Alex Fleites: Entrevista a Ana Albertina Delgado / ‘Me interesa que lo global no degrade lo único y diferente’
La década de los 80 en Cuba, en lo cultural, estuvo signada por la aparición de varios colectivos artísticos que asumieron su rol social desde una posición crítica, tanto en lo estético como en lo político. Dentro de ese marco se desarrollaron y proliferaron las expresiones performáticas, y las exhibiciones colectivas concebidas como un corpus único, una obra total que, sin embargo, no negaba las especificidades individuales de los artistas participantes. Iban dirigidas, en términos generales, hacia el cuestionamiento y la problematización del concepto de masa, casi siempre de forma implícita.
No es casual que la fundación de dos de los grupos más trascendentes, Arte Calle y Puré, haya ocurrido un año después de iniciados los movimientos de cambios que se estaban operando en el campo socialista, y que tuvieron su mayor expresión en fenómenos como la Glasnost y la Perestroika. Existía entonces la impresión optimista y generalizada de que el socialismo se autoreseteaba, y que la crítica transparente y aguda podría contribuir a su democratización.
Puré estuvo integrado por Lázaro Saavedra, Adriano Buergo, Ermy Taño, Ciro Quintana y Ana Alberina Delgado, estudiantes a la sazón en el sistema de educación artística cubano. Su primera aparición pública ocurrió en enero de 1986, en la Galería L, de Extensión Universitaria. Permaneció activo hasta 1988.
Ana Albertina, la única mujer del grupo, nació en La Habana en 1963. Vivió por dos años en México, y en la década de los 90 se establece en la Florida, Estados Unidos. Su primera exposición personal fue El hobby de Juan, de 1988, en el entonces Instituto Superior de Arte de La Habana (Isa), hoy Universidad de las Artes. Las muestras personales más recientes son: Women who I could’ve been, Museum of Contemporary Art of the Americas, Miami, Florida, 2024; The human mysteries and the indifference of the universe, Art Ovation Hotel, Sarasota, Florida, 2022; A littler window inside my head, Carol Jazar Art Gallery, Miami, 2012; Ana Albertina Delgado, Drawing 1987 to 2011, Farside, Florida, 2011; y Ana Albertina at “Quo Tendas”, Blue Door Fine Arts, Miami, Florida, 2009.
En la declaración de artista de Ana Albertina podemos leer:
“A partir de los años 90, mi vida artística en Estados Unidos fue la oportunidad de sumar nuevos conocimientos sobre el mercado del arte y los nuevos medios. Fue muy importante haber trabajado con galerías como Genaro Ambrosino, Bernice Steinbaum y Carol Jazzar, con posiciones personales que, para mi crédito artístico, fueron la oportunidad de relacionarme con un nuevo contexto cultural. He podido confrontar mi trabajo con nuevos significados y conceptos, enfatizando mi arte en un lenguaje propio que valora mucho del modernismo y expresionismo, así como la ironía y agresividad en parte del arte de los años 80 y 90. Mi trabajo siempre ha estado entre dos aristas, porque es mi forma de recordar mis temas femeninos, entre lo aparentemente ingenuo e infantil y los mensajes más conectados con lo social. Esta dualidad siempre ha sido para mí el gran tema de cómo crear cada imagen visual entre lo “inocente” y lo agresivo, con sus toques de ironía y kitsch heredados de la cultura popular…”
Aquí conversamos con ella.
Relata brevemente tu proceso de formación en el sistema de enseñanza artística de Cuba.
Entré a San Alejandro en 1979. El profesor Osvaldo García, de dibujo, fue un excelente maestro. El gallego Díaz Peláez, que impartía escultura, me recibía con una sonrisa cuando iba a ayudar a alguna amiga en sus clases. Sus comentarios sobre el arte eran siempre relevantes. El resto de profesores, más o menos, no tenía el interés de enseñar como uno esperaría. Sin embargo, las clases teóricas fueron de mucha calidad.
En 1983 comienzo en el Isa. Allí había un mayor nivel entre el claustro docente. Ellos transmitían a sus alumnos sus experiencias profesionales, además de sus conocimientos. Era el caso de Flavio Garciandía, por sólo citar uno. Mi formación, desde niña, estuvo marcada por un entorno intelectual de largas charlas y visitas a talleres de arte junto a mi papá, el fotógrafo Nicolás Delgado, que, gracias a su interés y gran apertura hacia las artes, me mostró el mundo en el que siempre he querido estar.
En tu tercer año en el Isa se gesta el grupo Puré. ¿Cómo recuerdas esos momentos iniciales? ¿Qué primó en la composición del colectivo, las coincidencias estéticas o las afinidades electivas? ¿Hubo un manifiesto?
No hubo manifiesto, sí intenciones claras. Fuimos compañeros desde San Alejandro, y sabíamos la valía artística y personal de cada miembro. Tuvimos la fortuna de estar en un grupo del Isa muy interesado y competitivo, tanto, que cada presentación a las críticas de la clase de pintura eran muestras personales de cada alumno. La creación de Puré fue una idea de Adriano Buergo y Lázaro Saavedra, que los demás miembros también compartimos como una necesidad.
Puré fue el primer grupo que asume la producción general de sus instalaciones como el escenario en el cual cada uno generaba y debatía qué se iba a presentar, en un cruce constante de ideas hasta su realización material y colectiva. Fue, posiblemente, un laboratorio único de actualización estética y de activismo social dentro y fuera del contexto cultural cubano, aprovechando lo múltiple del postmodernismo. Resultó fácil juntarnos en un proyecto que tenía ese doble propósito, instalaciones en que el trabajo conjunto e individual eran interdependientes. Al ser un proyecto muy enraizado en la crítica social y la cultura popular, creábamos grandes instalaciones, atractivas visualmente, cargadas de potentes mensajes que conectaban tanto con los intelectuales como con la gente de a pie (nunca mejor aplicado este término al pueblo de Cuba).
Es obvio que desde Puré ustedes se propusieron potenciar la función movilizadora del arte. ¿Creían entonces que el arte podía modificar la realidad?
Lo creíamos y era nuestro medio de expresión. El arte está en muchos elementos de la vida cotidiana que impactan a toda la sociedad, aunque, por supuesto, se manipula en función del poder político. Por eso, parte de los objetivos del grupo era la crítica a varias aristas de la sociedad cubana y a la política de mediados de los 80. Evidentemente, las ansias de un cambio para mejor estaba en nuestras mentes; esto fue alimentado por la Perestroika y la Glasnost, que abría un marco de autocrítica y evaluación de los errores para empoderar el desarrollo. Esa apertura no se dio para Cuba, motivo por el cual nuestra generación fue compulsada hacia el exilio o la migración, bajo la presión de la política cultural de entonces.
Supongo que muchas de las acciones de Puré eran consensuadas. ¿Se propusieron renunciar a los intereses artísticos individuales en función del colectivo?
Fue un grupo que integró ambos aspectos: la producción individual y la colectiva. Ese era el consenso. Siempre se contaba con la obra individual, que se insertaba en la estructura general de la instalación.
Vamos a tu obra personal. Desde un inicio has evidenciado una clara conciencia de género. ¿Cómo llegas a esas posiciones reivindicativas de la mujer en el contexto de una sociedad machista? ¿Partiste de la observación del entorno, de experiencias personales o comenzaste a trabajar la temática impulsada por la lectura y el estudio de autoras que van desde lo testimonial a lo teórico?
Creo que todo me condujo a ello: una familia de mujeres poderosas, con grandes habilidades creativas para el canto, la alta costura y el tejido; un padre que nos educó en la idea de que ser mujer era un privilegio; haber estado rodeada por sus fotos, con múltiples rostros de todo el abanico étnico que es Cuba, las cuales iluminaba1 a mano desde niña; y, por supuesto, la observación del contexto cultural, donde casi todas las artistas eran la “mujer de”.
A su vez, había una total falta de enfoque crítico de la realidad de la mujer cubana y sus inagotables agonías, no para figurar en una posición social prominente, sino para sobrevivir, dar de comer a sus hijos o tragar buches de sangre cuando recibía el cadáver de un hijo muerto en Angola. Toda esa carencia de representación y una avidez por denunciar lo que socialmente la mujer vive, más mi entorno personal, se juntaban perfectamente.
Tengo algunas obras emblemáticas, como Estás completa, que abordó la rudeza con que vive la mujer, entre ser una bestia de carga, sexualizada por necesidad y tratando de escapar por la vía del vicio; la instalación Madre, que hice en la primera muestra del grupo, “Puré expone”, de 1986, un templo de lamentos de las madres que perdían sus hijos en las guerras.
Otras obras, realizadas fuera de Cuba, se adentran más en los vínculos étnico-culturales de las diversas comunidades que habitan en Estados Unidos, para elaborar retratos sociales donde cada una de las mujeres es psicológicamente personalizada dentro de un escenario de convivencia ideal, que impone el intercambio de sus diferencias y las sutiles huellas de su herencia. Mi investigación se apoya en la antropología y la genética, en defender el mantenimiento de la diversidad cultural como el valor de lo individual. Me interesa que lo global no degrade lo único y diferente, algo que también hace mi obra cuando resalta lo femenino.
1 Se refiere a colorear a mano la foto impresa.
Publicación fuente ‘OnCuba’
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