Luis Cino: El plattismo del régimen cubano

DD.HH. | 24 de enero de 2025
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El régimen castrista paralizó las excarcelaciones supuestamente prometidas al Vaticano sin llegar siquiera a la mitad de las 553 anunciadas. No soltó un preso más luego de que Donald Trump, pocas horas después de asumir la presidencia de Estados Unidos, el pasado 20 de enero, regresara a Cuba a la lista de países patrocinadores del terrorismo, de la que había sido sacada unos días antes por Biden.

¿Se acabó el jubileo católico anunciado por el papa Francisco? ¿Es una represalia? El Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX) aseguraba que las excarcelaciones no tenían nada que ver con el retiro de Cuba de la lista y las demás medidas con que Biden había complacido al régimen cubano…

No más asumir Trump, el gobernante Miguel Díaz-Canel y el premier Manuel Marrero vistieron el uniforme verdeolivo, como hacen cada vez que hay una situación de desastre, y acompañados de generales, se fueron a un polígono de maniobras militares.

Se sabe que la Administración Trump, con el cubanoamericano Marco Rubio como secretario de Estado, se la va a poner difícil al tardocastrismo, pero los mandamases de la continuidad exageran con sus reacciones nerviosas y desproporcionadas. Con esa fijación obsesiva que tienen con EE.UU., condicionando todos sus actos a lo que haga el vecino del Norte, los mandamases comunistas evidencian su plattismo.  

La mentalidad plattista ha durado más que la Enmienda Platt que la originó. La Enmienda, legislada por el senador Orville Platt y que fue impuesta por el Gobierno estadounidense a la Constitución de 1901, fue derogada en 1934, pero el plattismo todavía dura. 

Hoy está más viva que nunca. Tan viva como cuando los políticos, durante las primeras décadas de la República, al menor síntoma de crisis, pedían cordura para evitar una intervención militar estadounidense. Como ocurrió en 1906, cuando luego que el presidente Tomás Estrada Palma con un “gabinete de combate” trató de legalizar a la brava su reelección y los liberales se alzaron en armas, don Tomás, impotente ante la insurrección, pidió la intervención de los marines. Y como estuvo  a punto de ocurrir de nuevo en 1912, cuando el levantamiento de los Independientes de Color (todavía hay quienes pretenden justificar la masacre de miles de personas negras con el argumento de que evitó una intervención), y en 1917 cuando José Miguel Gómez dio por terminado el alzamiento de los liberales contra el Gobierno del conservador Mario García Menocal para evitar una intervención de EE.UU. 

Eran plattistas los que al triunfo de la Revolución Cubana, en vez de enfrentársele, hicieron sus maletas y se fueron a Miami, confiados de que, en cuestión de meses, regresarían a Cuba, tras los marines, a recuperar las propiedades que les confiscaron. Y es plattista el régimen castrista, que lleva 66 años invocando el diferendo con EE.UU., culpando al embargo de todos sus fracasos y preparándose para defenderse de un eventual ataque estadounidense para posar de David frente a Goliat, abroquelarse en la mentalidad de plaza sitiada, acusar de mercenario a todo el que disienta, negar el menor espacio de libertad política y justificar las violaciones a los derechos humanos. 

Es tan plattista la dictadura que prefiere al Gobierno de EE.UU. de interlocutor antes que a la oposición civilista, que es con quien debería discutir de democracia y derechos humanos.

El castrismo consiguió que haya hoy, en Cuba y en el exilio, más plattistas, pendientes y dependientes de lo que haga Washington, que en los tiempos de la Enmienda Platt.

El plattismo ha estado vivo y pujante en estas seis décadas. Solo había que ver las exageradas expectativas creadas luego de que se anunciara en 2014 el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con EE.UU. Hubo zoquetes  que consideraban que Obama tuvo que capitular y que era “el mayor triunfo de  la Revolución”. Había que escuchar a los dueños de paladares y hostales, a los taxistas y choferes de bicitaxis que izaron la Old Glory, y a la gran mayoría de cubanos haciendo planes a la espera de que llegara el aluvión de turistas “yumas” cargados de dólares y loquitos por derrocharlos en La Habana o Varadero. Los sesudos oficiales daban por sentadas las exportaciones de los granjeros yanquis, las inversiones, las ganancias que entrarían por la Zona Especial de Desarrollo del Mariel y los créditos que obtendrían de los bancos internacionales.

Pero Fidel Castro, con una de sus “reflexiones” en el periódico Granma, metió la cuchareta, asustó a sus sucesores e hizo que ralentizaran el deshielo. Y así desperdiciaron la oportunidad que les dio Obama, porque, contra todo pronóstico, Trump ganó las elecciones en 2016.  

Cuando hay elecciones presidenciales en EE.UU. y triunfan los republicanos es la corrida de los plattistas. Se alborotan a ambas orillas del estrecho de Florida. Los del lado de allá, que quieren que aprieten el dogal a la dictadura y acaben con ella. Y los del lado de acá, con nuevos pretextos para hacerse las víctimas, seguir fomentando las llamas de un nacionalismo patriotero y enfermizo, confiados en Vladímir Putin (que al imperialismo ruso es al único que no le hacen asquitos). 

Las elecciones de 2024, por el ambiente tan polarizado que las precedió y por todo lo que está en juego, incluida la institucionalidad democrática, han sido las más cruciales desde la Guerra de Secesión. Pero muchos cubanos, de allá y de aquí, enfocan el asunto de modo simplista y oportunista. 

Da gusto cómo pontifican y dan lecciones sobre democracia nada más y nada menos que el periódico Granma, el Noticiero Nacional de Televisión y el programa Mesa Redonda, batiendo récords de cinismo y descaro. 

En la Isla, en la calle y en las casas, los cubanos hablan de cómo será el Gobierno de Trump casi tanto como de la comida que escasea, del dinero que no alcanza y de los precios que no paran de subir. Ojalá se expresaran con tanta vehemencia sobre los problemas de acá, donde no tienen voz y su voto no cuenta más allá de su circunscripción. Pero la mayoría dice que no les interesa la política, especialmente si les puede acarrear problemas con la Seguridad del Estado y sus chivatos. Claro, no están pensando en política, un tema en el que son analfabetos luego de seis décadas de adoctrinamiento embrutecedor, sino en términos de remesas, recargas, visas, paquetes y pollo “made in USA”. ¡Como si los problemas que los agobian dependieran más del presidente de EE.UU. que de los mandamases que nos han hundido en este desastre!

Los más duros anticastristas del exilio confían en que, en cuatro años, Trump acabará con el régimen, asfixiándolo económicamente, sin reparar demasiado en los sufrimientos ―que ven como un mal necesario e inevitable― de sus hambreados compatriotas en Cuba. 

Y la dictadura aspira a sobrevivir a esta nueva Administración Trump, como sobrevivió a las anteriores 12 administraciones, desde Eisenhower, y salir a flote con un gobierno estadounidense que levante las sanciones, suavice el embargo y abra las compuertas a las inversiones, los turistas, y las remesas, cómo no, que para eso tienen de rehenes a los familiares de los residentes en el exterior.

Publicación fuente ‘Cubanet’