Renée de la Torre Castellanos: Ocho cubanas y una revolución

Archivo | Autores | 24 de diciembre de 2024
©Antonia Eiriz, ‘La cámara fotográfica’, 1959. Eiriz es una de las personas entrevistadas en el libro.

La vida no es lo que uno ha vivido,
sino lo que recuerda y
cómo lo recuerda para contarlo.

Gabriel García Márquez

Dicen que la historia de la vida de una persona no puede caber en un libro, y es cierto. Mientras leía las historias de las ocho mujeres cubanas, no pude dejar de preguntarme: ¿cuántos libros necesitaría cada individuo para escribir detalladamente la historia de su vida…? Quizá terminaríamos haciendo una enciclopedia. Pero lo más seguro es que intentar escribir la autobiografía nos dejaría con un libro flaco o con muchos capítulos en blanco, porque para escribir la historia se requiere de un buen interlocutor dispuesto a escuchar, a preguntar con atención, a interesarse por la vida de uno. Esas acciones sin duda son el telón de fondo de este ejercicio de historia oral. Es casi imposible imaginar que la historia de cada mujer hubiera podido ser tan sabrosamente narrada sin la complicidad del encuentro dialogante de Eugenia con Ester, Norberta, Sonnia, Gladis, Consuelo, Migdalia, Antonia y Mireya. La riqueza de las historias de vida aquí narradas confirma la calidad humana de la entrevistadora.

Ser historiadora de la oralidad requiere ser experto en el oficio de la conversación: el historiador no sólo debe saber preguntar (el cuándo intervenir es crucial para guiar una plática o para inhibirla y darle en el traste), también debe saber cómo escuchar; es decir, cómo ser receptiva a los intereses y emociones del entrevistado. La autora de este libro es nada menos que Eugenia Meyer, una de las pioneras mexicanas en la historia oral, y que en el transcurso de su historia académica ha usado este método dialógico para reconstruir la historia reciente: la Revolución Mexicana, la Revolución Cubana y los exilios latinoamericanos.

Detrás de una entrevista no sólo hay una grabadora encendida, sino la capacidad de tejer un encuentro real entre dos personas, entre dos subjetividades que tienen un interés compartido. García Marquez dice que la narración hace el recuerdo. Podemos concluir que al menos la narración funciona como el fijador de las fotografías, que es indispensable para que la imagen perdure con los años. También se dice que no hay historia sin recuerdo, pero ¿cuánto de lo que hemos experimentado ha sido seleccionado para ser recordado? ¿Cuánto hemos borrado, omitido, olvidado e incluso a veces hemos decidido tachar de nuestro texto mental? ¿Cuánto de lo que estaba en riesgo del olvido pudo ser rescatado gracias a la intervención de una buena plática, a la que los académicos llamamos entrevista oral? Ésta es la labor del historiador: el rescate de la historia y la lucha contra el silencio, es decir, contra el olvido.

Eugenia Meyer no sólo cumple con su propósito de dar la palabra a ocho mujeres que vivieron y forjaron la Revolución Cubana, sino que con este trabajo nos demuestra la valía de las historias de vida para dar a conocer el tejido íntimo, amoroso, solidario, sufriente y a la vez esperanzador, que constituye la historia. El libro nos introduce en la historia de la Revolución Cubana y nos demuestra que la historia no sólo fue forjada por los caudillos, sino que está en deuda con ocho mujeres anónimas (y muchas más que no caben en los libros), que desde distintos cuerpos, mundos familiares, entornos sociales, participaron en un nuevo horizonte nacional: el socialismo cubano.

Es cierto que la historia se narra desde el recuerdo y también que el ejercicio de narrar es el remedio contra el olvido. Este libro contribuye al rescate de la historia, pero no de la historia oficial de un pueblo o una nación, que para eso ya se encargó el Estado de construir monumentos, plazas conmemorativas y fiestas cívicas. Este libro le da voz a la historia del día a día, de los seres anónimos, de los espacios privados, de las relaciones humanas, de los actos solidarios. Este libro, aunque la autora descarta que trate de una historia del feminismo, es una historia femenina, no sólo porque las protagonistas son mujeres, sino por la manera en que fue confeccionada la temporalidad. Es una especie de patch work, en la que cada una de las mujeres va colocando distintas piezas de experiencia, con géneros textiles diferentes, unas más hábiles para narrar que otras. La autora fue hilvanando estas piezas, respetando placenteramente el ritmo personal de la narración, pero a la vez colocando los pedazos en las coordenadas de la historia social, y con ello forma una gran manta, que a la vez que logra una unidad compleja, no rechaza la creación individual. Los hilos con que se tejen las historias están hechos de fibras diversas: amor, necesidad, hambre, inquietudes, coraje, sufrimiento, amistad, solidaridad.

Las narraciones contenidas en las páginas de este libro cuentan de todo: de recuerdos de la niñez, de los sueños y rebeldías de la juventud, del ocio y las maneras de divertirse, de sus amores y desamores, de los problemas familiares, de los gustos gastronómicos, en la lectura o en el cine; de los problemas laborales y familiares que había que sortear para sobrevivir, del valor del trabajo antes y después de la revolución, del significado que para cada una tuvo el militar o participar en el proyecto de Fidel, de los logros individuales y de su visión de la patria. Las narraciones establecen tiempos vitales, marcados por un tiempo histórico: el triunfo de la Revolución Cubana. Ocho experiencias situadas en un mismo país, pero en distintos parajes sociales. Ocho mujeres que experimentaron los anhelos de un futuro mejor en cuerpos diversos: viejas y jóvenes, burguesas y descendientes de esclavos negros, maestras y estudiantes, artistas y lavanderas, católicas (aunque no conservadoras) y ateas. Pero estas vidas, por más diferentes y distanciadas que parezcan, confluyen en un tiempo compartido, en un eje histórico que constituye el antes y el presente: la revolución socialista en Cuba. Desde los sueños del futuro conquistado por mujeres que en el anonimato participaron en una revolución. ¿Qué cambió con la Revolución Cubana? Las vidas de las mujeres, pues la Revolución les abrió la puerta del ostracismo doméstico y las invitó a salir a las calles, a estudiar, a participar de la vida pública, a asistir a los mítines, a trabajar fuera del hogar (como jornalera en la pizca de limones, como voluntarias en la Federación de Mujeres Cubanas, o de obrera y líder sindical en una tenería, o militando en el partido comunista; o incluso logrando ser líderes de alguna de las varias asociaciones creadas por el socialismo).

Por ejemplo, Esterlina, aunque vivía con los privilegios de una niña bien relacionada, educada, catequizada, siempre fue defensora de la patria. Ella narra que su rebeldía era ser independiente en una época en que no era bien visto que las mujeres lo fueran: «a cada rato decía, yo debía haber nacido hombre en lugar de mujer». A Esterlina, de cariño Ester, le gustaba manejar su «máquina» (automóvil), estudiar, leer, trabajar, y aunque era católica a su vez era socialista, desde muchos años antes de que llegara Fidel. Recuerda que cuando conoció al joven Fidel, la cautivó y pensó «este muchacho va a llegar a ser algo en Cuba». Primero participó con Tony Guitarras en la Joven Cuba y paralelamente colaboraba en las Damas Católicas de La Habana. Ester contribuyó después en la insurrección siendo maestra. Odiaba tanto a Batista que hasta se ofreció para matarlo, pensando que así evitaría que se derramara tanta sangre en Cuba. Ester estaba bien relacionada, conocía tanto a estudiantes del movimiento 26 de Julio, como a empresarios, a dirigentes del socialismo, a sacerdotes y religiosas. Durante su vida tejió relaciones, con las cuales accionaba redes de solidaridad. Lo más destacable de su historia es cuando, como rehén de la policía del régimen de Batista, fue brutalmente torturada para que denunciara a los líderes del movimiento 26 de Julio. Ella logró sobrevivir al ser rescatada por la embajada de Colombia; su caso se difundió internacionalmente, presionando con esto la salida de Batista. Ester se comprometió con el socialismo en su rol de maestra organizando la campaña alfabetizadora de Cuba. Para ella la Revolución fue una conquista de alfabetización. Aunque Esterlina perdió privilegios de clase y se quedó sin máquina (porque ya no podía pagar las refacciones), confiesa que cuesta trabajo adaptarse a la escasez porque lo que se rompe «ya no se puede sustituir» y admite que desearía «tener unos chocolates». En su recuento valora la Revolución:

[…] para romper con esa cosa que tenía todo el mundo en Cuba de que la mujer no podía hacer esto y porque la revolución para mí es la justicia de los pobres, de los humildes, porque la gente que no tiene cultura no se puede defender en la vida (p. 204).

En contraste, otras mujeres, como fue el caso de Consuelo, fue conductora de guaguas, obrera en una tenería, bordadora. Lamentaba no haber participado en la Revolución, pero no porque no hubiera querido, sino porque su condición social y de género no se lo permitió:

A mí siempre me gustó participar en todas las cosas, pero yo me sentía cerrada por todas partes, no podía tomar decisiones ni decir «voy a hacer esto, voy a hacer lo otro». No podía, como le llamamos hoy desarrollarme en lo que era mi pensamiento y mis decisiones. Entonces tenía que vivir así, como que lo tenía que aguantar. Por ejemplo yo, en el mismo campo donde estaba, veía que las mujeres no éramos nadie, que no nos consideraban. Yo no viví la revolución, pero sí soñaba con el deseo de cambiar el sistema de vida que teníamos, la verdad es que los pobres vivíamos y moríamos pensando en eso (pp. 926–927).

También hubiera querido estudiar mecanografía para dejar de ser obrera, pero eso no fue posible. Se casó tres veces, y tenía que trabajar para mantener a sus hijos. Con la Revolución accedió a un cargo en el Frente Femenino del Sindicato de la fábrica y formó parte de la Vanguardia Nacional por destacar como la mejor trabajadora. Su balance del presente lo definió así:

Como mujer ahora me siento bien, me siento plenamente realizada. ¡Vaya!, siento que tengo ya casi todo prácticamente, porque en sí sigo luchando y cooperando en todo lo que demanda la causa de nuestro pueblo, y además ya he llegado a tener muchas cosas que pensé nunca las tendría, la verdad. Tiempo atrás, muchos años atrás, cuando teníamos otro sistema de vida, yo no pensé nunca que iba a tener un refrigerador en casa, que iba a tener una cocina de gas, que es la mejor comodidad que hay ahora para cocinar… También tengo lavadora. Yo pensé que iba a tener que lavar a puño siempre; sin embargo, ya hace tres años que adquirí una lavadora.

Norberta, una mulata que vivía en una antigua vecindad de La Habana, recuerda que su mamá lavaba ajeno, que vivían hacinados en un cuartito, que eran pobres, pero no tanto como para haber tenido que pedir limosna, pues antes de la Revolución: «El pan no era caro… pero no había dinero». Norberta nos narra su experiencia de haber sido discriminada cuando trabajaba de criada para los ricos. Se trabajaba para no pasar hambre, pero no tenían seguridad. Con la Revolución, en 1962, Norberta encontró satisfacción trabajando de voluntaria en la Federación, recolectaba frutas en los campos, aunque no le pagaban por ello, pero recuerda que

[…] todas íbamos contentas al trabajo voluntario. No sé si era ya la conciencia revolucionaria que tenían las compañeras…

Confiesa que…

[…] antes soñaba mucho, ahora ya no tanto. Varias veces he soñado que tengo más dinero y que lo he gastado en veinte cosas y demás y cuando me he despertado ha sido un desencanto tremendo. Pero esos sueños del dinero los tenía cuando era más pobre, porque ahora verdaderamente no soy pobre, pero tengo dos pesetas con que contar… Yo soy feliz, porque no tengo nada que haga falta. Estoy aquí y si me da la idea de irme pa’ la calle, yo cojo y cierro todo y me visto y me voy pa’ la calle y voy a sentarme a casa de alguna compañera o voy a sentarme al parque, a donde quiera puedo salir libremente… Antes no lo hubiera podido hacer por tanto trajín que tenía (p. 332).

Sin embargo, la Revolución Cubana, aunque con mayúsculas, no trató igual a todas las mujeres. Antonia era hija de españoles, fue educada en el catecismo católico y sus padres carecían de los medios económicos para pagarle la universidad. De niña tuvo problemas de salud a causa de la poliomielitis. La mitad de su familia exilió a los Estados Unidos. Ella residió en Cuba, donde estudió artes y con el tiempo se dedicó a la pintura. Pero su obra no encajaba con el contenido del realismo socialista, por lo que durante décadas sus cuadros fueron arrumbados y tuvo que abandonar su carrera artística para dedicarse a trabajar de maestra. Después el Estado la reconoció como pintora y en 1967 recibió la beca unesco para viajar a España e Italia. Sin embargo, aunque la Revolución le permitió desarrollarse profesionalmente, ella sintió que su valoración estética no siempre fue justa:

Para bien o para mal, mis cuadros llamaron la atención de la gente que los vio. Me dijeron que tenía mucha fuerza, pero también que era una pintura corrosiva. Yo no creo que mi pintura sea tan buena ni tan corrosiva… ni tantas cosas de esas que dicen los críticos. Es una pintura y nada más. Yo al pasar de los años y ver de nuevo mi pintura, un día que tuve que enseñar los cuadros y verlos, de cierta manera sí un poco como que me acomplejé con las críticas hacia mi pintura… una pintura que no era representativa de nuestro medio… Pero después, al verla ya a la distancia, con un tiempo de por medio en el que uno pudo aquilatar las cosas, me sentí muy feliz porque me di cuenta de que realmente mi pintura es única… yo creo que mi pintura es la única que representa los 10 primeros años de la revolución (p. 998).

La historia de Antonia no tuvo un final feliz. Eugenia Meyer nos relata que:

Años después antes las profundas emociones y el torbellino que traía dentro, se sumió en una tremenda tristeza, quizá por ser alguien cercano a ella, me dijo alguna vez: «el ambiente general en Cuba era depresivo, todo giraba alrededor de la política» (p. 1024).

Para finalizar, el título del libro, además de sugerente, puede resultar ambivalente. Todo depende desde dónde se narren los recuerdos para interpretarlos. Las narraciones fueron contadas en 1979, hace poco menos de treinta años. Algunos problemas como el éxodo de familiares y el boicot comercial de la OEM, ya eran parte de la experiencia cotidiana. Sin embargo, todavía no desaparecía la Unión Soviética de la geografía mundial. Muchos más cambios tuvieron que vivir estas mujeres, algunos de ellos, parafraseando el título de una gran película, amargaron el azúcar. «El futuro era nuestro», dicho años atrás, sentencia un pasado que celebra la conquista del mañana. Una voz profética que da por hecho el triunfo sobre la historia. Pero si esto mismo se dice en el presente, la cosa cambia, y manifiesta la nostalgia de haber tenido algo que ya se perdió, en este caso haber perdido el horizonte histórico del presente que permite adueñarse del futuro. Mi pregunta para Eugenia es obligada: ¿desde qué coordenada histórica se bautizó al libro? Una tarea pendiente, que al menos como lectora se antoja, es saber si para esas ocho mujeres (aunque es imposible porque varias ya murieron) u otras tantas que puedan representar a la mujer cubana, el futuro sigue siendo de ellas.

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Publicación fuente La ventana, vol.3, no.29, Guadalajara, julio, 2009.