Lucy Raven: Juan Carlos Alom [2004]

En un viaje reciente a Cuba, visité el estudio del fotógrafo y cineasta Juan Carlos Alom en el pequeño pueblo costero de Cojímar, a las afueras de La Habana. Alom acababa de imprimir una serie de fotografías en blanco y negro de la campiña de las afueras de la capital. Los negativos se habían dañado de alguna manera, pero Alom los había impreso de todos modos, y las impresiones fantasma, con manchas blancas alrededor de los bordes negros, parecían separadas de cualquier ubicación física e imposibles de datar, a pesar de que había tomado la serie a principios de este año. Debido a la dificultad de comunicación entre la isla y Estados Unidos, no había forma de obtener las impresiones para su reproducción aquí. Incluso en el momento en que las tuve en la mano, los paisajes parecían existir solo en las fotografías, confundiendo la noción barthesiana de que una fotografía es indistinguible de su referente.
Es típico de la obra de Alom que los elementos presentados confieran una ausencia. Las fotografías, fetichizadas y objetuales de su serie de 1996-97 El libro oscuro, se sitúan en escenas teatrales. Los cuadros surrealistas —delicadas alas de pájaro clavadas en madera vieja; peces brillantes flotando sobre una mano extendida— presentan símbolos de cautiverio y mortalidad. Enlazados, arañados con palabras o raspados con clavos, estos objetos metafóricos escenificados depositan la responsabilidad de determinar el significado en el espectador y ofuscan eficazmente un análisis que podría considerarse oficialmente problemático. El crítico y curador Gerardo Mosquera llama a esto el síndrome de «Usted sabe quién»: «Esta frase se utiliza en Cuba para criticar al ‘Máximo Líder’ sin mencionar su nombre», escribe Mosquera. «Al final, ambos [artista y espectador] saben a qué se refiere la obra, pero ambos están protegidos en una alianza inusual entre censor y censurado».
Alom se formó en fotografía en el Instituto de Periodismo Internacional de La Habana a finales de los años ochenta, una época en la que la generación de artistas que lo precedió luchaba por hacerse notar en un ambiente de creciente presión gubernamental para restringir la expresión artística. En un movimiento que comenzó con las artes visuales y se extendió por la cultura cubana, se desarrolló una marcada separación entre el discurso oficial y el cultural por primera vez desde la revolución de 1959. Se estableció una distancia, y su punto crítico estaba alcanzando los límites de la tolerancia oficial cuando cayó el Muro de Berlín, se derrumbó el bloque soviético y se endureció el embargo económico estadounidense, creando una crisis que se conoció como el Período Especial. Los estratos sociales se dividieron en sectores verdes, pero incluso aquellos con salarios altos tuvieron que idear métodos alternativos para obtener dólares para sobrevivir, desde negocios sistematizados en el mercado negro hasta el robo y la prostitución, aunque la principal fuente de ingresos de los cubanos siguen siendo sus familiares en el exilio. Esto ha creado una doble economía y un doble sistema moral que afecta todos los aspectos de la vida en la isla.

Antes de mi viaje, había visto la película de Alom, Habana Solo (2000), un poderoso cortometraje para el cual el artista pidió a músicos callejeros de toda la capital de Cuba que le ofrecieran un solo: lo que fuera que estuvieran escuchando en sus cabezas en ese momento. Luego unió el metraje a tomas callejeras despobladas de la ciudad, centrándose primero en sombras aisladas, luego en los objetos que las proyectan. La banda sonora de la película avanza en una progresión incongruente con las imágenes de la película, pero orquestada en relación con ellas: el sonido se alinea con las imágenes, luego cambia a la banda sonora y viceversa.
La película recuerda a la película Underground de 1996 del cineasta yugoslavo Emir Kusturica , cuyo título se refiere al lugar donde, en vísperas del ascenso de Tito al poder, la mitad de los personajes de la película viven con la creencia errónea de que son prisioneros políticos. Al contar con una banda gitana que acompaña a los personajes principales, musicalizando la película desde dentro, Kusturica absorbe la banda sonora en las realidades paralelas de la película, elaborando así una lógica interior hermética y una suspensión de la incredulidad ante una trama que, de otro modo, sería absurda. La proeza de Habana Solo, por otro lado, es mantenerse autocontenida mientras se desvincula de sus referentes de lo tautológico. En la última escena de la película de Alom, el sonido se corta por primera vez y se muestra a un hombre bailando «claqué» en un tejado en pleno día. Sus pies claramente estarían haciendo ruido, y uno se percata plenamente del silencio de la escena. Alom la filma desde arriba, con la sombra del bailarín clavada a sus propios pies sobre el tejado.
Publicación fuente ‘Bomb’, 2004
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