El libro Yo insulté a Flavio Garciandía en La Habana, cuya ojeada es –a criterio curatorial de Cristina Vives– el primer paso para descubrir la muestra, ofrece solo un bosquejo hasta 2009 de la prolífica obra esparcida por todo el mundo. No se incluyen allí los cuadros últimos que cierran la exposición y avizoran un nuevo camino en su trabajo. Con ellos, el artista sexagenario suspira “cuando sea grande quiero ser pintor”. Como si aquellos lienzos los hubiera hecho alguien más. Alguien culpable de su exquisita belleza, de su sensualidad desmedida. Alguien que jugara con los colores hasta convertirlos en mezclas maravillosas. Alguien que tomara el repertorio de formas concentradas en una vida de trabajo y las reuniera allí con una significación especial. Alguien que dijera, según la curadora: “Después de tantos contenidos complicados vamos a hacer una pausa y disfrutar de la buena pintura”. Para seguir leyendo…
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