Josefina de Diego: María Zambrano en Cuba

Archivo | Autores | 27 de junio de 2024
©Bella García Marruz, María Zambrano y Eliseo Diego en Madrid, 1986

En 1936, como consecuencia de la Guerra Civil española, comenzaron a llegar a Cuba —y a otros países de América Latina— muchos españoles que buscaban refugio de la barbarie que se iniciaba. Escritores, filósofos, académicos, impartieron clases y conferencias en la Universidad de La Habana y en instituciones culturales del país. Juan Ramón Jiménez fue uno de ellos. Estuvo en la isla, junto con su esposa, Zenobia Camprubí, desde finales de 1936 hasta principios de 1938. Su presencia fue muy importante y decisiva para la cultura cubana.

Otra de las grandes figuras españolas que dejó una huella profunda en todos los que la conocieron fue la gran filósofa, ensayista y profesora María Zambrano (Málaga, 1904–Madrid, 1991). Zambrano llegó a Cuba por primera vez en 1936 y se marchó, definitivamente, en junio de 1953. No estuvo todo ese tiempo en nuestro país, iba y venía; pero sí pasó largas temporadas y se relacionó activamente con lo mejor del movimiento cultural.

Zambrano aparece en varias fotos acompañada por su hermana Araceli y rodeada de importantes figuras de la cultura de la época. Conoció y fue amiga de José Lezama Lima, con quien sostuvo una estrecha relación basada en la mutua admiración que ambos se profesaban. En muchas fotos se la ve con miembros de lo que llegó a conocerse como Grupo Orígenes. Primero, con los mayores, como el propio Lezama, el padre Ángel Gaztelu, José Rodríguez Feo, Gastón Baquero. Más tarde se incorporarían los más jóvenes, que asistieron, deslumbrados, a sus charlas y clases de filosofía en la Universidad de La Habana: Fina García Marruz, Cintio Vitier, Eliseo Diego, Agustín Pi, Octavio Smith.

Durante su estancia en Cuba, María Zambrano colaboró con diferentes revistas. Una de ellas fue, por supuesto, Orígenes. Allí publicó ocho artículos (cuando los dos últimos se publicaron ya no se encontraba en nuestro país): “La metáfora del corazón”, No. 3, 1944; “El caso del coronel Lawrence”, No. 6, 1945; “Los males sagrados: la envidia”, No. 9, 1946; “La Cuba secreta”, No. 20, 1948; “Lydia Cabrera, poeta de la metamorfosis”, No. 25, 1950; “Fragmentos”, No. 33, 1953; “Tres delirios”, No.35, 1954; “Dos fragmentos acerca del pensar”, No. 40, 1956.

En varias ocasiones, a través de su correspondencia con amigos, la filósofa confesó su amor y preferencia por Cuba. En su bello texto, “La Cuba secreta”, María explica, como solo ella podía hacerlo, esta relación tan especial que la unía a nuestra isla:

¿Cómo hablar de un secreto sin referirse a la manera como nos fue descubierto y, más todavía, a la manera como sigue permaneciéndonos secreto? Pues los secretos verdaderos no consienten en ser develados, lo que constituye su máxima generosidad, ya que al dejar de ser secretos dejarían vacío ese lugar que en nuestra alma les está destinado. Nuestra vida se vería desamparada de su amorosa presencia. Porque un secreto es siempre un secreto de amor.

Como un secreto de un viejísimo, ancestral amor, me hirió Cuba con su presencia en fecha ya un poco alejada. Amor tan primitivo que aún más que amor convendría llamar “apego” (…). Y así, yo diría que encontré en Cuba mi patria prenatal. El instante del nacimiento nos sella para siempre, marca nuestro ser y su destino en el mundo.

(…)

Y así sentí a Cuba poéticamente, no como cualidad sino como sustancia misma. Cuba: sustancia poética visible ya. Cuba: mi secreto.

En este ensayo, que debería conocerse más, Zambrano se detiene en cada uno de los escritores recogidos en el libro Diez poetas cubanos, 1937-1947 (Antología y notas de Cintio Vitier, Ediciones Orígenes, La Habana, 1948). De mi padre, dice:

Adentrándose en las cosas más humildes, en el polvo, en la pobreza misma, la poesía de Eliseo Diego llega a erigirlas. Mas el alma no erige, sino que recoge; no construye, sino que abraza; no fabrica, sino que sueña. Poesía la de Diego, que resulta tan sólo de una simple acción: prestar el alma, la propia y única alma a las cosas para que en ella se mantengan en un claro orden, para que encuentren la anchura del espacio y el tiempo, todo el tiempo que necesitan para ser y que en la vida no se les concede (…).

A pesar de que en términos de finanzas no le fue bien, pues las instituciones culturales y académicas cubanas no le proporcionaron —ni a ella ni a la mayoría de los españoles que nos visitaron, a diferencia de México, que sí les brindó ayuda de todo tipo— un nivel económico que le permitiera una vida confortable, María siempre se sintió muy bien en Cuba, acogida, acompañada, admirada. Y desarrolló una relación con los origenistas que fue más allá de los estrechos límites del aula universitaria. Mi padre, en su prólogo a la compilación de los ensayos de María publicados en Orígenes, en 1987, por Ediciones del Equilibrista, cuenta:

Nos reuníamos en torno a nuestra María sólo por el placer de escucharla. Hasta el propio José Lezama Lima callaba para oírla (…). En el saloncillo donde nos reuníamos estaba el piano de Julián Orbón. De tiempo en tiempo, bien para ilustrar algún punto de la conversación, bien de puro gusto o porque se lo pedíamos, Julián se sentaba al piano y tocaba maravillas. El retablo de maese Pedro, por ejemplo, del también maestro don Manuel, o alguna cosa suya aún en trance de asomarse al mundo, o las canciones y romances de los Siglos de Oro, el primero y el de la generación de María. Nadie ha sabido jamás escuchar de aquel modo. Allí está en el sofá de Julián, cruzadas las piernas, blanca la falda, negro el elegante chalequito escogido para hoy, en la mano su larga boquilla. Aguarda a que Lezama termine una vasta disertación para refutarlo con tanta lucidez como cariño (…). Ella es española y está en La Habana, muy a gusto, lo sé, pero La Habana es España y no es España, y ahí se esconde el nudo de la angustia, que a veces le nubla los ojos.

En el excelente y muy valioso documental Testimonios, de Alfredo Castellón, realizado para Televisión española en 1991 1, Castellón entrevista a cuarenta personas que conocieron a María Zambrano, ya fuera en España como en sus años de exilio y después de su regreso. Visita México (conversa con Octavio Paz, entre otros mexicanos), Italia, Francia, Cuba, y obtiene importantes testimonios que van conformando la figura de una mujer realmente excepcional. En Cuba entrevista a Fina y a Bella García Marruz, a  Eliseo Diego, a Cintio Vitier, a Agustín Pi, al padre Gaztelu y, por último, a Eloísa Lezama.

Fina no duda en afirmar:

Yo no podría decir, como hemos dicho muchas veces, que fue nuestra maestra de filosofía. Ella no nos enseñó filosofía como se pudiera aprender en cualquier texto. Ella nos reveló la poesía en su nacimiento, en su manera de explicarla. María Zambrano pertenece ya, de una forma inseparable, a la historia espiritual de nuestra Patria.

Cintio comparte la opinión de su esposa y resalta la enorme influencia que tuvo en todos ellos y en la revista que hacían con tanto amor, Orígenes:  

Este grupo, esta revista que realizamos, no hubiera sido la misma sin María Zambrano. María Zambrano pertenece también a la cultura cubana.

Mi madre, con su sencillez característica, reconoce, emocionada:

María Zambrano fue nuestra profesora de filosofía y después devino en amiga nuestra de toda la vida. Ha sido uno de los recuerdos más queridos que yo tengo de esa juventud ya pasada y siempre para ella tendré lo mejor de mi corazón.

Mi padre se suma a la opinión de sus amigos y dice:

Aquí en este recinto donde estamos, un aula de la Facultad de Filosofía de la Universidad de La Habana, es que tuvimos el privilegio de conocerla el grupo de jóvenes que un poco después iniciaría esta publicación que fue Orígenes. La presencia entre nosotros de María Zambrano es un acontecimiento fundamental, entrañable para todos los que tuvimos la suerte de escucharla en este curso. María es parte nuestra.

Agustín Pi la describe con lucidez, cariño y admiración:

El recuerdo de María se ha sostenido durante ese largo periodo de tiempo, imborrable y luminoso dentro de nosotros y nos ha permitido durante todo nuestra vida y hasta este momento ver la luminosidad con la que ella hablaba de temas eternos  de temas que no eran en ella de giro profesoral jamás, era de una amiga mayor, de una persona que traía no las palabras solamente sino lo que antecede a las palabras y lo que sigue a las palabras cuando estas están cargadas de corazón, de intimidad, de ser, de poesía.

El padre Gaztelu agradece la deferencia que tuvo María con aquellos jóvenes que se iniciaban en el mundo de la literatura, y a quienes tanto bien hizo:

De María guardo el reconocimiento, también más hondo y cordial porque, prácticamente, ella descubrió para el mundo fuera de Cuba, el valor de eso que se ha llamado Grupo, y que más que Grupo, era un aliento de amistad que nos unía y animaba, a un grupo de intelectuales, poetas y artista, tanto pintores como escultores con su mentor, que fue Lezama Lima.

Y Eloísa lee un breve fragmento de una carta que le escribió a María (sostuvieron una extensa correspondencia, que se encuentra publicada) y un poema. Sólo reproduciré un fragmento de la carta:

Creo, queridísima amiga, haberla comprendido hace treinta años, haberla amado, sentido algo más que una admiración, pues forma parte de los misterios, de la comunión de los seres, en lo invisible y estelar.

En 1986 mis padres viajaron a Madrid y le dijeron a un amigo que querían verla. Enseguida la localizó y la llamó por teléfono. “María, aquí hay unas personas que te quieren saludar, vienen de Cuba”, y le dio el teléfono a mi padre.

“María, ¿cómo estás?, ¿sabes quién te habla?”, le preguntó mi padre. “¡Ah, esa voz!”, le respondió María. Y de inmediato, le dijo, de memoria, la dedicatoria que mi padre le había escrito en su primer libro de poemas, En la Calzada de Jesús del Monte, publicado en 1949.

La visitaron en dos ocasiones (al menos tengo fotos de dos días diferentes aunque las de la segunda visita no se ven bien). En la primera, mis padres están muy formalmente vestidos, papá con traje y corbata, María de blanco. En la segunda, se ven más informales. Ya al despedirse, María les regaló su libro Entremos más adentro en la espesura, y se lo dedicó: “Para Eliseo y para Bella, como siempre, María, mayo 1986, en Madrid”.

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1 Quiero mencionar a mi joven amigo Daniel Céspedes por su ayuda en la realización de este trabajo, pues fue gracias a él que pude ver el documental Testimonios.

Publicación fuente ‘OnCuba News’