Julia Luzán: Entrevista a Severo Sarduy / ‘El hombre es un ser para el lenguaje’

Archivo | Autores | 11 de agosto de 2024
©Instituto Cervantes de Manila

Severo Sarduy es uno de los novelistas cubanos más importantes de los últimos años. Nacido en Camagüey en 1937 reside en París desde los años sesenta y es allí donde ha desarrollado la mayor parte de su actividad literaria. Entre Gestos, novela que publicó en 1963[,] y la que aparece ahora, Cocuyo (editorial Tusquets), Sarduy ha publicado otras novelas: De donde son los cantantes (1967), Cobra, que recibió el Premio Médicis en 1972, Maitreya (1978).

Su escritura sigue la máxima que se fijó: crear todo tipo de trampas para que el lector se meza en un vaivén de palabras que le produzcan placer. «El hombre es un ser para el lenguaje», dice Sarduy. «No se puede decir que Cocuyo sea una novela agridulce, o divertida, es un misterio. Es posible que sea sólo un invento de la cabecita de cubanito de Cocuyo [sic]. El libro es un enigma, incluso para mí. Es estrictamente autobiográfico; no hay la menor intención literaria en él, porque soy incapaz de inventar. Invento muy poco en lo que escribo. Pero al acabar de leerlo queda una eventualidad, la trama del libro, el suspense, digámoslo así, reside en un problema fonético. Lo que Cocuyo oye en el burdel sublime y vulgar, es la palabra Ada pero él no sabe si está escrito con H o sin H». De esa consonante pende el destino del niño precoz, cabezón de ojos achinados y labios gordezuelos, copia casi perfecta de los rasgos físicos de un Sarduy con la cabeza monda que en el hotel madrileño aparece vestido impecablemente con traje y corbata de seda diseñada por el pintor marroquí Qobki, que estos días expone junto a Sarduy en la galería Davidoff de París.

Y como a Sarduy las obras resueltas no le interesan y se pirra por los enigmas habla de Las Meninas de Velázquez como «la obra más grande creada, y mido mis palabras, desde Altamira hasta Picasso porque plantean al ser humano un enigma indescifrable. Vine a España a vivir con ellas. Son mi familia».

El personaje de Cocuyo es perverso. Severo Sarduy, no. «Soy simulador. Vivo en un registro de simulación constante». Se confiesa débil y fóbico: «Temo a los aviones sobre el Atlántico; las conferencias en público cuando hay más de 3.000 personas, por ejemplo. Ante mi debilidad, mi exilio, que es algo que ha marcado mi vida, he tenido que disfrazarme y simular ser un escritor seguro de mí mismo».

«Me interesan las mariposas, el travestismo, el arte fractal, y contrariamente al dicho de los filósofos de que el hombre es un ser para la muerte, yo creo que el hombre es un ser para el lenguaje». Y aquí entra la simulación, el puro artificio del lenguaje que en Sarduy convive con la pintura: «Pinto con palabras».

Busca Sarduy lectores selectos para seducirles con la cromoterapia de sus palabras. «La palabra crea un magnetismo. El lector queda cautivado, en estado hipnótico. Es como la pintura de Mark Rothko que te envuelve en esa sensación anaranjada y eso que parece un divertimento sería lo que yo quisiera lograr con mis palabras: atrapar la ilusión».

Severo Sarduy dirige actualmente en la editorial francesa Gallimard la colección La Nouvelle Croix du Sud: «Un homenaje a Roger Caillois, persona que ha marcado mi vida. Su pensamiento quedó un poco obturado por otro pensamiento vecino, Malraux. Borges me dijo un día «mire Sarduy, yo soy un invento de Caillois». La colección comenzará con la publicación de una novela de Macedonio Fernández y con otra de Luis Landero.

«Me fui a Gallimard en plena guerra de familias; me arriesgué pero entre allí con una óptica muy simple. Sabía, porque he visto algunos episodios de Dallas que como en Francia no hay petróleo el papel del petróleo lo jugaba el pensamiento, Gide, Proust».

Publicación fuente ‘El país’, 21 de septiembre, 1990