Nanne Timmer: Conversación con Martha Luisa Hernández Cadenas / Los peligros de la impermanencia
En este dossier conversaré con cuatro artistas-editores cubanos: Carlos A. Aguilera, Martha Luisa Hernández Cadenas, Yornel Martínez Elías y Claudia Patricia. Cada uno de ellos es iniciador de un proyecto editorial en la isla: uno de ellos en los años noventa (aunque algunas de aquellas estrategias han sobrevivido en el tiempo) y los otros tres en la última década. Son proyectos muy diferentes entre sí, pero comparten cierto aire de expresión alternativa.
Ninguno de los proyectos puede entenderse desde la lógica institución, ni tampoco desde la lógica del mercado transnacional. Coinciden en cierto posicionamiento marginal para la literatura o el arte que valdría la pena pensar más a fondo. Me pregunto si los cuatro proyectos pueden concebirse como gestos de micropolítica, como performance u obra de arte dentro de un paisaje culturalmente más rígido y organizado desde la lógica estatal por un lado y el mercado por el otro. Y si es así, ¿cómo se dan esos gestos?
Estas iniciativas editoriales ―de minoría además―, lograron conectar o reunir a diferentes artistas y escritores. Es decir: dentro de la labor polifacética que representaron, lograron abrir nuevas redes artísticas más allá del trabajo individual que también contenían. Entonces, ¿hasta qué punto estas iniciativas coinciden o difieren en su ambición de crear colectivos o comunidades y cuál sería el lugar de la literatura y del arte dentro de ellas?
En la proyección material o virtual de cada uno de los proyectos, además, se esconde una reflexión (diferente) sobre la circulación de la cultura. Yornel la plantea desde las artes visuales, Martha, desde el teatro, Carlos desde la literatura y Claudia Patricia desde la gráfica. Todos ellos están dando o han dado un impulso (por muy modesto que sea) a esa circulación y a la cultura en general; lugar que en la actualidad quizás haya que reinventar, ahora que los medios, los lenguajes y los soportes artísticos se están diversificando. Sea como sea, todas estas nuevas y viejas formas en que la escritura se presenta nos hace reflexionar sobre los modos de recuperar, intervenir y revitalizar el archivo que llamamos Cuba.
La segunda conversación es con la performer, escritora y editora Martha Luisa Hernández Cadenas; autora de libros como Días de hormigas (2018) y La puta y el hurón (2020), a la par que realizadora de performances como Escribir con la lengua (2019), entre otros. Martha, junto a Rogelio Orizondo, es co-directora de ediciones sinsentido, una editorial fundada en la isla que funciona con muy pequeñas tiradas y con trabajo artesanal al margen de las instituciones culturales.
Cada uno de ustedes armó un proyecto editorial independiente en Cuba en algún momento. ¿Podrías hablarme de ese o esos proyectos, de sus características, desafíos y objetivos?
ediciones sinsentido surgió a finales de 2015 en medio de una entusiasta conversación con mi amigo, el escritor y performer, Rogelio Orizondo. Juntos decidimos que queríamos dedicar unas jornadas a pensar la escritura de Nara Mansur Cao. Con su antología de textos teatrales Desdramatizándome [1] y sus clases en el seminario de dramaturgia del ISA, Nara se había convertido en una voz influyente para la novísima dramaturgia cubana. Junto a ella, fuimos concibiendo un gesto editorial propio. Más que entusiasmo, nos unía la urgencia poética de mimetizar lo que admirábamos en ella. Su investigación, en piezas concebidas con una fascinación por la palabra, el “yo”, el trabajo con el lenguaje se sitúa más desde la poesía y lo performativo del discurso que en la “acción dramática”.
El impulso se transformó en la decisión de continuar editando aquellas escrituras que transgredieran las ideas convencionales, es decir, que se distinguieran de las normas editoriales al uso para la dramaturgia. Es fácil chocar con toda una gramática ortodoxa que necesita personajes, género teatral o didascalias, y que entorpece o reduce la naturaleza de ejercicios más experimentales. Bajo esa mirada institucional quedaban fuera escrituras performáticas y otro tipo de archivos que definen la creación escénica contemporánea. ediciones sinsentido se convirtió en un espacio de cuidado para experiencias inclasificables. Dichas investigaciones nos inspiraban a profundizar en la edición, a partir del libro objeto. Más allá de la fascinación, el propósito era dotar de un carácter único, a través de un diseño sencillo y artesanal, esos títulos irreverentes y marginales. Nos atraía divulgar cómo se vivían estos riesgos estéticos y de lenguaje en el contexto cubano, y hacerlo desde un acto de acompañamiento editorial.
Aunque cada proyecto sea muy diferente entre sí, me gustaría saber ¿cuál es el rol que han jugado los editores independientes en la Cuba de las últimas décadas? ¿El término “independiente” es un término válido para ti?
Creo que en [ediciones] sinsentido se aplica más una lógica de autonomía, los libros han existido tanto por apoyos de embajadas como por nuestra gestión y economía de bolsillo (cuando me dicen crowdfunding, siempre pienso en “ponina”). Sin embargo, la noción de independencia en proyectos como [ediciones] sinsentido o Ediciones Asterisco recoge más un espíritu que se desprende de las lógicas del sistema editorial o del mercado. Diría entonces que el término, más que por su significado estricto, es una elección, un cierto no lugar, alegal y vivo que responde a asideros de mayor contingencia y resistencia.
Obviamente, cuando surgió [ediciones] sinsentido, lo primordial era estar vivos, de ahí que un colaborador fundamental fuera el Laboratorio Escénico de Experimentación Social, LEES. La editorial convivía con sus residencias artísticas, sus curadurías, compartíamos la precariedad, pero también intentábamos transformar continuamente nuestras prácticas (y esto lo digo sin que necesariamente esté implícito el éxito de esta intención). Dada la proclividad a abordar la independencia desde lo económico, en esta decisión de no seguir un determinado patrón como proyecto, de no copiar una estructura o modelo de trabajo y, más bien, habitar/crear desde un terreno cenagoso, hay una negación a la “institución”, esa fórmula/tradición que a veces puede ser lapidaria. En [ediciones] sinsentido se aprovecha lo que hay a mano para diseñar o imprimir, se produjo y produce haciendo un uso consciente –en lo ecológico y en lo caprichoso también– de los recursos y materiales. Los peligros de esta impermanencia son los que tocan a cualquier proyecto semejante, ninguneo, borrado, censura, etc. Cuando el LEES se disipó como plataforma, aprendí que está bien fracasar y que las experiencias artísticas no tienen una obligación de supervivencia a toda costa cuando se tratan de ciclos orgánicos. Quizá ya no te estoy respondiendo, pero la mayor parte del tiempo trato de no rendirme al nihilismo al que todo me obliga. En resumen, fracaso, sí, errores, sí, autonomía, sí, y a mucha honra.
¿En qué sentido la publicación independiente puede ser considerada también como “activismo cultural”?
Creo en lo micropolítico, tal y como lo invita a pensar Suely Rolnik, es decir, en operaciones que producen cambios en espacios muy concretos de colaboración como comunitarios. En una medida bastante minúscula, quizá, [ediciones] sinsentido ha lanzado y convocado preguntas, hemos compartido espacios horizontales de escucha y convivencia. Se ha convocado a distintas generaciones a compartir testimonios e ideas sin ningún tipo de censura. Cualquier forma alternativa de encuentro genera alteridades; en sistemas totalitarios propician oasis para el saber o el goce.
¿Cómo te relacionas con el espacio o territorio Cuba? Aparte de referirme a un particular lugar de residencia o enunciación también me estoy preguntando en qué sentido el espacio, el nombre o el territorio Cuba es importante cultural y antropológicamente para tus proyectos.
Cuba ha sido obsesión, empecinamiento, dolor. Cuba es chea. Cuba, Cubita, todo lo que me importa vive ahí. Me es difícil apartar mi obra, tanto como escritora, performer o editora de esa enjundia que es Cuba. Esto pasa por lo temático, pero también por un imaginario vital que es sumamente íntimo e individual. Entonces, en [ediciones] sinsentido, hay también obviamente una relación con ese territorio físico, concreto, con la ciudad y su cartografía, pero asumido desde una voluntad casi residual que no busca repetir una letanía de consignas, sino reconstruir o releer esos sitios.
Pienso en dos proyectos, Tarará y La bahía. El primero es una investigación de Fabián Suárez en torno a ese lugar concreto de la isla en una versión libérrima de Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen. El segundo es un site-specific de Alessandra Santiesteban en la ciudad nuclear. Lo común en ambas investigaciones es que se ubican en territorios muy concretos desde relatos que disienten de cualquier visión oficial.
Por otra parte, durante la pandemia creamos un grupo de lectura y publicación digital en Telegram. Voces desde distintas geolocalizaciones coincidían en esta plataforma para acercarnos y acompañarnos en un momento de muchísimo desasosiego. Ahora que lo pienso, ese espacio indefinido, ese espacio de ausencia, de cuerpos sonoros, nombres e imágenes aisladas nos situaba en una Cuba que a veces es más deseo o imaginación, una Cuba cuya mayor relevancia radica en poner en lengua común balbuceos o acentos que ni siquiera sabíamos que nos pertenecían y unían.
¿Entonces en el caso de ediciones sinsentido no se puede hablar tanto de un “desvío de lo nacional” como sí he visto, por ejemplo, en otras escrituras?
No soy nada afín a los discursos nacionalistas, aunque cualquier proyecto o indagación sobre la identidad esté atravesado por ellos, por su crítica consciente o inconsciente. El ejercicio de construcción y celebración que es [ediciones] sinsentido, tiene que ver con la prueba y el error permanentes, con el agotamiento y contra el aburrimiento, rasgos que no reafirman ni consolidan nada ante ningún poder o manual de arraigo.
En una escritura como la de Marien Fernández Castillo, específicamente en su Penélope aserrando televiché, nuestra segunda publicación, el desvío, desvarío o naufragio queda ilustrado, en tanto se reescribe un clásico a partir del caos personal que es la migración, la familia y el mito. Penélope… es un poema épico, un ejercicio de ritmo desenfrenado donde se citan acontecimientos históricos en una desjerarquización que pone en primer plano el juego con las palabras, los neologismos y la musicalidad. Aquí “lo nacional” es precisamente su anulación –o ridiculización– en la lengua akrikaché del poeta, ese idioma que le ha acompañado durante los últimos años y que le distingue en el panorama literario, un idioma que no sirve a ningún propósito sentimentalista o nacionalista. Para mí fue todo un lujo acompañar la publicación de La masacre de las palabras en La Maleza, la editorial independiente que fundó Lester Álvarez en Cuba. Este poemario de Marien, con ilustraciones de Julio Llópiz-Casal, también existe en el desvío.
¿Cómo se relacionan tus proyectos con la posibilidad de distribución dentro o fuera de Cuba; es importante la conexión a internet?
Para [ediciones] sinsentido ha sido importante, nunca he logrado encontrar estrategias online para subvencionar lo que hacemos. El acceso a internet ha sido vital, pero con el fin de promocionar un poco el trabajo.
¿Has pensado en publicar los libros-objetos también en pdf en una publicación online para alcanzar mayor circulación?
He manoseado varias posibilidades en torno a la urgencia de hacer sostenible el trabajo de [ediciones] sinsentido, sobre todo para propiciar la lectura de sus autores. Tanteé la idea de que los libros estuvieran colgados en alguna plataforma y su descarga implicara un pago, algo que permitiría cubrir los derechos de autor o continuar imprimiendo. En algún punto, la idea de “mayor circulación” es algo que dejé de ambicionar, supongo que por falta de imaginación y entrenamiento productivo. En resumen, prescindo de un equipo o un asesoramiento para hacerlo posible. Por otra parte, siento que todo lo que fue posible con el proyecto estará terminado si se hace seriamente un registro online de cada material, tal vez me equivoco, y potenciar ese mayor alcance sería una vía extraordinaria para repensar [ediciones] sinsentido en vínculo con proyectos cubanos o foráneos, espacios alternativos que acogen editoriales independientes, clubes de lectura, colecciones, etc.
¿Entiendo bien si digo que con ediciones sinsentido (y quizás también con tu propia escritura) estás subvirtiendo la separación que ha existido tradicionalmente entre las diferentes disciplinas artísticas? ¿Crees que hay que cambiar algo con respecto al espacio literario?
Como lectora, disfruto la hibridez de géneros, los caprichitos, las obsesiones y esas conexiones inesperadas con las mitologías o las ficciones. Me animan muchísimo la inteligencia y la agudeza, leí recientemente dos libros que ilustran muy bien las poéticas y autorías que me fascinan, la intensidad, ese reverberar del lenguaje o de la estructura, El celo, de Sabina Urraca, y Saltos mortales, de Charlotte Van den Broeck.
He tenido la suerte de coincidir con escritores y artistas talentosos, los proyectos colectivos permiten que la admiración se convierta en otra forma de conversación. La escritura y la escena me han permitido extender esos diálogos a destiempo; soy de la opinión de que nunca estoy sola cuando investigo o pongo el cuerpo.
A veces me gustaría tener más certidumbres, o irme definitivamente de las redes sociales, me asusta que haya que ser devota de un mercado que ni siquiera entiendes o dominar el arte del networking (cualquier tema de conversación es mejor que “una” y nunca hablo sobre mí en un festival de teatro o uno literario, aunque pareciera que ando en un monólogo perpetuo, qué aburrido). En una época en que el éxito se mide por un post, se dice que toca “monetizar” con un tipo de “contenido”, me siento un poco analfabeta (a la manera de Legna Rodríguez Iglesias). Me da siempre mucha ternurita cuando alguien me aconseja sobre “esto o aquello” en beneficio de mi “visibilidad” literaria, ¿en serio?, ¿cuándo algo tangencial y superfluo se convirtió en parte de mis pensamientos?, soy un buscador con mil ventanas abiertas, no un token adaptable a lo que necesitas colonizar. Me da la gana de compartir fotos de sillas (quería dejarlo por escrito).
Nunca he tenido el privilegio de concentrarme, vital y exclusivamente, en un proyecto teatral o literario, pero siempre me los he tomado con seriedad. Las redes sociales y su cóctel de realidades privadas, políticas y de mercadotecnia (ojo a cuando alguien puede ser condenado a tres años por publicar un meme, cuando plataformas feministas independientes denuncian otro feminicidio, o hay quien ni siquiera tiene acceso a Internet, todo es bastante esquizoide y absurdo y violento), la mayoría de las veces, estar en ellas sirve para satisfacer el ego o aceptar nuestra impotencia.
Mis procesos creativos no son necesariamente una prolongación, pero me entusiasma cuando palpitan uno en el otro, libro y fotografía, lavabo y performance, lengua e improvisación, cuando no son ni teatral ni literario, sino, propios. Supongo que estas coincidencias, esta contaminación e impureza deben ser lo que hace más o menos original cualquier texto (del chiste contra un presidente a la canción pop, de la injusticia y el hambre a la poesía, de la improvisación a la pose, de la vergüenza a la vagancia, de la desesperanza al bulo). Una obra de teatro de Samuel Beckett, sin dudas, o de Tadeusz Kantor, o de Rogelio Orizondo (¡ahora mismo estoy feliz porque mi amigo terminó de escribir una obra!).
A veces quisiera desaparecer mucho de lo que he escrito, prender en una pira mental y real unos cuantos poemas y artículos, pero después no soy tan severa cuando entiendo los vínculos de esa escritura, entonces me digo, bueno, esto no es una ecuación o una fórmula, era una declaración o un desvarío (con esto no quiero decir que la crítica tenga que asumirlo así, lo digo para no licuarme más la cabeza, es verdad que tu interrogante me hace sentir que soy un batido ¿subversivo?, risas).
Esta es una pregunta más personal y aunque te dije que no hacía falta responderla, porque ya estaba abordada con relación a [ediciones] sinsentido, ya ves, me desvelé para seguir equivocándome, y, no te creas, sacándole algo de cordura a toda equivocación. Mientras reescribo y ensayo, pierdo el tiempo dibujando y no “facturando”, mientras encuentro el tono y mi intuición me dice que es mejor no cultivar el cederismo a la cubana, ahí, ahí, al puntico.
Al funcionar al margen de la institución, algunos de ustedes de cierto modo se movieron en un circuito underground. Se ha usado alguna vez la expresión “literatura de contrabando” en relación al contexto en que operan. ¿Te dice algo ese término? ¿Piensas que es adecuado para lo que vienes haciendo o para entender el particular contexto de la isla?
Esto me hizo pensar en la “zona temporalmente autónoma”; creo que sí, hay un contrabando porque los mecanismos de presentación o conversación en torno al libro son muy diversos y suceden, por obligación, en condiciones de subalternidad.
¿El Estado cubano tiene alguna presencia o lo consideras un interlocutor en tus proyectos, directamente o indirectamente?
En Cuba todas las instituciones tributan al Estado. Muchas de las acciones que inicialmente desarrollamos pasaban por esos marcos supeditados a los eventos o festivales. Para presentar un libro –por ejemplo– en el teatro Mella, en el Museo Napoleónico o en la Fundación Ludwig, tiene que producirse cierta concordancia. Pero esto sería a nivel de concreción, porque como interlocutor artístico, la verdad es que jamás lo ha sido.
¿Hasta qué punto lo inter o transmedial tiene un rol protagonista para ti?
Lo intermedial es un procedimiento orgánico a las investigaciones escénicas contemporáneas. En lo que corresponde a [ediciones] sinsentido, está marcado por las citas a otras piezas, o la propia continuidad de la investigación en disímiles formatos (película, instalación, etc.). De igual modo, autores como Alessandra Santiesteban han explorado el lugar o la re-presentación de distintas plataformas transmediales en los límites de la página.
En lo transmedial, el canal de lecturas en Telegram es donde se ha concretado un desplazamiento de la edición al archivo sonoro. En la antología Curieux manuel de dramaturgie pour le théâtre, la danse et autres matières à changement, gracias a la recomendación de Yohayna Hernández, quien ha realizado una profunda indagación en torno a las dramaturgias de la escucha y ha sido una compañera imprescindible estos años, sus editoras, Émilie Martz-Kuhn y Jessie Mill, me invitaron a compartir la experiencia de la editorial. Lo menciono porque en el desplazamiento a Telegram se abrió una posibilidad de “aguzar el oído” y agitar esas textualidades desde gestos imprevisibles. Al tratarse de un medio accesible, con la existencia de una comunidad teatral anterior y una más inmediata que se formaba en la plataforma, se ensayó una dramaturgia colectiva mediante el pastiche y la polifonía.
Esta clase de desdoblamiento determinan lo transmedial en las imaginaciones editoriales.
¿Cómo se relacionan tus proyectos con la memoria, el archivo y la idea de comunidad?
Una de las razones por las que sigo creyendo en [ediciones] sinsentido es por esa mirada a procesos e investigaciones que asumen riesgos frente a las narrativas historicistas o productivistas, estas últimas, son las que terminan convirtiendo a la cultura en un servicio. En nuestras publicaciones encontrarás textos plagados de poesía, fragmentos de diarios, notas al proceso, afectos y cuerpos en un estado de interrogación sobre el pasado, el presente y el futuro. Son diálogos que no terminan solo en la escritura, sino en el puente de esa escritura con el lector-espectador. Pienso en Chesterfield sofá capitoné y en el tarjetero con las fotografías de la EMPROVA que acompañaba el libro. Los muebles de un diseño cubano reaparecían entonces en una Cuba que se vende por trozos, mientras aquella exposición en París, El sol de Cuba, parecía dibujar a una isla autosuficiente ante la mirada de los visitantes.
En Las fundadoras, intervención en la Biblioteca del antiguo Lyceum de La Habana, actual Casa de Cultura de Plaza, las ideas giraban en torno a la memoria del local. El sitio, uno imprescindible para la cultura de la República, se revisitaba a través del eco, las plagas o el ritual en torno al libro para recordar –a destiempo– a las catorce mujeres que fundaron el espacio.
Mi relación con los conceptos que mencionas, en [ediciones] sinsentido, ha sido metabolizado con la curiosidad e intuición que me persigue desde la investigación de la crítica teatral de Calvert Casey cuando estudiaba Teatrología, o desde las ruinas de un central azucarero cuando compartí un recorrido en un encuentro organizado en Australia, Jagüey Grande, por Osikán-vivero de creación [2]. En la editorial se han desplegado los hábitos de relectura y apropiación al uso en una formación disciplinar, y también de estas formas inesperadas de intervenir en determinados espacios simbólicos, formas que podrían ser irracionales o irreverentes. Prestaría atención a la exploración de formatos (tarjeteros, cajitas de fósforo, ilustraciones, álbumes fotográficos, etc.) como una réplica de lo que nos inspira a hablar de lo pretérito o lo extinto.
¿Te identificas más con el término “independiente” o “alternativo”?
Con el término “sinsentido”.
¿Queda pendiente algún tema todavía con respecto al presente y/o futuro de la publicación independiente/alternativa/autónoma en Cuba o con respecto a la conversa con tus colegas?
Tras la invitación de José Ramón Hernández a ser parte de Fui al monte y traje cosita buena pa uté [3], programa que comisarió para la edición de las Picnic Sessions 2024 en el Ca2M, Madrid, estuve recreando cada uno de los libros de sinsentido. Por primera vez imprimí y cosí cada ejemplar, fue un proceso de aprendizaje en el que, más allá del evidente trabajo de encuadernación, me ubiqué en la escala de esa manufactura. Recuerdo conversar con Yornel Martínez sobre la condicionante de no vender los libros y la decisión de que Asterisco y [ediciones] sinsentido solo estuvieran en exposición durante el marco del evento. El público se interesaba por los materiales detectando la fragilidad de su producción. Ser parte de esta conversación cruzada sobre ediciones alternativas cubanas me hace volver sobre esa escala, porque constato la manifestación de lo latente (o evidente) en cada proyecto: la libertad. Supongo que ese concepto tan maniqueo o sensiblero sea razón suficiente para continuar en esto de imaginar libros sinsentido.
[1] Mansur, Nara (2009): Desdramatizándome. Cuatro poemas para el teatro, La Habana: Ediciones Alarcos.
[2] Osikán – Vivero de creación (2020): I Love Havana.
[3] Museo Ca2M (2024): «Yo fui al monte y traje/ cosita buena pa uté»
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