Roberto Carril Bustamante: Presentación de ‘El ingenuo. Reinaldo González Fonticiella’
El ingenuo. Reinaldo González Fonticiella, es un ensayo biográfico con material inédito de una figura clave en la vanguardia latinoamericana de los sesenta, condenado por la sociedad dogmática cubana que intentó reeducarle mediante terapia electroconvulsiva, y que le asfixió social y económicamente ocultando su legado por décadas. A día de hoy solo han tenido lugar tímidos y controlados reconocimientos a su labor en 2001 y 2003, y sigue siendo un gran desconocido a pesar de su vinculación con grandes artistas como Matta, Saura, Vedova o Taillandier, que visitaban su casa-taller en La Habana y admiraban sus creaciones escultóricas. En 1975 destruyó sus esculturas hostigado por las presiones políticas y amenazas a su familia. Algunas de sus obras más comprometidas, realizadas en papel, eludieron la destrucción sistemática y forman parte del Legado.
Palabras del acto [1]
Luisa, que tenía entonces nueve años, se encontraba jugando en la sala y le dijo: «—Papi, ¿por qué tú no botas todas estas cosas que ya están feas, viejas y rotas y pones florecitas?» Y Fonticiella miró a su esposa: «—Irma, a lo mejor, si yo desaparezco mi obra, me dejan en paz». Ella respondió: «—¡Estás loco, es un suicidio!». «—Es que tengo que buscar una solución, no estoy solo, están los seis niños y tú. A lo mejor si destruyo mi obra nos dejan en paz.» Irma nunca estuvo de acuerdo.
Cuentan que en 1975, Fonti extrajo las enormes esculturas que habitaban su vetusta casa, desgarrando las raíces virtuales de su emplazamiento, ante el asombro de los vecinos por tales visiones «oscuras», «malignas», hechas por un brujo siniestro: cabezas de muñecas, miembros de plástico, calaveras, telarañas, relojes, alambres, maderos viejos, telas bañadas en brea, enormes clavos oxidados, parecían restos de un incendio. Algunos se persignaron, otros temblaron. Ese incómodo y loco vecino comenzó, poco a poco, a librarse de su pesada carga acompañado de sus hijos. La pequeña Luisa al fin tendría más espacio para jugar.
Luisa no desveló la importancia de su padre como creador hasta finales de 2018, los miedos postergaron una revelación creativa. A pesar de ello, he podido saborear el humor negro de Reinaldo, su filosofía humanista, a través de confesiones familiares, grabaciones, poemas, proverbios, alertas y cartas. Adentrándome solo, como a él le habría gustado, lo sé por sus hijos, de creador a creador en un diálogo común de libertades, sin encorsetarlo en el neoexpresionismo, la matérica, povera o nueva figuración… da igual. Fonti quería conocerse a sí mismo y a los demás reutilizando la «mierda», una batalla inconclusa de limpieza de espíritu. ¡Qué fuerza creativa debieron sentir los que tuvieron el lujo de ver su obra escultórica en los sesenta y principios de los setenta! Como si de un pianista de jazz se tratara, llevando el ritmo en su mano izquierda, la técnica; y en su derecha, la materia reciclada, descontextualizada, para improvisar entre ambas una jam session de lo desechado o muerto, rescatado de los basureros habaneros, y crear con materias armonías de miseria y belleza, transmutaciones infinitas y efímeras. Incluso después de ser abandonadas por el artista en la cañada, han seguido mutando en el imaginario colectivo. Algunos iluminados todavía aseguran que murió junto a sus creaciones, otros sentencian que es un artista olvidado, silenciado, ignorado, maldito, enfermo. Lo que en realidad pasó es que todos perdimos.
[1] Esta presentación de El ingenuo. Reinaldo González Fonticiella, de Roberto Carril Bustamante y Legado Fonticiella, ocurrió en la Biblioteca Pública Municipal Eugenio Trías, de Madrid, el 2 de marzo de 2025 a las 12:00 pm.
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