Mónica Rivero: Waldo Balart, todos los colores del espectro

Artes visuales | 20 de agosto de 2024
©Video: Carla Valdés

Nada es más concreto, más real, que una línea, un color, un plano.
Theo van Doesburg, padre del arte concreto

“Me cambiaron de color cuando me fui”, dice como quien revela un milagro cuando reparo en el azul limpio de sus grandes ojos. “Los tenía verdes —asegura— y cuando me vi en la foto del pasaporte, eran azules. Y hasta hoy”. 

Waldo Balart (Banes, 1931) se tomó esa foto cuando estaba por salir de Cuba para instalarse en Nueva York. Era 1959, y el suyo, como el de los cambios en la isla, sería un viaje sin retorno. Fue en la Gran Manzana donde emprendió el camino que lo haría conocido y que, más de sesenta años después, nos llevaría a visitarlo en su casa-estudio en Madrid: la pintura; Waldo Balart se hizo pintor concreto*.

A lo largo de su carrera ha hecho medio centenar de exposiciones individuales y ha participado en más de 150 colectivas en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica. Su trabajo forma parte de colecciones privadas y públicas; entre ellas las del MoMA y el MET en Nueva York. Balart no solo ha practicado con sus manos el arte concreto sino que ha teorizado sobre este. Sus reflexiones quedaron contenidas en los libros Ensayos sobre arte (1993) y La práctica del arte concreto (2011).

“Pero todo eso es blablablá”, dice sarcástico sobre su propia obra teórica. Es pura modestia, su trabajo ensayístico ha representado un aporte imprescindible al pensamiento sobre esta corriente artística.

A sus 93 años, Waldo Balart mira atentamente a los labios de quien le habla porque oye mal; ahora escucha con los ojos. Insiste en que, por fortuna, no afecta su trabajo: “De hecho, me desconecta, ¡me ayuda!”, dice el pintor y explota en una risa. Para grabar esta charla en video abandona su silla de ruedas y se desplaza hasta la banqueta sobre la que trabaja, frente a una obra que ha llamado “Permanencias”. Lo hace con la ayuda de un andador que sus manos con pintura han llenado de colores; un lienzo casual.

Waldo Balart se mudó a Madrid en los años 70, después de vivir diez años en Nueva York. La Nueva York de los 60. “Si voy ahora es una ciudad que demanda demasiado. Es otra cosa. En los 60 era formidable. Extraño Nueva York como era en los 60”.

¿Cómo era?

¡Fantástica! Hacía quince años que había terminado la guerra mundial y en NY convergían tantos americanos como exiliados europeos, latinoamericanos… Era una mezcla de todo, y todo el mundo buscando, tratando de hacer algo. Había una idea de efervescencia muy bonita. En la que, claro, con 30 años, te metías ahí.

A 60 años de haber salido de Cuba no ha perdido el acento.

No quiero. No me veo hablando como un español. 

¿Con el inglés cómo le iba?

Realmente tuve que aprenderlo. Me busqué “diccionarios de almohada”. Pero tenía 30 años, no me fue difícil. ¡Así aprendes inglés, jaja! Pero también fui a una escuela. 

¿Qué son los patrones numéricos que vemos en todos los rincones de su estudio?  

Yo les llamo el código de la estructura de la luz. Los hago a partir de la composición de la luz: violeta, 1; ultramar, 2; cian; verde… es el orden en que vienen los colores en la luz. A partir de eso hago este orden axiomático, y a partir de ahí trabajo. Es como si dosificara la luz: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8… a cada número corresponde un color. 

Es una organización mental; no es una verdad; sino una manera de desarrollar el instinto, el interés. Voy trabajando eso, [de forma] longitudinal y transversal, y voy uniéndolos. Pero no hay verdad absoluta en eso. Es solo una organización mental, a partir de la luz. 

Es un desarrollo, no significa “encontré la verdad”; voy desarrollando la expresión y lo que me interesa: el color.  

A la vez, la búsqueda del color es circunstancial. Para mí todo el conjunto de vivir es lo importante, dentro del cual la expresión mía es primordial; pero tengo que hacer todo lo demás, como cualquiera. 

Mi rutina actual es, después de desayunar, sentarme aquí y trabajar. En invierno me cuesta trabajar por la tarde, pero en verano es más fácil. Trabajo por la mañana, descanso a la hora de almuerzo, y usualmente vuelvo por la tarde. Trabajo con luz natural, pero siempre pongo la luz artificial. 

¿Siempre trabajó con ese código? 

No, ¡qué va! Desde los años 80. Son producto de la intuición. Hago este trabajo para desarrollar la intuición. La búsqueda del color tuvo un desarrollo natural: con los años fui depurando formas, colores.

Con mi primera obra, “Lienzo sobre lienzo”, estaba creando un espacio físico. Quería diluir o romper, a partir del color. Con la relación entre dos colores crear una tensión. 

¿Qué es la luz?

La luz es la vida, así que trabajo con la vida; tratando de asimilar de la luz las propuestas que quiero ofrecer. 

¿Y el color?

El color influye en las emociones. Todos los colores los asocio con emociones, pero va más allá. No es que el rojo es para esto, o el azul para esto otro. Yo me meto en la obra y voy para adelante, como cuando te tiras en una piscina. Cuando termino, es como si se me fuera de las manos. Es algo que ofreces; un tiempo de tu vida, algo que fue importante para ti y quieres ofrecerlo.  

Richard Earl Thompson dijo que el color era ilimitado, siempre cambiante. ¿Inaprensible? 

Es verdad, siempre, siempre. Pero eso no debe preocupar. Trabajaste con un color y si después cambia, ¿qué vas a hacer? Es la vida. Tienes un hijo y pensaste que sería de una manera, y salió de otra. ¿Qué pasa? Nada, sigue siendo tu hijo. Es así.

Estudió para ser contador. ¿Cómo termina en las artes plásticas?

Cuando me mudé a NY empezó en mí una búsqueda interna. Fue un cambio total, mentalmente, emocionalmente… Parece ser que el arte era lo que buscaba. Quería estudiar Arquitectura en Cuba, pero no pude, porque tenía que trabajar de día. La única opción para sacar una carrera era ser Contador Público, como se llamaba entonces. Yo ni siquiera dibujaba. Mi inmersión en el arte ocurrió cuando me mudé a Nueva York.

Su carrera comienza a despuntar en 1964. ¿Cómo sucedió?

Poco a poco. No fue tirarme a una piscina. Fui a estudiar arte en el MoMA, durante 3 o 4 años. Pero lo más importante no fue la escuela, sino el ambiente: todos mis amigos eran artistas, que me ayudaban, me enseñaban, me protegían. 

Compartí taller con Peter Forakis, escultor de California, que influyó mucho en mí y en algunos momentos fue mi profesor. También [Mark] Di Suvero, y muchos más. 

Y Andy Warhol, con quien Ud. colaboró en dos películas…

Claro, hablando de amistades. Yo vivía en el East Village y a una manzana de mi casa estaba Max’s Kansas City, un bar a donde asistíamos los artistas jóvenes, entre ellos Andy. Ahí nos conocimos, y tuvimos una relación amistosa. 

A Carmen Herrera —divina, divina, divina— me la presentó un galerista cubano, Florencio García Cisneros, que tenía la Galería Cisneros, donde yo exponía en la ciudad. Lo único que recuerdo del encuentro es que me dijo: “Waldo, ven a ver mi pintura, porque estoy segura de que te va a gustar”. Yo la miré y pensé: “Esta señora hace flores”. Pero bueno, fui a verla. Y aluciné. Tuvimos una buena amistad.

¿Tiene un color o colores preferidos?

No. ¡Todos los colores del espectro son míos, míos!

¿Y qué hay de la forma?

He trabajado el círculo, pero podría decir que me es más fácil la línea recta. Pero para mí todas las formas son iguales, no les doy preferencia. Lo que es diferente es el color. Haciendo la forma más o menos uniforme, le das importancia al color. 

Aun cuando el arte concreto no representa símbolos ni ideas del mundo natural, ¿se inspira en algo?

No, no me inspiro en nada. En el trabajo mismo, en la intuición. Repito: el color. Me abstraigo de cuál podría ser su envoltorio. Eso sería otra cosa.

Sin embargo hizo una serie en que se llama Pinturas negras (1997); la ausencia de color.

La luz es lo contrario del negro. El negro es la ausencia de color. Cuando en una composición metes el negro, provocas una tensión, más allá de la tensión propia de los colores entre sí; esta es una tensión más obvia, que también forma parte de la expresión.

Al principio aquella intromisión del negro en mi pintura representó un asombro para mí. Lo relacioné con Cuba, con las fuerzas que acabaron con aquella nación tan llena de alegría, de colores. Pero de ahí en adelante eso fue solo una idea, no lo principal; y el negro pasó a representar una fuerza. Una relación de positivo-negativo, muy real; así que trabajé con eso.  

¿La convivencia, la tensión entre dos colores determinados le ha resultado molesta alguna vez?

Pasa constantemente. A veces funciona y hay armonía, o a veces pelean; están bien, están mal, luchan. Es la vida; pero en lugar de dos personas, dos colores. No hay diferencia. Se pelean, se aman, se odian, luchan. Empiezas a estudiar los colores complementarios, los fríos, los calientes; pero cuando te pones a trabajar, es una cuestión sensible. 

Yo no trabajo para decoración. Si un cuadro mío sirve a una buena decoración, yo encantado. Pero, de entrada, lo que me interesa es que influya en el sentimiento, en la vida…, y tampoco cambiar nada. No creo que sea un revolucionario. Pero sí influir en el sentimiento de alguien. Solamente si funciona para alguien, ya, ¡qué más quiero!

Ud. dejó Cuba con 30 años, pero en sus cuadros está el brillo, hay colores radiantes, como al sol.

¡Para mí es Cuba, es Caribe! De todas maneras, Van Gogh no es del Caribe y usaba los mismos colores. Pero creo que a partir de mis orígenes cubanos, los colores resultan más naturales en mí, más “fáciles”. 

¿Cuándo comienza a identificarse como concreto?

Al principio nos llamábamos “constructivistas”. Pero el término para mí tiene cierta connotación soviética y política. Y “concreto” vino con Max Bill, que habló de que el arte es concreto, y yo estoy de acuerdo.  

A la vez, me gusta el arte figurativo. No soy el único artista: soy uno más, que está proponiendo una solución emocional; ideas, sensaciones. Es algo que cualquier artista hace, sin importar la manera en que lo haga. 

¿Tiene clásicos preferidos?

Mondrian me encanta, pero mi maestro es Malevich, con su búsqueda de la verdad. Solo espero no tener un final tan trágico como el suyo. Ya pasé la edad que tenía Malevich cuando murió y sigo pintando. 

Realmente pintar es lo único que tengo. Es una expresión, una necesidad, algo a lo que doy valor, y una forma de decir lo que quiero y de pensar que estoy influyendo… en alguien. Yo creo que es suficiente. 

El código de color que empecé a usar en los 80, y hasta ahora me sirve como fuente de la intuición tiene que ver con lo que decía Malevich: que el cuadro es intuición y razón. Para desarrollar la intuición me sirve mi orden axiomático. Es algo muy sencillo, nada de matemática ni física: los colores como los vemos. 

También he trabajado la tridimensionalidad, que para mí no entraña en sí nada de diferencia: la cuestión sigue siendo el color. Mi idea es “destruir” el espacio físico a través del color.

¿Cómo empieza a trabajar en un cuadro?

De muy diferentes maneras. Por ejemplo, “Permanencias” lo comencé con el borde y un espacio central. Estoy desarrollando eso. Pero hay otras maneras. De pronto tengo una idea y voy desarrollándola. Pero cada propuesta es un universo en sí, espero que válido. 

¿Le gustaría exponer en Cuba?

Ahora hay demasiadas emociones envueltas. Soy parte de eso, me sería difícil apartar mi obra de la vorágine social que está viviendo Cuba. ¿Cómo puedes tú ofrecer una imagen cuando eres parte de todo eso, que es más fuerte que tu obra? Es demasiado, demasiado para el cuerpo.

Y son muchos años, fui para Nueva York en el 59. Me mudé a Madrid en los 70, viví cinco años en Lieja, Bélgica y dos años en América del Sur; el resto, aquí. Siempre de la calle Atocha para acá. Igual que en NY, que nunca viví encima de la 14; aquí siempre ha sido al este de Atocha.  

¿Le gustan los colores de Madrid?

Me encantan. El cielo es una maravilla, la luz. Creo que tengo una gran suerte de vivir en Madrid; soy un elegido. Por ejemplo, un día brumoso como si fuera París o Londres, puede haber uno o dos; pero después viene el sol. Estoy contento de vivir en Madrid, ¡soy gato! (adoptivo).

¿Y Banes?

Es una ciudad pequeña, en lo que es ahora Holguín —Oriente cuando yo nací. En mi familia casi todos eran de Santiago de Cuba, pero mi padre se mudó a Banes y ahí era abogado, notario. Era una ciudad agradable. Tengo buenos recuerdos de Banes, pero cuando terminé el bachillerato me fui a La Habana y nunca más volví. 

Después, en el 59, me fui para Nueva York, pero guardo grandes recuerdos de Cuba, lo que pasa es que son ya sesenta años fuera… Cuba… Además, es una idea muy vigente, está presente siempre, no te dejan olvidarte de Cuba. 

***

A mitad de julio asistí a la inauguración de la muestra Less For More, de Waldo Balart, que permaneció en exhibición hasta el 27 de julio en la galería Casado Santapau, en Madrid. Allí Waldo, riendo, dijo que seguramente sería su última exposición. Alguien alrededor le dijo que no, y entonces, serio, dijo: “Lo mejor es hacerla siempre como si fuera la última”.


(*) Balart no tuvo relación alguna con los Diez Pintores Concretos.  

Publicación fuente ‘OnCubaNews’