Norge Espinosa: Irrupciones de El Ciervo Encantado: performance y desafío en Cuba
Consecuente con una línea de trabajo que va dilatando en una propuesta cada vez más retadora sus preceptos fundacionales, El Ciervo Encantado se ha convertido en algo más que una compañía teatral en el contexto de la cultura cubana de estos días. Aunque el grupo deja ver en la fachada de su sede, ubicada en Línea y 18, el cartel que lo identifica como «grupo de teatro», El Ciervo, que fundaran en los predios de Instituto Superior de Arte Nelda Castillo y Mariela Brito en 1996, no se limita a lo que dentro de tal concepto muchos siguen pensando en nuestro país. Si bien sus primeros espectáculos operaban dentro de las convenciones de representación más tradicional —escenario, el público sentado en gradas ante la zona de acción—, esa linealidad se fue quebrantando poco a poco, haciendo más visibles la búsqueda de una ruptura también discursiva y estructural en su base dramatúrgica, que se desafiaba a sí misma en cada nuevo título del repertorio.
Nelda Castillo (a quien luego se une desde el ISA Mariela Brito) provenía del Teatro Buendía, creado en 1986, también en las aulas del ISA, por la actriz, maestra y directora Flora Lauten. Allí Nelda dirigió varias propuestas como Monigote en la arena y Un elefante ocupa mucho espacio, destinadas al público infantil pero alejadas de los clichés con los cuales suele trabajarse desde la escena para la infancia, ambos basados en relatos de la argentina Laura Devetach. Cuando estrena en el Buendía Las ruinas circulares, a partir de varios textos (Cervantes, Unamuno, Borges…), ese espectáculo marca el inicio de un rumbo y al mismo tiempo la despedida del colectivo en el cual había interpretado personajes como El Chivo, de Las perlas de tu boca, aún recordados por sus espectadores. De vuelta al Instituto Superior de Arte, el siguiente paso sería el de fundar su propio núcleo de trabajo.
Así es que nace El Ciervo Encantado, como una propuesta de graduación de dos alumnos de la Facultad de Arte Teatral, que terminó siendo un laboratorio de búsquedas alrededor de ese relato de Esteban Borrero («El Ciervo Encantado», metáfora de una Cuba huidiza, precisamente), y que terminó instalando su sede en el abandonado teatro de la Facultad de Artes Plásticas, que Nelda, Mariela y sus actores rescataron del olvido y el deterioro.
«Siento al grupo como un espacio de conocimiento y crecimiento, sobre la base fundamental de la investigación en la memoria inscrita en el cuerpo del actor, siempre infinita, siempre cambiante, pero afincándonos y cuestionándonos en el ahora, que es donde realmente vivimos». Así me respondió Nelda Castillo en 2010, cuando la entrevisté acerca de la trayectoria de El Ciervo. Mucho ha llovido desde entonces, y las experiencias incluyen desde la expulsión de ese espacio que ellos activaron en el ISA, hasta el paso temporal por la Casona de 5ta y D donde murió Máximo Gómez, hasta que finalmente el Consejo de las Artes Escénicas recupera y restaura el sitio donde están ahora emplazados.
En la ceremonia de apertura de esa sede, celebrada en abril del 2014, el público asistente pudo presenciar la colocación de la última plancha de madera del tabloncillo, bajo la cual quedó oculta la máquina de escribir del escritor cubano Severo Sarduy. A partir de sus novelas De dónde son los cantantes y Pájaros de la playa, El Ciervo Encantado había prolongado lo que se anunciaba en su montaje de iniciación, luego, en esa senda que pasó por lo neobarroco, habían llegado otros montajes como Visiones de la Cubanosofía, Variedades Galiano y Rapsodia del mulo, en los que la cita y las referencias a Lezama, Reinaldo Arenas, Lydia Cabrera, Reina María Rodríguez y otros creadores apuntalan la noción de esos, más que espectáculos, altares, que El Ciervo Encantado muestra a sus espectadores, según indica Jaime Gómez Triana en uno de sus estudios acerca de lo que esta agrupación ha ido fundamentando como discurso.
El interés que El Ciervo Encantado ha generado no solo en Cuba, sino allí donde también ha participado fuera de la Isla, se mantiene como una expectativa asentada en el diálogo creativo con las circunstancias de ese presente, no menos teatral en sus neurosis cotidianas, que puede ser Cuba ahora mismo. El espacio ha retado convenciones, apelando al cuerpo vivo y a veces desnudo de sus actores/actrices, desarrollando la noción de máscara para crear una galería que incluso vivo más allá de los estrenos y los espectáculos.
Para ser fiel a esas tensiones, ha ido desarrollando —no como un trabajo secundario o paralelo, sino como un eje esencial a su propia labor discursiva— una serie de performances e intervenciones públicas que hoy, a la altura de lo que propone el libro catálogo que me provoca estas líneas, no puede entenderse sino de esa manera. No como un apéndice o una extensión de lo que El Ciervo Encantado es, sino como un gesto fundamentalmente provocador y multiplicador de lo que todo ese núcleo construye, como reflexión cívica, desde la médula de su trabajo teatral.
Irrupciones, de Nelda Castillo y Mariela Brito, editado por Katherine Perzant y con diseño de Lisette Solórzano más que un libro-catálogo, es un archivo que registra 69 performances, intervenciones públicas y colaboraciones que El Ciervo Encantado ha presentado entre 1997 y 2022, que se añaden a la producción de los espectáculos de su repertorio. «Irrupciones es una declaración de la naturaleza colaborativa y democrática de un grupo siempre abierto a diversas formas de explorar y entender la creación», se afirma en la breve nota que la editora firma.
El Instituto Superior de Arte fue el espacio donde ocurrieron las primeras de estas acciones (Antes de la lluvia, La boda de Yunieski y Yolexi, Fiebre del sábado por la noche, La repertorista…), aunque pronto el grupo también se desplazó a otros espacios y aumentó el grado de complicidad y colaboración con otros artistas que se sumaron a esta propuesta que irrumpía, con elementos del café concert, la acción poética, recursos del circo o el cabaret, en sitios incluso menos previsibles.
Durante la «guerrita de los emails» que provocó la aparición en nuestra televisión de viejos censores que en los años 70 dieron marcha al proceso de parametración y censura que tuvo entre sus víctimas a notables artistas e intelectuales, El Ciervo Encantado hizo acto de presencia, mediante máscaras y personajes de su galería, en varias de las reuniones que intentaron enmendar tal desaguisado, convocadas por Desiderio Navarro desde el Centro Teórico Cultural Criterios en la Casa de las Américas, el Instituto Superior de Arte y el noveno piso del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica, entre 2007 y 2009.
El libro en sí es, además, como no podía ser de otro modo, un repaso a la propia biografía de El Ciervo Encantado, a su vida nómada a través de los espacios que ha habitado, y a los rostros de quienes han estado en su núcleo y luego han tomado otros rumbos. El público ha acudido, fiel, a todas estaciones. Un público sobre todo joven, ganado en el quehacer desde aquellos días de rescate del teatro de la Facultad de Artes Plásticas, de donde tuvieron que irse por decisión de una funcionaria a la que al parecer no le hizo gracia alguna que la Universidad de las Artes prohijara a un equipo de trabajo que ya se había hecho de un nombre en la cartelera teatral del país.
Los performances de El Ciervo han sido siempre provocativos, cápsulas de desafío al pensamiento oficial que rige en tantos sitios y cardinales, y ello ha sido también la causa de esa vida trashumante, hasta su ubicación en la sede de la calle Línea, justo al final de esa vía, casi a la entrada del túnel que cruza el mar para abrir paso hasta la otra zona de la capital. Puede leerse como un acto de justicia poética, porque El Ciervo mismo es esa suerte de quiebre, de punto límite, siempre abocado a un paso mayor hacia otras zonas en las que se confunde cualquier noción pre-establecida, desde la irreverencia que el teatro posee desde sus orígenes.
Grupo al límite, núcleo al borde, paso a otra forma de discusión que incluye el sumergirse en cuestiones no siempre gratas, la poética que El Ciervo ha fundamentado se organiza desde la visión crítica y política de lo teatral, entendido como un desacato que la sociedad no debe negarse, y mucho menos el creador que en ella defienda la voluntad de una expresión autónoma, al tiempo que irremediablemente conectada con una realidad que lo trasciende y lo sacude sin cesar. El Ciervo podrá estar encantado, pero jamás dormido.
Ningún núcleo escénico en Cuba ha sido tan consecuente con la idea de explorar las posibilidades y retos del performance entre nosotros como El Ciervo Encantado. Sus espectáculos han devenido zonas de provocación, más que puestas en escena, donde los dispositivos escénicos se interesan cada vez más en conectar al auditorio con una pregunta mayor, que es el pasado, presente y futuro de Cuba desde los contraluces y las incertidumbres de nuestra Historia y su Realidad, reinterpretada desde los gestos del arte. Su propuesta no es solo teatral, porque la vinculación del grupo a artistas de la plástica, poetas, músicos, cineastas, ha generado muchos de esos actos, no siempre asimilados por las instituciones (Consejo Nacional de las Artes Escénicas, Ministerio de Cultura, etcétera), con beneplácito, precisamente. Irrupciones, en este sentido, desde su modesta aportación como registro de este tipo de acciones en nuestro contexto escénico, se convierte en un texto que nos reclama una mayor atención a la historia, fragmentada e intermitente, del performance entre nosotros.
El tema ha sido abordado por diversos estudiosos y artistas que han testimoniado sus experiencias dentro de ese devenir. A inicios de los 60, bajo el influjo de información que llegó a Cuba a través de quienes se interesaban en visitar el país para conocer a fondo el nuevo proceso de cambio social, la idea del performance y el happening tuvieron un primer terreno propicio en el área de lo teatral. Si bien Glexis Novoa en un ensayo acerca de estas búsquedas señala a Samuel Feijóo como uno de los pioneros del performance, debido a sus apariciones con objetos estrafalarios y su carácter de irreverencia que manifestó a través de su propia figura y sus publicaciones en Islas y Signos, la certeza de lo que podemos entender como tal en ese contexto llegó de la mano de teatristas y coreógrafos, que además vincularon a nombres de la plástica y la música en esos experimentos.
El contacto directo con las creaciones de Peter Brook, el Living Theater y otras compañías que en aquel instante recorrían festivales y plazas europeas permitió a Vicente Revuelta, en particular, ponerse al día con esas inquietudes, y su puesta en escena de La noche de los asesinos (1966) desató una serie de imitaciones y cuestionamientos que llegaron a preocupar a los funcionarios del Consejo Nacional de Cultura. El desenfado y el desacato del performance, su condición de acto volátil e impredecible, su apuesta por discursos no convencionales, su relación con el movimiento hippie y la contracultura, espantaron a aquellos comisarios que ya para 1968 denunciaban esas expresiones y empezaron a movilizar acciones contra ellas, distantes de la idea de un teatro revolucionario y de carácter didáctico y de adoctrinamiento. El Congreso Nacional de Educación y Cultura, en abril de 1971, desterraría esas expresiones, privilegiando a otras de moral e ideología «menos dudosa».
Entre quienes apostaron por esas rupturas estaban desde el propio Vicente Revuelta, que en 1970 había estrenado con el efímero grupo Los Doce su Peer Gynt, inspirado en los entrenamientos y hallazgos del polaco Jerzy Grotowski; hasta Virgilio Piñera, Guido González del Valle y Ramiro Guerra, entre otros, pasando por Carucha Camejo con su puesta de Yo, Vladimiro Maiakovski, en el Teatro Nacional de Guiñol. En algunas provincias como Santiago de Cuba, Matanzas, Cienfuegos o Camagüey también llegó ese eco, que sería prontamente silenciado.
Habría que esperar a 1976, cuando en el Instituto Superior de Arte un artista como Leandro Soto empezó a desarrollar su idea de la acción plástica, y con sus primeras exposiciones consiguió ir abriendo un espacio donde lo performativo se identificara con mayor libertad. La creación del grupo Volumen I fue un punto de giro crucial, en 1981. El paso por Cuba de Luis Camnitzer y Ana Mendieta, en contacto con sus integrantes, plantó ya de forma definitiva la noción del performance, que regresó a la vida aquí como parte de lo que alcanzó a renovar en ese periodo de los 80 la dimensión del arte en el país, con otros ejemplos notables en lo que activaron grupos como Puré y Arte Calle.
No es difícil encontrar elementos del performance en un espectáculo como La cuarta pared, estrenado en 1988 por Víctor Varela, con el cual el teatro cubano se estremeció. La llegada de la danza teatro, en espectáculos de Marianela Boán, retomó la senda abierta y truncada que protagonizó Ramiro Guerra, y que continuó en la obra de Rosario Cárdenas y otros coreógrafos. No es que faltara rechazo oficial a esos atrevimientos. Probablemente el performance cubano más famoso fue el protagonizado por Ángel Delgado en 1990, cuando, como parte de la muestra El objeto esculturado en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, defecó sobre el agujero abierto en una página del diario Granma, lo cual le costó la prisión posteriormente, y expulsó de sus puestos a los responsables de dicha exhibición. Desacato, política e intervención directa del artista ante un auditorio concreto: no hay performance sin cierta noción de desafío, por alto que sea su precio.
La continuidad del performance en Cuba ha pasado también, de aquellos recelos iniciales, incluso a la creación de festivales de performance con el peligro que ello conlleva: serializar y programar algo que debe su fuerza a lo espontáneo, a la calidad de su condición de acto inesperado. El Ciervo Encantado ha sido fiel a esa premisa, y la colaboración con artistas como Duvier del Dago, Moisés Finalé, Manuel López Oliva, El Sexto, el grupo Omni Zona Franca, Juan Rivero, Aisar Jalil, Martha Luisa Hernández Cárdenas, Lázaro Saavedra, el grupo Espacios, Paula Valero y Leonor Marín, Tania Bruguera, Juan Pin Vilar, se ha expandido hasta la participación de los propios espectadores en un performance como El pasillo de las ausencias, intervención donde quienes llegan al grupo escriben en el muro de su sede los nombres de aquellos que han partido durante el éxodo que sufrimos actualmente. Irrupciones es un espejo de todo ello, una labor que dilata lo que títulos como Cubalandia, Triunfadela, Guan Melón!! Tu Melón!!, Departures y Arrivals, entre otros muestran en ese espejo doliente y vibrante que habla de nuestras neurosis y nuestra necesidad de no olvidar que el teatro es esa zona también incómoda que ilumina lo que otros gestos callan.
En ese sentido, confieso que me molesta descubrir que el nombre de Nelda Castillo se ausenta entre los nominados al Premio Nacional de Teatro que hace ya tanto merece. Molesta tanto como las suspensiones de algunas de las acciones que el grupo programa en su sede, y que tuvieron su punto más álgido en la negativa a aprobar la proyección del documental La Habana de Fito en ese sitio, junto a otros audiovisuales de jóvenes realizadores. La voluntad de crear una comunidad que expanda la acción teatral de El Ciervo Encantado hacia otras expresiones ha sido también parte de su labor desde los años de su creación en el ISA. El estreno de la performance Madres, anunciado para el pasado 12 de julio, fue cancelado. Lo mismo sucedió poco después con otra propuesta de Lázaro y César Saavedra, que ocuparía ese espacio a fines del mismo mes.
El grupo ha venido anunciando un proyecto, la Cátedra del Performer, que espero logre concretar sus acciones como una proyección de los núcleos pedagógicos que de distintas maneras han activado en Cuba figuras como Flavio Garciandía, Consuelo Castaneda, Tania Bruguera, René Francisco, Lázaro Saavedra, Ruslán Torres, entre otros, estudiadas en varios casos por Coco Fusco en su fundamental libro Pasos peligrosos, performance y política en Cuba, editado en 2017. Hoy, los nombres de Hamlet Lavastida, Carlos Martiel, o Luis Manuel Otero Alcántara, forman parte de ese circuito que el título de dicho estudio describe con prontitud.
Por lo pronto, Irrupciones circula en formato digital, entre los seguidores, fieles y estudiosos de El Ciervo Encantado. «La esperanza es lo último que se está perdiendo», era el título de aquel performance de Ángel Delgado que tuvo explosivos efectos en 1990. Este volumen también sirve para comprobar en qué medida el tenso diálogo entre el artista, la política y la esperanzas de ambos coinciden o no, en el ámbito tan poroso y rebelde que debe ser siempre el performance como expresión de una incomodidad, de una verdad y de una indisciplina impostergable.
Revisar este catálogo de performances e intervenciones es también reconocernos en muchas de ellas. Identificarnos con el talento actoral de Mariela Brito, que es capaz de dar vida a la siempre recelosa y esforzada camarada Chela como a La China, dando sabroso cuero al teatrólogo Omar Valiño mientras se presenta un tomo de dramaturgia de la Revolución. Vernos, a los críticos teatrales, interpretados por los integrantes de El Ciervo Encantado, en un descacharrante panel del café «La última cena», o en una delirante Mesa Redonda Performativa que celebra un aniversario del colectivo.
Nelda Castillo como Elvis Presley, o atada con una camisa de fuerza junto a Mariela en el performance por los 20 años de este grupo fundamental, tierra movediza, sitio de conflicto imprescindible para que la escena cubana de ahora mismo sea más que la formalidad de una cartelera y un repaso monótono de estrenos y reposiciones. Ciervo al fin, animal fabuloso y acaso inatrapable, el grupo que abre este mosaico llamado Irrupciones, sigue siendo un misterio en movimiento. Como la propia Cuba a la que, en el sentido más real e intangible del término, re/presenta.
Publicación fuente ‘La joven Cuba’
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