Daniel Céspedes Góngora: Barbey, excéntrico y original

Autores | 24 de marzo de 2025
©Detalle de la portada de ‘Barbey d’Aurevilly, dandi …’

Lo maravilloso nos envuelve y nos llena igual que la atmósfera; pero no podemos verlo.
Charles Baudelaire

En Barbey d’Aurevilly, dandi entre los dandis (Casa Vacía, 2024), su autor Alfredo Triff es partidario —como Lezama Lima y otros— que el dandismo no solo es fruto de la inventiva constante sino de la supervivencia con clase desde cierta escasez: «¿Cómo pudo arreglárselas para crear la leyenda? Diríase que con enorme sacrificio, pues rico no era. De haberlo sido, no hubiera escogido la vida del dandi; sencillamente no hubiera significado un reto».

Casi ningún dandi gozó de los desahogos de Lord Byron o los patrocinios ganados por Brummel. «Aclaremos la diferencia entre el dandi y el escritor dandista. El primero vive su mito, el segundo hace de ese mito vida y escritura». Baudelaire, dandi a durísimas penas, siempre fue pobre y murió joven, muy enfermo. Es más como el escritor dandista. Oscar Wilde es esto y un dandi por excelencia. «¿Where’s the money? Apréndase que ser soberano consiste en derrochar más de lo que uno tiene. Una ocupación favorita del dandi es, ya saben, endeudar­se». ¿De qué clase era Barbey d’Aurevilly? Fue, a pesar de su rigor, un condescendiente audaz: «es quizás el primero en escribir con justeza crítica, sobre el fenómeno que encarnaría la quintaesencia del hombre moderno, ejemplificándolo en un autor más joven, Baudelaire».

No solo el lector se detiene o camina con el protagonista del libro, sino que puede presenciar una cadena de retratos esperados e identificables de otros dandis, pero no por ello menos interesantes. Así de Lord Byron, a quien solo conocemos físicamente por algunos pintores (Thomas Phillips, Joseph-Denis Odevaere, Richard Westall…), apunta:

¿El autor de Don Juan? En él se conjugan de golpe el lirismo de Rousseau, la ironía de Voltaire, la nostalgia de Nerval y el anhelo filosófico de Goethe. Byron agrupa al villano gótico, al noble insolente y al rebelde sin causa. La figura viene de perilla al romanticismo, que contrapone una pauta de índole moral a la hipocresía social (moral significa anti absolutista, incluso anti moralista).

Barbey d’Aurevilly, dandi entre los dandis transita por los orígenes ingleses del dandismo, compara al romántico con el decadente, hasta llegar a los simbolistas. Triff sabe que no conviene separarlos. Todos comparten un poco de cada ismo: ‶Toca a la puerta la sensibilidad atormentada del mal du siècle y el dandismo se impregna de una fiebre a tono con los tiempos».

Hay un coqueteo con lo coloquial en la prosa de Alfredo Triff que no se permite, sin embargo, incurrir en la oralidad corriente: «¡Sorpresa de fin de siglo! La nueva generación se adueña del angst y lo saca a pasear cual medalla en el pecho. Poetas y escritores apelan al shock, el artificio, el ennui, en la forma que sea y dejan atrás a los clásicos y la sensiblería inundada». Se trata de saber conjugar  oraciones extensas y cortas, donde puede jugarse a la lectura en voz alta entre dos o siquiera permitirse ese don que, posesión de pocos, explaya caracteres inquietos en una misma personalidad. Por si fuera poco, acogiendo la probable representación teatral, el libro, hacia su segunda parte («Noche de dandis en el Salón de la Baronesa Almaury de Maistre»), reúne a Émile Deschamps, Petrus Borel, Prosper Mérimée, Augustin Sainte-Beuve, Giulia Grisi y por supuesto a Barbey d’Aurevilly. En un momento se dice:

(Alguien devoto a Montaigne)

—¿El deber del crítico? Tonificar el gusto.

Aunque mucha atención cuando la Baronesa de Maistre pregunta sobre el dandismo y, de las definiciones, se lee esta: «Es pervertir el tedio de la vida». Luego reafirma Barbey: «Soy de los pocos profetas que quedan. Tengo facultad de lanzar miradas de mil años». A Triff se le nota el deleite de cuanto escribe. No basta con el dominio de un tema o de la práctica escritural. Es relevante su elegancia como autor.

Como si se fraccionara de pronto un mosaico, este libro resiste la lectura discontinua, fragmentada y caprichosa. Lo permite la propia insolencia de los dandis y su visión de conjunto donde filosofía, música, arquitectura y pintura no pueden ni deben faltar. ¿No es el dandismo, según Balzac, una herejía de la vida? De ahí también el cuidado en la convivencia de Víctor Hugo, Vigny, Stendhal, Berlioz, Chopin, Liszt, Delacroix, Corot, los prerrafaelitas, la odiada Revolución industrial —¿no será muy irónico que Ada Lovelace, hija de Byron, contribuyera a la invención de la máquina analítica?—… Si no se respetara la lectura secuencial, «Dandismo como abominación» junto a «El placer del dandi, ¿físico o estético?» son geniales para empezar. «¿La autopoiesis del dandi?» Este es un acápite bello.

Así como señala Alfredo Triff que «es difícil imaginar que Baudelaire pudiese haber escrito su propia teoría sobre el dandi sin la influencia de Barbey», es complejo contabilizar cuánto tuvo que consultar para aventurarse, desde las primeras páginas de Barbey d’Aurevilly, dandi entre los dandis, a historiar en un intenso y osado flashback la vida y obra de Jules-Amédée Barbey d’Aurevilly (1802-1889). Triff apenas cita al inicio. Avanzado el texto, lo hará más. Al decidirse, es como si filtrara para su provecho la frase ajena. Su velo es resistente. Narra como si hubiera vivido el siglo XIX.  Pero es nuestro contemporáneo: «El dandismo estará con nosotros como dijera Barbey, mientras haya vanidad. Rindamos homenaje al héroe desaparecido. Dígase, no desde la nostalgia, sino de la indolencia. Ser uno mismo requiere audacia y aplomo. Dandi no será quien quiera sino quien pueda».

En resumidas cuentas y, siguiendo a Ortega y Gasset, Alfredo Triff es un profeta al revés.