Difusão Européia do Livro, 1972.


[1] Roberto Zurbano. Para los negros en Cuba, la revolución no ha comenzado. The New York Times, 23 de marzo de 2013. Disponibles en: < https://acortar.link/NnRn4I>. Acceso el 29 abr 2024.

[2] Idem.

[3] Tomás Fernández Robaina. El negro en Cuba 1902-1958, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1994, p. 61.

[4] Julio Ángel Carreras. Esclavitud, abolición y racismo. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1985, pp. 124-125.

[5] Tomás Fernández Robaina. El negro en Cuba 1902-1958, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1994,p. 144.

[6] Tomás Fernández Robaina. El negro en Cuba 1902-1958, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1994, p.184.

[7] Aline Helg. Lo que nos corresponde, la lucha de los negros y mulatos por la igualdad racial en Cuba 1886-1912, La Habana, Ediciones Imagen Contemporánea, 2000, p. 12. 

[8] Elías Entralgo. La liberación étnica cubana. La Habana, 1953.

Publicación fuente ‘Cuba próxima’