Hilda Landrove: Cuba, políticas desde el margen / Los resquicios por donde entra la luz
Hay varias maneras de pensar la política, o lo político, que exceden con creces a las pretensiones de la política formal, esa que transcurre a través de organizaciones partidistas, elecciones, separación de poderes y una serie de fenómenos asociados a la disputa por el poder. Lo “formal” obedece por una parte a que se trata de formas políticas estabilizadas que han llegado a adquirir, particularmente en las sociedades modernas liberales, una forma propia y por otra, al hecho de que su espacio de existencia está asociado a la posibilidad de contestar, cambiar, anular e incluso derrocar a quienes ocupan el sitio del poder en una sociedad dada.
Pero lo político existe también ahí donde la acción en grupo no ha tomado una forma definida; donde el objetivo o el horizonte de deseo no es la toma del poder, o su contestación o cuestionamiento; un tipo de acción colectiva que no busca ocupar la posición desde la cual se podría inducir o forzar a otros a la acción, o someter a un colectivo a los designios de quienes están al mando, sino organizarse para transformar la realidad. Es lo que Marshall Ganz denomina “poder para”, y distingue del “poder sobre”. El “poder para” resulta de la cooperación y la capacidad de lograr, de manera conjunta, lo que no es posible lograr por separado (Ganz 2022).
La acción política requiere, como todo, de ciertas condiciones. Esas condiciones radican, al menos en las sociedades urbanas construidas sobre el modelo liberal, en el reconocimiento de un grupo de derechos que permiten, justamente, la transformación de la vida social: expresión, reunión y manifestación son aquellos requisitos básicos que garantizan a la sociedad la posibilidad de contestar el poder, cuestionarlo e incluso derrocarlo. Cuando esas condiciones son restringidas o eliminadas, se restringe con ellas no únicamente el espacio de la libertad de acción colectiva sino la posibilidad misma de la transformación social. Es por ello, para apuntar a esa inmovilidad tan preciada por los regímenes autoritarios de toda clase, que una de las tareas básicas de cualquier pretensión del poder de permanecer indefinidamente, pasa por la eliminación de esas condiciones.
Sería erróneo, sin embargo, suponer que con la eliminación de las condiciones para la acción política se elimina también la agencia de las personas individuales y sus movimientos conjuntos. Si en la existencia –incluso con ciertas obstrucciones– de las condiciones para la acción política social radica la posibilidad de articular movimientos sociales (por pensar incluso fuera del accionar previsto de las elecciones, las campañas y los partidos), su ausencia impone pensar de qué maneras se expresa la agencia de quienes disputan, bajo condiciones de opresión, su derecho a la vida y a la acción individual y colectiva. Esa agencia aparece, a veces en formas clandestinas, solapadas, difusas, en las condiciones más difíciles y los escenarios en apariencia más estériles.
Hay varias formas de pensar en ellas; la más conocida es posiblemente la de las “armas de los débiles”, que James Scott tipificó al estudiar las formas campesinas de resistencia, y cuyo análisis amplió al estudio de los “discursos ocultos” de los subordinados en regímenes de opresión diferentes (colonialismo, esclavitud, sistema de castas). En estos regímenes, los grupos subordinados elaboran un discurso a escondidas del poder –a través de vehículos como las historias populares, los rumores o los chistes– que manifiestan la insubordinación ideológica y constituyen, junto a la acción para impedir la apropiación material del trabajo, la “infrapolítica de los desvalidos (Scott 1990). O las micropolíticas, las cuales emergen de la economía del deseo en el campo social y dan lugar a la reconfiguración de las subjetividades, en muchas ocasiones de forma previa o transcurriendo de manera paralela a las dinámicas de la representación y lo simbólico, y cuyo poder radica en la capacidad de trastocar radicalmente el sentido común de las relaciones de poder (Guattari y Rolnik 2006). Estas políticas también son pensadas como forma de agencia de comunidades subyugadas, que construyen sensibilidades al margen de los espacios reconocidos de representación simbólica y efectiva. Todas ellas comparten el hecho de que florecen o, al menos germinan, allí donde menos condiciones hay, y su sola existencia es testimonio de la densidad de lo político, mucho antes y de manera mucho más profunda que su expresión en formas más estables. Sin ellas, sería imposible concebir forma alguna de resistencia y mucho menos de victoria sobre regímenes despóticos, tiránicos y dictatoriales.
Políticas informales: irradiando luz en la larga noche del totalitarismo
Cuba ha tenido, a lo largo de 65 años de régimen revolucionario devenido totalitario, una estructura que impide por diseño la existencia de algún otro partido que no sea el Partido comunista y una restricción extrema del ejercicio de los derechos cívicos, volviendo prácticamente imposible cualquier intento de organización en forma de movimiento social. Pero ha tenido también una larga historia de contestación que ha experimentado con todo el repertorio disponible de la acción colectiva por medios pacíficos. Tal contestación no ha logrado nunca alcanzar el objetivo muchas veces declarado de cambiar el régimen político, y ni siquiera hacer reformas estructurales en él. Baste recordar que el intento más organizado por proponer reformas, el proyecto Varela, fue respondido con una cláusula constitucional de irrevocabilidad del socialismo, nuevamente refrendada en la reforma constitucional de 2019, y un desbordamiento de la represión que condujo a la Primavera Negra de 2002. Esa ha sido la dinámica fundamental que ha derivado, como reacción al protagonismo de la sociedad civil cubana, en el blindaje, cercenamiento y clausura de cualquier oportunidad política.
En el período de efervescencia que condujo a las manifestaciones del 11J, formas diversas de hacer vida política emergieron y constituyeron un repertorio innovador e inédito en su presencia conjunta: lecturas de poesía en parques, acuartelamiento (San Isidro), sentadas, creación de organizaciones (27N), acciones simbólicas (vestir de blanco, llevar una rosa), incluso el intento de una articulación social suficientemente amplia como para constituirse en un movimiento social (Archipiélago), o la apelación a la constitución para la defensa de los derechos. Esa emergencia, diversa y prolífera, fue cercenada con particular intensidad con cárcel y exilio después de las manifestaciones, a la vez que la vida cotidiana se volvía más y más precaria.
A partir de entonces la clausura de las oportunidades políticas se volvió tan radical para quienes habían sido identificados como peligros potenciales, que incluso salir de la casa podía ser imposible o reunirse con un grupo de amigos convertirse en la razón para ser citado a “conversar” con la policía política. Pero es justo en un contexto así donde se vuelve más necesario pensar, e incluso, imaginar y especular sobre lo que es todavía posible; en los derroteros para la agencia política, en el sostenimiento de aquello que, en espera de la oportunidad para manifestarse plenamente, resiste y puede ser cultivado.
El presente texto pretende justo eso: observar dónde, y cómo, habita hoy en Cuba la agencia política; a través de qué resquicios entra la luz en los muros del totalitarismo y, a partir de esa observación, explorar la relación entre condiciones de posibilidad y agencia efectiva. Intentará hacerlo en diálogo con los testimonios, las reflexiones y las imágenes de algunos protagonistas directos, para mostrar formas de acción política que pueden reconocerse dentro del campo de las políticas no formales, indirectas o, como hemos llamado al dosier que contiene este texto, políticas desde el margen. En particular, atenderá a dos articulaciones que han tomado forma en Cuba en los últimos años: las redes de solidaridad para la ayuda humanitaria, y el intento de un grupo de madres y familiares de los presos políticos por unirse en el reclamo de la liberación de sus familiares en prisión. Estos no son los únicos espacios o articulaciones posibles de ser exploradas. Un panorama completo requeriría atender también a los espacios comunitarios de base, asociados a un espacio de uso común, y a los generados en torno a prácticas o formas de vida, pero por razones de espacio, ellos aparecerán en un texto posterior. Agradezco a Jenni M. Taboada, madre de Duanis Dabel León, y a Marta Perdomo, madre de los hermanos Jorge y Nadir, así como a Sor Nadieska Almeida y a Mabel Cuesta, por haber compartido sus palabras para ese diálogo. Agradezco también al proceso que, a través de conversaciones, construimos los autores de este dosier. Nos animaba en esa construcción el deseo de reivindicar, reconociéndolo ante todo, aquello que se conforma a través de los afectos y las relaciones directas en el ejercicio mismo de la contestación y que puede parecer pequeño, irrelevante o incluso deliberadamente apolítico. Quienes han dado al gesto, los afectos, los valores, la acción minúscula que transforma en lo pequeño, un estatus plenamente político, han estado movidos por el deseo de captar algo que por su propia naturaleza se presenta como inasible, huidizo a las pretensiones de la identidad y la representación. Sin embargo, tal deseo de atraparlo por un instante, puede ayudar a dotar de sentido a la experiencia de vivir en una opresión que parece indestructible.
El intento de un grupo de madres y familiares de presos políticos por organizarse en pos de la libertad de sus seres queridos y las redes de ayuda humanitaria enfrentan sus propios dilemas diferenciados. Sin embargo, comparten rasgos comunes. En primer lugar, generan una organización motivada por imperativos humanos. En segundo, tal organización se basa en relaciones directas (o indirectas a través de terceros) que eluden la representación simbólica. En tercer lugar, poseen una dimensión ética que les da un signo distintivo. Estos rasgos compartidos ubican a ambas iniciativas en un espacio político particular, el de una política que no se constituye por su relación con el poder —aunque esté inevitablemente impactada por la forma estructural del poder instituido— y por esa misma razón tiene la posibilidad de aportar un repertorio de acción a un eventual movimiento social, cuando tal cosa sea posible. Veamos cada uno de estos espacios, comenzando por el intento de un grupo de madres y familiares de organizarse en pos de la liberación de los presos políticos.
Madres y familiares de presos políticos
Unos días después de las manifestaciones del 11 de julio, el gobierno cubano desplegó a los agentes de sus fuerzas represivas para realizar arrestos masivos. Los manifestantes fueron, en muchos casos, identificados a través de los videos que fueron compartidos a través de redes sociales con el entusiasmo de quien veía despertar, a un inmenso grupo de cubanas y cubanos, del letargo y la simulación que permitió por décadas transmitir la idea de respaldo popular al gobierno de la isla . En muchos casos, los familiares de los que fueron conducidos a prisión no supieron durante días del paradero ni las condiciones de sus seres queridos. Más tarde, progresivamente, en un proceso que tomó meses y al que se le fueron acumulando encarcelados como resultado de manifestaciones posteriores, comenzaron a desarrollarse los juicios que, sin respeto al debido proceso, impusieron penas desproporcionadas e injustas, amparadas en una interpretación y una presentación pública de las manifestaciones como actos violentos, subversivos e incluso mercenarios.
Operarse de cataratas
El primer momento del proceso de transformación progresiva en la percepción de realidad que vivieron muchas madres y familiares es repetidamente descrito en varios testimonios con metáforas como despertar, abrir los ojos o, como lo refiere Jenni M. Taboada, madre del preso político Duanis Dabel León, operarse de cataratas.
[El 11 de julio] yo me encontraba en Centro Habana viviendo, y mi hijo en Arroyo Naranjo. Hablamos de dos municipios distantes y, bueno, para no hacer la historia muy larga, voy a explicar concretamente y creo encontrar las palabras precisas, cómo fue mi cambio de ser una ciudadana cubana común a madre de un preso político, sin saber apenas los conceptos de preso político y vivir totalmente enajenada de la realidad de mi país y, hoy por hoy, es algo que pesa en mis hombros. Al yo ver la brutalidad con la que fueron tratados los que se sintieron capaces de salir a protestar para exigir sus derechos y conociendo a mi hijo, sabiendo que para nada era una persona agresiva. Verlo llegar el 11 de julio a las 5 y algo de la tarde a mi casa con tantos golpes encima, yo no podía entenderlo. [Fue] como operarte, de ahora para ahorita, de unas cataratas, así lo puedo describir. Pasar de ser una ciudadana común en Cuba a madre de un preso político es una operación de cataratas que te tenían literalmente ciega y dejarte ver un país donde tú quedas totalmente traumada y diciendo: donde yo nací, por qué nos hacen esto. Por qué razón un pueblo merece tanto pero tanto dolor, represión… Si en algún momento de mi vida antes del 11 de julio alguien me contaba algún tipo de represión o algo parecido, yo hubiera dicho: wow, está difícil de creer. No puedo creer que en una revolución que nos han vendido por 60 y tantos años, sean capaces de hacer esto, cuando hay un concepto de revolución tan hermoso. Válgame Dios. Hoy yo sé, porque lo he vivido, con 42 años que tengo, lo que son capaces de hacer los que hoy se encuentran en el poder y los que tienen trabajando para ellos, que es la Seguridad del Estado. Luego del 11 de julio me operaron mi catarata y mi vida cambió literalmente, y yo describo, realmente te comentaba que no tengo calificativos, pero no se decirte si para mal o para peor. Yo digo que para bien haber despertado y saber que estoy viviendo en una dictadura 100%. Y que son capaces de lo peor 100% y que no respetan a una madre cubana para nada, 100%.
La idea del despertar sintetiza una experiencia fundamentalmente política, particularmente en un régimen totalitario donde la ceguera funcional resulta un habitus primordial, una predisposición que permite la supervivencia a través de un comportamiento oscilante entre la complacencia y la inercia, que elude siempre cualquier tipo de compromiso que emane del reconocimiento del contexto. El no saber tiene sus propios dilemas. ¿Se ignora porque las condiciones no permiten saber o porque es preferible no enterarse? Es el conflicto que Kundera trataba en La insoportable levedad del ser a través de Edipo; fue relevante en la búsqueda de justicia después de la caída del socialismo en los países de Europa del Este, o en el juicio a los alemanes que habían vivido el holocausto sin –supuestamente– saber de los horrores de los campos de concentración. Es uno que cada persona vive, en diferentes tiempos y con diferente grado de aceptación: se puede vivir sin enterarse y sin querer enterarse, pero hay circunstancias que obligan a abrir los ojos.
Marta Perdomo Benítez, madre de Jorge y Nadir Perdomo, los llamados hermanos de San José de las Lajas, cuenta también el cambio radical que dio su vida después del 11 de julio, no tanto en términos de un despertar, sino poniendo énfasis en la dimensión relacional de ese cambio. La transformación no está dictada únicamente por la apertura a una comprensión súbita de la situación y del mundo que se habita, sino por el desplazamiento de la posición en un sistema de relaciones cuando los términos, en este caso las personas en esas relaciones, cambian o desaparecen
Mi vida cambió por completo el día 11 de julio, porque antes de este día yo fui una costurera simple, que se pasó toda una vida luchando desde que los niños eran chiquitos, para que ellos fueran alguien en la vida. Se sabe que en nuestro país hay que lucharla fuerte para alcanzar algo, y yo luché como podía como madre, cosiendo, para que ellos fueran alguien. Entonces ese 11 de julio, con el mismo entusiasmo con que salieron ellos por la calle, con su papá, yo en el portal me alegraba de lo que ellos estaban haciendo y conversaba con los vecinos y les decía: ¡Basta ya de Patria o Muerte, Patria y Vida! Yo recuerdo eso como si fuera ahora, pero sin saber en ese momento el monstruo tan grande que se me venía encima. Y mi vida cambió. Yo recuerdo que yo siempre decía: Yo soy Martica en San José, porque de verdad yo era Martica en San José. Yo hago canastilla, ropita de bebé, y ahí me buscaba todo el mundo. Pero antes de eso yo era costurera de todo el mundo: del profesor, del abogado, de quien sea, porque gracias a Dios, Dios me dio mis manos con una virtud bien buena, entonces conocía lo que era San José completo. Eso sí, desde ese día que se llevaron a mis hijos presos, hubo un silencio muy grande. Hubo un silencio que yo… Mi casa estaba cerrada; se fue todo, todo el mundo se fue. Se fueron los amigos, se fueron los vecinos, los hermanos de congregación de la iglesia, todos. Quedó parte de mi familia; mi hermana, mi hermano, sus hijos, y la familia de mi esposo, que son los que viven aquí en San José. Pero sí en ese tiempo, en un primer momento, hubo un silencio muy grande. Un silencio que nos llevó a sentir el dolor más grande que se puede sentir en la vida: verse solo.
Castigar con el aislamiento
El despertar es siempre respondido con el aislamiento social. Es uno de los castigos –intencionados o no– de la rebeldía en un contexto represivo como el del totalitarismo cubano. Puede provenir de la acción represiva misma, como cuando una persona es expulsada de su centro laboral o de estudios. Pero es mayormente el resultado de la imposición del clima de suspicacia y temor infundado por la acción represiva, incluso aquella que se ejerce preventivamente, constitutivo de la instauración totalitaria: fuera de los espacios de congregación creados dentro de las dinámicas del propio sistema (el Sindicato, el Partido, la Federación) o aquellos que no son creación suya pero se permiten en cierta medida, como las congregaciones religiosas, no hay posibilidad de una vida social efectiva. La precaución de “no meterse en problemas” lleva a evitar el contacto con quienes se han “marcado” como opositores, críticos o disidentes. Y ese fue el caso con muchos familiares de las personas encarceladas y juzgadas, aunque también es notable que el clima de terror creado por el encarcelamiento, en unos pocos días, de cientos de manifestantes, fue más tarde cediendo, permitiendo la aparición de solidaridades y apoyos de diversa índole. Lo que parece significativo, en este caso, es que el momento inicial de parálisis fue desestabilizado por apoyos que llegaron de organizaciones radicadas en la diáspora –como Cubalex–, que tenían las condiciones para movilizarse ante un escenario represivo en la isla, y de personas individuales que radicaban fuera de Cuba. Es entendible que ello se deba por una parte a la preparación de las organizaciones con experiencia de años lidiando con el sistema penal cubano y, por otra, a vivir fuera de las restricciones que el miedo social impone a la manifestación de la solidaridad.
Migrar como reconfiguración relacional
Luego [del arresto de Duani el 16 de julio] —cuenta Jenni— es como hacer un cambio de tu vida, es como emigrar. Yo emigré, como mi padre. Es como de pronto no conocer a nadie en Cuba, y conocer gente nueva de otros países, que son los que te están apoyando. Y de Estados Unidos, el supuesto enemigo nuestro. Y decirnos y orientarnos personas que están fuera de nuestro territorio, que en realidad no sabían al 100% lo que estaba pasando, y aquí adentro no se podía buscar orientación verdadera, no se podía nada, era una locura.
La noción de migración para referirse al cambio del conjunto de las relaciones, es ilustrativa de la manera en que la sociedad cubana se encuentra no solo dividida y fracturada de manera dramática entre el interior del país y su diáspora, sino de cómo se ha convertido en la figura diferencial que indexa la brecha entre el adentro y el afuera y puede por tanto funcionar como alegoría y metáfora de una disyunción radical pero también de la posibilidad de unión, estableciendo campos relacionales que en momentos críticos pueden asumir funciones diferenciadas como, en este caso, el apoyo del tipo first response o, como veremos en el caso de las redes de ayuda humanitaria, el abastecimiento de medicamentos. Ello sin olvidar que el sostenimiento por parte del exilio de la vida al interior de la isla ha devenido un elemento constitutivo de la socialidad cubana.
Es importante considerar que en los primeros días y semanas la información sobre los presos políticos fluía de manera muy desarticulada, esporádica, a través de quienes se atrevían a hacer la denuncia en redes sociales. Fue en esa circunstancia que nació Justicia 11J, en un modelo de articulación entre el interior y el exterior que es reconocible prácticamente en toda la acción cívica del país: lo vemos también en el periodismo de los medios independientes, en la recopilación de datos en observatorios como el de feminicidios (Observatorio de feminicidios de Alas Tensas) o el de derechos culturales (ODC), o en el mapa de protestas producido por Proyecto Inventario. Fueron también los activistas dentro de la isla quienes, en gestos de solidaridad individual, acudieron al encuentro de madres y familiares para transmitirles la idea de que, a pesar de la represión y el miedo, no estaban solas.
Reconocerse
Al momento de las detenciones arbitrarias, el apoyo inicial desde el exterior y de activistas dentro de la isla, el desasosiego incrementado por el desconocimiento de lo que podría suceder con los presos, le siguió el período de las peticiones fiscales y, finalmente, el de los juicios. Esas fases marcan las estaciones de una travesía, la del paso de personas cuya integridad familiar ha sido vulnerada a familiares activas por la demanda de liberación de sus seres queridos. Y ello requirió no únicamente una toma de conciencia sobre el contexto en que los arrestos y los juicios ocurrían sino un reconocimiento entre quienes se encontraban en una situación similar.
Cuando llegaron las peticiones fiscales, fue que llegó mi momento de conocer a otras madres, de meterme más adentro de mi realidad. De decir: basta ya, esta es tu realidad, esto es lo que te toca y vamos a darle el frente. Y por un hijo, hasta la muerte. Y cuando me llegó la petición fiscal de 21 años para mi hijo, yo me puse muy mal, y sola en Centro Habana. Llamé por teléfono a mi familia; fueron, me recogieron y me mudé para acá para Arroyo Naranjo, que era donde estaban la mayoría de las madres. Porque el evento donde mi hijo participó el 11 de julio fue el de Toyo, y todas eran [traídas] para acá. Yo estaba allá totalmente sola. Tratamos de reunirnos, y en realidad, andábamos como cuando uno camina las calles y va mirando las señalizaciones para saber para dónde coge, buscando una dirección sin saber dónde está. Así andábamos nosotras las madres, preguntando para tratar de llegar a Roma. Con quienes se pusieron en mi lugar fue con los que empecé un camino, y como te digo yo te digo, las miles de familias porque eso fue algo real que pasó en Cuba: familias divididas, por los sucesos del 11 de julio.
Hermanarse
Martha Perdomo es de San José de las Lajas, donde comenzó y de donde irradiaron, al resto del país, las manifestaciones. Distanciadas de otros lugares de la Habana, las madres de este lugar se vieron abocadas a construir lazos entre las mismas familias del pueblo. “Aquí en San José de las Lajas –cuenta– había 7 presos nada más. Sí, todos nos llevamos bien, pero [para] lo que es apoyo fuerte y lindo está Liset Fonseca, yo y Layda, Yirkis, la mamá de Aníbal; hemos mantenido esa unidad de hermanas, de familia, de dolor. Nosotras nos mantenemos firmes; cada vez que alguna tiene un problema, la otra corre, como si nos corriera la misma sangre por las venas”.
El símil que remite al significado biológico de compartir la misma sangre –ser familia– es usado con frecuencia para describir relaciones que, aunque no están marcadas por la consanguinidad, funcionan en la práctica (al menos en el campo de significados que permite construir el símil) como deberían funcionar las relaciones familiares: apoyo incondicional, acudir cuando es necesario, respaldarse. Esto, descrito también como un hermanamiento, pues hace que llamemos hermanos a aquellos con los que hemos establecido un compromiso afectivo, puede entenderse en el contexto cubano o en otros similares, como una forma de generar parentesco, creando lazos de intensa afectividad, marcados por el compromiso y el respaldo mutuo, los cuales implican una serie de deberes equivalentes a aquellos que derivan de la pertenencia a un grupo familiar. Es reconocible aquí una cartografía de los afectos; líneas de conectividad emergente superpuestas a los entramados generados por la geografía, la posición social o la racialidad, y que pueden, en muchas ocasiones, cerrar las brechas que conforman esos entramados predeterminados.
No todas las relaciones de reconocimiento de un dolor común –que es lo que hizo posible, en lo afectivo, la unión de un grupo de madres y familiares de presos políticos– conducen necesariamente a un sentimiento de hermandad y a la asunción de deberes y compromisos mutuos. Esta es solo una de las formas que puede tomar ese reconocimiento y, sin duda, la más potente. Pero entre todas conforman la base de la posibilidad de generar acciones conjuntas, a pesar de un entorno diseñado para imposibilitar el conjunto de los esfuerzos.
A partir de ese momento [31 de enero de 2022, cuando se realizaron los juicios], yo entendí que me estaban declarando una guerra –cuenta Jenni–. Entonces yo me tenía que preparar para una guerra. Y dije: no, esto no puede seguir así; tenemos que unirnos, y tenemos que organizarnos y tenemos que luchar por nuestros hijos y por nuestra verdad, aun sabiendo que iba a ser una lucha bien dura y difícil, que se sabía qué día empezaba, pero no cuándo iba a terminar. Y así pasó todo: pasa una hermana –que hoy no se encuentra aquí en Cuba, tuvo que emigrar, entre tantos que he tenido en estos tres años que decirle adiós– a decirme: no aguanto más, y le respondí: yo tampoco aguanto, hermana. Y nos fuimos, con la ropa que teníamos puesta, a buscar madres y familias, sin saber si virábamos para atrás. Esa siempre fue la idea, idea que nunca se pudo concretar.
Alzar la voz más allá
En la búsqueda por fortalecer ese reconocimiento y por expandir su voz más allá del círculo inmediato del dolor y la causa compartida, madres y familiares de los presos políticos, junto a personas que las apoyaban dentro y fuera de Cuba, han intentado impulsar varias iniciativas, como Cuba de luto, el pedido de amnistía para los presos políticos, envío de cartas a instancias internacionales y diversas acciones de visibilización. Una de ellas fue el encuentro con el Cardenal de Cuba y la posterior manifestación en la Catedral de la Habana. De esa manifestación, cuenta Marta Perdomo:
En Camagüey hay una madre que se llama Ailex Marcano, que tuvo que viajar a los Estados Unidos. Ella decidió un día venir a mi casa a compartir, a conocernos, porque desde muy temprano que pasó esto con nuestros hijos empezamos a tener contacto y ella decidió un día venir aquí a mi casa porque teníamos también un encuentro con el Cardenal de Cuba. Después que salimos de ese encuentro un grupo de familiares decidimos manifestarnos en la Catedral, sentimos aquel deseo de expresarle al mundo que nuestros hijos estaban presos injustamente y nos manifestamos allí en la Catedral y no sentimos miedo, no sentimos miedo de nada. Estuvimos presos casi 12 horas y en ningún momento tuvimos miedo. Nos acercamos los familiares; en ese momento tuvimos una cercanía muy linda.
Otra de las acciones, más sencilla por su naturaleza y dirigida más hacia la convivencia interna del grupo de madres y familiares, fue una comida en casa de Marta Perdomo el 22 de diciembre de 2023. “En nuestra casa un día hicimos una caldosa y nos reunimos como 7 familiares; fue un día… qué experiencia tan linda, todos llevamos las fotos de nuestros hijos en el pecho y fue una experiencia maravillosa, pero la Seguridad del Estado no nos permite la reunión. A pesar de que está en las leyes que sí podemos reunirnos, no se puede. Llamaron enseguida a las de la Habana que sí vinieron y les dijeron: a San José no van más”. Jenni se refiere también a esto en un sentido más general: “Si te reúnes con más de tres personas, cuatro, cinco, estás cometiendo un delito; si citas a dos o tres madres para tomarte un café un domingo y compartir el dolor y que surjan ideas y que surjan fotos, al otro día estás citada para una estación de policía, interrogada, coaccionada y amenazada por la Seguridad del Estado. Esto que te digo es literal, es así, y las amenazas son bien duras”.
Como es visible, las acciones movilizativas, –en particular las que tienen o pudieran tener repercusión pública, por muy pequeña que sea la escala en que se realicen–, están sometidas a continuo acoso. Citaciones policiales, retenciones domiciliarias, dificultades extras para ir a visitar a los familiares, con tácticas como asignarles una prisión que se encuentra lejos de su casa –a veces en otra provincia–, son parte de una estrategia orientada a impedir la acción conjunta y también a quebrar los lazos que van consolidándose justamente a través de la acción, porque si bien el reconocimiento mutuo en el dolor y el compartir el mismo propósito son la base para un hermanamiento, las relaciones requieren existir y consolidarse a través de la actuación conjunta. Es la acción la que permite encontrar los modos de comunicarse, de ponerse de acuerdo, de tomar decisiones. Y la represión estatal está orientada tanto a la represalia, que opera como castigo después de ocurrida la acción, como a la intimidación, que busca evitar no solo las acciones sino impedir la consolidación del accionar conjunto.
Negarse a la imposición del silencio
Una de las tácticas más socorridas del aparato represivo es amenazar con que la denuncia pública puede hacer más difícil la situación para quienes están en la cárcel. Esa lógica del chantaje puede aparecer como una invitación del tipo: si te callas, podemos ayudarte, o como amenaza abierta, que se aplica incluso a los presos dentro de la cárcel. A Jonathan Ferrer por ejemplo, un menor de edad apresado, cuya madre fue muy activa para lograr sacarlo de la cárcel, le mostraban su carta de libertad de vez en cuando. “Podemos entregártela ahora mismo”, le decían, “puedes salir de aquí, ir para tu casa, estar con tu mujer, con tu hijo…”. “Dile a tu mamá que se calle. Que deje de hacer denuncias y publicar en redes sociales” [1].
“Cuando la seguridad del Estado los llama [a los familiares] –cuenta Marta Perdomo– quizás le dicen: si ustedes se callan sus hijos van a salir mejor, ¿ves? Cuando todo es una mentira. Siempre que a mí me citan me dicen: tú eres la culpable de que tus hijos tengan problemas allá adentro. Yo me digo que yo no puedo ser culpable. Yo le pregunto a mis hijos: ¿sigo en la lucha? Y ellos me dicen: sí, mamá, sigue en la lucha. Nosotros somos inocentes, y eso no se puede parar”. Ciertamente, como me contaron tanto Marta como Jenni, algunos familiares se han retirado de la lucha porque han creído que mantenerse en silencio ayudaría. Muchas ni siquiera han intentado alzar la voz porque han sido amenazadas de forma preventiva o porque han supuesto que la consecuencia directa de alzar la voz sería no solo la represión sobre sí mismas sino la intensificación de los castigos hacia quienes quieren defender. Sin embargo, lo que Marta expresa, “todo es una mentira”, da cuenta de algo fundamental que los familiares de los presos han contribuido a cambiar, como parte de una comprensión de los mecanismos represivos y las maneras en que es posible responder a ellos: el silencio no garantiza obtener los mejores resultados. Esa comprensión rompe una dinámica funcional a la opresión totalitaria. El silencio de las víctimas garantiza que las dinámicas represivas no lleguen a ocupar el espacio público y puedan ser dirimidas en la oscuridad, a merced de los agentes que las ejecutan, lo cual produce aún mayor vulnerabilidad. El aprendizaje de la necesidad de la denuncia, aunque no es todavía mayoritario, es uno que ha cambiado las reglas de la lucha cívica cubana. Los activistas hoy saben –y entre ellos es necesario incluir a familiares de presos políticos– que la denuncia provee una visibilidad que es imprescindible para evitar abusos mayores.
Rumor y chisme como táctica represiva
El rumor y el chisme son herramientas típicas del contrapoder. Suelen aparecer en contextos en los que es difícil la oposición directa, que atraería sobre sí el castigo, y funcionan para minar las bases de la legitimidad de jefes y autoridades. Son lo que James Scott denominó infrapolítica. En este caso, quizás como una de tantas apropiaciones de estrategias desestabilizadoras, o como parte de la instauración de una forma de dominación difusa orientada a crear una sociedad donde todos desconfían de todos, el rumor y el chisme son utilizados por la Seguridad del Estado para dividir cualquier iniciativa que surja con potencial organizativo fuera de su espectro de control. Jenni Taboada cuenta cómo “hemos hecho de todo por tal de unirnos, pero la Seguridad de Estado, la dictadura cubana, tiene un lema bien presente: divide y vencerás, cosa que ellos llevan a cabo muy bien. Ese es el trabajo que ellos tienen para defender todo el tiempo con los familiares; de dividirnos, de levantar calumnias unos contra otros, de hacerte creer que todo el mundo trabaja para ellos, de hacerte dudar de todas las personas, que los familiares traten de sentirse mal unos con otros y ellos siempre de cizañeros por el medio. Y dolorosamente, lo han logrado, hasta ahora lo han logrado”.
La respuesta que se impone aquí es la inhabilitación del efecto de difamación. La lucha contra la opresión del régimen cubano requiere no solo resistirse al silencio, sino no permitir que sea la Seguridad del Estado la que determine cuáles vínculos son legítimos y cuáles no. Aunque, como menciona Jenni, dolorosamente han logrado generar división a través de la táctica del rumor, la difamación y la inducción a la desconfianza hacia los otros, también es posible reconocer que el movimiento de familiares continua vivo de manera latente, emergiendo eventualmente en situaciones específicas, como lo hizo recientemente a propósito de la celebración del día de las madres.
Una ética de la empatía
Frente a las estrategias de la Seguridad del Estado, que no son únicamente la represión directa, sino que se caracterizan por una intervención capilar en las relaciones, dinamitando los intentos de consolidar un cuerpo de acción conjunta, es imprescindible encontrar una perspectiva ética de la lucha política. Este tema, relegado muchas veces dentro de una lectura hobbesiana de lo político, resulta fundamental cuando lo que se intenta combatir es justamente una forma de opresión vacía de contenido ético. El totalitarismo es un régimen político que requiere de un vacío particular. Se vuelve posible sobre la exigencia de vivir permanentemente en una fractura entre el discurso y la acción cotidiana. El “vivir en la mentira”, que Václav Havel identificó como el rasgo distintivo de la vida cotidiana en el totalitarismo, demanda justamente un “hacer como si se creyera”, participando en los simulacros participativos demandados por el Estado sin creer realmente en ellos. La manera en que la lucha cubana puede construir una posibilidad de “vivir en la verdad”, esencial para la superación del totalitarismo, es probablemente la tarea más importante para ser capaces de articular un eventual movimiento que conjunte diversas posiciones y expectativas políticas en un horizonte común. La lucha antitotalitaria requiere por tanto una resocialización de las relaciones que coloque los posicionamientos éticos en un lugar relevante. El sentido de agravio reactivo ante la constatación de la hipocresía en los discursos del poder o antes las muestras de privilegio en la clase dominante, es una muestra de que tal dimensión ética es protagónica en la movilización ciudadana. Es visible en los comentarios airados, en las bromas, en las declaraciones en redes sociales, y reconocible en las manifestaciones que no han cesado de ocurrir después del 11 de julio de 2021. No lo es tanto, sin embargo, de manera propositiva, como una forma más sistematizada de principios que emanen del deseo de una socialidad liberada de las imposiciones totalitarias.
Y aquí, la ética que las madres y familiares ponen en escena es fundamental y anuncia la ampliación de una intersubjetividad basada en la empatía. Lo hacen al reconocer el dolor compartido que las une, pero también cuando asumen como principio no juzgar a quienes han sucumbido al miedo. Jenni lo expresa de esta manera: “Cuando logro tener dos o tres madres unidas en el mismo dolor y hacer cosas cívicas y pacíficas, como nos identifica, viene la amenaza, viene el terror y yo estoy en una posición en la cual jamás voy a criticar ninguna decisión que tome ninguna madre, porque las entiendo”. Sin decirlo explícitamente, lo que falta en sus palabras es que hay madres que han sucumbido al terror, pero ello no implica un juicio hacia ellas. Hay una decisión deliberada de no repetir la misma lógica que hace del rumor y la difamación la excusa para la fragmentación interna. Y un respeto por la decisión de la otra basado en el entendimiento.
Marta insiste por su parte en la necesidad de ir más allá del miedo; y esto no contradice lo anterior: es imprescindible ir más allá del miedo. La ruptura con el miedo que madres y familiares que continúan resistiendo corporizan, es fundamental y, a la vez, es posible no juzgar a quienes no logran dar ese paso. “Ya le digo: el miedo es algo bien fuerte. Mientras que se tenga miedo nuestros hijos van a seguir en prisión. Yo sí pienso que la familia somos los protagonistas por nuestros hijos. Nuestros hijos hicieron lo que tenían que hacer un día, pero ellos están encerrados, y en este momento los protagonistas somos nosotros los familiares. Por eso yo no me voy a callar nunca, nunca, jamás me callaré. Porque mis hijos son inocentes”. Se trata también entonces de una ética del deber, pensado como uno que emana de la responsabilidad familiar, pero se orienta a la sociedad toda cuando reconoce que lo que condujo a sus hijos y familiares a la cárcel es un problema estructural al que ya no es posible cerrar los ojos, regresando así a la problemática del saber y sus consecuencias.
Como suele suceder con las estrategias desplegadas por el poder para neutralizar a quienes se le oponen, en muchas ocasiones son ellas mismas las que fortalecen la voluntad y la capacidad organizativa de los movimientos. Una teoría recurrente en los estudios sobre acción colectiva, indica que los regímenes dan forma a la acción de sus opositores determinando las oportunidades para el disenso y estructurando el espacio político/ideológico para el mismo (Hall 2000). Esta conformación de la oposición a través de la estructuración del espacio de las oportunidades es, sin dudas, relevante para entender las limitaciones de la acción colectiva de la sociedad civil cubana, pero resultaría incompleto sin incluir la capacidad de agencia de actores sociales que deben, en muchas ocasiones, asumir una postura de resistencia ante la ausencia sostenida de tales oportunidades. Es lo que revela la frase, de uso común entre activistas: “esto es una carrera de resistencia”.
En el caso de las madres y familiares, como también en general de muchos activistas, disidentes y opositores, el entrenamiento requerido para enfrentar un aparato totalitario obliga a una mayor precisión en la coordinación, visión estratégica y voluntad para sostener un propósito durante un período largo de tiempo. Cuando se leen testimonios de las madres y familiares que han decidido demandar públicamente al Estado cubano la liberación de los presos políticos, es posible reconocer esa voluntad. Lo que es importante observar en este punto es que, más allá de sus manifestaciones obvias –las vemos en cada una de las madres y familiares que acude a las redes sociales a hacer una denuncia o se manifiesta públicamente, de manera individual o grupal– hay formas menos visibles que hacen posible sostener la intención de reclamar y demandar por los familiares en prisión. Por citar algunos: aprendizaje de estrategias para la coordinación y la comunicación, exploración con diversas formas de protesta (ocupación del espacio público, cartas, reuniones, etc.), adquisición de un lenguaje que facilita la comunicación de las demandas a diferentes actores y, en un sentido más general, incorporación al mosaico más amplio de la resistencia cívica cubana.
Cierro esta sección recuperando lo que Marta y Jenni me respondieron frente a la por ahora quizás fantasiosa pero sin embargo imprescindible pregunta sobre el deseo para una Cuba por venir. Sus respuestas reflejan preocupaciones que no son expresadas en el lenguaje de las políticas formales. No se trata, para ellas, de establecer una democracia con alternancia de poderes, multipartidismo y elecciones libres, y ello no debe entenderse como desconocimiento de las necesidades políticas requeridas para la democratización del país. Por el contrario, lo que hay en los deseos de una Cuba futura, implica el reconocimiento del drama humano y la dimensión afectiva que, como motivación, tiene la capacidad de involucrar los deseos de una gran parte de la población cubana. Asistiendo a los sucesos recientes en Venezuela, donde una gran parte de la población, dentro y fuera del país, logró movilizarse a partir de la idea del regreso de los hijos a casa, es posible comprender la potencia que habita en la elaboración de un deseo compartido que permita además eludir las pulsiones ideológicas a las que el régimen compulsa constantemente.
Dice Marta: “Quisiera para Cuba lo mejor, quisiera que hubieran los cambios que mis hijos pidieron ese día 11 de julio. Quisiera que nuestros nietos no tuvieran que irse de este país, ni que mis hijos tuvieran que irse de este país. Quisiera que todos viviéramos bajo el mismo techo, aunque pensáramos diferente, pero que se respete nuestra forma de pensar, que nos dejen vivir como cubanos que somos. Yo quisiera vivir en una Cuba libre, bajo un mismo cielo todos”.
Y dice Jenni: “Yo sueño con una Cuba donde todos los cubanos se sientan vivos, donde yo salga a las calles y las personas tengan caras de vivos, que inspiren vida. Yo sueño con una Cuba con color, con igualdad, con prosperidad, con futuro. Es con esa Cuba con la que yo sueño. Una Cuba donde existan verdaderamente la libertad y la democracia. Una Cuba donde el cubano se sienta vivo”.
Que así sea.
Redes transnacionales de apoyo humanitario
Fue en el momento más álgido de la crisis causada por la pandemia de COVID- 19, frente a la acumulación de noticias sobre el desabastecimiento de insumos médicos en el país y el colapso de la infraestructura sanitaria, que se organizó la red más grande de ayuda humanitaria en la historia reciente de Cuba. En redes sociales, en un momento de efervescencia política y proliferación de denuncias que ponían en evidencia la situación, la demanda central tomó forma en la etiqueta #SOSCuba. Las redes sociales amplificaron tanto el descontento político como el desamparo ante la situación. Sin embargo, si bien es relevante atender la manera en que las redes se convierten en territorialidades reconstituidas, que habilitan un espacio territorializado entre lo físico y lo virtual, es importante reconocer también la manera en que el tránsito de los afectos hace posible la intensificación del uso del territorio físico-virtual y la potenciación relacional que permite. El texto de Amed Aroche en este mismo dosier analiza las dinámicas de reterritorialización que involucran el espacio virtual. A efectos de estas redes transnacionales, quisiera únicamente puntualizar que la existencia de una infraestructura tal se activa a partir de que la conexión entre personas previamente desconocidas se vuelve una necesidad, o un deseo, o ambas cosas a la vez.
En mi propia experiencia, fue el acuartelamiento de San Isidro lo que movilizó la necesidad y el deseo de conectar con cubanos y cubanas que, en México y otros lugares de la diáspora, fueron empujados a participar de alguna manera en lo que estaba sucediendo. Ello conllevó, en los meses siguientes, a conocer y trabajar con personas que hasta hace muy poco eran desconocidos y hoy son parte fundamental de mi propia vida. Lo enuncio en primera persona, pero esta es una experiencia que un gran número de cubanos y cubanas en la diáspora podría contar: una experiencia de re-conexión que hizo posible la viabilidad de proyectos como el envío de ayuda humanitaria hacia la isla. De modo que, aunque refiero aquí a esa red particular, parto del reconocimiento de la potencia de la infraestructura de afectos distribuidos en una geografía difusa e interconectada que permite articular todo tipo de proyectos, y alberga una capacidad de movilización que puede ser activada en cualquier momento.
La importancia de este tipo de eventos es fundamental por dos razones. Primero, porque opera en el tiempo de la latencia. “La latencia –propone Alberto Melucci– permite experimentar directamente nuevos modelos culturales, favorece el cambio social mediante la construcción de significados y la producción de códigos diferentes a los que prevalecen en una sociedad. Esta clase de producción cultural con frecuencia implica un desafío a las presiones sociales dominantes. La latencia representa una especie de laboratorio sumergido para el antagonismo y la innovación… Los movimientos que pueden surgir durante este período, entendido como uno previo y en relación dinámica con los momentos de visibilización de las demandas que orientan la acción política, tiene el poder de mostrar que “son posibles modelos culturales alternativos” (Melucci 1999).
En segundo lugar, porque la movilización transnacional en una infraestuctura de red para proveer ayuda humanitaria no es necesariamente un movimiento ni tiene que convertirse en tal, pero es capaz de mostrar –y ensayar– una de las vías de salida de la opresión totalitaria: la reconstrucción de los lazos sociales. Hablar de reconstitución de los lazos supone un reconocimiento de su inexistencia o al menos de su deterioro crónico. Lo dado, en este punto, es el hecho de que la sociedad cubana es una fracturada por procesos visibles como el éxodo poblacional, cuya peor crisis está ocurriendo en este mismo momento. Pero como vimos anteriormente, por debajo de esa fractura, transcurren otras fundamentales, que nacen de la sociabilidad propia del totalitarismo y de la formación afectiva para la sospecha, la suspicacia y la desconfianza. Estos rasgos propios de la psicología del sujeto educativo en la sociabilidad totalitaria, requieren ser subvertidos. Una subversión tal, es posible a través de emprendimientos que experimenten con la acción colectiva sostenida en principios de confianza y colaboración, y una movilización humanitaria provee la experiencia necesaria para tal reconfiguración de los lazos sociales.
Un llamado a la acción
Desde distintos territorios, la urgencia de la crisis sanitaria por la Covid-19 fue respondida por llamados a la acción. En Cuba, Sor Nadieska, una monja católica cuya vida está dedicada al servicio de la comunidad y al alivio de los dolores de los más vulnerables, colocaba un aviso en Facebook. Nos cuenta así su involucramiento en la recogida y distribución de medicamentos.
Nos organizamos desde una llamada que se hizo en las redes, una invitación abierta y clara y la respuesta no se hizo esperar y así se desplegó un movimiento sereno sin pausa. Quiero destacar –porque hay una parte de verdad también– que cuando la Covid fue arreciando los obispos pidieron a las congregaciones ayuda para acoger a los religiosos que algunos llegaban por primera vez a las isla, nos lo planteamos en mi comunidad como una llamada y decidimos responder a ese reto que se nos proponía, convirtiendo así un piso de nuestra casa para atender durante la pandemia a los religiosos que entraban al país; esto nos permitió también que los que llegaban contribuyeran con medicamentos y desde ahí seguíamos también la red de ayuda a todos los que nos solicitaban y hasta donde podíamos llegar, estoy hablando incluso de fuera de la Habana. No nos rendimos en los intentos hasta donde pudimos extender nuestras manos.
El implicarme en la ayuda humanitaria fue personal y a la vez fue tratando de involucrar a otros, creo que como consagrada fue una llamada de parte de Dios a acompañar a tanta gente que estaba sufriendo, reconozco que la ayuda ofrecida fue por la solidaridad de muchos de dentro desde su pobreza, desde la diáspora desde corazones generosos que no nos dejaron solos. Conservo una honda gratitud ante tanto movimiento posiblemente imperceptible para muchos; sin embargo se beneficiaron amigos, conocidos, desconocidos, ayudamos a devolver esperanza y eso no tiene precio.
Los llamados en redes fueron comunes durante toda la temporada de Covid y lo siguen siendo, y podían aparecer desde Cuba o desde cualquier otro sitio. La ubicuidad de las comunicaciones para temas humanitarios es la misma que aparece para otros contenidos. No hay temática ni discusión que no ocurra diseminada en el territorio virtual. Lo que difiere son, en todo caso, los roles. Afuera se pide dinero, se compran medicamentos, se empacan y se envían; dentro de Cuba se reciben y se distribuyen. Esa fue, mayoritariamente, la logística operativa que permitió la llegada a Cuba de miles de kilogramos en medicamentos durante la pandemia de Covid 19 y que sigue operando para el sostén de la vida dentro de la isla.
La renuncia a la captura política de la empatía
Los grupos que se conformaron en el exterior, debieron enfrentar la problemática de qué vía utilizar para hacer llegar los medicamentos a Cuba. Las vías disponibles eran fundamentalmente dos: o a través del gobierno cubano (embajada u organizaciones en el exterior con vínculos con el gobierno cubano), o directamente a través de personas que pudieran viajar a la isla llevando medicinas en su equipaje personal. Elegir una de las dos vías dependió en muchos casos de coyunturas particulares, y de la disponibilidad de las opciones, pero por debajo de lo circunstancial, dependió también de un posicionamiento que es fundamentalmente político, entendiendo esto en el sentido de la manera en que cada persona, proyecto o iniciativa puede ubicarse en relación con la existencia y las determinaciones del entramado del poder, en este caso el gobierno cubano y sus instituciones.
En el caso de las personas que nos reunimos en México para coordinar la recogida de dinero, compra de medicamentos, envío y coordinación con las personas dentro del país que pudieran recogerlas y distribuirlas, discutimos y decidimos, en un grupo de WhatsApp creado para tal fin, optar por la segunda opción. Nos movió a ello el deseo deliberado de contribuir a fortalecer una dinámica de colaboración directa entre personas por dos razones, porque desconfiábamos de la capacidad efectiva y el compromiso real de las vías gubernamentales, y porque sabíamos que operar a través de relaciones personales era una contribución al fortalecimiento de la capacidad cívica de la sociedad cubana. Ello no implicaba impedir o negarse a la posibilidad de que, en caso de aparecer una vía a través de una institución vinculada con el gobierno cubano, se usara. El principio que guio prácticamente a todos los grupos que se organizaron para enviar medicinas, fue “priorizar la ayuda humanitaria por encima de las afinidades políticas” (Landrove, Domenech y Hernández 2023).
Mabel Cuesta, una de las protagonistas de la organización para el envío de medicamentos desde Estados Unidos, coincide con la opinión que la vía de la coordinación directa fue la más efectiva, lo mismo en casos de emprendimiento individual, como a través de un grupo organizado.
Nosotros pedíamos medicina, pedíamos plata, íbamos a estas agencias y se lo mandábamos a personas concretas en Cuba. Eso siempre salió muy bien […]. En mi experiencia, ya no lo que hacíamos con el grupo de Miami, un grupo que nos reunimos unas cuantas veces incluso antes del virus para mandar medicinas, siempre muy lindo porque la gente siempre se aparecía con bolsas y bolsas y bolsas de medicinas y lo que hacíamos era mandarlo por agencias normales, de las que la gente en Miami le manda a su familia comida, ropa, lo que haga falta. Mi experiencia personal es que yo he pedido dinero varias veces para donaciones que me dan médicos de aquí, de Houston, que son dueños de clínicas. Les sobra material, o deciden donarlo, material de salón, troques, etc., un montón de material médico. Me lo traen; yo le he pedido dinero a la gente vía Facebook y la gente siempre me lo ha dado y lo hemos llevado Nelsy y yo en nuestro equipaje. Hemos aprovechado que tenemos la membresía de United y nos dejan llevar a cada una dos maletas de 70 libras; o sea, hemos llevado en total unas 280 libras, que en realidad son más porque también llevamos el carry on y ahí metemos fácil 30 libras, pero pon que cada una ha llevado por lo menos 160 libras pidiéndole ayuda a la gente para hacer esto. Eso siempre ha salido, pero ha sido una gestión muy de persona a persona. Los médicos que donan, la gente que me da dinero, y nosotras que los entregamos a bancos que tenemos en la Habana y en Matanzas y también a hospitales.
La participación de las instituciones del gobierno cubano en la movilización para la ayuda humanitaria tomó formas diferentes. Por una parte, actuar de manera pragmática, ya que impedir la organización ciudadana hubiera sido imposible y cuestionable al punto de poner en crisis el propio relato de país solidario y humanista que tan importante es para la propaganda exterior cubana. Es importante señalar, sin embargo, que algo así ya había ocurrido durante el tornado que azotó la capital cubana en 2019, cuando cierta forma de solidaridad fue tolerada por las instancias ideológicas. Por otra parte, en una cierta escala más local, permitir cierto grado de autonomía posibilitaría de manera efectiva aliviar una situación que el gobierno no estaba en condiciones de manejar. Así, cierto nivel de cooperación, dentro del país, ocurrió con la aprobación del sistema institucional.
Sor Nadieska por ejemplo, cuenta que su emprendimiento, asociado a la Iglesia, fue aceptado por el Estado. “Es importante tener en cuenta que este permiso concedido por parte del gobierno para que la Iglesia también pudiera ofrecer ese servicio fue secundado por las áreas de salud correspondientes y con las que creamos vínculos de fraternidad y respeto de ambas partes, así como de colaboración eficaz”, nos dice. Mabel Cuesta por su parte, trabajó de manera directa con el hospital de Matanzas.
En el hospital de Matanzas tenemos una relación bastante de tú a tú con la directora, y según ella nos ha contado, el Ministerio de Salud Pública les ha dicho que cualquier donación es bienvenida y que no tiene que dar explicaciones, que lo único que tiene que hacer obviamente es revisar que el material esté bien, si es material que tenga que estar estéril que lo esté; si es medicina, que no esté caducada, pero que es bienvenido. Eso es lo que ella me ha dicho y, bueno, yo le he dejado allí grandes cantidades de material quirúrgico, insumos para cura, insumos para canalizar venas, batas, que todavía tengo muchas en mi bodega, porque ocupan mucho espacio aunque no pesan, y han sido un problema para llevar, incluso por agencias desde aquí, desde Houston, que igual se dedican a mandar a Cuba lo que la gente quiere mandarle a su familia, y nosotras hemos usado esas agencias para que además de lo que llevamos nosotras personalmente, mandar, y lo mandamos a gente en La Habana y en Matanzas que cada vez que hay una necesidad se activan y lo entregan de persona a persona.
Sin embargo, es notable que para casos que involucraban una mayor escala, aparecieron todo tipo de impedimentos en forma de dilaciones innecesarias y apatía, que contrastaba con los esfuerzos por dar cobertura mediática a los envíos coordinados por el gobierno cubano y organizaciones aliadas de otros países. Mabel Cuesta nos dice:
[…] lo que salió mal fue lo que ya tuvo que ver con la mano del gobierno y las instituciones, y fue durante el virus, una coordinación que hicimos para mandar una gran carga por barco, una o dos toneladas de medicinas por barco, y que la contraparte allí fuera la Martin Luther King, y primero la parte de acá se demoró una eternidad y un día, que falta esto, aquello, cobrándolo, y bien cobrado; papeles, impedimentos, porque el MLK tenía que dar firmas y no sé cuántas historias, y finalmente cuando llegó también se demoraron enormemente para sacarlo del puerto, tanto que muchos medicamentos se echaron a perder, porque básicamente el Gobierno y el MLK, que como sabes, es de alguna manera una mano del gobierno, no tenían prisa por sacar esos medicamentos del muelle, y hubo que tirar muchísimos a la basura, lo cual significó obviamente tirar el esfuerzo de cientos de cubanos de buena voluntad que donaron su dinerito para hacer el envío. Así que sí, ha sido un camino muy pedregoso y muy duro.
De manera paralela a estas obstrucciones, el gobierno cubano desplegó una estrategia de instrumentalización de la ayuda humanitaria para ponerla al servicio de las narrativas de Estado. El desabastecimiento generalizado y el colapso del sistema hospitalario fueron explicados únicamente como resultado del bloqueo norteamericano y su recrudecimiento por el paquete de medidas tomadas por Donald Trump. La clave, en dicha instrumentalización, es que únicamente el Estado es capaz de convertirse en receptor y administrador de las ayudas humanitarias. Esta lógica implicó la “aceptación de envíos de Estados y organizaciones aliadas como muestra de solidaridad (ejemplos notables son los dos barcos enviados por el gobierno de México y los varios de Rusia, el envío de Pastores por la Paz y la iniciativa Puentes de Amor) y, por otra, la reticencia a viabilizar los esfuerzos no institucionalizados o canalizados a través de las vías estatales.” (Landrove, Domenech y Hernández 2023).
Entender los mecanismos desplegados por un aparato estatal cuya razón de ser radica fundamentalmente en impedir la organización ciudadana y, en caso de no poder impedirla al menos ralentizarla, negarle reconocimiento, cooptarla, mientras exalta la acción de los aliados que sirven fundamentalmente para reforzar sus tropos propagandísticos, es fundamental para comprender el entorno en el cual se desarrolla la acción de la solidaridad en la comunidad cubana. Ella debe enfrentar no solamente el abandono del Estado, algo que no es exclusivo de regímenes autoritarios y totalitarios –el COVID es una muestra de ellos– sino el desafío que implica una toma de posición que se ubica desde la ética: poner las vidas antes que la política, a la vez que maniobra para evitar ser capturados por la lógica estatal.
La solidaridad y el drama del rehén
La solidaridad, como expresión de y detonador de lazos sociales, es política en un sentido que no remite al poder sino a la activación de la vida colectiva para emprendimientos conjuntos. En ella habita la posibilidad de una ética de la política, dimensión abandonada con frecuencia frente a las demandas de la toma del poder, su contestación y sus interminables rejuegos. No puede, sin embargo, aunque intente deliberadamente escapar a las formalidades de lo político, constituirse en un espacio autónomo al margen de las profundas fracturas que atraviesan a una sociedad cubana distribuida entre el interior del país y una diáspora cada vez más diversificada.
Al emprendimiento solidario se le ha acusado de ayudar al gobierno cubano. “La experiencia del lado de acá –dice Mabel Cuesta–, qué decirte, desde Otaola sacándonos en su programita, diciendo que nosotros estábamos oxigenando al régimen; fotos de Enrique Guzmán y Jorge Ferdecaz llegando a la Habana con una carga de medicinas… asediándonos…”. La expresión “oxigenar al régimen”, una metáfora fácilmente reconocible que se interpreta como hacer aquello que contribuye al sostenimiento del estado de cosas impuesto por el gobierno de la isla, responde a su complemento no dicho: la única manera de derrocar al régimen es ahogarlo. La ayuda humanitaria es vista por tanto como algo que permite al gobierno sobrevivir sirviéndose de la ayuda de la diáspora y el exilio para sostener la vida de las personas que viven en Cuba. Tal posición no es fácilmente descartable atribuyendo a quienes lo esgrimen una ausencia de empatía y maldad irremediables. Tal ausencia está sin dudas ahí pero más como un subproducto, como el efecto inevitable del rencor que se alimenta de la condición constitutiva de la relación de la Cuba de adentro con la Cuba de afuera. El régimen cubano es, además de uno de control total, uno de ineficacia económica, y la combinación de ambas cosas produce exiliados incesantemente, por la vía de la expulsión forzada o inducida, los cuales terminan sosteniendo económicamente a sus familias. La apuesta por “ahogar” al gobierno criminal por la vía del apoyo a las sanciones del gobierno norteamericano, pero también por la negación a servir de sostenedores a un sistema que se detesta y es éticamente cuestionable, que ha dejado fuera del espacio de existencia a todo aquel y a todo aquello que no se plegara a sus designios. Incluso la solidaridad y el impulso de colaborar con los más vulnerables, tiene que lidiar con los efectos de esa pulsión totalizadora de la maquinaria estatal. Si hay una política de los afectos, hay que reconocer que el rencor, el resentimiento y el dolor permanente, producen sus propias políticas, marcadas por la negación, la radicalización y, en sentido último, la suspicacia y el descrédito de la empatía.
La solidaridad no es, en un contexto así, un bien absoluto. Existe a despecho de las pulsiones de la apropiación estatal, que puede efectivamente convertirla en una vía para su reproducción permanente. Ese riesgo es real y no únicamente una fantasmagoría del territorio afectivo de la rabia y el rencor. La potencia para que una red de apoyo a los más necesitados pueda transformarse en una fuerza movilizativa, dependerá de la posibilidad de lidiar con esas pulsiones. Pero ha construido ya un campo reflexivo que acompaña a una acción que, sin el posicionamiento a favor de las relaciones directas, la motivación en base a la empatía, la capacidad para una organización descentralizada sin mando ni liderazgo, y el cuestionamiento del uso instrumentalizado de la solidaridad por parte de Estado, no sería más que caridad.
La densidad de las consideraciones asociadas a la acción solidaria en la realidad cubana, pueden apreciarse en las reflexiones de Sor Nadieska, que entrecruzan a la vez el reconocimiento a la asistencia a los más vulnerables con el reconocimiento del carácter anómalo de tal asistencia. Sin embargo, tal hecho no constituye una negación a la asistencia, como sí suele suceder entre quienes proclaman que enviar ayuda humanitaria es “oxigenar al régimen”.
Yo insisto siempre que toda ayuda es valiosa, que cada quien aporta como y lo que puede, unos ofrecían un jabón, otros el transporte, otros unos guantes, pero en todos una sonrisa que dejaba dentro de mí un aferramiento a la esperanza, sentir y más que todo constatar que en nosotros sigue habiendo esa bondad que es tan natural del corazón del ser humano y que brota con una fuerza imparable en tiempos de crisis. Y en la situación de Cuba en plena pandemia ya nos estaba acompañando el hambre, la escasez de medicamentos, el agobio, la incertidumbre y aun así nos crecimos y aportamos, para mí fue un gran aprendizaje, afirmo que creo en el ser humano y que solo el amor salva.
Considero de muchísima importancia la ayuda a los más vulnerables; si nos detenemos a pensar en ellos, puedo decir que Cuba es un país absolutamente vulnerable y fragilizado, con dolor en mi alma puedo decir que una nación sometida, indefensa, hambrienta y sin recursos, es una nación que muere o mejor dicho es sometida a la muerte. Me cuesta mucho pedir ayuda, me cuesta quizás porque no soy una mujer humilde, pero más que todo porque creo que deberíamos ganar el pan con nuestro sustento, debería alcanzar el salario para poder vivir, ¿quieres mayor vulnerabilidad que la de un padre de familia que no pueda poner una comida en la mesa de sus hijos? Me alegra cuando escucho tanta gente queriendo ayudarnos y lo agradezco. Sin embargo, me queda la inquietud permanente de lo que deberíamos tener por justicia y no por caridad, esto de cara al gobierno de la isla. No me niego a recibir ayuda, reitero que es bueno, noble de parte de cada quien que comparte, sin embargo creo que es más digno que cada quien pueda sustentarse con el sudor de su frente y el esfuerzo de sus brazos como diría San Vicente de Paul.
Como señala Anamely Ramos en el texto de este propio dosier, La comunidad extraordinaria, “la validación de la política como profesión, o la política representativa, es no solo un modelo que cristaliza en la época moderna en Occidente, a partir de una síntesis muy particular de modelos y paradigmas anteriores y multiculturales; es también una forma de velar los dispositivos internos de la política como relación, a través de su sublimación en estas determinadas formas “superiores” de hacer política. En este sentido, podemos decir que la llamada política convencional evidencia ese doble rasero de modelo y fetiche”. Invirtiendo la lógica de esta aseveración, es posible decir que las agendas, las plataformas para el cambio, los programas, no pueden existir –ni existen– sobre el vacío. Son posibles únicamente a partir del sustento que le ofrecen las políticas no formales, desde el margen, las políticas de los afectos, los lazos y las relaciones. En ese sentido, tales políticas deben ser reivindicadas no como un sucedáneo ante la imposibilidad de ejecutar políticas formales, sino como un campo propio de agencia sin el cual tales políticas estabilizadas, no serían posibles.
Para cerrar con este breve acercamiento a las afectividades y los dilemas de la experiencia de la red transnacional de apoyo humanitario, cierro con las palabras de Sor Nadieska, cuando respondió a la pregunta sobre ¿cuáles serían sus recomendaciones […] a la sociedad cubana en general (incluida la diáspora) para atender la grave situación humanitaria que atraviesa el país? Sor Nadieska aclaró que no respondería desde un tono material, sino desde la hondura de su alma. De manera similar al sueño de las madres cubanas, la respuesta orienta aquí hacia la movilización de un deseo humano y hacia la posibilidad de un reconocimiento mutuo. Sin ese reconocimiento, cualquier política formal, en las difíciles condiciones de resistencia y lucha contra un poder tiránico, sería inútil.
A la sociedad:
Que ya no nos queda sino nuestra propia conciencia de decidir y pensar por nosotros. Que no tenemos por qué dejar a las generaciones más jóvenes la misma desesperanza que hemos heredado y asumido nosotros. Que pensar no es un delito y mucho menos lo es pensar diferente. Que tenemos derecho a vivir con derechos.
A los hermanos en la Diáspora:
Que no nos dejen solos. Que a veces vivir con esta represión nos mata, nos ahoga, y no tenemos la fuerza para liberarnos. Que lo único que nos sigue separando es la distancia porque el ser cubanos lo llevamos en la sangre, en las venas, en el alma. Que la noche en la que vivimos no será eterna y llegará el día en que volvamos a abrazarnos. Finalmente, si en Cuba logramos restaurar la libertad, la justicia, los derechos, solo necesitaremos los brazos de todos para volver a ser lo que fue esta nación: próspera, feliz, patriota y digna, como la soñaron nuestros próceres, en especial nuestro José Martí, con todos y para el bien de todos.
Conclusión abierta, a modo de reafirmación de la esperanza
Describir, tipificar, sistematizar y con ello volver salientes formas de acción que pueden entenderse como políticas en un sentido pleno, no es quizás suficiente para generar la imagen de posibilidad y la esperanza imprescindible para concebir la superación del totalitarismo y el escape a su pulsión de control y de muerte. El texto de Anaeli Ibarra en este mismo dosier, demuestra cuán profundo es el lazo que capturó las afecciones de generaciones a un proyecto político hoy fracasado. Su pregunta, “¿cuáles son las fantasías que hoy impulsan los ejercicios de contestación política a un orden que ya no se sustenta en el deseo, la seducción y el consenso, sino en la fuerza de la violencia?”, aparece parcialmente respondida al observar las motivaciones y los vínculos que van reconfigurando la cartografía afectiva de una nación fracturada y a la vez dispersa. Pero la capacidad de resistencia del régimen de opresión comandado por el gobierno cubano impone pensar los límites y los alcances de la capacidad política yendo aún más allá, al reivindicar una concepción de la disputa y la contestación al poder despótico que nos permita no ser arrastrados a la desesperanza.
Al concluir este texto, dos imágenes provenientes de luchas diferentes –por el contexto histórico y las comunidades involucradas– pueden servir a ese fin. La primera es el concepto de esperanza radical, que propuso el investigador Jonathan Lear a partir de la manera en que los Crow enfrentaron el horizonte de la desaparición de su forma de vida frente al proceso de despojo territorial. La esperanza radical no tiene una visión de futuro o destino preconcebida, pero incluso frente a esa vista imprecisa puede crear, a través de la esperanza, una línea de continuidad desde un presente arrasado. Dice Lear: “Lo que hace radical esta esperanza, es que está dirigida hacia un bienestar futuro que trasciende a la habilidad actual de entenderlo […] Los Crow esperaban la emergencia de una subjetividad Crow que no existía aún. Habría maneras de continuar formándose como Crow, aunque las formas tradicionales para ello estuvieran condenadas. Esta esperanza es radical en que se dirige a una subjetividad que es a la vez Crow pero que no existe todavía.” Para que esa imagen y ese futuro pudieran emerger, era necesaria una forma de “excelencia imaginativa” orientada a encontrar los valores éticos necesarios al nuevo estilo de vida que enfrentarían en lo adelante. Frente a la devastación que deja como rastro el fracaso de un proyecto político y la dificultad de concebir uno emergente, la acción política informal, esa que opera desde los márgenes, pugna por poner en ejercicio un tipo de “excelencia imaginativa” necesaria a la subjetivad emergente de un nuevo proyecto social y existencial para una Cuba transnacional y, ojalá, con espacio para todos.
La segunda imagen proviene de mi propia experiencia con personas de las comunidades mayas másewalo’ob de Quintana Roo y comprendiendo la manera en que viven la expectativa del retorno de la situación existencial que les permitirá continuar la guerra contra el enemigo: uno con diferentes rostros (los criollos yucatecos, el gobierno nacional y las autoridades del Estado) que ha intentado siempre impedir su forma de existencia. La expectativa del retorno (de la Guerra, de la voz de la Cruz) remite por una parte a la emergencia de una situación particular: la irrupción de un orden no humano que guía los emprendimientos humanos, que la historiografía sigue recogiendo con el poco atinado nombre de Culto de la Cruz Parlante. Por otra, a la necesidad del sostenimiento de las condiciones que podrían, eventualmente, hacer posible la re-emergencia de tal situación. Esas condiciones radican, para los mayas másewalo’ob integrantes de las Iglesias de las santísimas (nombre dado a las entidades sagradas en torno a las cuales se organizan), en el cumplimiento de las obligaciones rituales. Sosteniendo esas condiciones, la reedición de la situación excepcional que les dio origen y sentido como pueblo (la mal llamada Guerra de Castas) es siempre posible. No la garantiza, pero sin ellas sería imposible. Los flujos de las dinámicas informales, vistos bajo esta luz, aparecen entonces como puntos de emergencia de acontecimientos excepcionales, marcados por su imprevisibilidad y por períodos de sostenimiento de las condiciones que vuelven plausibles las emergencias. El 11 de julio de 2021 es sin dudas uno de esos puntos de emergencia; lo que ha seguido es una represión estatal brutal, pero también la resistencia que anuncia el regreso de la rabia popular porque, como comentaba Amed Aroche en una conversación reciente sobre este mismo tema en el programa Caminero, remitiendo a la obra de Belkys Ayón, “siempre vuelvo” [2].
El período de la represión estatal demanda ser también uno de sostenimiento de las condiciones de posibilidad de la emergencia. Pero no se trata ya de las condiciones de posibilidad que presuponen las políticas formales (los derechos civiles y políticos) sino de las creadas deliberadamente por los subalternos; los subyugados que, reconociendo su agencia política, se identifican también como los protagonistas de la libertad que vendrá, inevitablemente.
Referencias
–Ganz, Marshall. 2022. Estrategias para organizarse y cambiar el mundo. México: Editorial Grano de sal.
–Guattari, Félix y Suely Rolnik. 2006. Micropolíticas. Cartografías del deseo. España: Traficantes de sueños
–Landrove, Hilda, Grethel Domenech y Anet Hernández. 2023. Hilos de solidaridad: una experiencia de solidaridad transnacional. En Acosta, Elaine y Sergio Angel (eds.) Cuidados y agencia de la sociedad civil en cuba. Aprendizajes internacionales, experiencias locales y desafíos éticos. Colombia: Universidad Sergio Arboleda.
–Lear, Jonathan. 2006. Radical Hope: Ethics in the Face of Cultural Devastation. Cambridge, MA: Harvard University Press.
–Melucci, Alberto. 1999. Acción colectiva, vida cotidiana y democracia. México: El Colegio de México.
–Scott, James. 1990. Los dominados y el arte de la resistencia. Discursos ocultos. México: Ediciones Era.
[1] Prisoners Defenders: https://www.prisonersdefenders.org/2023/09/07/promesas-vacias-para-jonathan-torres-farrat/
[2] Podcast Caminero. Políticas desde el margen. Conversación con Anamely Ramos y Amed Aroche: https://www.youtube.com/watch?v=mUDZnW7W4HE&t=118s
Excelente trabajo. Gracias. Y sí: la libertad es inevitable. Lleva mucho trabajo y sacrificio, pero es posible.