Maite Rico: Entrevista al historiador Loris Zanatta / ‘La idolatría de Bergoglio como Papa revolucionario es ridícula’

DD.HH. | Memoria | 25 de abril de 2025
©Jesús Hdez-Güero, ‘Adolf-Francisco’, Serie Síndrome de Proteus

Loris Zanatta (Forlí, Italia, 1962) anda horrorizado por el despliegue «de idolatría» hacia el papa Francisco que ve en estos días. Catedrático de Historia de América Latina en la Universidad de Bolonia, estudioso del peronismo argentino y de la Iglesia católica, acaba de publicar en Italia Bergoglio, una biografía política, que saldrá en español próximamente. Lejos de ser un Pontífice progresista, dice, Jorge Bergoglio encarnó un catolicismo antimoderno, enemigo del pensamiento ilustrado.

Jesuita, argentino, peronista… ¿Cuál es el perfil de Jorge Bergoglio?

Bergoglio siempre fue un hombre de confundir huellas, de decir y desdecirse. En eso fue muy jesuítico. Hay una frase que decía a sus alumnos que lo pinta de cuerpo entero: hablar oscuro y pensar claro. En términos históricos, es un representante típico del populismo latinoamericano, de un catolicismo heredero de la Contrarreforma. El catolicismo europeo terminó por hibridarse con las corrientes ilustradas, o sea, con la revolución científica, el racionalismo, el liberalismo. En cambio, el catolicismo argentino al que pertenece Bergoglio, y que encontró en el peronismo su confluencia política, considera una traición el entendimiento con el liberalismo. Es un catolicismo de cristiandad: por encima de las instituciones seculares, de la democracia, de la separación de poderes, está la catolicidad del pueblo. Y ese pueblo está representado en primer lugar por la Iglesia, que tiene un derecho implícito a tutelar el orden político y social.

¿Cómo se ha traducido esto en el Pontificado?

Ese rechazo a la herencia de la Ilustración se tradujo en su geopolítica, en su visión tercermundista. En los viajes por el Sur global, que fueron la mayoría, Bergoglio se dedicó, primero, a oponer el sur religioso y sus pueblos, pobres, puros y virtuosos, al norte irrecuperable, descristianizado, secularizado, pecaminoso. Y en segundo lugar, a advertir a esos países del sur en contra del progreso, que implicaría sucumbir al canto de sirena de la colonización ideológica, como decía él, del norte desarrollado. Era la misma denuncia que han hecho siempre en Argentina el nacionalcatolicismo y el propio Bergoglio: la clase media, los intelectuales, los laicos, todos aquellos contaminados por la tradición ilustrada, no eran verdaderos argentinos. Eran la clase colonial, nada menos. Y en el Pontificado proyectó esa misma visión.

La Iglesia nunca ha sido devota de la economía de mercado, pero el discurso de Bergoglio era especialmente rudimentario, con esa concepción de la economía como un juego de suma cero.

Rudimentario es la palabra. Una de las grandes influencias de Bergoglio fue Hernán Benítez, un jesuita argentino que le escribía los discursos a Eva Perón. Benítez decía que el peronismo era un comunismo de derechas, por su rechazo visceral de la economía de mercado. Y claro, la Biblia está llena de citas que pueden servir para esto. El Sermón de la montaña, por ejemplo, parece un manifiesto anticapitalista. La idea es que el mercado alimenta el egoísmo, la codicia, y la pobreza es virtuosa y preserva de la corrupción. Es un pobrismo radical. Y era la visión de Bergoglio, aunque sus consejeros economistas en el Vaticano le suavizaron los últimos discursos, porque era demasiado primitivo. No es casual que Argentina, donde esta ideología terminó siendo hegemónica a partir del peronismo, haya sido un caso mundial de decadencia económica.

Es curioso que tenga fama de progresista y es sintomático que haya sido adoptado como ídolo por la izquierda más reaccionaria: comunistas, bolivarianos, etc.

Un fenómeno extraordinario de nuestra época es el cambio del significado de las palabras. En realidad, Bergoglio representa una tradición antimoderna del catolicismo, que en otra época se llamaba conservadora y que hoy se la llama progresista. Por otra parte, aquéllos que menciona son también antimodernos: tienen una visión apocalíptica del mundo y sus desafíos, del cambio climático a la revolución tecnológica. Así que no es casual que vieran en Bergoglio un progresista. Marx por lo menos creía en el progreso, tenía cierta base ilustrada de la que carecen sus herederos. Son católicos antiguos, cristianos antiguos, de aquéllos que combatieron la Reforma protestante. Ahí se quedaron.

[Para seguir leyendo la versión original de la entrevista en ‘El Mundo’]