David Mateo: Entrevista a Juan Moreira / Publicidad y vallas

Archivo | Artes visuales | 23 de diciembre de 2024
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En la cronología de las artes plásticas cubanas contemporáneas existen múltiples evidencias sobre los vínculos permanentes o esporádicos que se han ido propiciando con el ámbito de la gráfica publicitaria; intercambios que van desde la práctica directa del oficio por parte de algunos creadores significativos (Martínez Pedro, Raúl Martínez, Korda, Salvador Corratgé son ejemplos conocidos) hasta la reasimilación estratégica de determinados artificios y metodologías provenientes del medio, tendencia que ha venido consolidándose en los procedimientos del arte conceptual desde mediados de la década del ochenta.

Recientemente el nombre de Juan Moreira se sumó también, para sorpresa de muchos, a ese registro de intercambios técnicos. Aunque determinados especialistas y amigos cercanos a él conocían de sus antecedentes en la pintura de vallas publicitarias, fue en una exposición colectiva organizada en el año 2010 por la compañía de aviación Air France radicada en Cuba, donde se mostró por primera vez un testimonio público de aquel periodo en la vida profesional de Moreira. En ella incluía una impresión lienzo-gráfica, a escala reducida, de una valla realizada para la empresa de aviación en el año 1957.

La imagen de la propaganda de Air France pintada por Juan Moreira despertó el interés y la curiosidad del público asistente a la exposición en el Centro de Negocios Miramar, y estimuló la idea entre los especialistas de llevar a cabo otra muestra en el 2011 con una selección exclusiva de las fotográfias de aquellas vallas que conserva Moreira en sus archivos.

Esta conversación con el artista, que a continuación reproducimos, no solo indaga en las razones que justifican el proyecto curatorial de la Galería Villa Manuela, sino que hurga también en los detalles históricos de aquella peculiar experiencia con las vallas, decisiva para su formación técnica como pintor.

Moreira, ¿cuándo y a partir de qué circunstancias comenzaste a trabajar en la pintura de vallas publicitarias?

Tenía 11 años y estaba en el quinto grado, en un colegio que se llamaba Academia Progreso, en el Reparto Santo Suárez. Cuando regresaba de esa escuela, a las 4 de la tarde, me iba para una compañía de vallas anunciadoras que estaba en la misma cuadra de mi casa en Pasaje Este, entre Estrada Palma y Luis Estévez, y en la que Ramón Dacal era uno de los dueños. Allí me paraba como un bobo a ver pintar a un señor que se llamaba Mayet y que hacía de memoria unos paisajes fabulosos; después me enteré que no había estudiado artes plásticas, que era autodidacta. Recuerdo que dentro de esos paisajes aparecía una botella de ron a la que se le estaba haciendo propaganda. En la compañía había también otro señor que se llamaba Aureliano Bretón, que pintaba rostros y algunas figuras. A veces ellos me decían: “Chiquito ve y cómpranos una caja de cigarro, ve y cómpranos una cerveza…” Llegaba de la escuela y me ponía a ver cómo ellos trabajaban y al mismo tiempo los ayudaba a hacer algunos mandados.

Yo era muy mal estudiante, no me gustaba la escuela. Cuando llegaba la hora de ir a la escuela, a eso de los 7 años, me metía en el baño para que pasara el tiempo y se me hiciera tarde. Un día le dije a los viejos: “No quiero estudiar más, lo que quiero es trabajar en esa compañía que pintan”. Entonces el viejo fue y habló con los dueños. Ellos aceptaron que me vinculara sin recibir sueldo. Me fui del quinto grado y entré en la compañía de aprendiz. Esa compañía le hacía la propaganda a la Coca cola y a la Pepsi cola. Ellos tenían unas planchas con formas de chapas de botellas que venían impresas desde los Estados Unidos con los emblemas de la Pepsi Cola o la Coca Cola que le decían “privilegio”. La chapa tenía abajo, en un extremo, un espacio en el que se ponía el nombre de la bodega o el bar y luego se colgaban en los locales donde se estaba promoviendo el producto.

Empecé en la compañía limpiando el baño, barriendo la nave. Como era flaquito, a veces me ponían a pintar los angulares de los camiones donde iban las cajas de refrescos; abría huecos en las carreteras para poner las vallas; cortaba con segueta los angulares con los que se hacían las estructuras de las vallas… Es decir, hice muchas cosas, y en los ratos libres cogía los sobrantes de aluminio que dejaban los rotulistas y me ponía a practicar los rótulos con un pincel. Parece que los dueños me estaban observando, y al cabo de un año o dos de estar trabajando en la compañía, tendría unos doce o trece años, el dueño se me acercó y me dijo: “Haber muchacho ponme un texto ahí”; puse el texto y después me volvió a decir: “Bueno, de ahora en adelante vas a ser rotulista, vas a estar mejor ubicado y vas a ganar un sueldecito”. Así fue como dejé la limpieza, el barrido, los mandados, y ocupé la plaza de rotulista.

En esa compañía se pintaban las vallas que le hacían la propaganda también a los cigarros americanos que se importaban a Cuba y yo hacía los rótulos. Pero siempre anhelaba pintar como Mayet o Aureliano Bretón, que trabajaban un diseño completo con las figuras. En los ratos libres, cuando no estaba haciendo rótulos, veía como ellos pintaban.

Un día, no recuerdo si a los 15 o 16 años, me volvió a decir el dueño: “Tú te atreverías a pintar estas figuras” y yo le respondí que sí con mucha seguridad. Me ordenó que pintara una valla, la pinté y quedó perfecta. Entonces me pasaron a realizar las dos funciones, rotulista y figurista, con otro aumento de sueldo.

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¿El trabajo con la compañía de vallas fue tu primer vínculo entonces con el dibujo y la gráfica?

Cuando me metía en el baño siendo un niño, como ya te conté, y dejaba pasar la hora de ir a la escuela, me quedaba en la casa y me tiraba en el suelo a reproducir en hojas los muñequitos que aparecían en el periódico El país. O sea, que antes de entrar a trabajar en las vallas ya me gustaba entretenerme copiando figuras.

Cuando era niño hacía también altares con las estampitas de santos, juegos de salas y de cuarto en miniatura con las cajitas de tabaco que me daban en la bodega. Mi padre era carpintero y hacia objetos, muebles de madera para las casas, y mi madre era costurera y bordaba. Recuerdo que me paraba al lado de la máquina de mi vieja cuando estaba bordando y ella me decía: “Juanito, alcánzame el hilo azul”; yo se lo entregaba y me ponía a mirar cómo bordaba. Todo ese trabajo manual de mis dos viejos me llamaba mucho la atención e indiscutiblemente formó parte de los fundamentos de mi sensibilidad para el arte. Recuerdo un día en el que no tenía pincel para pintar con unas acuarelas que me habían prestado mis primos, y le dije a la vieja que fuera a casa de uno de ellos a buscar un pincel; pero se demoró tanto que me corté un mechón de pelo, lo amarré con hilo a un lápiz, y cuando la vieja regresó ya yo estaba dándole acuarela a unos dibujos. Es decir, a mí me gustaba dibujar y pintar desde que era niño, y mi voluntad era muy fuerte en ese sentido.

Cuando la gente me veía copiando los muñequitos comentaba: “Mira que bien le quedó, está igualito”. Las señoras de Santo Suárez a las que mi madre les cocía los vestidos, que me veían en el piso dibujando, le decían a la vieja: “Oye qué bien dibuja este chiquito, por qué tú no lo metes en San Alejandro.” Yo creo que esa sensibilidad para pintar o dibujar nació conmigo y se desarrolló de una manera natural.

Cuando triunfó la revolución, en el 59, quería entrar a San Alejandro a estudiar. En aquella época pedían el certificado de 6to grado y fui a ver a mi prima Elita que era mecanógrafa y le pedí que me escribiera en un papel: “Por la presente hacemos constar que el alumno Juan Moreira cursó el sexto grado satisfactoriamente.” Cogí un cuño que ella tenía en una de las cartas de la escuela y le eché alcohol, lo viré al revés, le pasé una plancha y falsifiqué la firma de la directora; ese fue el documento que presenté en San Alejandro. Pero entonces me empecé a preocupar, a sentir miedo de que me descubrieran aquel “chivo” y decidí matricular en una escuela nocturna en Guanabacoa donde vivía en ese momento y terminé el sexto grado.

En el barrio de Santo Suárez había un comunista que se llamaba Enrique Ubieta, era un tipo muy culto y me prestaba libros de poetas como Antonio Machado, Miguel Hernández, Rabindranath Tagore, Walt Whitman, entre otros. También nos hablaba de Carlos Marx, Engels y Lenin. Yo leía mucho en aquella época, aunque sólo tenía un quinto grado de escolaridad.

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¿Quién fue el primero que te enseñó las técnicas de pintura en las vallas publicitarias?

Los modelos o proyectos que venían de las publicitarias y que se pintaban en la compañía, se cuadriculaban y se aumentaban. Al principio se cuadriculaba, y después entró un proyector a la compañía. Las vallas eran grandes, tenían como 9 pies de alto por 25 de largo. Se pintaban con esmalte sintético para que no se echaran a perder cuando fueran expuestas a la intemperie. Yo iba mirando cómo trabajaban los de mayor experiencia como Mayet, Aureliano, o algunos otros que tenían tremendo oficio y que habían estudiado en San Alejandro o eran autodidactas. Con ellos fui aprendiendo a ligar los colores, a descubrir conceptos sobre el diseño, el uso de las proporciones.

Antes del triunfo de la revolución estuve en otra escuela que se llamaba Martín Estudio, que quedaba en la Avenida Acosta. Era una escuela para aprender dibujo comercial y publicitario. Allí pasé muy poco tiempo estudiando por las noches.

¿Cómo era el procedimiento habitual de trabajo con las vallas? ¿Te concentrabas en reproducir una idea establecida o tenías la oportunidad de adicionar detalles a las imágenes?

Creo que en dos oportunidades el dueño me pidió que le diera algunas soluciones; pero casi siempre lo que hacíamos era reproducir los diseños que venían concebidos por las agencias publicitarias. Recuerdo, incluso, que un día conocí a Martínez Pedro, el gran pintor cubano, porque fue a visitar el taller donde trabajaba. Alguien me dijo en ese momento que era un gran pintor cubano y que era uno de los directores, o el director, de una compañía publicitaria que se llamaba OPLA en la que se concebían los diseños de las vallas publicitarias que después nosotros pintábamos, les dábamos volúmenes, claroscuros, y hasta los colocábamos en las carreteras.

Al paso de los años me enteré que había otros pintores importantes vinculados a la actividad publicitaria, como Raúl Martínez; pero en esa época no conocía a ninguno de ellos. El artista Salvador Corratgé también trabajó conmigo en una de las compañías como rotulista y figurista.

¿En cuántas compañías de vallas publicitarias trabajaste?

Fueron varias, pero empecé en una que se llamaba Anunciadora Valladares, que estaba en la cuadra de mi casa. Allí estuve muchos años. Después pasé a otra compañía que estaba por la Víbora que se llamaba Glamar, propiedad de Alfredo Guastela; después trabajé en el Reparto Debeche, en Guanabacoa, en una compañía que creo tenía por nombre Cuadribal, en la que Leopoldo Álvarez era uno de los dueños. Ese fue mi recorrido de trabajo hasta que triunfó la revolución en el año 59.

¿Ganabas un buen sueldo en esas compañías?

Cuando comencé me pagaban una bobería, después cuando me hice rotulista me pagaron un poco más. Cuando me hice figurista entonces ganaba un ajuste por cada valla. Cobraba por cada valla, con figura y rótulo, entre 60 y 80 pesos. En un mes hacía unas cuatro vallas, una valla más o menos por semana. En aquellos años era un sueldazo. Había meses en los que ganaba 400 o 500 pesos. Trabajaba a un ritmo de 8 horas y más diarias, también en las noches, y hacía una valla casi por semana. Cuando solo tenía que rotular hacía más vallas.

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Desde el punto de vista artístico, ¿cuál crees que haya sido el aporte más importante de ese periodo?

Uno tiene el don, la sensibilidad para el dibujo, para la pintura, como otros lo tienen para la música o la literatura; pero en realidad las vallas anunciadoras fueron para mí la primera gran escuela. En ese período aprendí el sentido del diseño, de la composición, del trabajo con los claroscuros, e incluso fue en esos años donde se fue definiendo esa inclinación mía hacia los grandes formatos. Me acuerdo cuando hice dos dibujos para ilustrar la edición cubana del Don Quijote de la mancha realizada por el Instituto cubano del libro. Villita, que era el diseñador del libro en aquella ocasión, me dijo que los dibujos estaban muy grandes y que los tenía que hacer más pequeños para entregarlos a la editorial, y yo le dije que no sabía dibujar en pequeño formato, que no me salían bien los dibujos, y se los entregué a ese tamaño. Eso creo que era consecuencia del fuerte impacto, de la influencia que ejerció en mí aquella etapa de trabajo con las vallas. Con los años me he adaptado a hacer dibujos pequeños, pero incluso casi siempre termino ampliándolos.

¿Cómo calificarías la calidad de la gráfica publicitaria que se hacía en aquellos años?

En esa época era muy joven para tener una visión, un criterio objetivo sobre todo lo que se hacía en ese terreno; pero pienso que esas compañías de vallas anunciadores tenían suficiente calidad y crédito porque hacían la propaganda a muchos productos de empresas nacionales e internacionales. Era una etapa donde la publicidad regía todas las actividades comerciales en Cuba.

Dentro de esos términos o condicionamientos del trabajo gráfico había personas con muchísimas habilidades. Por ejemplo, recuerdo que conmigo trabajaba un joven que se llamaba Evelio Pérez, que era mayor de edad que yo, el cual había estudiado en San Alejandro. Tenía una gran soltura para pintar y estaba siempre dispuesto a explicarme detalles relacionados con los métodos y el tratamiento de la pintura.

¿Qué era lo que más te gustaba de ese trabajo con las vallas?

Lo que más me gustaba era pintar figuras, porque los rótulos eran actividades muy mecánicas. Habían incluso algunos trabajadores que solo hacían rótulos y no estaban preparados para pintar figuras. Yo tuve la suerte y la capacidad para hacer ambas cosas.

Las imágenes de las vallas que me has mostrado son muy heterogéneas en cuanto al tratamiento de la figuración. Unas tienen un dibujo más desenfadado, casi caricaturesco, y otras hacen énfasis en los detalles y la semejanza con la realidad. ¿Hacia qué tipo de dibujo te inclinabas tú?

Para que tú veas, yo disfrutaba más cuando se trataba de hacer vallas con figuras realistas, o sea, cuando teníamos que pintar un hombre o una mujer tal cual; cuando teníamos que pintar una familia montando a caballo en el campo; cuando reproducíamos un avión o un carro de carrera.

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¿En qué momento entonces es que perfeccionas tu figuración como artista plástico?

Fue en San Alejandro donde por primera vez comencé a dibujar las figuras del natural, a partir de modelos, a trabajar con óleo los paisajes y las naturalezas muertas. Aunque en San Alejandro estudié apenas dos años. Entré en la anexa de San Alejandro en el año 1960. En aquella época había una cosa que le decían Examen de promoción, a mí me lo hicieron estando en primer año, lo aprobé y logré pasar hasta el 2do nivel, o sea hice dos cursos en un mismo año. Cuando estaba en el 3er año también me presenté al examen de promoción, lo aprobé y pasé para cuarto año. En dos años vencí las materias concebidas para cuatro años y me gradué satisfactoriamente.

Durante la crisis de octubre, en 1962, era secretario general de los Jóvenes Rebeldes en San Alejandro y organicé junto a José Fowler el primer trabajo voluntario de la escuela al campo en la Sierra Maestra. Llevé papel, cartulinas, lápices, tintas, y allí nos dedicamos a dibujar a los campesinos, a los recogedores de café, a los animales del monte, a las arrias de mulas; o sea, que durante esa experiencia dibujé mucho e hice muchos apuntes.

Al principio de la revolución se hicieron concursos de apuntes que organizó Orlando Suárez, a través del Consejo provincial de las Artes Plásticas. Hacían una convocatoria a través del periódico y ponían una guagua para que todos los que quisieran visitaran determinados lugares de interés, como los astilleros, las fábricas de tabaco. Participábamos también en los desfiles del 1ro de mayo y en los cortes de caña… En esos concursos de apuntes yo siempre cogía algo, me llevé varios premios de distintas categorías. Fue a través de esa experiencia que mis dibujos o mis figuraciones fueron haciéndose cada vez más sueltos, espontáneos.

En el 62 vino a La Habana un excelente dibujante, pintor y muralista chileno llamado José Venturelli, para hacer dos grandes murales: uno en el Retiro médico y otro en el Hotel Habana Libre. El propio Orlando Suárez me propuso que me fuera con Venturelli a trabajar como ayudante. Yo estuve colaborando en el mural del Retiro médico, frente al Pabellón Cuba, durante unos 8 meses, y en el del Habana Libre. Veía trabajar a Venturelli, observaba cómo dibujaba de los modelos, y fue para mí un motivo importante de enseñanza.

En realidad he pasado por varias etapas en mi obra, y por ende en mi figuración. Tengo cantidad de dibujos, apuntes y cuadros guardados que los catalogo como una especie de “etapa de aprendizaje y búsqueda”, realizados entre el 59 y el 70, en los que hay una línea muy suelta, expresionista. Era una época en la que estaba buscando un estilo personal.

Después incursioné en una serie que los críticos llamaron Realismo mágico. Se trataba de un dibujo hecho con claroscuro, no académico, pero bastante realista. También hice por encargo, antes de esa etapa, algunos retratos; pintaba los rostros al óleo a partir de fotografías y lo hacía básicamente para ganar algún dinero. Todos esos retratos los podía hacer gracias al bagaje que me había dado el trabajo en las vallas anunciadoras.

En el año 68 hice un conjunto de apuntes, dibujos, grabados y cuadros para una exposición que abordaba la lucha de los negros en el sur de los Estados Unidos, inspirado en las noticias que llegaban en aquel momento a Cuba sobre el tema. Esas obras fueron el antecedente experimental inmediato de Realismo mágico, serie con la que mis figuraciones alcanzan un punto importante de definición y revelan un estilo particular, si se quiere inspirado un poco en la obra de Henri Rousseau, el aduanero. Dentro de esta serie hice también muchos patriotas, que algunos prefirieron denominar la Épica política. Después de Realismo mágico llevé a cabo otras obras que los críticos nombraron Lo erótico orgánico, entre 1985 y 1989, en las que recreaba el sexo de la mujer y del hombre, los cuerpos masculinos y femeninos de forma bastante sintética, casi rayando con lo abstracto, aunque no eran pinturas abstractas.

A finales de la década del 70 un grupo importante de artistas cubanos muestran un interés por la pintura hiperrealista. ¿No te interesó vincularte a esa corriente, teniendo en cuenta los antecedentes e inclinaciones de tu obra pictórica?

En las vallas había hecho bastante hiperrealismo, había pintado incluso unos cuantos cuadros realistas, y honestamente estaba muy cansado ya, hastiado de esa tendencia. En esos años lo que si hice fue dibujar mucho del natural. Me iba por mi cuenta a los Astilleros Chullima y me ponía a dibujar todo lo que me aparecía; hice mucho hincapié en los apuntes.

¿Te gustaría que algo de aquella experiencia con la gráfica publicitaria se retomara hoy día dentro del contexto arquitectónico y urbano de la isla?

Creo que sí, que hacen faltan vallas en nuestras carreteras que anuncien los productos cubanos. No creo que existan en Cuba empresas o compañías con personal lo suficiente calificado para hacer este trabajo, o artistas que estén dispuestos a pintar las vallas. Existen algunas iniciativas en ese sentido; pero no tienen la calidad artística ni la intensidad visual necesarias. Las vallas pintadas, con diseños propios, ambientan y animan el lugar donde son ubicadas, pero contienen una visualidad que llega a muchas personas en la calle y contribuyen a la educación estética de la gente.

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¿Cómo fue que se te ocurrió hacer una muestra personal con esas fotografías históricas de las vallas?

A mi casa vino hace algún tiempo un amigo de mi hija Ana, y mientras conversábamos tocamos el tema de que yo había sido en una época pintor de vallas comerciales. Él me preguntó si conservaba algunas imágenes de aquel trabajo y le enseñé las fotografías que había tomado con una cámara japonesa a manera de recuerdo. Revisando las imágenes él se percató de que yo había hecho una valla publicitaria para Air France en el año 1957, cosa que le agradó mucho porque él trabaja en las oficinas de Air France radicadas en Cuba. Al poco tiempo Air France convocó a un grupo de pintores cubanos a realizar una exposición relacionada con el vuelo, con la aviación, y yo decidí participar con una lienzografía de esa valla a un formato más pequeño. Fue a partir de esa muestra que se le ocurrió a mi esposa Alicia Leal la idea de hacer una exposición y un libro que documentara todas esas vallas que realicé por aquellos años.

Esa iniciativa tuya de organizar una exposición con el trabajo de las vallas publicitarias resultará novedosa, de interés para los historiadores y la crítica de arte; pero también para algunos jóvenes que están retomando los vínculos técnicos con el ámbito de la gráfica publicitaria…

Pienso que para un artista emblemático como Raúl Martínez, que trabajaba en la OPLA, la experiencia en el diseño publicitario le sirvió de mucho para su quehacer posterior con la pintura pop. Da la casualidad también que en el campo de la pintura conceptual más reciente algunos creadores tienen mucho que ver en su obra, desde el punto de vista del espacio y el diseño compositivo, con las concepciones de la publicidad y la propaganda. En mi caso el haber sido pintor de vallas comerciales también influyó de manera decisiva en mi obra artística, sobre todo en las series del Realismo mágico y Lo erótico orgánico donde los colores son muy planos y las composiciones sintéticas. Esas vallas forman parte de mis antecedentes artísticos. Me interesa retomarlas ahora sin temor a cómo la gente lo interprete. Uno no tiene que renegar de su recorrido, ni olvidar el lugar de donde viene. Hay un proverbio africano que dice más o menos así: “Cuando no sepas hacia dónde vas, mira de dónde vienes”. Mostrar esas historias, esas influencias decisivas en mi trabajo, es el propósito esencial de esta exposición que estoy organizando.

La Habana, 2010.

Publicación fuente ‘ArtCrónica’