Luis de la Paz: En los tiempos difíciles de Heberto Padilla
En una remotísima tarde de verano, sería el año 71, o tal vez el 72, el escritor José Abreu Felippe, a quien tanto yo le debo, me mostró un tesoro que guardaba celosamente, y que sólo le enseñaba a unos pocos amigos elegidos, la edición príncipe de Fuera del juego, libro de poesía, que había ganado el premio Julián del Casal de Poesía 1968, convocado por la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, conocida por sus siglas UNEAC. La selección de poemas venía precedida de varios textos que pretendían darle explicación a la publicación del libro, e intentaban dejar claro el carácter contrarrevolucionario del poemario.
Abreu me leyó algunos poemas, como aquel que decía:
Di la verdad.
Di, al menos, tu verdad.
Y después
deja que cualquier cosa ocurra:
que te rompan la página querida,
que te tumben a pedradas la puerta,
que la gente
se amontone delante de tu cuerpo
como si fueras
un prodigio o un muerto.
En otra oportunidad, mi amigo sacó de su rincón más oculto, recortes de periódicos, ejemplares del Caimán Barbudo, la revista Verde Olivo, Casa de las Américas, y cuanto material tuviera para ilustrar toda la historia del llamado Caso Padilla, controversia internacional sobre la libertad de expresión y creación que estremeció el panorama cultural durante la segunda mitad de los años sesenta, y desde luego, fundamentalmente el panorama cubano. El eje central de esa polémica fue el escritor Heberto Padilla, y su libro de poesía Fuera del juego.
Unos años después, en 1974, cuando ya el recuerdo del Caso Padilla era una página negra en el ámbito cultural cubano, y del cual nadie quería hablar, fui a la cinemateca a ver Una infinita ternura, una estremecedora película francesa que mostraba las imágenes de un asilo para niños minusválidos, probablemente con distrofia muscular, donde dos de ellos, que no pueden hablar, ni valerse por sí mismos, condenados a un sillón de ruedas, establecen una relación de dependencia –diría de amor primitivo–, y que termina con la muerte de uno de los niños, y la furia del otro, que haciendo un esfuerzo tremendo logra llegar a una pared, y arrancar la foto del amigo muerto. Allí vi a Padilla por primera vez, acompañado, si mal no recuerdo, de Belkis Cuza Malé, su esposa. Estaban en el vestíbulo del cine, conversando con los pocos que se le acercaban, entre ellos Reinaldo Arenas, otro apestado que recientemente había sido liberado de la prisión del Morro donde había cumplido un año por homosexual y escritor, aunque los cargos oficiales eran otros. Reinaldo, me presentó a Padilla al que no le dije mucho, pero en ese momento sentí que por el solo hecho de estar junto a él, de estrecharle la mano, estaba solidarizándome con él, apoyando al que para mí era el hombre de «En tiempos difíciles», el poema que abre el polémico libro.
Lo volví a ver en Miami, en el año 80, saliendo de la librería SIBI, que tenía Nancy Pérez Crespo. Se estaba montando en un Pacer rojo, un pequeño carro de dos puertas que le había prestado Nancy para que hiciera un viaje a Cayo Hueso, lugar al que yo había llegado unos meses antes como parte del éxodo del Mariel. En esa ocasión no le hablé, pero me dio alegría saber que ese hombre estuviera en libertad. Desde ese entonces no lo volví a ver más hasta la presentación de la excelente edición conmemorativa por el 30 aniversario de Fuera del juego, que editó Ediciones Universal, libro que al igual que la edición cubana celosamente guardada por José Abreu Felippe, es también un libro de colección. El Padilla que estaba en el salón de actos de la editorial, me inspiraba cierta desolación, al verlo débil, avejentado, pero derrochando la gran cultura, el humor y la agudeza que siempre lo caracterizaron.
Con su muerte ocurrida el 24 de septiembre, día marcado por la festividad de la Virgen de la Merced, en el pequeño poblado de Auburn, en el estado de Alabama, donde residía desde hacía muy poco tiempo, como profesor visitante de Auburn University, se va el mayor símbolo de una época, de una época preñada de bajezas, oportunismo y sumisión, pero dejando como legado una poesía de profunda sencillez, que marcó a toda una generación, y sin lugar a dudas a la poesía cubana.
Tan pronto supe la noticia llamé por teléfono al profesor José A. Escarpanter que imparte clases en la misma universidad de Auburn, y que por ser colega de Padilla, era la persona con la que podía compartir información sobre el triste acontecimiento. El profesor Escarpanter, que es una figura importante en el panorama teatral cubano, por sus profundos conocimientos del género, y por su labor como crítico e investigador, fue quien encontró en cadáver de Heberto Padilla.
La voz le sonaba débil al amigo Escarpanter, quien haciendo un esfuerzo me contó que Padilla había comenzado a impartir clases como profesor visitante con un contrato por un año, renovable al final del curso, desde el 22 de agosto cuando se inició el período escolar. “En la mañana tenía un grupo de estudiantes graduados, a los que impartía un seminario sobre poesía hispanoamericana contemporánea. Además en otra sesión enseñaba composición. Los estudiantes se sentían muy bien con él, incluso lo llevaban a su casa, porque él no tenía coche. En realidad a Padilla se le veía muy entusiasmado con el curso”.
“El lunes en la mañana” –continúa Escarpanter–, “no asistió a la universidad, algo que resultaba muy extraño, pues nunca faltaba a clases. Tampoco apareció para la clase que tenía a las 4 de la tarde. Un estudiante graduado, Charles Workman, que fue mi ayudante este verano en España vino a verme muy preocupado –ya que soy el encargado del programa de graduados–, y me dijo: “voy a tratar de averiguar qué pasa”. Entonces yo le dije: No, vamos los dos, porque a mí me preocupa mucho también”.
El profesor Escarpanter, cuenta a continuación el momento en que él y el estudiante llegan a la casa: “Padilla estaba viviendo en un complejo de apartamentos en la ciudad. Tocamos fuerte a la puerta y nadie nos respondió. Fuimos entonces a la oficina, le explicamos la situación a la encargada, incluso yo le enseñé mi carnet de profesor de Auburn University. Mientras íbamos hacia el apartamento, la señora me dijo que ella lo había estado viendo muy débil, caminando muy despacio. Algo que después corroboramos a través de una estudiante que fue su alumna en Columbus State University el año pasado. Ella le había comentado a varios compañeros nuestros, que lo encontraba muy, muy, muy de capa caída, que el año pasado estaba mucho más vigoroso, mucho más fuerte”.
“Al llegar al apartamento la responsable del edificio abrió la puerta y lo vimos acostado en el sofá. Parecía que estaba como durmiendo una siesta, arropado con una sábana, porque según me enteré después, parece que él le había comentado a los colegas aquí, que tenía el cable de la televisión en la sala, y que le gustaba ver la televisión a la hora de dormir. Decía que él no usaba la cama, que prefería dormir en el sofá…
“A los pies, es decir, en el suelo, junto al sofá, se encontró el periódico del domingo, por lo cual todos pensamos” –dice Escarpanter–, “que él salió a la calle el domingo en la mañana. Es más, cuando hablé con Lourdes Gil, su actual compañera, supe que ella habían [sic] conversado el domingo 24 sobre las 11 de la mañana…”.
Todo parece indicar que la muerte del poeta ocurrió el 24, y en la tarde, pues de acuerdo a lo narrado por el profesor que lo halló, Padilla conversó con Lourdes sobre las 11 de la mañana, había leído el periódico del domingo, y en la cocina se encontraron huellas de que había preparado algo de comer, además las autoridades y otros especialistas también coincidieron en estimar el día 24 como la fecha del fallecimiento.
El profesor José A. Escarpanter había conocido a Heberto Padilla en Praga, en 1965. En aquella época Padilla trabajaba para el Instituto del Libro de Cuba, y parte de su trabajo era dar a conocer las ediciones cubanas. Por su parte Escarpanter ofrecía un curso de teatro en la prestigiosa Universidad Carolina de Praga. “El Padilla que yo conocí en aquellos tiempos, que fueron antes de los sucesos de Fuera del juego, era un hombre muy amable. Luego cuando lo volví a ver aquí en Auburn se alegró muchísimo de verme”, apunta. “Incluso hace apenas unos días yo lo llevé al médico, a mi médico, para un chequeo de rutina, pues como tenía el proyecto de pasarse con nosotros al menos un año, quería tener, lógicamente, un médico de cabecera. Tras la visita al doctor le pregunté qué le había dicho, y me comentó que lo había encontrado bien, y que le había dado un turno para dentro de tres meses”.
Quise averiguar cómo se desarrollaba la vida de Padilla en Auburn, un lugar donde vivía solo, alejado de su familia. “Sí, estuvo solo todo el tiempo porque Lourdes tenía su trabajo de profesora en New Jersey. Yo notaba que él estaba en un período de ajustes, de acostumbrarse al pueblo, de vivir en un lugar que no conocía, que tenía limitaciones al trasladarse de un lugar a otro. Pero de más está decirte que los estudiantes, y algunos colegas lo ayudaban. Por ejemplo había una chica graduada que lo ayudaba mucho en familiarizarlo con la nueva computadora que tenía. Una señora española recién graduada lo llevaba a su casa en su carro. Pero él tenía un trato muy amable con todos, y los estudiantes lo apreciaban muchísimo, ya que era muy afable, siempre dado a que cualquiera que tuviera una pregunta fuera a su oficina. En el poco tiempo que él estuvo, supo ganarse a los estudiantes que lo estimaban mucho”, comenta, para luego reseñar la relación con los otros profesores de la facultad y con él mismo: “Como estuvo poco tiempo, conversamos también poco… porque el asunto es que como tuvimos el cambio de sistema, de trimestre a semestre, estas primeras semanas han sido de muchas complicaciones y trabajo cambiando de uno al otro, lo que ha dejado poco tiempo libre. Sin embargo íbamos a comer y además de los temas profesionales, habíamos estado hablando de algunos autores, y conmigo en particular de la situación del teatro, que como él sabía que yo me dedicaba al teatro, me hablaba de la situación del teatro en Miami”.
“En muchas ocasiones planeamos que fuera a comer a mi casa, pues en las conversaciones se notaba que extrañaba la comida cubana, pero siempre había algún contratiempo… Yo siempre le decía que cuando pasara todo esto de los cambios en la escuela lo iba a invitar a comer a la casa, incluso yo estaba pensando preguntarle qué le gustaría comer. Lamento que no pude hacerlo realidad”.
Escarpanter define la importancia de Heberto Padilla en el panorama cultural cubano en los siguientes términos: “Lo primero que sobresale es su calidad, la calidad de su poesía. En segundo lugar, yo creo que todo lo que hizo Padilla cuando tuvo que retractarse, y eso de retractarse hay que decirlo entre comillas, porque fue obligado a hacerlo, yo creo que él fue de una honestidad muy grande al escribir Fuera del juego, y a pesar de todo lo que pasó con él, y de la circunstancia de hacer aquella retractación, como las cosas de la inquisición. Ese fue un caso que no sólo tiene un valor dentro de la poesía cubana, tiene además la importancia de haber sido uno de los índices de la situación represiva cubana. El caso Padilla fue siempre un punto de referencia, porque allí fue donde la revolución cubana se mostró de cuerpo entero. Ya lo había hecho antes con aquello de la UMAP. Pero ya a finales de los 70, con esa situación se vio que aquello era un totalitarismo absoluto. Yo creo que él tuvo mucho coraje en mandar a un concurso oficial una obra donde planteaba el asombro ante lo que estaba sucediendo en Cuba, y yo creo que eso tiene un coraje, a pesar de que por las razones policiacas del caso tuviera aquella retractación en la UNEAC, a la que yo no asistí, porque ya yo estaba en proceso de irme”.
La muerte, a la que Padilla llamaba en un monumental poema del libro El justo tiempo humano “gran taladora”, le tocó entre los pinares de Auburn y la triste realidad de un evento, su propio caso, el Caso Padilla, del cual, nunca pudo recuperarse. Personalmente así lo creo, nada pudo mitigar el devastador problema que arrastró por más de 30 años. Recuerdo que durante la presentación de la edición conmemorativa, me le acerqué para que me firmara un libro y le pregunté casi en privado, no quise hacerlo en público durante la sección de preguntas, qué libro suyo consideraba mejor, si El justo tiempo humano, o Fuera del juego. En ese momento me miró fijo, se mostró algo inquieto, estoy seguro que estaba acudiendo a su memoria el Caso Padilla, y me respondió con agudeza “el que está por escribirse”. Le sonreí satisfecho, pero realmente me embargó una gran tristeza, la misma que sentí mientras lo miraba ya viajando entre la floresta interminable, donde la música de su palabra se seguirá escuchando en cada brote.
Diario Las Américas, noviembre, 2000.
Responder