Nansen Tápanes: ‘El Atlántico Negro’ de Paul Gilroy

Los años 90 del siglo XX fueron testigos de una verdadera eclosión en los llamados estudios atlánticos, trans-atlánticos, o más bien, afro-atlánticos. Estos últimos relacionados con la trata negrera y la diáspora africana en el Nuevo Mundo, la Plantación esclavista como sub-sistema económico implantado por la Modernidad occidental, así como todas las manifestaciones culturales y sociales vinculadas a este régimen de trabajo coercitivo, que devino forma de organizar la sociedad y sus intercambios en todos los sentidos, materiales y simbólicos.
Lo anterior, al punto que se llega a hablar de una época y cultura afro-atlántica poseedora de una geo-textualidad propia y diferenciada, que nos permitiría comprender, de forma diferente, lo que conocemos como mundo moderno. En dos palabras: las culturas marcadas por el hierro de la esclavitud y la sujeción no son premodernas ni son una ‘promesa incumplida de la modernidad’, sino, es precisamente esta ‘cara oscura’ la que contribuye al surgimiento del mundo moderno, la Ilustración y la racionalidad…ya lo había dicho Benjamin en otro contexto: no hay documento de la civilización que no sea también un documento de la barbarie…
En tal sentido, el Atlántico Negro (1993), del historiador británico Paul Gilroy, fue uno de los textos fundadores de un modo diferente de observar el ‘acontecimiento’ socio-cultural en la América de las Plantaciones y su repercusión en el replanteo de nuestras ideas sobre la Modernidad.
Emparentado con los temas de racialidad, etnia y etnogénesis; nación y nacionalismo; pueblo y patria, típicos de una rama de los Estudios Culturales que surgen en la Gran Bretaña de los años 60 del siglo XX, el Atlántico... se caracterizó, sin embargo, por la novedad de su metodología de estudio. De aquí que su esquema de análisis, su propuesta metodológica fundamental, no se ubicará en alguna zona geográfica específica, continental o isleña, sino en las aguas del Atlántico, teñidas por la trata negrera, y visto, en forma metafórica, como un inmenso ‘continente negativo’, versátil y fluido, conformador de un sistema político y cultural de contornos flexibles y precisos al mismo tiempo; lo que significa, por demás, el abandono de un concepto clásico de cultura apoyado en la idea de cultivo y cuidado de la tierra.
Desde este acucioso ángulo de visión, la línea cultural conectora será trazada en forma vertical, y el Atlántico, como lugar de múltiples encuentros y desencuentros entre hombres de todas los continentes y razas, barcos y ciencia náutica, mercancías americanas, europeas y africanas; pero también temporalidades diferentes, imágenes y visiones, documentos y textos literarios, es quien unifica y dinamiza todo el conjunto. Todo esto tiene que ver, por supuesto, con Capitalismo y esclavitud (1944), estudio pionero del trinitario Eric Williams, sobre el comercio triangular atlántico de los siglos XVII al XIX, y su importancia en el despegue del Capitalismo británico.
Dicho de otra forma: el Atlántico no será solamente un área geográfica surcada por los buques negreros y su carga de muerte y dolor, sino el lugar, inestable y fluido, donde, paradójicamente, ocurrirán los más granados intercambios culturales. Partiendo de la ‘french theory’ y del pensamiento de ‘la complejidad’, el Atlántico Negro es una estructura ‘rizomórfica, fractal de la formación transcultural e internacional’.
Así, la idea fundamental del libro puede ser resumida en una tesis: los procesos de dominación y resistencia, vistos como racialización de las relaciones sociales y la correspondiente lucha antirracista, son construidos en el circuito trans-atlántico que abarca el Nuevo Mundo, Europa y África, más allá de las nacionalidades, la nación y los nacionalismos.
Por supuesto, para esta reflexión, ‘lo negro’ y las culturas neo-africanas en el Nuevo Mundo estarán alejados de cualquier esquema ideológico reductor y de cualquier fantasma de pureza racial o étnica.
En otras palabras, la ‘identidad’ negra se construyó en el ‘Middle passage’ (viaje sin retorno desde África hacia las Américas…) como identidad trans-nacional, híbrida, sincrética y mestiza, es decir, heterogeneidad, pero no como impureza sino como creatividad. Y África, posterior a su conquista, saqueo y colonización, es una invención más entre tantas de la Modernidad occidental y sus saberes imperiales. Quedará el continente africano, entonces, solo como un ‘symbol bank’ en el que a través de una memoria global siempre activa y operante, intelectuales y artistas negros en el Nuevo Mundo tomarán un amplio repertorio de estilos expresivos, ritmos musicales, formas de lenguaje y de pronunciación, lógicas de pensamiento y de cultura general (Livio Sansone).
Sin embargo, y tal vez como horizonte mayor del libro queda esta idea: más que reservorio o fuente de símbolos y emblemas del pasado africano, las creaciones de estos artistas e intelectuales serán, al contacto con el pensamiento hegemónico occidental ‘blanco’, formas diferentes y posibles de participar y subvertir una Modernidad dada siempre como proyecto de dominación.
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